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El maestro de la Luz y guerrero de la Tiza, sus Estampas de Jauja y otros momentos.

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A la memoria de Tania Wu

Pedro Monge
El ilustre jaujino Pedro S. Monge

Julio C. Dávila-Mendiola W.
e-mail: elhalckon@gmail.com


Si bien no conocíamos fisicamente a Pedro Monge, supimos de él a través de sus libros:Estampas de Jauja, al que hacemos ahora referencia, editado e impreso el año de 1980. Años después con Cuentos Populares de Jauja en sus dos ediciones, la primera editada e impresa el año de 1986, de color verde agua y que contiene 5 capítulos, publicación realizada durante la gestión del alcalde provincial Diego Guitérrez Orihuela; y la segunda, de color celeste, el año de 1993 y que contiene la primera parte ya publicada, la de los cinco capítulos más un adicional de 7 capítulos, haciendo un total de 12 capítulos; conforma Cuentos Populares, con 12 series y 235 relatos un interesante y emocionante panorama cultural del imaginario colectivo de nuestra gente, gente de bicharra, de tierra y de maíz. También lo conocimos por sus diversos escritos, ensayos, cuentos y discursos publicados en la revista josefina Xauxa; y es aquí, en la edición número 17, del año número IX y que corresponde a noviembre de 1950, en donde encontramos el momento de mayor trascendencia en la relación Monge-Rivera Martínez: La Cruz de Piedra, un intrigante y misterioso cuento escrito por el entonces joven de diecisiete años Edgardo Rivera Martínez, y que a manera de presentación, y utilizando las iniciales de P. S. M, el maestro Monge de 44 años suscribe el siguiente texto: Con ‘La Cruz de Piedra’ inicia su carrera literaria el joven Rivera Martínez.-Lector impenitente, ha barajado a todos los representantes de la literatura universal en un afán encomiable de acopiar concepciones estéticas y modelos de estilo para iniciar su propia elaboración literaria. Temperamentos y méritos como los de Edgardo Rivera Martínez justifican holgadamente que un profesor rompa sus normas de rígida imparcialidad para saludar al discipulo distinguido, con la seguridad de saludar en él a uno de los futuros escritores del Perú. Extraordinario augurio y de certero para el joven Edgardo. Obviamente las palabras de Monge revelan a un hábil lector de aptitudes y cualidades con una singular capacidad de intuición; Rivera Martínez, el año de 1993 ya ingresaba brillantemente al portal de los grandes escritores en el Perú y concitaba la atención del mundo entero, con su novela País de Jauja. Descubren también esas palabras, el inicio de una cercana y vital amistad de duración infinita, físicamente hasta cuando el incansable maestro de la luz y guerrero de la tiza cerró sus ojos para siempre en octubre del año de 1979. Correspondió Edgardo Rivera, el discipulo de ayer y amigo de siempre, al año siguiente con el cuidado de la edición y el prólogo de su primer libro Estampas a manera de un homenaje póstumo, encomiable labor realizada junto a don Miguelito Martínez, el profesor de la clásica boina negra. En él diría Rivera, en referencia a los textos que conforman dicho libro: (…) En todos ellos, por encima de lo inmediato y de lo anecdótico, subyace un profundo interés por el hombre, y, en particular, por el hombre modesto, la mujer del campo, el niño. Interés por sus actividades, sus costumbres, sus alegrías, sus sufrimientos. Y subyace, también, un profundo amor por la tierra luminosa del valle (…)

Posteriormente por la edición del libro Semblanzas de Pedro el del Quijote, trabajo compilatorio realizado en marzo del año 2001, por los profesores Henoch Loayza Espejo y Jaime Kato Casimiro y que contiene diversas apreciaciones sobre el trabajo intelectual del maestro Monge, más algunas de sus correspondencias entabladas con intelectuales de importancia en aquellos tiempos, y un breve resumen de su producción intelectual. Y en estos momentos por un trabajo que se viene realizando con el historiador Carlos H. Hurtado Ames y el prof. Gilberto Espinoza Peñaloza y que contiene en una serie de discursos inéditos el plasma de su pensamiento social y artístico; este libro que se publicará próximamente bajo el sello de Halckon Editores, renovará en forma absoluta la visión que se tiene sobre el trabajo y la posición intelectual que ocupó en su tiempo el escritor Monge Córdova.

Por otro lado, una anécdota de singular valía y que la recordamos con aprecio en estos instantes es la que nos contó un amigo, él rememora que don Pedrito a menudo se dirigía cruzando la plazuela del barrio de “La Samaritana” hacia su centro de trabajo, el Colegio de San José. En cierto momento él disfrutaba de una tarde infantil de juegos con sus amigos de barrio; y de pronto se presenta don Pedro cruzando la plaza, se detiene y observa un momento, luego se dirige hacia él, y acariciando su rostro con ternura le dijo: Si sólo pudieras caminar, ¡ el mundo cambiaría!, este mensaje obviamente en referencia a su condición de limitación física, pues él desde niño se desplaza en dos muletas, antes de madera y ahora de aluminio; quien sabe que con este mensaje don Pedro quizo desafiarlo permanentemente y por siempre a superar su condición física y más allá, a fracturar su limitación mental para prosperar en cualquier campo, de nuestro amigo Enrique “Kike” Pariona Camargo. Sin duda esta expresión de cariño paternal refleja la inmensa calidad humana y la fresca bondad de don Pedro; y sabemos, que siempre le rodeaba un aura de exquisita sensibilidad social.

Y hablando de sus Estampas; siempre es bueno volver a pasear por los clásicos de la literatura peruana contemporánea, para distinguir la buena escritura, al maestro del pelele; al maestro Monge Córdova y su magistral Estampas de Jauja. Estamos sin duda ante un escritor persuasivo y encantador, y que despierta con su pluma un extenso e infinito sentimiento de cariño y adhesión por nuestra tierra primigenia. Volver a pasear, y que mejor volver a releer; recordamos muy bien de cuando leímos el fantástico cuento de Jorge Luis Borges, Utopía de un hombre que está cansado; en una parte, durante el diálogo entre Eudoro Acevedo y Alguien, cuando Eudoro afirma que en su casa tiene más de dosmil libros impresos, no tan antiguos ni tan preciosos, Alguien, riéndose, replicó que nadie puede leer dosmil libros y que en sus cuatro siglos de vida no ha pasado de media docena, y aclara rotundamente que lo más importante no es leer sino releer. Entonces releamos Estampas de Jauja, solo lo mejor para cuatro siglos se relee; y es definitivamente, un libro esencial y necesario para todos los jaujinos y los que no lo son. Evidentemente, hablar de Estampas de Jauja es hablar de Pedro Susanívar Monge Córdova, un libro existencial y con elevado poder de evocación; leyéndolo viviremos la vida del mismísimo Pedro, viviremos la vida de nuestros padres y abuelos, indudablemente viviremos muchas vidas; es, categóricamente un pensamiento para sentir y descubrir el espíritu subyacente del hombre xauxa, en sus bailes y sus danzas, sus gentes y sus barrios. Es, en sí, un libro para ensimismarse en este momento, para pintarlo un día de viernes Santo; para crear y suspirar, repasar y bailar un sábado desde la mañana; para soñarlo despierto un fabuloso domingo de feria; en definitiva, para apachurrarlo todo contra nuestro corazón, para mimarlo hasta cuando el sol y la luna sean uno solo. Que precisamente así sea.

Finalmente. Y si llegaste a Jauja del extranjero o de otro lugar a pasar tus vacaciones, una, y la mejor recomendación es que lo leas aquí mismo, para que instantáneamente se reposicione en tu alma la nobleza del hombre xauxa. Y si te lo llevas para leer en otro tiempo, os te aseguro que sentirás toda una experiencia única y maravillosa dentro de ti. Y, y que tal si lo lees disfrazado de “chuto” en tu jardín de sol, quien sabe, reaparezca y se quede en tí ¡el hombre Jauja!

A dos generaciones de distancia y a casi treinta años de su viaje primordial, nos juntamos para siempre. (20 de marzo 2008)

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“País de Jauja”: De la novela a la realidad…

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País de Jauja, Santillana 2007
Por Darío A. Núñez Sovero
darionunezsovero@hotmail.com

Cuando concluí la lectura de esta hermosa y extraordinaria novela de Edgardo Rivera Martínez: “País de Jauja” (1), no pude menos que ensayar un envidiable orgullo por saber, íntimamente, que el autor siendo un jaujino notable, es en su diario acontecer una persona de una franciscana modestia y sencillez patética. El orgullo deviene del hecho de conocerlo, él sin saberlo, y haberlo visto, en mi niñez y adolescencia, recorrer las calles de Jauja transportando un asombroso silencio y una no menos metafísica mirada.

Cuando en el preámbulo de su obra el autor, dirigiéndose al lector, le advierte que en su novela hay “sin duda, bastantes elementos autobiográficos, pero es mucho mayor lo imaginado” (2) recuerda que su novela combina experiencias juveniles, su raigambre andina pero no por ello menos occidental, el descubrimiento del amor y el énfasis de ciertos personajes, como Abelardo y la tía Marisa, todos ellos al unísono en la consolidación de su vocación. Esta última afirmación se debe a que el autor, siempre recurriendo a su reclamada autobiografía, admite su entrañable amor por la música como su, entonces oculta y mayor, aspiración literaria, la que finalmente fue la que lo ha encumbrado como un autor de nota nacional e internacional.

País de Jauja 1993
País de Jauja, La Voz Ediciones, 1993. 515 pp.

Confieso que, sin embargo, antes de leer esta obra, pensaba encontrar en su contenido descripciones de Jauja de la década del 40 del siglo anterior, cronología en la que ubica el contexto de sus relatos tan preclaro autor, de aquella Jauja imaginaria de la que tanto nos hemos imbuido los naturales de ésta, para citar sus palabras, esplendente tierra; que iba a encontrar descripciones poéticas de nuestra Laguna de Paca, de la verdosa y deslumbrante campiña de Jauja, de sus riquezas coloniales, su comida exquisita y sin par, de sus monumentos arqueológicos o el sin fin de parajes maravillosos que indudablemente tiene nuestro terruño. Pero no, felizmente, el propio Rivera se encargó de advertirnos que mucho de su novela describe experiencias personales en la Jauja novecentista que nos dejó.

Amelia en Ataura Jauja
Sentada con vestido negro y sombrero blanco, se observa a Amelia Bonilla en Ataura – Jauja. Se aprecia la fusión cultural de lo occidental con el mundo andino. Foto Recopilada en el Concurso de Fotografías Antiguas “Jauja Recuerdos en Blanco y Negro”, participante: Trini Schutz.

Coincido con el autor a efecto de entender “País de Jauja”, como una fusión cultural entre lo occidental y lo andino, encuadrar a Jauja como una ciudad sui generis en dicho tiempo respecto a otras ciudades en los andes peruanos; la misma que se debió a la gran inmigración que hubo hacia Jauja por su clima que era vital para los que sufrían tuberculosis y asma.

Justo es, esta afirmación, la que nos empujó a atar algunos elementos autobiográficos que existen a lo largo de todo el relato. Me apresuro a expresar mis disculpas si existiera algún atrevimiento involuntario en mis afirmaciones, sin embargo quiero decir que, en todo caso, esta audacia deviene de algunas observaciones personales. Así es como dedujimos, en primer lugar, que el hermano Abelardo, del que con gravedad y respeto cita reiteradamente el autor, es nada menos que nuestro recordado Miguel Martínez Saravia, hombre cultísimo de admirada ascendencia en la formación de numerosas promociones del Colegio “San José” de Jauja. Es de sobra notorio que sin esta generosa compañía el autor no hubiera podido alimentar, en su adolescencia, una formación prolija de indispensable tendencia clásica. Era, pues, como lo admite Edgardo Rivera, su hermano, quién le seleccionaba los libros que debía ir leyendo y a quién acudía cuando quería encontrar enjundiosos comentarios tanto académicos como costumbristas. Era, en suma, una sombra tutelar, una guía paidética, al mejor estilo griego. En este acápite me atrevo a sustentar que siendo verdad la presencia decisiva de Miguel Martínez en la vida del autor de “País de Jauja” y siendo incuestionable la entrañable amistad y relación ideológica que existía, en vida, entre Miguel Martínez y Pedro Monge Córdova, indirectamente, éste último ha intervenido como parte del equipo formativo inicial de Edgardo Rivera Martínez. No quiero desmerecer la vocación autodidáctica de nuestro escritor, menos su rígida e intencionada formación académica, pero sostengo que este aserto es incuestionable, salvo, como dicen las comunicaciones escritas, error u omisión. Mi sustento se resume en la postulación de que tanto Miguel Martínez como Pedro Monge son las epónimas figuras que han aportado visiblemente en la formación del talento literario de nuestro escritor. Pero aquí surge otra pregunta: siendo Edgardo Rivera poseedor de un espíritu sensible de probada tendencia artística en el campo literario y musical, según propia versión novelesca, ¿por qué es que no descolló en la música como sí lo hizo en la novela? Aventuro la respuesta: Es que para esto último tuvo el aliento siempre atento y oportuno de Miguelito Martínez Saravia y Pedro Monge Córdova, mientras que para la música sólo tuvo una esmerada pero limitada maestra como Mercedes Chavarri, según la novela, que en verdad era doña Mercedes Dávila en la vida real, aquella amable señora esposa del conocido Carlos Ayllón, que en la obra es presentado como Carlos Baylón y que vivían en una casona de la cuadra 8 del Jirón Sucre en Jauja, además de la lega contribución que le brindaba su madre, especialmente para la recopilación y pulimento de la música andina de la que era muy afecta.

Jaujino japonés
Inmigrante japonés de los 40, maestro de karate y fotógrafo Soko Nakachi Higa, quien tuviera su estudio fotográfico frente al cine Colonial. Foto proporcionada por Rubén Casimiro Taipe en el concurso de fotografías de Jauja en blanco y negro.

Hay, en todo lo largo del relato, numerosísimas referencias que nos actualizan la memoria de lo que fue nuestra querida y nostálgica Jauja de la referida década. Debo relevar, entre otros más, que cuando el autor habla del peluquero Nakamoto y su proverbial humorismo de corte oriental, nos está mencionando a la peluquería que tenía en Jauja, el ciudadano japonés Alejandro Makino, el mismo que tenía como sede de su establecimiento, la cuadra 5 del jirón Grau y que estaba avecindado con otro hijo del país del “Sol Naciente”, don José Fukushima, también varias veces citado. La peculiaridad de estos hechos radica en el cosmopolitismo de Jauja de entonces: además de concentrar ciudadanos de distintas nacionalidades como el rumano Radulescu y otros japoneses residentes, desfilan a lo largo de las 662 páginas de esta novela personajes varios como los curas españoles del Convento de Ocopa, los curas italianos de la Parroquia de Jauja, la dama Awapara de ascendencia árabe, el usurero Kogan, etc. En contraste, ahí el lector hallará un encendido homenaje a la belleza eufónica de algunos apellidos quechuas como Pomasunco, Incamanco y Canchapoma (3). Esto me recuerda al diálogo que algún día tuvimos con ese notable pintor jaujino, ya desaparecido, Hugo Orellana Bonilla, quién no se hallaba en gracia con los apellidos que llevaba por su vacío contenido y su procedencia extranjerizante “me hubiese gustado, me dijo, apellidarme Carhuancho o Quispe o Yarihuamán ¡qué lindo!, todos con un alto contenido terrígeno”.

Jalapato en la Plaza de Jauja
Jalapato en el frontis de la Municipalidad de Jauja. A la izquierda se aprecia la elegancia de los ciudadanos jaujinos de la época y a la derecha, un conjunto de músicos liderados por el legendario acollino “Huachipso” Blancas. Foto Recopilada en el Concurso de Fotografías Antiguas “Jauja Recuerdos en Blanco y Negro”, participante: Manuel Velasco Aguilar.

Sería largo enumerar las citas de nombres imaginarios que se encuentran en el libro pero que, en verdad, se corresponden con nombres que han existido en la época en que se le ubican los relatos. Es sorprendente la descripciones mágicas del personaje Fox Caro y sus pronósticos sobre la sabiduría y la paz; indagando sobre él, he encontrado que de verdad éste existió y se trataba nada menos que del jaujino don Oscar Castro, fabricante de ataúdes de la cuadra 7 del Jr. Graú, en cuya puerta vendía panecillos y dulces de Jauja su esposa Margarita. Debo destacar, empero, dos cosas que a mi modo de entender son impostergables: el tratamiento narrativo que hallamos para nuestras fiestas costumbristas como la fiesta del “20 de Enero” y nuestras fiestas del cortamente carnavalesco. Sobre lo primero se encuentra que ya desde la época del siglo anterior era motivo de especial esmero el presentar una fiesta de gran colorido, con instituciones que hacían ensayos previos como el conjunto tunantero de los hermanos López, apellido ficticio para los hermanos Erasmo y Guillermo Suárez Zambrano, dirigentes del afamado conjunto “Centro Jauja” que hasta hoy existe gracias al entusiasmo y cariño de continuadores de la fiesta y a cuyos preámbulos gustaba de asistir el autor del libro. También, siempre con relación a la fiesta de Yauyos, encontramos una preocupación que muchos años después (hasta hoy) no puede ser superada: Los conjuntos de músicos, en general, en la música que interpretan, privilegian los saxofones y clarinetes en desmedro de las notas bellas que salen de los violines y arpas. Juzgo que este último juicio es tema palpitante que debería motivar un estudio para preservar y mejorar nuestra fiesta. El lector hallará, en este asunto, descripciones inmejorables escritas con una prosa perfecta, como “prefería caminar sólo, en silencio detrás del arpa, Cuánto me asombraban los tucumanos, con sus espuelas y sus lazos, y esa manera tan extraña de decir: !Cuidado con las siete puntas! Me hacían pensar en distancias inmensas, desoladas. Se diría que en ellos se juntan las figuras del bandolero, del pistacho, del condenado, y por eso el asombrado espanto que me inspiraban”(4).

Con relación a nuestros carnavales, es por todos conocido que ellos en el Valle de Jauja, se inician en los llamados jueves de compadres y comadres en el distrito de Paca. Allí, como hasta ahora, se acostumbra jugar con harta agua, harina y ortiga, confusión propicia para que algunos mozalbetes aprovechen de manosear indecente y morbosamente a algunas damas. Rivera reedita luego la tradicional presencia de la fiesta del cortamente de los barrios Huarancayo y La Libertad donde los cultores de la fiesta bailan, como don Manuel Irribarren (en alusión al extinto Alejandro “Chuyón” Palacios en la vida real) “con su figura alta y flaca, semejante a la de un torero y un estilo de renovada y justa fama” (5).

País de Jauja Peisa
País de Jauja. 548 pp. Segunda edición, marzo de 1996 PEISA

Leer “País de Jauja” es una experiencia de sempiterna recordación, una oportunidad de romántica regresión a nuestra adolescencia y la constatación de ameno estilo del autor. Debo decir, sin escatimar nada, que he hallado la ocasión de repasar muchas cosas y personas del terruño. Los jaujinos deberíamos de leer más de una vez esta hermosa obra, la cual, según admite el autor, fue elaborada paciente y cuidadosamente durante dieciséis años. Ahora poco, en un boletín que publica la Universidad Nacional Mayor de San Marcos se menciona a Edgardo Rivera como el jaujino universal. Y en verdad es gracias a él que Jauja da la vuelta al mundo en todos los idiomas. Gracias, Edgardo, por regalarnos esta visión de nuestra Jauja donde “Brilla el sol y el aire es límpido y clarísimo”.

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(1). RIVERA MARTINEZ, Edgardo. Pais de Jauja. Lima, Ed. Santillana. 2da. Ed. 2007. 662 pp.
(2). Ob.Cit. p.11
(3) Ob. Cit. p. 245
(4) Ob.cit. p. 243
(5) Ob.cit. p. 416

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