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“País de Jauja”: De la novela a la realidad…

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País de Jauja, Santillana 2007
Por Darío A. Núñez Sovero
darionunezsovero@hotmail.com

Cuando concluí la lectura de esta hermosa y extraordinaria novela de Edgardo Rivera Martínez: “País de Jauja” (1), no pude menos que ensayar un envidiable orgullo por saber, íntimamente, que el autor siendo un jaujino notable, es en su diario acontecer una persona de una franciscana modestia y sencillez patética. El orgullo deviene del hecho de conocerlo, él sin saberlo, y haberlo visto, en mi niñez y adolescencia, recorrer las calles de Jauja transportando un asombroso silencio y una no menos metafísica mirada.

Cuando en el preámbulo de su obra el autor, dirigiéndose al lector, le advierte que en su novela hay “sin duda, bastantes elementos autobiográficos, pero es mucho mayor lo imaginado” (2) recuerda que su novela combina experiencias juveniles, su raigambre andina pero no por ello menos occidental, el descubrimiento del amor y el énfasis de ciertos personajes, como Abelardo y la tía Marisa, todos ellos al unísono en la consolidación de su vocación. Esta última afirmación se debe a que el autor, siempre recurriendo a su reclamada autobiografía, admite su entrañable amor por la música como su, entonces oculta y mayor, aspiración literaria, la que finalmente fue la que lo ha encumbrado como un autor de nota nacional e internacional.

País de Jauja 1993
País de Jauja, La Voz Ediciones, 1993. 515 pp.

Confieso que, sin embargo, antes de leer esta obra, pensaba encontrar en su contenido descripciones de Jauja de la década del 40 del siglo anterior, cronología en la que ubica el contexto de sus relatos tan preclaro autor, de aquella Jauja imaginaria de la que tanto nos hemos imbuido los naturales de ésta, para citar sus palabras, esplendente tierra; que iba a encontrar descripciones poéticas de nuestra Laguna de Paca, de la verdosa y deslumbrante campiña de Jauja, de sus riquezas coloniales, su comida exquisita y sin par, de sus monumentos arqueológicos o el sin fin de parajes maravillosos que indudablemente tiene nuestro terruño. Pero no, felizmente, el propio Rivera se encargó de advertirnos que mucho de su novela describe experiencias personales en la Jauja novecentista que nos dejó.

Amelia en Ataura Jauja
Sentada con vestido negro y sombrero blanco, se observa a Amelia Bonilla en Ataura – Jauja. Se aprecia la fusión cultural de lo occidental con el mundo andino. Foto Recopilada en el Concurso de Fotografías Antiguas “Jauja Recuerdos en Blanco y Negro”, participante: Trini Schutz.

Coincido con el autor a efecto de entender “País de Jauja”, como una fusión cultural entre lo occidental y lo andino, encuadrar a Jauja como una ciudad sui generis en dicho tiempo respecto a otras ciudades en los andes peruanos; la misma que se debió a la gran inmigración que hubo hacia Jauja por su clima que era vital para los que sufrían tuberculosis y asma.

Justo es, esta afirmación, la que nos empujó a atar algunos elementos autobiográficos que existen a lo largo de todo el relato. Me apresuro a expresar mis disculpas si existiera algún atrevimiento involuntario en mis afirmaciones, sin embargo quiero decir que, en todo caso, esta audacia deviene de algunas observaciones personales. Así es como dedujimos, en primer lugar, que el hermano Abelardo, del que con gravedad y respeto cita reiteradamente el autor, es nada menos que nuestro recordado Miguel Martínez Saravia, hombre cultísimo de admirada ascendencia en la formación de numerosas promociones del Colegio “San José” de Jauja. Es de sobra notorio que sin esta generosa compañía el autor no hubiera podido alimentar, en su adolescencia, una formación prolija de indispensable tendencia clásica. Era, pues, como lo admite Edgardo Rivera, su hermano, quién le seleccionaba los libros que debía ir leyendo y a quién acudía cuando quería encontrar enjundiosos comentarios tanto académicos como costumbristas. Era, en suma, una sombra tutelar, una guía paidética, al mejor estilo griego. En este acápite me atrevo a sustentar que siendo verdad la presencia decisiva de Miguel Martínez en la vida del autor de “País de Jauja” y siendo incuestionable la entrañable amistad y relación ideológica que existía, en vida, entre Miguel Martínez y Pedro Monge Córdova, indirectamente, éste último ha intervenido como parte del equipo formativo inicial de Edgardo Rivera Martínez. No quiero desmerecer la vocación autodidáctica de nuestro escritor, menos su rígida e intencionada formación académica, pero sostengo que este aserto es incuestionable, salvo, como dicen las comunicaciones escritas, error u omisión. Mi sustento se resume en la postulación de que tanto Miguel Martínez como Pedro Monge son las epónimas figuras que han aportado visiblemente en la formación del talento literario de nuestro escritor. Pero aquí surge otra pregunta: siendo Edgardo Rivera poseedor de un espíritu sensible de probada tendencia artística en el campo literario y musical, según propia versión novelesca, ¿por qué es que no descolló en la música como sí lo hizo en la novela? Aventuro la respuesta: Es que para esto último tuvo el aliento siempre atento y oportuno de Miguelito Martínez Saravia y Pedro Monge Córdova, mientras que para la música sólo tuvo una esmerada pero limitada maestra como Mercedes Chavarri, según la novela, que en verdad era doña Mercedes Dávila en la vida real, aquella amable señora esposa del conocido Carlos Ayllón, que en la obra es presentado como Carlos Baylón y que vivían en una casona de la cuadra 8 del Jirón Sucre en Jauja, además de la lega contribución que le brindaba su madre, especialmente para la recopilación y pulimento de la música andina de la que era muy afecta.

Jaujino japonés
Inmigrante japonés de los 40, maestro de karate y fotógrafo Soko Nakachi Higa, quien tuviera su estudio fotográfico frente al cine Colonial. Foto proporcionada por Rubén Casimiro Taipe en el concurso de fotografías de Jauja en blanco y negro.

Hay, en todo lo largo del relato, numerosísimas referencias que nos actualizan la memoria de lo que fue nuestra querida y nostálgica Jauja de la referida década. Debo relevar, entre otros más, que cuando el autor habla del peluquero Nakamoto y su proverbial humorismo de corte oriental, nos está mencionando a la peluquería que tenía en Jauja, el ciudadano japonés Alejandro Makino, el mismo que tenía como sede de su establecimiento, la cuadra 5 del jirón Grau y que estaba avecindado con otro hijo del país del “Sol Naciente”, don José Fukushima, también varias veces citado. La peculiaridad de estos hechos radica en el cosmopolitismo de Jauja de entonces: además de concentrar ciudadanos de distintas nacionalidades como el rumano Radulescu y otros japoneses residentes, desfilan a lo largo de las 662 páginas de esta novela personajes varios como los curas españoles del Convento de Ocopa, los curas italianos de la Parroquia de Jauja, la dama Awapara de ascendencia árabe, el usurero Kogan, etc. En contraste, ahí el lector hallará un encendido homenaje a la belleza eufónica de algunos apellidos quechuas como Pomasunco, Incamanco y Canchapoma (3). Esto me recuerda al diálogo que algún día tuvimos con ese notable pintor jaujino, ya desaparecido, Hugo Orellana Bonilla, quién no se hallaba en gracia con los apellidos que llevaba por su vacío contenido y su procedencia extranjerizante “me hubiese gustado, me dijo, apellidarme Carhuancho o Quispe o Yarihuamán ¡qué lindo!, todos con un alto contenido terrígeno”.

Jalapato en la Plaza de Jauja
Jalapato en el frontis de la Municipalidad de Jauja. A la izquierda se aprecia la elegancia de los ciudadanos jaujinos de la época y a la derecha, un conjunto de músicos liderados por el legendario acollino “Huachipso” Blancas. Foto Recopilada en el Concurso de Fotografías Antiguas “Jauja Recuerdos en Blanco y Negro”, participante: Manuel Velasco Aguilar.

Sería largo enumerar las citas de nombres imaginarios que se encuentran en el libro pero que, en verdad, se corresponden con nombres que han existido en la época en que se le ubican los relatos. Es sorprendente la descripciones mágicas del personaje Fox Caro y sus pronósticos sobre la sabiduría y la paz; indagando sobre él, he encontrado que de verdad éste existió y se trataba nada menos que del jaujino don Oscar Castro, fabricante de ataúdes de la cuadra 7 del Jr. Graú, en cuya puerta vendía panecillos y dulces de Jauja su esposa Margarita. Debo destacar, empero, dos cosas que a mi modo de entender son impostergables: el tratamiento narrativo que hallamos para nuestras fiestas costumbristas como la fiesta del “20 de Enero” y nuestras fiestas del cortamente carnavalesco. Sobre lo primero se encuentra que ya desde la época del siglo anterior era motivo de especial esmero el presentar una fiesta de gran colorido, con instituciones que hacían ensayos previos como el conjunto tunantero de los hermanos López, apellido ficticio para los hermanos Erasmo y Guillermo Suárez Zambrano, dirigentes del afamado conjunto “Centro Jauja” que hasta hoy existe gracias al entusiasmo y cariño de continuadores de la fiesta y a cuyos preámbulos gustaba de asistir el autor del libro. También, siempre con relación a la fiesta de Yauyos, encontramos una preocupación que muchos años después (hasta hoy) no puede ser superada: Los conjuntos de músicos, en general, en la música que interpretan, privilegian los saxofones y clarinetes en desmedro de las notas bellas que salen de los violines y arpas. Juzgo que este último juicio es tema palpitante que debería motivar un estudio para preservar y mejorar nuestra fiesta. El lector hallará, en este asunto, descripciones inmejorables escritas con una prosa perfecta, como “prefería caminar sólo, en silencio detrás del arpa, Cuánto me asombraban los tucumanos, con sus espuelas y sus lazos, y esa manera tan extraña de decir: !Cuidado con las siete puntas! Me hacían pensar en distancias inmensas, desoladas. Se diría que en ellos se juntan las figuras del bandolero, del pistacho, del condenado, y por eso el asombrado espanto que me inspiraban”(4).

Con relación a nuestros carnavales, es por todos conocido que ellos en el Valle de Jauja, se inician en los llamados jueves de compadres y comadres en el distrito de Paca. Allí, como hasta ahora, se acostumbra jugar con harta agua, harina y ortiga, confusión propicia para que algunos mozalbetes aprovechen de manosear indecente y morbosamente a algunas damas. Rivera reedita luego la tradicional presencia de la fiesta del cortamente de los barrios Huarancayo y La Libertad donde los cultores de la fiesta bailan, como don Manuel Irribarren (en alusión al extinto Alejandro “Chuyón” Palacios en la vida real) “con su figura alta y flaca, semejante a la de un torero y un estilo de renovada y justa fama” (5).

País de Jauja Peisa
País de Jauja. 548 pp. Segunda edición, marzo de 1996 PEISA

Leer “País de Jauja” es una experiencia de sempiterna recordación, una oportunidad de romántica regresión a nuestra adolescencia y la constatación de ameno estilo del autor. Debo decir, sin escatimar nada, que he hallado la ocasión de repasar muchas cosas y personas del terruño. Los jaujinos deberíamos de leer más de una vez esta hermosa obra, la cual, según admite el autor, fue elaborada paciente y cuidadosamente durante dieciséis años. Ahora poco, en un boletín que publica la Universidad Nacional Mayor de San Marcos se menciona a Edgardo Rivera como el jaujino universal. Y en verdad es gracias a él que Jauja da la vuelta al mundo en todos los idiomas. Gracias, Edgardo, por regalarnos esta visión de nuestra Jauja donde “Brilla el sol y el aire es límpido y clarísimo”.

________________________
(1). RIVERA MARTINEZ, Edgardo. Pais de Jauja. Lima, Ed. Santillana. 2da. Ed. 2007. 662 pp.
(2). Ob.Cit. p.11
(3) Ob. Cit. p. 245
(4) Ob.cit. p. 243
(5) Ob.cit. p. 416

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Dos geografías para un autor

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Entrevista. EDGARDO RIVERA MARTÍNEZ

Edgardo Rivera

LOS CUENTOS DEL AUTOR DE “PAÍS DE JAUJA” ABORDAN LA RELACIÓN DE IDA Y VUELTA ENTRE LO AUTÓCTONO Y LO UNIVERSAL. EN SU LIBRO “CUENTOS DEL ANDE Y LA NEBLINA”, EL ESCRITOR REÚNE 44 AÑOS DE HISTORIAS

Por Enrique Planas


¿Cuál es la Jauja real, la ciudad actual o la que supo inventar en sus novelas un escritor como Edgardo Rivera Martínez? Si bien la pregunta es retórica, nos deja pensando en cuál es el mejor lugar para instalar nuestra vida: en la mediocre realidad o en el brillante sueño de la ficción. A Rivera Martínez le apena que su ciudad natal resulte tan distante de aquella urbe eterna encapsulada en su novela “País de Jauja”. “Se ha desmejorado muchísimo la Jauja que yo conocí en mi infancia –lamenta–. Entonces prevalecían los tejados, los muros blancos, los zaguanes. El afán por ‘modernizar’ perjudica no solo a Jauja sino a todas las ciudades de provincia”, comenta el escritor, quien cada vez que regresa busca los pocos refugios a salvo de la destrucción: calles como Alfonso Ugarte o La Samaritana, que aún conservan su perfil, o la casa que su abuelo materno mandó levantar a comienzos del siglo pasado en la calle San Martín. “¿Qué habría pasado si Jauja no hubiera dejado perder su pasado de esa forma?”, se pregunta el escritor, quien aclara que si bien la vieja Jauja no puede compararse con el esplendor del Cusco o la rústica belleza de Huamanga, reconoce en su modestia su encanto especial. Atracción que se conservará mucho más tiempo en las páginas de sus cuentos, escritos entre 1964 y el 2008, reunidos ahora en el volumen “Cuentos del Ande y la neblina” (Punto de Lectura).

jironsanmartin

Jirón San Martín – Jauja

Por primera vez hace evidente cómo en su obra no solo convergen las tradiciones, el imaginario o la mitología andina sino también el mundo urbano, limeño, desdibujado por su característica neblina.

Sí, de alguna manera esa ha sido la atención, colocando los Andes en primer lugar, pues soy fiel a mis raíces andinas. La mayor parte de mis cuentos están ambientados en los Andes, y varios de ellos no en Jauja sino en Huamanga, Ocongate, o Cusco. Pero también está presente la Lima de la neblina, la de los Barrios Altos, un poco decaída, casi en ruinas. En el caso de las novelas cortas, está la neblina de los malecones, de la cercanía al mar.

Uno siempre asocia el ande con la claridad, con un prístino cielo azul. La ciudad, por el contrario, es tan neblinosa como inasible. ¿Es así su forma de entender ambas geografías?

Son los temas que más atraen mi sensibilidad. En mis cuentos está presente un factor lírico. No en vano en muchos cuentos es muy importante la música y la danza. Es una manera de contraponer esos dos universos: en el andino prevalece el sol pero también la lluvia, a veces la nieve, es un mundo con raíces míticas, paisajes luminosos, verdes y dorados. Lima, de alguna manera, me es más distante, a pesar de que por cosas de la vida vivo en ella, a pesar de que dos años de mi infancia los pasé en Barranco, en la Bajada de los Baños. Mi visión es esa, centrada en los Andes pero con una apertura a Lima.

Usted es un escritor no muy interesado en la técnica sino especialmente en el trabajo con el lenguaje. Viniendo de una generación de escritores muy interesados en el laboratorio técnico, ¿cómo equilibra el estilo con la técnica?

Para mí es sumamente importante el lenguaje en función del lirismo de mis relatos. Me permitiría hablar incluso de efectos musicales del lenguaje. Son textos muy trabajados. Pero también me interesa la técnica…

La técnica como la construcción de diferentes narradores en sus historias…

Claro, la yuxtaposición de puntos de vista. Pero no soy un innovador. No me gusta la técnica por sí misma. Prefiero atenerme a lo que respecta al lenguaje, a su musicalidad, para que esta sea acorde al espíritu del personaje, a la atmósfera, al mundo interior que quiero transmitir al lector.

¿En sus primeros años de escritor, no sentía la presión de seguir las experimentaciones de moda en los tiempos del ‘boom’ latinoamericano?

No. En mis novelas, como “País de Jauja”, sí hay una cierta experimentación, como son los cambios de perspectiva del narrador. El Claudio adolescente, que escribe y cuenta la historia, y el Claudio ya en la madurez, que recuerda. Es como una composición musical a dos voces. Y en algunos momentos, resurge la voz de la tierra, del mito. En mi segunda novela, que no tuvo tanta difusión, trabajé de la misma manera. Pero en mis tiempos de estudiante de literatura y antes, en mis años de escuela tuve la suerte de encontrarme con personas que incentivaron mis lecturas y mi vocación. Gracias a que me iniciaron en el francés, los curas franceses que estaban en Jauja por razones de salud (aún Jauja era un centro para la recuperación de la tuberculosis) me hicieron descubrir a Marcel Proust, por quien tengo la más elevada estima, y que era toda una novedad en aquella época.

Pais_de_Jauja

¿Proust le ayudó a encontrar su personal construcción del mundo andino?

Así son las paradojas…

El libro trae dos excelentes relatos inéditos “Ileana Espíritu” y “El Tucumano”. En el primer cuento, es impresionante cómo una historia de desaparecidos por la violencia puede convertirse en un relato fantástico, en el que una madre que busca a su hijo adquiere una dimensión mítica…

Me rondaba el recuerdo de la violencia producto tanto del accionar del terrorismo como de algunos sectores de las Fuerzas Armadas. Y este personaje de la madre, que llega a adquirir una dimensión cuasi mítica (incluso se apellida Espíritu, un apellido que existe en la sierra), posee esta idea de espíritu que busca y busca el cuerpo de su hijo o tal vez lo que quedó de el. Poco a poco, en ese andar inacabable por las riberas del río Mantaro, ella se convierte en una suerte de espíritu al cual, incluso, se le hacen ofrendas. Digamos que el realismo que en un primer momento pudo haberme tentado a presentar la violencia con rudeza, por la vocación lírica que creo tener, se convierte en otra cosa, en la historia de un ser cuasi fantasmal que encarna la maternidad en toda su dimensión mítica.

“El Tucumano” es igualmente un cuento de corte fantástico pero totalmente festivo…

Así es. Es un cuento de alegría sobre un personaje misterioso que parece resurgir de los siglos de la Colonia. De hecho, existe esa danza que cuento en la historia. Se le llama la Tunantada, y es del centro del Perú. Nace del recuerdo de los mineros que venían de la lejana Argentina con sus recuas y caballos. Son danzas que a mí me impresionaron mucho de pequeño.

Gran parte de sus cuentos son de finales abiertos. Muchas veces en ellos irrumpe lo fantástico, lo imposible de comprender con la lógica humana. ¿Es consciente de que este tipo de final es una firma suya?

Soy consciente de ello, aunque no es deliberado. Literariamente me satisface, y es el carácter de mi narrativa. Es diferente a mi novela “País de Jauja”, una novela de la felicidad, que en muchos aspectos es de género realista. Es una propuesta literaria en la que yo insisto: fidelidad con las raíces andinas pero con una apertura a la universalidad y a la modernidad. Pero no una apertura que nos haga perder la identidad, como lamentablemente está sucediendo en gran parte del mundo con la globalización económica.

¿Usted cree que la globalización cultural influye en la literatura peruana?

Creo que sí, con lo cual no quiero decir que la desvalorice. Creo que siempre hay en el Perú una literatura de centro, Lima fundamentalmente y una literatura de periferias que se escribe en las provincias costeñas y de la sierra. Veo ahora mucha inquietud, hay muchos clubes literarios en provincias. Está también la literatura de las fronteras, la literatura oral de los pueblos amazónicos. Lo decía ya Mariátegui: lo andino es el factor determinante de nuestra identidad. No en vano los arqueólogos nos recuerdan que el calificativo de andino se extiende a manifestaciones culturales tanto de la costa como de la sierra.

¿Pero qué es lo andino ahora? ¿Lima es una nueva forma de entenderlo?

Lima se ha andinizado mucho con las migraciones. Y a partir de eso se producen manifestaciones que ahora pueden parecernos híbridas, pero que no sabemos cómo será más adelante. Igualmente, cuando llegaron los conquistadores, las culturas andinas asimilaron mucho de las danzas y los personajes venidos de la Colonia. ¿Cómo acabará eso? No lo sé. La pérdida de identidad es algo que veo con alarma. ¿Cómo conciliar la globalización cultural con nuestra identidad? La aparición del rock andino, por ejemplo, es algo que llama mi atención…

Usted que es un incansable traductor de relatos de viajeros europeos al Perú. ¿Cuánto encuentra de esa fascinación en su literatura?

Creo que no la hay. Pero escribir una novela es también emprender un viaje, cuyo destino podemos presentir pero que puede cambiar. Mi tesis doctoral en San Marcos fue: “El Perú en la literatura de viajes de los siglos XVI, XVII y XVIII”. He tenido la oportunidad de traducir a viajeros y de hacer antologías de sus testimonios, algunos de ellos novelescos, como el de Paul Marjuán, que vivió en la sierra y la selva, confundiéndose con los campesinos, o el de un pirata apresado por los españoles que se escapó de las manos de la inquisición y se quedó una larga temporada en el Perú. Él habla flores de Lima y de las limeñas, con quienes llevó una vida galante y muy satisfactoria…

¿Nunca esos personajes se han deslizado a un proyecto de cuento o novela?

Son personajes ajenos. No he querido adoptar la mirada de esos viajeros porque he preferido atenerme a mi propia imaginación. Sin embargo, igual me ha complacido la labor de estudioso y traductor de viajeros.

Sé que tiene bastante avanzada una próxima novela…

Soy supersticioso en solo una cosa: hablar sobre las cosas que publicaré. Prefiero no hacerlo. Solo puedo mencionarte que el título será: “Diario de Santa María”.

PERFIL

edgardojauja

NOMBRE: Edgardo Rivera Martínez (Jauja, 1933).
TRAYECTORIA: A pesar de tener textos publicados desde los años 60 (su libro de cuentos “El unicornio” es de 1964), solo a finales de los 70 será reconocido como uno de los narradores más originales de nuestra literatura peruana. Su novela “País de Jauja” (1993) es su obra más importante y fue finalista en el prestigioso Premio Rómulo Gallegos, además de haber sido elegida, según una encuesta entre críticos y escritores del grupo Apoyo, la obra narrativa peruana más importante de la última década del siglo XX.

Fuente: Diario El Comercio
http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2008-05-04/dos-geografias-autor.html

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HISTORIAS LÍRICAS

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martinez

:: EDGARDO RIVERA MARTINEZ AÑADE DOS CUENTOS INEDITOS A LA REUNION DE SU NARRATIVA BREVE, SIGNADA POR UNA PROSA POETICA

Carlos M. Sotomayor

En medio de una grisácea tarde miraflorina, la textura cálida de la voz de Edgardo Rivera Martínez sirve de entrañable cobijo a una amena charla sobre su obra, a propósito de la publicación de Cuentos del Ande y de la neblina (Punto de lectura, 2008), libro que recoge su cuentística completa, más dos relatos inéditos como bonus tracks.

Correo: El título de esta reunión de sus cuentos completos alude a los lugares en los que se ambientan sus relatos…

Edgardo Rivera Martínez: Como anteriormente, en el año 1999 apareció una edición de Alfaguara con cuentos completos, no se podía repetir el título, más aún porque este volumen reúne cuentos incluidos en aquella edición más los publicados en Alfaguara en un libro que tiene como título Danzantes de la noche y de la muerte, más dos cuentos inéditos que son de este año. Entonces como el escenario predominante es el andino, pero está también presente Lima, se le puso de título Cuentos del Ande y la neblina.

Correo: Esa relación armónica que se da en su literatura entre lo andino y lo occidental, ¿tiene relación con su infancia en Jauja?

Edgardo Rivera Martínez: Naturalmente con mi infancia en Jauja, y por el hecho, que siempre he remarcado, que Jauja fue una ciudad que tenía una presencia foránea fuerte, por razón de su clima, entre mediados del siglo XIX y mediados del XX. Incluso venían de Europa para curarse de la tuberculosis. Por eso, un viajero francés, allá en 1875, dijo que en Jauja había una pequeña sociedad cosmopolita.

Correo: ¿En qué momento es consciente de que esa relación entre lo andino y lo occidental se refleja en su obra?

Edgardo Rivera Martínez: En realidad es una toma de conciencia desde mis primeros relatos. En El unicornio de 1964, por ejemplo, aparece en un pueblo andino nada menos que un unicornio, que es un ser de la mitología europea. Pero, por qué no, si hay sirenas tocando el charango en la fachada de uno de los templos coloniales, creo que en Pomata. Por otro lado, pienso que en este mundo globalizado, y a mi modo de ver cada vez más injusto, es importante preservar la identidad propia, pero no negarse a la modernidad. Hay que abrirse también a ella. Lo cual es bastante difícil.

Correo: ¿De dónde viene el lirismo de su prosa? ¿De la poesía?

Edgardo Rivera Martínez: Mi narrativa es fundamentalmente de carácter lírico. Incluso, dos o tres relatos míos son de alguna manera poemas narrativos en prosa, como Amaru, Angel de Ocongate o Leda en el desierto. Y también lo lírico tiene importancia en mis dos novelas, especialmente en País de Jauja que presenta un mundo feliz, como han remarcado algunos críticos, y que termina con una frase reveladora: “Brilla el Sol y el aire es límpido, clarísimo”.

Correo: No hace mucho se reeditó, nuevamente, País de jauja, quizás su más celebrada obra. ¿Cómo ve a aquella novela a la distancia?

Edgardo Rivera Martínez: Esa novela fue en gran parte por la añoranza de los días felices de mi infancia y sobre todo de mi adolescencia. Hay quienes desde el sicoanálisis piensan que en el arte se crea a partir de sentimientos de culpa. Yo pienso que para unos es verdad, pero para otros no. Y la prueba para mí ha sido País de Jauja que es la evocación de un mundo feliz. Y de alguna manera lo es mi segunda novela Libro del amor y de las profecías, que no obtuvo la misma difusión.

Correo: La música es importante en su narrativa, y la figura del danzante es recurrente en su obra. Pienso en Angel de Ocongate, en Danzantes de la noche y de la muerte y en el reciente El tucumano.

Edgardo Rivera Martínez: Claro, porque mi contacto con el mundo andino no sólo era a través del mundo de las leyendas y de los mitos, sino también de la música. E inevitablemente también con la danza. Y danzas propias de la zona central del Valle del Mantaro. Y danzas de origen andino y colonial, porque hay personajes que se remontan a la colonia, como por ejemplo el tucumano.

Correo: En una oportunidad le comentaba que me llamaba la atención que la mayoría de sus relatos tengan un final abierto. ¿Es deliberado? ¿A qué se debe?

Edgardo Rivera Martínez: Entiendo que es a la vez deliberado e inconsciente. Mi proximidad a la poesía y a lo lírico me hace inclinarme por los finales abiertos, en los que el lector elige, opta por una solución, pero en función de la cadencia y atmósfera del texto.

Correo: Usted ha abordado la novela y el cuento, ¿tiene predilección por alguno de estos dos géneros?

Edgardo Rivera Martínez: Parecería que por el cuento, pero en realidad por ambos géneros literarios. Actualmente estoy terminando una novela sobre la cual prefiero no hablar, salvo mencionar que se titula Diario de Santa María, ambientada también en la Sierra, pero también con esa apertura a la cual ya me he referido: que es reflejo de mi propia vida.

Fuente: Diario Correo
http://www.correoperu.com.pe/paginas_nota.php?nota_id=68461&seccion_nota=4

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‘Se puede tener desarrollo sin sacrificar lo propio’

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edgardo

:: EL ESCRITOR EDGARDO RIVERA MARTÍ­NEZ CONCILIA LO ANDINO CON LO OCCIDENTAL

Edgardo Rivera Martí­nez acaba de publicar Danzantes de la noche y de la muerte y otros cuentos (Alfaguara, 2006), un libro en donde se aprecia, además de una prosa insuflada de lirismo y atmósferas de corte fantástico, la vigencia de un autor apasionado por su arte.

Carlos M. Sotomayor

Correo: Una caracterí­stica de su literatura es la presencia armónica de lo andino con lo occidental…

Edgardo Rivera Martí­nez: Un viajero francés cuenta que hacia 1875 encontró en Jauja una pequeña sociedad cultivada, conformada tanto por la clase media del lugar como por los extranjeros asentados allí­. En Jauja, los curas encargados de la parroquia, desde mucho antes que yo naciera, eran franceses. Uno de ellos, generosamente, accedió a enseñarme francés. En mi casa estábamos en contacto con los campesinos, porque tení­amos pequeñas propiedades. Hablábamos con ellos, participábamos de las fiestas. Eso explica esa cercaní­a de lo andino y lo universal. Reconociendo yo, como muchos de mis paisanos, que nuestras raí­ces eran, antes que nada, andinas.

Correo: Algunos crí­ticos, al referirse a esta convivencia armónica, emplean el término “utopí­a”.

Edgardo Rivera Martínez: Es una utopí­a, pero no en lo que la palabra puede tener de un orden trazado intelectualmente y que se aspira imponer aunque sea por la fuerza, sino la utopí­a como algo, ojalá, realizable en términos humanos. Con la globalización nos encaminamos a una desaparición de las tradiciones culturales nacionales, a la uniformalización bajo el dominio del capital y del consumo.

Correo: En su obra se observa la presencia de elementos mitológicos…

Edgardo Rivera Martínez: Mi primer libro de cuentos se tituló El unicornio. En ese cuento sucede que un maestro de escuela de los andes se encuentra, en su pequeño pueblo, con un unicornio nada menos, que es un ser de la mitologí­a europea. Después yo recordé que cuando fui al altiplano hay, pues, en las fachadas, en los relieves, sirenas entre ángeles y frutos tropicales. Y las sirenas son de la mitologí­a europea. O está presente el Amaru que sí­ es un ser de la mitologí­a andina. Incluso hay un relato mí­o que se titula precisamente “Amaru”, y también está presente en mi novela Paí­s de Jauja.

Correo: Se observa también su afición por la mitologí­a helénica…

Edgardo Rivera Martínez: Sí­, porque cuando ingresé a la Universidad de San Marcos, a Letras, pensé que mi camino estaba orientado a los estudios clásicos, y encontré la ayuda de Fernando Tola, un gran maestro y estudioso de la literatura clásica, formado en Europa, que después se dedicó al estudio del sánscrito y que ahora vive en Buenos Aires. Yo fui su asistente de griego de literatura griega. Estudié esas asignaturas a fondo.

Correo: La música es otro elemento recurrente en su literatura, incluso, en Paí­s de Jauja, el protagonista toca el piano. ¿Usted lo toca?

Edgardo Rivera Martínez: Tocaba. Ahora poco a poco lo he ido dejando. Pero en una época, cuando era adolescente, pensé en dedicarme a la música. Incluso fui al Conservatorio, pero vi que mi camino estaba más por las letras. Además, para la música hay que empezar muy temprano.

Correo: ¿Qué le parecen los premios obtenidos recientemente por escritores peruanos?

Edgardo Rivera Martínez: Lo celebro, pero lamento mucho que en el Perú haya poquí­simos premios literarios y que éstos no tengan la misma recompensa ni trascendencia: el Cope, el Premio de Novela Corta del Banco Central de Reserva. Sólo dos veces me he presentado a concursos: con Angel de Ocongate gané el Premio de Caretas, y Paí­s de Jauja fue finalista del Rómulo Gallegos. Después no, porque he pensado que mi temática no es la que prefieren las grandes editoriales. Es otro el tipo que prefiere la industria editorial: una temática actual.
Fuente: Diario Correo
http://www.correoperu.com.pe/paginas_nota.php?nota_id=24739&seccion_nota=4

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