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Carlos H. Hurtado Ames
No recuerdo exactamente cuándo fue la primera vez que fui a la Biblioteca Municipal de Jauja, pero fue un verano de las vacaciones en que solía volver a Jauja cuando estaba en el pregrado en San Marcos. De esa primera visita recuerdo que quien estaba a cargo como bibliotecario era Arturo Mallma, quien tenía un gran conocimiento de la bibliografía jaujina y de la colección de libros que tenía esta biblioteca, lo que en muchos sentidos, en ese momento, fue un agradable descubrimiento. De esa fecha hasta el presente he regresado siempre que he podido innumerables veces. En este tiempo, he visto pasar a varias personas como encargadas de la biblioteca luego de que Arturo dejara el cargo al encontrar nuevos horizontes en la Universidad del Centro. A excepción de él y del profesor Gilberto Espinoza –ambos puestos durante las gestiones del ex alcalde Balvín Martínez, que, en sentido, hay que reconocer, no fue nefasto– ninguna de estas personas reunía el perfil necesario para estar al frente de una entidad de esta naturaleza. Se trataba de personal administrativo de la Municipalidad que habían sido puestos ahí, en algunos casos y por increíble que pueda parecer, a manera de “castigo”, según propia versión de los aludidos, lo que muestra la importancia que se le ha solido dar a la cultura en Jauja por parte de las autoridades de turno. Lógicamente que en este contexto, la biblioteca ha ido languideciendo paulatinamente. Actualmente su situación no puede ser menos que preocupante, quizás hasta desastrosa.
Uno de sus primeros problemas es su local. En la época de Mallma estuvo ubicada dentro de la misma Municipalidad aunque casi hacinada; después se pasó a la casa de Pedro Monge en el barrio de La Samaritana; luego se la instaló en el segundo nivel del Mercado Modelo y finalmente, con esta gestión, se volvió a la casa de Monge. La razón del porque la biblioteca se trasladó dos veces a la casa de Monge estriba en el hecho de que él, mediante cláusula testamentaria, donó su biblioteca particular de más de cinco mil volúmenes a la Biblioteca Municipal, con la condición de que se queden en su casa, que también donó al Municipio. Sin embargo, el asunto es que, debido a su lejanía del centro, los lectores simplemente no van ahí. Esta es la razón, seguramente, por la que se vio por pertinente hacerla funcionar en el local del jirón Bolognesi sobre el Mercado Modelo, donde tenía una vida más activa en cuanto a lectores, principalmente escolares, que cuando se ubicaba en La Samaritana. No obstante ello, a los genios de los regidores que han entrado en esta gestión, no se les ha ocurrido mejor idea que llevarla nuevamente al otro lado de la ciudad, obviamente sin conocer ni importarles nada.
Otro asunto es la organización misma de la biblioteca. En principio, actualmente los libros están mesclados, entreverados, no hay un orden, no tienen clasificación, lo que permite que fácilmente se pierdan. Por ejemplo, me acuerdo que había como diez ejemplares de la primera edición de Cuentos Populares de Jauja, de Pedro Monge, ahora no hay ni uno; igualmente, había varios ejemplares de Imagen de Jauja, de Edgardo Rivera Martínez, ahora apenas hay sólo uno. Por supuesto que no hay ficheros ni catálogos ni nada que se le parezca. Muchos de los estantes, además, están sumamente deteriorados. Al menos durante el tiempo de Mallma y el profesor Espinoza había un mínimo orden. Lo que ha sucedido es que, en este último traslado, se han acomodado los libros a la diabla, como se suele decir. Después, no sé desde cuando no se compra un libro para la biblioteca, sus últimas adquisiciones son básicamente donaciones. ¿Existirá alguna partida para ello? Llegaban antes libros de la Biblioteca Nacional y del Concytec porque la biblioteca estaba afiliada al Sistema Nacional de Bibliotecas, pero ahora no llega nada porque no se ha hecho la renovación respectiva, lo que, en definitiva, es una cosa sumamente sencilla.
Evidentemente esta situación no es culpa de quienes son o han sido responsables de la biblioteca porque, simplemente, han estado desprovistos de un conocimiento mínimo sobre el manejo de este tipo de instituciones, ni tampoco tienen o han tenido la sensibilidad humanística necesaria que da el saber. No sé porque las autoridades en Jauja han visto a la cultura como la última rueda del coche, lo que es y ha sido parte de un problema estructural en esta ciudad. Lamentablemente tampoco ahora es la excepción. La actual persona que atiende me comentó que le había informado al Gerente Municipal el tema de la poca o casi nula concurrencia de lectores a la biblioteca debido a su actual ubicación, ante lo que éste no tuvo otra mejor idea que decirle “entonces la cerraremos”. Lo desconcertante y patética de esta respuesta, independientemente de su inviabilidad, deja patente el nivel de algunos altos funcionarios que actualmente están en el Municipio, y deja pocas expectativas a lo inmediatamente venidero. Sinceramente, con este tipo de mentalidad no se puede hacer mucho. Bajo ningún punto de vista se debe permitir que la biblioteca cierre, lo que sería un atentado de lesa cultura y un acto de severo desprecio a la historia y cultura de Jauja; pensarlo siquiera es una completa aberración.
Creo que la biblioteca debería volver a funcionar en el centro de la ciudad donde volvería a tener un cierto tipo de dinamismo y convertirse en el eje cultural de Jauja. Realizar un orden mínimo es más que urgente. Para ello, creo, que lo más adecuado, y por lo que se le agradecería eternamente al Alcalde, es contratar los servicios de un bibliotecólogo que realice un cambio y una transformación estructural. Es claro que no hay lectores porque no hay un plan de incentivo a la lectura; es inaudito que no haya actualmente ni siquiera un periódico mural o algo que se le parezca, que varios cuadros valiosos (hay algunos de Wenceslao Hinostroza, Ernesto Bonilla y Hugo Orellana) que son parte de su patrimonio estén almacenados en algún cuarto empolvándose, en vez de ser parte de una muestra permanente. Sólo a partir de un real cambio de la situación en que actualmente se encuentra –que corresponde a una decisión política–, la biblioteca puede proyectarse a cosas más complejas y buscar los tantos apoyos que hay a las iniciativas culturales locales, establecer convenios, afiliarse a las redes de bibliotecas, tanto en el Perú como afuera, solicitar donaciones y realizar actividades de fomento cultural, como conversatorios, recitales, exposiciones permanentes, como sucede en cualquier biblioteca del mundo.
Ahora que todo el mundo en Jauja habla del aeropuerto –y donde algunos se aprovechan de ello para decir estupideces en las redes sociales con tal de parecer críticos e inteligentes–, quizás algunos puedan pensar que este es un asunto menor y sin importancia. Ello es un error, y es necesario reiterarlo todas las veces que se pueda. La cultura es requisito y condición de progreso. En más de una ocasión Edgardo Rivera Martínez me dijo que tenía la intención y voluntad de donar su biblioteca a la Biblioteca Municipal de Jauja. Con profunda pena tuve que sugerirle que no lo hiciera, no en las actuales condiciones por lo menos.
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