Entrada al Hospital Domingo Olavegoya, se observan frondosos árboles que dieron sombra y sosiego cuando la desesperanza y la enfermedad asolaban. Foto Recopilada en el Concurso de Fotografías Antiguas “Jauja Recuerdos en Blanco y Negro”, participante: Pedro Galarza Mercado
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El tema de Jauja será siempre ocasión convocante de la febrilidad para todos quiénes hemos tenido la oportunidad de nacer en esta bendita tierra. Ninguna distancia ni tiempo han permitido que quienes vivimos lejos de ella la hayamos exiliado de nuestra memoria, por eso hoy que deslizo esta glosa muchas vivencias vienen a nuestros recuerdos. Desde nuestra infancia hasta la exactitud de este tiempo, período aciago de nuestra vida, Jauja es el leit motiv de nuestra modestas reminiscencias.
Pila de Piedra en la Plaza de Armas de Jauja matizados con los aromas y colores de la vegetación andina. Foto Recopilada en el Concurso de Fotografías Antiguas “Jauja Recuerdos en Blanco y Negro”, participante: Pedro Galarza Harth
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Nuestros abuelos, con la generosidad de sus cansinas experiencias, nos relataban, cuando niños y entre muchos comentarios terrígenos, sobre la ahora perdida verdosidad del paisaje jaujino. Supimos así, escuchando incontables y amenos relatos, que nuestra plaza principal era una de las más bellas del centro del país, que ella estaba ataviada con imponentes árboles de eucalipto. Además tenía una glorieta de ensueño donde se enseñoreaban bandas de música para aumentar el frecuente contento ciudadano y que apenas hemos podido conocer por furtivas fotografías que inquietos jaujinos publican periódicamente en revistas y exposiciones locales. De esta poética y empedrada plaza, al medio de la cual, como atento vigía se ubicaba el puesto de periódicos del fenecido Pánfilo Cáceres (como es citado en el libro “Pais de Jauja”), guardo un recuerdo que no quisiera esconder: por el año 1968 se realizó en el Cine Colonial un homenaje a la poetisa Julia Victoria Martinez Vda. De Cordero, ocasión que ella vio como propicia para recitar este cuarteto: Una plaza/ un parque/ pasa el flaco Canales en su roja bicicleta,/ ¡Pánfilo!/ Jauja.
También nos relataban de la especial experiencia que significaba ir al cementerio, para visitar a nuestros difuntos o sepultarlos en aciago cortejo, luego de pasar las históricas y hoy desaparecidas canchas de tennis y atravesar ese pasadizo incomparable de quinientos metros, mas o menos, en medio de incontables árboles en cuyas frondosas copas miles (si, miles) de pajarillos gorgojeaban sus melodiosos trinos que, cual edulcorada sinfonía, encandilaba nuestros oídos; esta sola vivencia demostraba la paz interior que animaba nuestros espíritus cuando llenos de recogimiento visitábamos a nuestros ancestros. Verde era, también, el antiguo caminito que ahora se llama avenida Francisco Carlé, en cuyas márgenes, vigorosos eucaliptos, como celosos centinelas despedían a presurosos viajeros que ansiaban llegar a sus destinos. Verde eran los espaciosos jardines de nuestro Hospital Olavegoya custodiados por corpulentos cipreses que algún desnaturalizado Director mandó talar y que centenas de enfermos de TBC, hoy recuperados, deben evocar con nostalgia cuando restañaban sus carencias en los espaciosos pasadizos donde, en retahíla, se afilaban camas blancas con sus enfermos huéspedes. Y más recientemente, todos recordamos el verdor exuberante de nuestra Avenida Ricardo Palma apostado por decenas de árboles de fresno que imprimían un colorido especial al visitante y que, ¡oh! mercantilismo desgraciado, fuera barrenado por inescrupulosos comerciantes porque, dizque, impedían la visión de sus carteles o eran escondrijo de maleantes que en las noches se agazapaban para asaltar peatones (argumento pueril que no justifica la tala). En fín, verdes eran las campiñas que se agolpaban por nuestro parque chino (hoy local del ISP “Pedro Monge”), verdes eran los parajes del cerco Juan chicha (atravesado por la hoy Vía de Evitamiento) en cuya antesala, cual topos, se agazapaban los “chahualeros” en espera de ansiosos amantes que iban a saciar su ayuno libidinoso bajo las sombras alfombradas de champa de añosos eucaliptos y verdes eran los parajes que rodeaban la canchita del Maracaná (lugares donde hoy se ubican el Módulo de Justicia y la llamada urbanización Miguelito Martínez). Era explicable, pues, que con tánta naturaleza verde de por medio nuestra ciudad amaneciera diariamente en medio de cendales sonoros que iban forjando el espíritu xauxa como un espíritu exquisito y refinado, no por gusto la posteridad motejó a nuestra ciudad como la tierra de artistas y poetas. Yo no sé si la mal llamada modernidad permitió que toda esa belleza encantadora que daba a Jauja el señorío de sus arboledas fuera barrida inmisericordemente, o fue el espíritu de lucro de sus propietarios que permitió que por unas cuantas migajas generaciones posteriores de jaujinos no gocen del esplendor de esos paisajes. El asunto es que hoy Jauja luce devastada, como una ciudad rodeada de páramos que quienes hoy la evocamos quisiéramos retome su prestancia paisajistica anterior.
Corazón de plaza jaujina que resalta por su belleza arquitectónica y verdor natural, Foto Recopilada en el Concurso de Fotografías Antiguas “Jauja Recuerdos en Blanco y Negro”, participante: Pedro Galarza Harth
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Esta remembranza obligatoria nos asiste a raíz de haber encontrado, en Internet, una convocatoria para sumarnos al entusiasmo de jóvenes jaujinos que pretenden, con iniciativa singular, mostrar al mundo las imágenes de una Jauja en blanco y negro que es difícil de olvidar. Ojalá que los jaujinos que la lean colaboren con esta promoción que le hará mucho bien a nuestra ciudad enviando algunas fotografías antiguas de la Jauja que ya se fue.
He querido reservar para un acápite especial algo que me ha costado, primero, pedir permiso para decirlo. Luego, relatar con íntimo regocijo algunas jocosidades con relación a los locos de Jauja. Si, de aquellos personajes que dejaron una impronta en nuestras vidas por una serie de circunstancia que paso a comentar. Todavía están frescos en nuestro recuerdo las imágenes del afiebrado trajín del “loco” Pedro Balvín que, embutido en su mameluco caki y siempre descalzo, desplazaba su corpórea humanidad por las calles jaujinas; su sola presencia motivaba que jóvenes y señoritas buscaran refugio que los salve de algún sorpresivo arrebato de este personaje singular. Las imágenes de nuestro “ninucha” también vienen a esta hora del recuerdo; él con su casco bacinica en la cabeza, como un Romeo flamante no escatimaba madrigal para cautivar vanamente (dada su maloliente presencia) a cuanta dama jaujina se le cruzaba, haciendo honor a los ojos verdes que poseía y que le incorporaban un “encanto” especial Es difícil archivar los recuerdos de otro “loco cerebral” como lo fue el “loco” Alcántara, aquel displicente profesor de Educación Física del centenario colegio josefino, quién diariamente no cesaba en sus puyas verbales para que su colega, el “negro” Susaníbar, las escuche cuando daba sus clases en el lado del frente del patio colegial. También evoco a nuestros loquitos más recientes y en este apéndice no puedo callar la bonhomía y a la vez díscola presencia de personas cuya locura era atribuida por los coetáneos pero que en realidad tenían ocurrencias originales que les costaron el apelativo de “loco” cuando en verdad no lo eran. Me tocó compartir correrías con el “loco” Canales, quién enamoraba damitas jaujinas con atrevidos piropos y, probablemente para enfriar su febril cabeza, solía irse de caza en vehículos que lo dejaban en la cumbre de Ticlio para desde ahí retornar a pie por las cordilleras que dan a Pachacayo. Cómo esconder, además, lo atípico de la conducta del “loco” Florentini cuya generosidad ha posibilitado la remodelación de la plazuela Samaritana y la remodelación del piso de nuestra iglesia, en su calidad de Tesorero. Cómo callar la originalidad del “loco” Magno Rojas, gracias a cuyo entusiasmo hoy tenemos a nuestra disposición la plaza “Juan Bolívar Crespo” de Yauyos. O las ocurrencias del “loco” Misari que alegraba las noches de carnaval jaujino con su orquesta “Los locos del ritmo”. Cómo silenciar el desprendimiento del “loco” Marcelo Robles y su demencial tarea de tener expedita la capilla de su “Huarancayo de mis penas” cada vez que se aproximaban los carnavales . Ellos son, entre otros, “descerebrados” que nunca olvido, y que han hecho de nuestro terruño, un lugar de grata plática.
No puedo afirmar, por una infeliz coincidencia, que debamos a ellos el triste privilegio de tener en la región centroperuana el único pabellón psiquiátrico, Lo real es que la presencia de estos personajes le daban a nuestra ciudad un aire de especial encandilamiento que hoy lastimosamente ha desaparecido. ¡Loor a los “locos” de Jauja!, felizmente casi todos son nuestros amigos y comprenderán lo especial de esta nota con el atenuante de que casi todos, excepto el primero, no tenían daño cerebral de allí que sus locuras siempre inofensivas fueron motivo de jocosos momentos que arropan nuestro invierno. Estas evocaciones, naturalmente, están dirigidas a aquellos jaujinos que ya cuentan con varias décadas de edad en su haber, queda en el tintero otras dirigidas a personas más jóvenes. Un abrazo a todos.
cumpa: no se puede olvidar al loco Balvin . su familia tenia una tienda frente al antiguo local del Colegio San Jose, sus aparciones intempestivas especialmente en las ferias de los miercoles y domingos , solia dar ese colorido que sielenciosamente ,pero a soto voce,sorprendia a mas de una damita . Y GRACIAS COMPADRE POR ZAMBULLIRNOS EN NUESTRO PASADO . ELIAS
New York,Setiembre 27,2008.
Mi querido y buen amigo "Torito";
JAUJA A SOTTO VOCE,es un articulo escrito con emocion sincera y exquisita delicadeza que,solo los autenticos jaujijnos como voce,nos hacen revivir hechos y personajes de nuestra provincia. A manera de autodefensa;siempre existieron y existen "locos" buenos y malos:"por sus hechos los conocereis".Para mi jaujita desearia que se multipliquen los buenos locos.
Desde mi exilio voluntario, Marcelo Ricardo Robles Roman
gracias por la mención a mi abuela la poetisa Julia Victoria Martínez vda. de Cordero