El metalenguaje de la Huailigía

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Darío A. Núñez Sovero

En la navidad el mundo entero se conmueve porque le recuerda el advenimiento, hacen más de dos mil años,  del niño Jesús. Esta natural conmoción es mayor en el mundo andino donde cobra ribetes de eclosión, no solo porque le dice al hombre que es posible cambiar al mundo a través del amor, sino también por el mensaje esperanzador que trae para que la humanidad logre la anhelada justicia social en una realidad colmada de egoísmos de todo pelaje y de inequidades alarmantes entre ricos y pobres. Hay, pues, toda una simbología en este hecho, empezando por restar importancia al mundo interno, al ego personal, para abrirse a un mundo externo sediento de reivindicaciones y, sobre todo,  de paz.

Una de las expresiones culturales que mejor resume este júbilo colectivo de la llegada de Jesús al mundo es la huayligía. En ella existen un sinnúmero de elementos simbólicos que subyacen y que, groso modo, comentaré. En primer lugar, se trata de un producto resultado de la fusión de la cultura occidental y la cultura andina, obra grandiosa de la labor evangelizadora de los misioneros que exitosamente difundieron la palabra del cristianismo en un mundo pagano de corte panteísta, en este aspecto, la huayligía constituye una simbiosis de la fusión cultural de ambos mundos.

Como el entorno geográfico del poblador peruano y, en este caso, del habitante de la región central del Perú, es largamente agreste, la presencia de la cordillera andina ha dejado su impronta en el devenir histórico y social de su vida. La huayligía nos recuerda que somos fundamentalmente un país andino, un país que siente el mayor de los respetos por la presencia del macizo andino que recorre Sudamérica marcando el temperamento, vida y costumbres de sus pobladores. Nos recuerda que, otrora, éramos un país agrario y rural que fue abandonado para trocarse en un país urbano que intenta ser semi industrial, de raigambre migrante y sometido a la secuela del centralismo que asfixia a nuestros pueblos. Que la vida se nutre del campo gracias a los pastores y todos los elementos que lo rodean: los vacunos, ovinos, el cielo siempre diáfano y transparente y colmado de rutilantes estrellas, espacio donde el aire es puro y transparente, etc., es decir de aquellos elementos que forman parte del hábitat del nuestras comunidades y pueblos cordilleranos.

Pero, también, la huayligía, además de ser un homenaje al paisaje natural es un homenaje al hombre y mujer andinos en el sentido de que resalta la contagiante alegría de saber que ha llegado su Salvador, el hombre que lo redimirá del pecado guiándolo por los caminos de su redención y arrepentimiento, acercándolo a Dios. Por ello, especialmente las mujeres, se atavían con sus mejores y multicoloridas galas, siendo, de este modo, la mejor ofrenda que le puede dar a su Redentor; la eufonía de los cánticos, la policromía del vestuario, la humildad de un lacónico pesebre y la renuncia de la trenza para soltar sus cabellos en clara indicación del júbilo de su libertad y júbilo, son ingredientes que la hacen típica y contagiaste. He ahí la belleza de esta estampa andina que colma los ojos del visitante y sobretodo de los creyentes. Históricamente, la Huayligía significa la vida anterior de nuestros ancestros, en ella está dormida la vida de nuestros padres y la heredad que  dejaremos quienes nos sucedan. En ella en suma, está la identidad que necesitamos para hermanarnos más cada día. ¡Cuántas cosas más habrían que resaltarse en esta bella tradición de la Huayligía!

Para concluir y en ultra resumidas palabras, quiero afirmar que en nuestra bella danza, materia del presente post, están hermanados el hosanna jubilar de los códigos cristianos y el Kausachum hospitalario del ancestral hombre americano de nuestro suelo.

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