CUANDO ENVEJECER ES UNA DELICIA

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Darío A. Núñez Sovero

No sabía cómo encabezar, a manera de título, este post. Quería denominarlo “Cuando es imposible admitir la vejez” o este otro  “Es difícil decir que somos viejos”, finalmente me decidí por el que aparece en esta nota en razón  que he verificado hechos que, con especial agrado, paso a relatar.

Fue el lunes 23 de Diciembre último que acudí a la localidad de Manchay-Lima, invitado por los organizadores, para participar de las actividades de inauguración del Coliseo Multifuncional “Juan Luis Cipriani Thorne” de reciente construcción por parte de la Parroquia que lidera el R.P. José Chuquillanqui. Al llegar y luego de caminar un buen trecho de rutas todavía rústicas, me topé con una imponente infraestructura moderna que dibujaba su armonía arquitectónica que contrastaba con las pardas arenas del lugar. Al ingresar, un gigantesco trajín de personas denotaban los últimos arreglos para la inauguración. Ante la magnificencia de la obra me sentí como un insignificante presente. Realmente la obra era grandiosa.

Ricardo Duarte

El jaujino Ricardo Duarte Mungi antes de realizar demostraciones basketbolísticas

Me ubiqué adecuadamente para no perderme ningún detalle y desde mi rincón pude advertir, luego, el ingreso de personajes que sólo había confrontado a través de los diarios o noticieros televisivos. De pronto, en medio del alboroto,  confronto el ingreso de César Cueto el otrora encantador de serpientes disfrazadas de balones de fútbol, seguido de Guillermo La Rosa, ambos responsables de las grandes alegrías peruanas causadas en nuestra participación del mundial de Argentina 78 y España 82. Más tarde, una multitud de chiquillos sigue a un personaje de luenga figura que ingresa con un caminar dificultoso en razón de sus largas piernas: es Ricardo Duarte Mungi, jaujino de pura cepa. Entonces asiste a mi memoria el recuerdo de mis épocas escolares cuando hacia 1958, en Trujillo, vi jugar a un incipiente chiquillo de esmirriada talla por los colores del colegio “Ricardo Bentín” sin pensar que después él mismo, con la camiseta peruana, sería el mejor encestador de las Olimpiadas de Tokio de 1964 con 212 puntos.

La ceremonia demoraba en empezar por cuanto debía ser inaugurada por su Eminencia, Excelentísimo Juan Luis Cipriani, Cardenal del Perú. Cuando ingresa, una aturdida ovación lo recibe. Me digo que debe ser por la familiaridad de su persona con esa grey rugiente de la que  es muy cercano y habitúe. Luego de las formalidades de toda inauguración (que además son rutinarias e inevitables) los presentes a voz en cuello reclamaban demostraciones vivas de los connotados ex deportistas antes citados; petición que fue acogida con agrado por los solicitados. Entonces empezó un show de verdadero deleite para los asistentes. Cueto no sólo escribe versos y rimas con los pies, tiene una magia que somete a su capricho al balón hasta convertirlo en un medroso objeto. La Rosa no ha perdido la fuerza que acompaña a cada uno de sus “cabezazos”. Y, en el plato de fondo, no podían faltar las demostraciones de nuestro gran Ricardo Duarte. Cuando ingresa a la cancha de básquet, con una natural confianza, hace señas para que lo secunde su compañero de aquel equipo de Tokio 64, es entonces que sin despojarse de su investidura, ingresa Monseñor Cipriani (un ex deportista seleccionado que frisa los 70 años) y, juntos, empiezan a hacer los malabares de antaño, mientras la voz sensual  y cautivadora de María Jesús Rodríguez, la Mishky Tayky, desde los micrófonos va recordando viejas glorias de los protagonistas.

Duarte y Cipriani

Ricardo Duarte y Cardenal Cipriani recordando su época en las Olimpiadas de Tokio

¿Habráse visto mejor espectáculo?, lo dudo. Lo cierto es que aquella mañana prenavideña sentí que me habían hecho el mejor presente: retornarme a aquellos tiempos en que embebido por las grandes jornadas del deporte nacional admiraba el desempeño de nuestros  gladiadores. Y (¡qué bien!) cómo no sentir la emoción de compartir los momentos de uno de los grandes de Jauja, quién a sus 73 años me dicta implícitamente que cuando se mira la vida con optimismo es imposible envejecer. Y cómo no advertir que, cuando se está cercano a los niños y al pueblo católico el mensaje de Cristo cala con hondura tangible. Muchas gracias a quienes me permitieron un mediodía inolvidable.

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