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Darío A. Núñez Sovero
Cuando era niño me enseñaron, en la escuela, una adivinanza que decía más o menos así: “Me verás todos los días/ lunes, martes y demás/ menos los domingos/ que lo celebro muy formal”. El recuerdo me lleva a la respuesta: la letra S, que aparece en las palabras de todos los días de la semana menos en la palabra domingo. Esta evocación me asiste cuando confronto, con mirada de otoño, lo bello que es estar sumergido en esa dulce vorágine que llamamos feria, que se reitera cada domingo, especialmente, en las espaciosas calles del Barrio “El Porvenir” de nuestra querida Jauja.
Es que, no podía ser de otra manera, el día nos sorprende cuando en lontananza los sonoros repiques de nuestras anejas campanas de la Iglesia Matriz convocan a la feligresía y presurosos trocamos nuestra ropa de dormir con la ropa dominical que hemos reservado con antelación para estar en la primera misa. Concluida ésta, nuestros pasos buscan presurosos los sitios donde aguardan sabrosos tamales jauinos para acompañarlos, en su ingesta, con un humeante café y el crocante sonido de nuestros bollos y panes “de huevo”. He advertido que otros, movidos por su paladar exigente, buscan los quesos llegados desde las alturas de Yanamarca o los lechones que a nuestra feria llegan desde Orcotuna y Chupaca para complacer la finura de sus gustos. ¿Se habrá confrontado mayúscula delicia en otros momentos de la semana? Lo dudo. ¡Caramba!, pero si estamos en Jauja, como iba ser en contrario.
En una conferencia que años atrás escuché de parte del Dr. José Matos Mar, Director del Instituto de Estudios Peruanos, expresaba que los desarrollos desiguales del país habían forjado a una región sur rebelde por antonomasia, un sur insurgente de secular tradición y a un norte eminentemente sibarítico, de exigente y sensual paladar . Hoy que confronto esta prosa puedo afirmar que los xauxas siempre hemos sido los portaestandartes del sibaritismo en el Perú. Pruebas al canto: ir de compras a nuestra feria dominical significa avituallarnos de los sin pares choclos de El Mantaro, las papas arenosas de Curimarca, las truchas de Canchayllo, las habas de todo nuestro valle, las guindas de Muquiyauyo y Huancani, los tumbos de Yauli, Molinos,Chunán y Pancán, la carne de ovino y res de Pachacayo y todas las hierbas (cuturrumasa, llantén, cola de caballo, raíz de valeriana, cedrón, toronjil hinojo, culén, etc..) que acomedidas campesinas exponen “para curar nuestros males” y preparar exquisitas infusiones post comidas. Ni que decir de esa sabrosa panificación que significan nuestros famosos bollos y bocaditos jaujinos y las apetitosas chichas de jora y maní y las gelatinas de pata que desafiantes se exponen en mesas de manteles blancos. La feria, pues, es la oportunidad inigualable de proveernos de todo lo que una provincia rica y variada como la jaujina sabe producir y, el momento especial de complacer las dormidas demandas de nuestros urgidos estómagos. Un auténtico festival del sibarita. Un regalo que todos los jaujinos y visitantes tenemos que valorar. Y hablando de visitantes, es necesario recordar que el escenario de nuestra feria nos proporciona una oportunidad para el reencuentro con paisanos a quienes habíamos dejado de ver por tiempos y que retornan al terruño aprovechando los días libres del fin de semana para visitar a parientes y amigos. ¡Cuán grata es nuestra feria que nos posibilita estas alegres experiencias derivadas de que en su entraña reúne a toda nuestra vasta provincia de distintas maneras!
Hay, en nuestra feria, un conjunto de valores que tenemos que resaltar: valores económicos, pues de ella depende la economía de muchos hogares que respaldan su sustento en la ganancia que le proporciona la venta de sus productos; valores históricos, por cuanto reactualiza la vieja costumbre andina del trueque, de productos, aunque ahora se hace con la relación producto-dinero; valores sociales, ya que permite a nuestro municipio recaudar las alcabalas que pagan los feriantes para disponer de recursos que las obras de la ciudad necesitan. La feria, en suma refuerza nuestro sentimiento gregario y confirma nuestra existencia en un medio de raigambre comunal. La feria se ha constituido en un poderoso ingrediente de nuestra identidad cultural, muy lejos de la anomia que el poblador confronta en la vida monótona de la gran urbe.
Como jaujinos nos sentimos complacidos de confrontar esta hermosa verdad, ser un pueblo que sabe comer y atender sus exigencias gastronómicas sin necesidad de hurgar otros mercados, solo con aquello que el afanoso trajín del hombre xauxa sabe dar. Con aquello que su laboriosidad sabe producir.
¡Que linda es mi tierra! ¡Qué grande es mi provincia! ¡Viva Jauja!
Fotos: Martín Valenzuela Gave
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