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La famosa Traída de Monte del Carnaval Jaujino

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Traida de monte
Hermosa foto costumbrista de nuestra traída que trata de ser desteñida por la presencia de hueleguisos o más conocidos como “cuellos” que asisten sin el atuendo de rigor

Dario A. Núñez Sovero
darionunezsovero@hotmail.com

El carnaval jaujino tiene como componente más significativo a la fiesta del cortamente que, para el coterráneo y el visitante, tiene en su contenido un conjunto de elementos que son, cada uno, más ocurrentes y originales. Iniciemos en estas líneas por describir lo que a lo largo de mis años he venido advirtiendo y que, así lo entiendo, es un legado que hemos recibido y que se pierde en la noche de los tiempos.

La fiesta empieza con el llamado montevelay que se realiza la víspera de la traída del monte y, luego con similares conductas, en la antesala del día de la cortada del árbol. Ambos momentos son reuniones de vecinos en sus respectivas capillas, para compartir un momento ante la Cruz del Señor del Barrio que culminará cuando alguna devota, en contrita actitud, haga rezar el santo rosario a la asistencia. Previamente, los alfereces de la fiesta brindan algunos bocaditos y bebidas espirituosas para “levantar el entusiasmo”. La alegría de la llegada del cortamente al barrio es enfatizada cuando sonoros y estruendosos cohetes rasgan la quietud nocturna notificando a la población que “estamos en fiesta”.

Al día siguiente, personas designadas con antelación, interrumpen la apacibilidad azulada del alba jaujina haciendo estallar los 21 camaretazos de reglamento saludando el primer día festivo. Normalmente, los cobarrianos más entusiastas se incorporan de sus tálamos con la idea fija de que hay que ir a acompañar al padrino de turno en la tarea de traer a la plazuela de la fiesta su árbol. Este, por su parte, se ha preparado para la ocasión y desde el inicio ya está en la puerta de su casa esperando a sus invitados con ansiedad y con un buen licor de Monobamba para encender los ánimos. Prácticamente desde este instante es que empiezan una serie de incidentes cada uno más jocosos. Así por ejemplo, llegan los famosos “patasqueros” que son los autoencargados de saborear la patasca, platillo preparado sobre la base de motes y carnes, y, entre dientes, ponerle una nota. Aunque no lo crean, como si fuera una asignatura escolar, la patasca, que ha hervido toda la noche anterior, tiene nota. Si hay bastante carne, un mote suave y harto perejil con cebolla y su rocoto picante tendrá nota alta y, al revés, cuando en el plato ralean unas cuantas carnecitas que flotan en un caldo aguachento, hay una desaprobación; lo gracioso de los “patasqueros” es que se dan tiempo para visitar cada uno de los domicilios de los padrinos de monte del barrio, lo que en buen romance quiere decir que ese día se comen entre tres o cuatro platos. Conocí a “patasqueros” famosos y reconocidos como Beto Suárez Marticorena y el “negro” Jorge Diaz, cuyos paladares estaban sensibilizados para percibir la buena comida, de cuyo resultado contaban con una muy buena “bodega” en el vientre. La patasca, naturalmente, es el alimento que fortifica el entusiasmo de quienes van a cargar el árbol y debe ser complementado con un aromático café y algunos panecillos de mama “toya” que si estuvieran con relleno de jamón, mejor.

Pero saborear este exquisito desayuno no es un acto mecánico, menos silencioso, está animado comúnmente por el sonido de los huajlas y tinyas que con melodías guturales, que suenan a distancia y con acompasada entonación, van convocando desde la puerta del local fiestero al gentío cada vez más numeroso que presuroso llega portando la indumentaria de rigor (sombrero de paja, harina para el juego posterior y uishcata). En el interior los comensales van animando el momento con toda clase de bromas. La chacota y frases zahirientes son el denominador común. Entre las más saltantes quiero mencionar una: todos sabemos que, gramaticalmente, los oficios tienen la desinencia ero, así al que compone zapatos se le denomina zapatero, al que corta el cabello peluquero, etc., y como quiera que al huajla en castellano se le denomina cacho el lector adivinará la denominación que recibe en la fiesta el que lo toca; los chistosos más filudos los llegan a asociar con algunos conocidos “falderos” de Jauja (escuché que al huajlero le decían, con ironía, Pocho Pagador y hasta ahora no me explico por qué a tan caro amigo ya extinto no lo dejan descansar en paz). Así van pasando los momentos, animados por los infaltables “copones” de aguardiente remojados en hierbas y otros licores que los presentes reciben y beben con regocijo y gratitud. Recientemente se ha incorporado, con acierto, el licor de muña como un complemento especial “para matar la grasa” de la rica patasca y evitar incómodas flatulencias.

Finalmente, “el alto comando” o cobarrianos notorios que dirigen la fiesta disponen que el rico desayuno ha concluido y nuevamente el pansexualismo de los fiesteros aflora casi reflejamente y entonces casi a una sola voz espetan “todos al palo”, aludiendo a que hay que ir por el árbol a algún lugar circunvecino de la siempre simpática y ubérrima campiña de Jauja.

Mientras la comitiva varonil acude a cortar el árbol para traerlo al barrio, en la casa de la madrina, las damas acompañantes van llegando y animándose al compás de la música de una buena orquesta recibiendo agasajos por doquier, aprestándose para dar alcance a los varones portando un riquísimo “shajteo” que no es sino un refrigerio a base de shajta (arvejas molida con queso untado de ají amarillo y carne seca), cancha y papa sancochada con choclo, que se sirve a todos los asistentes en algún lugar ad-hoc que generalmente es en las míticas riberas del río Yacus. Cuando este alcance se da, hay un juego de carnavales previo con harto talco perfumado y harina, que a veces es aprovechado por algunos libidinosos para “paletear” a algunas damitas de vistosa y provocativa pulpa, es en esos momentos en los que la alegría se ha generalizado y el clímax llega a su punto más alto.

Luego, los asistentes acompañan el vehículo que transporta el árbol bailando en pareja al compás de las notas de huaynos interpretados por la orquesta de rigor. Al llegar al lugar de destino, los árboles son transformados en vistosas marquesinas adornadas por toda clase de artículos y vituallas que la madrina cuelga para que sean arrancadas por la muchedumbre que asista el día de la cortada o tumbamonte. Cuando, finalmente, el árbol es plantado con la infaltable ayuda de los “vientos”, que son sogas haladas en cuatro direcciones, “tentemosos” o palos cruzados en forma de aspas donde descansa el árbol suspendido a media altura sumado al entusiasmo y fuerza de los participantes, todo es alegría incontenible, danza general y la gente se abraza y brinda por haber concluido esta tarea, mientras en la parte central los llamados “cuellos” van exigiendo a viva voz “agua” al grito de “alalau” padrino y éste, generoso, alcanza algunas cajas de cerveza en recompensa por todo el esfuerzo realizado.

Miles de jaujinos y visitantes e invitados han pasado por esta fiesta dejando su recuerdo imperecedero, por ejemplo: no recuerdo otro hombre más diestro y ágil que el famoso “zancudo” Rivera Osorio cuando era convocado para atar, en lo alto, las sogas al árbol antes que fuera derribado por primera vez para direccionar su caída. Las bromas siempre agudas de “totolo” Vargas que cuando ha..ha..ha..blaba, olvidaba su lenguaje siempre bloqueado y, parecía un experto conferencista de prensa al que todos escuchaban con rostro absorto para terminar en escandalosa carcajada. La diligencia y precaución tranquilizadoras para cualquier padrino que los contrate, que transmiten los hermanos Pahuacho cuando de plantar el monte se trate.

Rumbo al Barrio
Jolgorio de parejas que danzan acompañando al monte hacia el lugar donde será plantado

O las famosas “tomadas de pulso” que se ensayaban en los “manshus” y que no eran sino apretones a los testículos que se hacen en castigo a quiénes asisten a la fiesta sin el atuendo de estilo y se resisten a tomar el abundante trago sancionador no queriendo abrir la boca. Recuerdo un “manshu” hecho a nuestro buen amigo Orfeo Huatuco, conocido como “volvo”: ocurre que tenía todo en regla y “el alto comando” dispuso discretamente y sin que lo notara para él su castigo. Cuando, entre varios, lo echaron bruscamente a la “champa” gritaba ¡por qué!,¡si tenía todo en orden: sombrero, uishcata jaujina, había llegado a la hora citada, etc.!, entonces de un mozalbete gracioso y agudo que nunca falta recibió por respuesta: ¡por feo!

Fin de la Traida
Satisfacción general por haber concluido con la tarea del día de parar los árboles

Si quisiera decir que estamos en carnaval parafrasearía a un amigo literato cuando en un escrito perdido en algún anaquel escribió que han llegado los carnavales “con sus zapatos de agua trotamunda” y de verdad ya llegaron con sus lluvias incontenibles y sus hijos llenos de irisados colores. Con lluvia o sol, calor o frío, los jaujinos siempre seguiremos bailando. Viva Jauja.

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