Darío A. Núñez Sovero
En una casa de Jauja, cuadra 4 del jirón Bruno Terreros, vibrante, colorida e intensa, se muestra la figura de Juan Bolívar Crespo, el bardo jaujino que hizo de sus sentimientos un supremo altar para esta sosegada Jauja que lo viera nacer. Los caminantes, presurosos unos y reflexivos otros, no pueden ocultar su curiosidad y dirigen su mirada al ícono que se muestra risueño y festivo en una pared celeste mimetizada con el azul luminoso del cielo jaujino. Deberían saber que allí yace el recuerdo del heredero de la musa Erato que desde el Acrópolis helénico fue enviado a esta pródiga tierra para cantarle con el lirismo más refinado que puede inspirar su acogedora belleza. Es que Juan Bolívar amó a Jauja con el más puro eros griego, ese que se inspira en la acuarela del paisaje infinito y del embovedado cielo que envuelve el cosmos que abriga nuestros días. Fue enviado para cantarle con el sentimiento que los predestinados guardan en esa misteriosa arca de su vibrante y maravilloso verbo. Solo así podemos explicar el feliz y luminoso día en que, sentado en las cumbres de Ataura Jasha y dirigiendo su mirada hacia el norte del valle, exclamó desde sus interiores y mirando a nuestra longeva ciudad, “ Jauja ¡Qué dulzura!/ rinconcito de mi valle/ que yo quiero/ Pedacito de cielo/ alegría del corazón. Eres por tu clima/ el orgullo de mi patria/ ¡Qué fortuna!/ En el mal un consuelo/ en la vida una esperanza…”.
Canto sencillo pero de una terrible profundidad terrígena que conmueve el espíritu más pétreo del cristiano que haya visto la luz en estos andinos parajes jaujinos. Canto que, finalmente, corona nuestros labios como un obligado himno que perenniza -cual un sello de tinta indeleble- nuestra orgullosa condición de ser xauxas. Ésta y las numerosísimas canciones de la autoría de Juan Bolívar Crespo, tienen la virtud de recoger de modo alguno la vida de este juglar del pueblo nuestro. Repasando pasajes de su vida, por ejemplo, el huayno “Juan Porongo”, es el lastimero canto que desde el interior de su humanidad gritan impotentes sus vísceras ante el cadáver de su madre, en recuerdo lejano al mote de cómo ella solía llamarlo de niño. Este hecho trágico marcó su derrotero artístico porque a partir de allí la temática de sus inspiraciones van a conjuncionarse con la no menos triste melodía tunantera. Aquella melodía que, como lo dice Ernesto Bonilla del Valle, es como si un llanto o todos los llantos de la tierra te cayeran sobre el alma. Una expresión de ello es el himno que todos los tunantes ensayan: “Jara Arteaga”, que es la exaltación al amigo y pariente ausente, al compañero con el que se compartió, en las fiestas de Yauyos-Jauja, las experiencias más insólitas e inolvidables del trasuntar moceril que tenemos todas las personas. Composiciones en recuerdo de festividades jaujinas, compañeros de ruta tunantera, barrios y pueblos de la región, con sus pintorescos paisajes y plazas, serán los motivos que encienden su fabulosa y prolífica creación. Juan Bolívar es el cantor de la exultante vida y la alegría plena; su sobrina Nilda -en este acápite del repaso de su vida- no por gusto nos dice “lo veía como un trovador, todas sus composiciones son poemas a la vida, el amor a la tierra que nos vio nacer, el amor entre las personas, el amor entre las parejas, todas son bellas y hermosas entregas; ese es el Juan que admiro y del que, como jaujina, me siento orgullosa”.
Juan Bolívar y su cuñado Juan Arteaga, en la plaza de Yauyos, en un 20 de Enero. A la izquierda aparece Epifanio Sánchez Yupanqui.
Por toda la obra desplegada en su provechosa vida, Juan Bolívar, fue merecedor de justificados reconocimientos, tanto en la capital de la república como en su tierra xauxa. Tuve la feliz ocasión de participar en uno de ellos cuando en enero del año 1995, durante la gestión del abogado Luis Balvín Martínez como Alcalde de la Municipalidad Provincial de Jauja, fue reconocido como Hijo Predilecto de Jauja y galardonado con un plato de plata, conjuntamente con otros ilustres jaujinos como Hugo Orellana Bonilla y Teófilo Jorge Aliaga Osorio. Ocurrió que, luego de la ceremonia protocolar, por encargo del mismo alcalde, hubo un momento de tertulia íntima en un apartado del jirón Sucre –detrás del local del municipio- del cual lamento no haber estado portando una grabadora para registrar los hermosos momentos compartidos. Sin embargo, recuerdo con exactitud y nitidez los pasajes narrados por cada uno de ellos (Hugo Orellana recordaba su vida en París donde tuvo la oportunidad de recibir las visitas de Mario Vargas Llosa y su esposa Patricia, las reuniones en cafés parisinos con el “negro” Lobatón y cómo se fueron germinando las guerrillas de Pucutá donde apoyaría Luis de la Puente Uceda, las reuniones que furtivamente tenía con Víctor Raúl Haya de la Torre en hotelitos parisinos donde iba acompañado del acollino Víctor Ladera Prieto. Jorge Aliaga comentaba sus experiencias en laboratorios de la Universidad de la Molina con la muña y sus maravillosas propiedades para conservar los alimentos, sus intentos de forjar el INDA –Instituto Nacional de Desarrollo Alimentario- en Jauja, para lo cual empezaron a construir el local donde hoy se ubica el Instituto “Pedro Monge” luego de ser inconsultamente invadido y, Juan Bolívar, comentaba la temática de sus composiciones ensayando “a capela” algunas melodías de ellas). Esta reunión, totalmente distendida y sin ataduras de ninguna índole fue la última en que se juntaron quienes con su obra han posibilitado incrementar la grandeza de Jauja. Esa grandeza forjada por los iluminados como estos tres prohombres de nuestra querida tierra. ¡Bienhadado el momento que me tocó vivir con ellos y justificado el homenaje a quienes engrandecen a nuestra Jauja!
Juan Bolívar, como producto de su larga y continuada actividad vernacular, tuvo una fluida relación con conocidos personajes del mundo cultural y folklórico nacional y con quienes alternó en cuanto escenario hay en el país. Conocidas son sus relaciones con músicos de renombre como Tiburcio Mallaupoma, Julio Rosales, Zenobio Daga, Pedro Pastor Díaz; con notables intérpretes del cancionero regional como Víctor Alberto Gil Mallma “Picaflor de los Andes”, “Pastorita Huaracina”, “Jilguero del Huascarán”, entre otros. Pero, de todas, las relaciones más visibles fueron las que tuvo con la gran compositora e intérprete Alicia Maguiña, para quien ejerció docencia y le enseñó a adentrarse en el cantar local mediante quiebres y modulaciones típicas de nuestras mulizas y hauynos jaujinos, lo que ella reconociera cuando en su libro “Mi vida entre Cantos” (Lima, 2018) escribiera “El enorme autor y compositor Juan Bolívar Crespo “El Zorzal Jaujino” cuyas canciones están registradas en mi repertorio y en mis discos” (p. 214). Este aprendizaje, para la cantautora Alicia, inspiró curiosidad y compromiso en ella para participar luego en nuestras fiestas tunanteras y de carnavales, llegando a ser una asidua visitante y cultora de estas festividades, pues en su primer disco de larga duración –sabemos- incluyó los temas “Jauja” y la muliza “Súplica de amor” de Juan Bolívar, apareciendo, además, en la carátula con vestido típico de jaujina (por ello, recordar las muertes de Juan Bolívar y Alicia Maguiña, son motivos de profunda tristeza para los jaujinos).
Alicia Maguiña y Juan Bolívar bailando en un cortamonte jaujino realizado en la Universidad Ricardo Palma (foto extraída del libro “Mi vida entre Cantos” editado por la Universidad San Martin de Porres).
Humano él, con todas las formidables fortalezas que le impelían como autor e intérprete del cancionero jaujino, Juan Bolívar tuvo las debilidades que tenemos todos y ello lo llevó a asumir nuevas responsabilidades frente a la vida, lo que le obligaba a seguir bregando para proteger y apoyar a los suyos. Es así que, en reconocimiento de su grandioso apoyo a la construcción de la identidad jaujina, la Municipalidad de Jauja, acordó entregarle un subsidio mensual y estaba ad- portas de que el estado peruano le otorgue una pensión de gracia del Congreso (año 1997) cuando el 13 de Junio de 1998 una neumonía fulminante -que lo sorprendió de madrugada- le arrebató la vida en su vivienda de Chaclacayo. Los denodados esfuerzos por reanimarlo que le prodigaron sus parientes más próximos fueron inútiles, Juan Bolívar expiraba en brazos de su sobrina ante el estupor de quienes los rodeaban en ese aciago momento. Luego vendrían las sordas disputas del sepelio: la Municipalidad de Chaclacayo quiso que se enterrara allí en mérito a ser uno de sus vecinos más notables, otro sector de sus familiares más próximos pugnaban por sepultarlo en esta Jauja que tanto amó, pero al final se impuso el criterio de sus hijos que decidieron enterrarlo en Surquillo donde finalmente descansa, luego de que –enterados- sus colegas del arte como Eusebio “Chato” Grados, los Tres de Junín, Amanda Portales, entre otros insistieron en darle sepultura al estilo de Jauja: llevando el ataúd en hombros y danzando hasta su tumba bajo las melodías de tres orquestas típicas que llegaron para este efecto. En medio de una dolida multitud y con el coro de sus huaynos y mulizas Juan Bolívar fue despedido de este mundo. En recuerdo de esa fecha memorable y para que los jaujinos que residimos en esta nuestra Jauja lo tengamos siempre presente, la familia Rojas Bolívar, decidió mandar hacer el mural que encabeza este artículo.
Juan Bolívar acompañado de su hermano menor Roberto, en la mocedad de su juventud.
La heredad de Juan Bolívar Crespo, para el universo xauxa, es grandiosa. Interpretó con mucha sabiduría, a partir de la sensiblería del poblador jaujino, sus delicados afectos y lo dotó de ricas melodías que entonamos diariamente. No hay un solo comprovinciano que en sus momentos de lejanía y larga ausencia evoque y musite con nostalgia entre sus labios “Jauja”. Y evoque, con singular recuerdo, que esta nuestra Jauja es el pedacito de cielo que diariamente retorna a nosotros porque es “…en el mal, un consuelo/ en la vida, una esperanza” .
Jauja 13 de Enero del 2021