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Psicoanalista jaujino Saúl Peña Kolenkautsky

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Saúl Peña

Dario Núñez Sovero

El día de hoy salió una extensa entrevista al psicoanalista jaujino Saúl Peña Kolenkautsky (Revista Domingo del Diario La República, páginas 4-6). Él es un Médico psiquiatra egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Obtuvo el Postgrado de seis años en el Instituto de Psiquiatría de la Universidad de Londres y se formó como psicoanalista de adultos, niños y adolescentes en el Instituto de la Sociedad Británica de Psicoanálisis. Grupo Independiente. Miembro Fundador del Colegio Real de Psiquiatras del Reino Unido y   Pionero del psicoanálisis en el Perú. Analista didáctico, profesor y supervisor del Instituto de Psicoanálisis de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis.

Su grato recuerdo a Jauja, el diario El Comercio lo retrata así:

“Mi padre, Alejandro Peña Silva, era jaujino, como yo. Y abogado. Mi madre Nena Kolenkautsky Koifman es judía-rusa. El se enamoró desde que la vio. Establecieron un vínculo sin palabras, sin ningún idioma hablado. Ella no sabía castellano ni él ruso. Pero para suerte de mi padre, ella se hospedó en el segundo piso de la única notaría que tenía Jauja entonces: la de un tío mío. Una noche, mi padre le pidió al portero que apenas la señorita se durmiera rodeara de flores su cama, y que pusiera al lado una tarjeta suya. Mi madre se despertó en medio de un jardín colorido. Después de ese gesto empezó un romance muy intenso. Soy fruto de ese amor. Tengo incluso una fantasía: creo que fui concebido en una huerta de Jauja, en plena libertad.”

Es muy grato que los jaujinos brillen en todas las áreas del saber humano y es más grato, todavía, advertir la prosapia de quién reiteradamente se reclama oriundo de esta tierra de leyenda: Jauja. Desde aquí felicito este ejemplo de humildad y cariño de un hombre cuya relevancia es ejemplar.

 

 

 

 

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LOCO ALEJOS Y TITO DRAGO

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Echa Muni

Darío A. Núñez Sovero

Nuestra ciudad, como muchas otras, tiene algunos personajes de especial presencia,  cuya personalidad, por ocurrente y atípica, no deja de llamar la atención diariamente. Uno de ellos, en nuestra andina Jauja, es Andrés Alejos Moreno a quien todos conocemos como el “Loco” Alejos, sus más íntimos lo llaman “cotorra”.  Él, cotidianamente, recorre la ciudad con su socarrona y altisonante voz sacando a los viandantes del ensimismamiento en el que se enclaustran producto de sus atribuladas preocupaciones. Lo conocí hacen más de 60 años cuando, palomilla él y con otros de su afinidad como “Carlota” o “Calavera”, correteaban tras una pelota con un improvisado equipo al que llamaron “Carlos Concha” y que, desafiantemente, enfrentaba a cuanto equipo se le ponía al frente en ese escenario del recuerdo para el deporte jaujino como lo fue el viejo Estadio “Junín”.

“Loco” Alejos se hizo, luego, policía municipal y más adelante pasó a ser empleado, función del que ahora es un respetado jubilado, pues no podía ser otro el resultado a sus 84 años de edad, aun cuando, esta longevidad, no le ha restado ímpetu y jocosidad a cada una de sus intervenciones amicales. A lo largo de su existencia si ha acuñado un sello característico de su peculiar estilo es, a manera de pregón, vociferar su amor inclaudicable para el equipo de sus amores: el “Echa” Muni. Jauja toda sabe, por él, que es el único jaujino hasta la fecha  aportante mensual del club, del mejor arquero de esos tiempos, el “mago” Valdiviezo, la historia de los “tres gatitos”: “Caricho” Guzmán, Vides Mosquera y Tito Drago; de “motorcito” Guzmán, de Franco Navarro, Agüerito o el “Cholo” Sotil, etc. Y, esta  letanía deportiva que lo absorbe casi demencialmente, lo dice con una convicción tal que ya raya en el hastío. Por ello, y para bajarle los decibeles, me ocurre escribir esta nota en razón de que el sábado último lo sorprendí oteando mi puerta y no pude menos que entablar una amena charla donde el tema de su añorado Deportivo Municipal era impostergablemente obligatorio. Es así que, antes que me abrume con sus conocidas historias de los “tres gatitos” y compañía, me adelanté y le pedí que me escuche dos versiones que escapan de su versación: le dije, primero, algo que él no conocía. La primera vez que vi al recientemente fallecido Tito Drago (padre de “Titín”, el “Diablo”, abuelo de la actriz Emilia Drago de “Asu Mare” y figura emblemática del Deportivo Municipal), corría el año 1956 más o menos y  fue en su tienda de artículos deportivos que tenía en la esquina de Caylloma y Moquegua en Lima, local que era el centro de concurrencia y tertulias de los actores deportivos del país de ese tiempo. La segunda historia ocurre en Trujillo, allá por el año l960. Haber vivido en una familia conservadora y de valores cristianos me llevaba a asistir dominicalmente a misa. Aquel día, muy temprano, asistí a la misa que los padres dominicos celebraban en la Iglesia San Francisco y, sin darme cuenta, me ubiqué en una banqueta delante de dos caballeros que, muy contritos, compartían la santa ceremonia. Al percatarme de quienes eran tan distinguidos asistentes, me doy cuenta que eran Roberto “Tito” Drago y Juan “Loco” Seminario. Mientras voy relatando este encuentro, de súbito y con inesperado gesto, Alejos me interrumpe y me pregunta si me he lavado la boca. Me doy cuenta –enseguida- que he tocado dos nombres sacros para los hinchas del Echa Muni. Para culminar mi relato, le cuento que la tarde de aquel domingo ambos jugadores y su elenco jugaban contra el “Rambler” de Salaverry, desaparecido equipo trujillano muy querido al que derrotaron con un gol de media volea del gran Tito Drago. Es en este instante que advierto en mi interlocutor un rostro mustío poblado de nostalgia. Casi estupefacto, el “Loco” Alejos se aleja sin despedirse mascullando sus recuerdos. El cariño desmedido a su club lo ha derivado a renunciar protocolos y un callado adiós me obliga a alejarme de su recia figura, aún a pesar de sus largos calendarios de existencia. Ignoro si cuando me reencuentre volverá a hablarme de su vieja monserga deportiva.

 

 

 

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“RUFO”, MI PARIENTE HECHO PACIENCIA

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Rufo y Fiona

Darío A. Núñez Sovero

Hace una decena de años, más o menos, su figura temblorosa anunciaba a un cachorro frágil que se  arrebujaba en mi puerta y lo hacía merecedor de la compasión de mi hijo Darío Vladimiro quién, casi a hurtadillas, lo hizo ingresar a mi casa para que adopte nuevo domicilio y, desde entonces, no nos abandonó jamás. La sorpresa inicial de su inesperada llegada no nos permitió advertir que estaba envuelto en una suciedad repelente que no fue óbice para coordinar con la familia un necesario baño que, finalmente, lo dejó como un hermoso  prospecto canino de un pelaje abundante y terso, ideal acompañante de nuestra perrita “Fiona”, para suerte de su misma especie.

Los años y su vigorosa constitución genética le fueron dando un aspecto de un can enorme cuya estampa inspiraba temor y, al transeúnte común, le suspendía la respiración en la vana idea de un arrebatado ataque; ignorábamos todos que estábamos delante un ser dotado de una escondida nobleza capaz de irse acompañando a todo aquel que le deparara alguna encendida caricia. “Rufo”, poco a poco, se fue adentrando en nuestras vidas y se convirtió en el acompañante cotidiano que ponía alegría a nuestra rutina. Sus ladridos, cada vez más graves, le fueron dando a nuestro domicilio un silencioso respeto que se diluye cuando constatan, los visitantes, su proverbial mansedumbre que le hacen merecedor de elogios a los que suele devolver con requiebros mil.

Personalmente, he advertido en este “Rufo”  nuestro de cada día un cúmulo de virtudes, algunas de ellas apenas alcanzaré a explicar. “Rufo” es el acompañante obligado que abriga nuestra invernal soledad, hoy que los hijos partieron (como la canción escolar) cual bandada de palomas que se fueron del vergel, “Rufo” es el sustituto exacto que nos regala permanentemente su prodigalidad casi filial. Las 24 horas del día permanece a nuestro lado agotando su perruna existencia al pie de nuestras tribulaciones cotidianas. Por otro lado, es el confidente callado que advierte nuestras “caídas del alma” cuando alguna penosa circunstancia colma de tristeza nuestro espíritu, entonces su obligada presencia nos solaza con esa mirada enigmática y  pétrea, depositaria de una calma cósmica de lenguajes indescifrables. También es el celoso vigía casero que anuncia con su estruendoso ladrido la presencia de algún visitante que tembloroso toca nuestra puerta y que al constatar nuestra amabilidad calma sus ímpetus refractarios convirtiéndose en un amable anfitrión que regala sus relamidos afectos. La sumatoria de estas encomiables conductas cánidas lo han hecho justo  merecedor de nuestra cálida estima al igual que la de nuestro vecindario que sabe de su nobleza animal. Ello, naturalmente, ha modificado en algo nuestra casera habitualidad, tanto que es visto y tratado como un miembro más de nuestra familia: cuando advertimos algo que lo necesita se lo damos. Comer fuera de casa significa retacear una porción nuestra para entregárselo, llegada la noche una solera felpuda se extiende al pie de nuestra cama para gozar de su callada compañía, los fines de semana una inmensa tina es llenada de agua para que, luego de ser entibiada por nuestro esplendoroso sol, pueda gozar de un refrescante baño, salir de paseo es un desafío porque obliga a cautelar su alegría cuando sus congéneres lo abruman de compañía exponiéndolo al irracional manejo de conductores que atraviesan nuestras calles sin ningún miramiento.

“Rufo” mantiene una figura imperturbable. Jamás sabremos si, por ejemplo, la temprana partida de su amada “Fiona” le talló una tristeza permanente en su alma. Lo que sí sabemos es que mientras viva sus días serán un sereno consuelo para esta soledad que se ha convertido en una continua experiencia. Por todo ello y aunque no me entiendas te digo: gracias “Rufo”, pariente mío hecho paciencia.

 

 

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A don Tiburcio Mallaupoma, el lírico de Jauja

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Tiburcio Mallaupoma
Darío A. Núñez Sovero

Soy el oyente taciturno de tu música alfombrada por celajes infinitos, urdida en el sentimiento vivo de tu “Lira Jaujina” y la maravillosa comparsa de tus dolorosos sentimientos.

Viejo Tiburcio, morador permanente de nuestras alegrías, raro híbrido de Clio y Dionisos, tu violín gimebundo es ahora un viejo almacén de nostalgias, el receptáculo austero de nuestras remembranzas. Ese violín de metálicas notas alimentó romances forjados por las sombras señeras de nuestra fiesta, romances fundidos bajo el dulce eco de tu inspiración siempre leve y envolvente.

Tu figura egregia y andina reaparece, por ello, cada 20 de Enero festivo, donde nuestros corazones se nutren de sentimiento xauxa, y la inspiración que borbota de tu alma es simiente vivificada en nuestro llanto y el incontenible rio de blancos recuerdos.

Te recuerdo justamente al pie de tu mirada quijotesca en busca del horizonte. Te recuerdo genial en cada “ensayo” siempre al pie de tu violín como si fuera el báculo final de tu vejez. Te recuerdo cerrando, egregio, el acompasado trasuntar de tus bailantes mientras el dulce runa simishausha de “Huayhuar” Artica y “Achcar” Cordero iba envolviendo a las niñas en una seducción cautivadora y alegre . Cada rincón de tu sonoro trajín sabe de tu enfermiza búsqueda por crear himnos para cada corazón enamorado. Sin ti sería difícil explicar el amor de nuestro tiempo.

Fuiste un creador de notas y en cada una de ellas mi alma se envolvía de melancolía. Fuiste calmadamente hilvanando pesares escritos en el aire asfixiante del enjambre fiestero de Yauyos donde mis ansias se perdieron bajo tu música siempre encantadora y a la vez triste.

Por eso es que tu nombre no conocerá el olvido ni adioses pasajeros mientras hayantunanteros que sigan encendiendo su pasión telúrica plena de tunantada al son de tu presencia tutelar sobria. Mientras los amantes reflejen las emociones de nuestro pueblo y tus canciones sean marcos relampagueantes que iluminan el sentimiento de mi Jauja, estarás Tiburcio siempre en los ojos eternos del tiempo. Por eso es que estas mis adelgazadas frases tratan de recomponer el pentagrama que se rompió con tu sentida muerte.

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La honestidad de nuestras composiciones

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Darío Núñez Sovero

Los valores, en general, son principios que orientan el comportamiento humano. Todos solemos cultivar valores en nuestras vidas. No sólo porque, con el tiempo, nuestras conductas terminan siendo paradigmáticas para los nuestros sino, además, porque necesitamos rescatar un conjunto de hechos que se han venido estereotipando como dignos de admiración y que terminan siendo vacuos. En el asunto de nuestras composiciones y sus autorías existen muchas conjeturas. Se habla de valederas y de “pirateos” y ello no se condice con la tradición que tenemos de ser tierra de compositores y autores.  Por  ello es que quiero resaltar, en un caso, un claro ejemplo de transparencia y honestidad y, en el otro, una actitud que, personalmente, me resulta cuestionable. Hablo  del campo de la composición musical de nuestra Jauja y quiero adelantar que, para hacerlo, dudé al principio; pero luego de un fructífero diálogo con un viejo y admirado maestro josefino concluimos que era mejor escribirlo en claro e irrestricto respeto por la verdad, la verdad histórica en este caso, aún a riesgo de lesionar  alguna susceptibilidad de nuestros lectores.

Cuando niño y en el lejano Trujillo en la década del 50 del siglo anterior, un grupo de buenos y  jóvenes universitarios jaujinos solía reunirse en la casa de don Godofredo Bonilla, un jaujino aposentado allende por razones laborales. En dicha vivienda,  la tertulia sobre el acontecer del terruño, sumado a la lectura obligatoria de “El Porvenir”,  que era el diario jaujino que llegaba por suscripción, eran ingredientes más que suficientes para hacer atractivas las citas. Recuerdo, entre otros, ver reunidos a Luis Bonilla García, el tragadereño Tolomeo Camarena Solís, Lauro Delgado Llallico, Pablo Bravo Cárdenas, los hermanos Luis y Rebeca Bonilla Mungi. Jaime Yuli Linares, la hermana de éste:  Enma;  Alejandra de la Cruz, etc.

Para que las reuniones  alcancen su clímax, se daba inicio al más grato momento: recordar las canciones de la tierra. Entonces tunantadas, huaynos, mulizas y valses,  con sus notas quejumbrosas y llenas de reminiscencias,  colmaban el lejano aire trujillano y el recuerdo condensaba más la nostalgia por la patria chica amada, por nuestra Jauja natal. Los responsables de ello eran Juan Loayza Castro con su voz timbrada y bohemia y las guitarras de Eduardo Ponce Ramírez y Lucho Bonilla Mungi.  Entonces, por vez primera, escuché las notas de ese pegajoso huaynito llamado “La vida es carnaval”. Los versos:

Paradito en las esquinas

publicando mi querer

como si fuera un delito

el amar a una mujer.

Todita la noche me tienes

paradito en tu puerta

besando ya la chapita

como si fuera tu boquita.

Dichas composiciones empezaron a sonarme muy familiares, la melodía xauxa se convertía en el cincel implacable que modelaba mi cariño telúrico. Años después este batallón de jaujinos, de probada  solvencia profesional,  sería responsable de muchas acciones en bien de nuestra juventud y el desarrollo de la región. Tiempo después, fue en la década del 70 que Juan Loayza, conocido como el “Chino”, me conducía en su vehículo de Jauja a Lima. Él debía llegar a Trujillo donde había sido nombrado como Director Regional de Educación y apurado como iba me dio tiempo para hacerle una pregunta. Le inquirí por el nombre de la damita que había inspirado tan delicados versos. Su respuesta fue inmediata y asombrosa. Me dijo que él no era el autor. Que dicha canción era anónima y en su juventud la había recogido del cantar popular. La alusión que había en el disco grabado y en el que figuraba su nombre no era verdad. Respuesta que pasmó y, aleccionadoramente, me enseñó que el valor de la honestidad debe ser un norte permanente de nuestras actitudes. Fácil le hubiera sido decir que la autoría recaía en él pues así lo decían los discos grabados.  ¡Enorme este xauxa cuya memoria debiera ser honrada por sus grandes logros profesionales y personales!

Mis mayores me educaron sobre la base de aforismos y de ellos rescato éste: “de todo hay en la viña del Señor”. Y efectivamente, ello cae de perilla cuando constato un hecho adverso al anteriormente comentado. Resulta que en nuestro diario trajinar, ha caído en mis manos un magazine popular argentino editado el 2 de Mayo de 1945 de nombre LEOPLAN que aparecía en el país gaucho quincenalmente. En el interior de la edición Nro. 263 aparece un artículo firmado por José Luis Lanuza que titula “El acento criollo” y en titulillo añade: “al margen del cancionero criollo”. El artículo reproduce un conjunto de coplas criollas de aquel tiempo que “debían ser devueltas al caudal común de la poesía popular castellana”. Cito textualmente al autor: “… ¿Qué pensar de una copla en quichua que se canta por el norte mas o menos con este sonido?

Yuyariy churaskaiquita

Makiysniyman makiykita

Huakaspaa nihuaskaikita

Mana maiccaj konkanahuayquita.

Pues bien, Juan Alfonso Carrizo nos advierte (en el discurso preliminar de su Cancionero Popular de Jujuy)  que, “puesta literalmente en castellano, nos da la siguiente copla española que figura en el Cancionero de Lafuente y Alcántara de 1865:

¿Te acuerdas cuando pusiste

Tus manos sobre la mía,

Y llorando me dijiste

Que nunca me olvidarías?…”

El acucioso lector debe recordar esta última estrofa y debe saber (a “pie juntillas”) que se canta en el famoso Huarancayo. Hasta ahora tenía información que esta composición que se entona  en Jauja era de “autoría” de un paisano extinto. Indagando, me he informado que el mencionado “autor””,  en su juventud, estuvo enamorado de una dama de indudable respetabilidad y cuya viudez trató de ser doblegada por el entercado galán con la “canción” aludida, situación que finalmente logró habiendo pasado con ella  dos cortamontes. Por esos azahares del destino ellos no pudieron unir sus vidas, pero la canción quedó allí como un “presente” para las generaciones venideras.

Ello no quita que se aventure una hipótesis: la copla gaucha llegó con los tucumanos (gente del norte de argentina), arrieros muleros que, al decir de Pedro Monge,  relajaban sus afanes viajeros en el barrio La Samaritana de Jauja. Allí, en las noches, se entonaban estos cantos que han quedado entre nosotros para la posteridad, entre los que se cuenta esta estrofa de la canción jaujina que comentamos.

 

 

 

 

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CUANDO ENVEJECER ES UNA DELICIA

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Darío A. Núñez Sovero

No sabía cómo encabezar, a manera de título, este post. Quería denominarlo “Cuando es imposible admitir la vejez” o este otro  “Es difícil decir que somos viejos”, finalmente me decidí por el que aparece en esta nota en razón  que he verificado hechos que, con especial agrado, paso a relatar.

Fue el lunes 23 de Diciembre último que acudí a la localidad de Manchay-Lima, invitado por los organizadores, para participar de las actividades de inauguración del Coliseo Multifuncional “Juan Luis Cipriani Thorne” de reciente construcción por parte de la Parroquia que lidera el R.P. José Chuquillanqui. Al llegar y luego de caminar un buen trecho de rutas todavía rústicas, me topé con una imponente infraestructura moderna que dibujaba su armonía arquitectónica que contrastaba con las pardas arenas del lugar. Al ingresar, un gigantesco trajín de personas denotaban los últimos arreglos para la inauguración. Ante la magnificencia de la obra me sentí como un insignificante presente. Realmente la obra era grandiosa.

Ricardo Duarte

El jaujino Ricardo Duarte Mungi antes de realizar demostraciones basketbolísticas

Me ubiqué adecuadamente para no perderme ningún detalle y desde mi rincón pude advertir, luego, el ingreso de personajes que sólo había confrontado a través de los diarios o noticieros televisivos. De pronto, en medio del alboroto,  confronto el ingreso de César Cueto el otrora encantador de serpientes disfrazadas de balones de fútbol, seguido de Guillermo La Rosa, ambos responsables de las grandes alegrías peruanas causadas en nuestra participación del mundial de Argentina 78 y España 82. Más tarde, una multitud de chiquillos sigue a un personaje de luenga figura que ingresa con un caminar dificultoso en razón de sus largas piernas: es Ricardo Duarte Mungi, jaujino de pura cepa. Entonces asiste a mi memoria el recuerdo de mis épocas escolares cuando hacia 1958, en Trujillo, vi jugar a un incipiente chiquillo de esmirriada talla por los colores del colegio “Ricardo Bentín” sin pensar que después él mismo, con la camiseta peruana, sería el mejor encestador de las Olimpiadas de Tokio de 1964 con 212 puntos.

La ceremonia demoraba en empezar por cuanto debía ser inaugurada por su Eminencia, Excelentísimo Juan Luis Cipriani, Cardenal del Perú. Cuando ingresa, una aturdida ovación lo recibe. Me digo que debe ser por la familiaridad de su persona con esa grey rugiente de la que  es muy cercano y habitúe. Luego de las formalidades de toda inauguración (que además son rutinarias e inevitables) los presentes a voz en cuello reclamaban demostraciones vivas de los connotados ex deportistas antes citados; petición que fue acogida con agrado por los solicitados. Entonces empezó un show de verdadero deleite para los asistentes. Cueto no sólo escribe versos y rimas con los pies, tiene una magia que somete a su capricho al balón hasta convertirlo en un medroso objeto. La Rosa no ha perdido la fuerza que acompaña a cada uno de sus “cabezazos”. Y, en el plato de fondo, no podían faltar las demostraciones de nuestro gran Ricardo Duarte. Cuando ingresa a la cancha de básquet, con una natural confianza, hace señas para que lo secunde su compañero de aquel equipo de Tokio 64, es entonces que sin despojarse de su investidura, ingresa Monseñor Cipriani (un ex deportista seleccionado que frisa los 70 años) y, juntos, empiezan a hacer los malabares de antaño, mientras la voz sensual  y cautivadora de María Jesús Rodríguez, la Mishky Tayky, desde los micrófonos va recordando viejas glorias de los protagonistas.

Duarte y Cipriani

Ricardo Duarte y Cardenal Cipriani recordando su época en las Olimpiadas de Tokio

¿Habráse visto mejor espectáculo?, lo dudo. Lo cierto es que aquella mañana prenavideña sentí que me habían hecho el mejor presente: retornarme a aquellos tiempos en que embebido por las grandes jornadas del deporte nacional admiraba el desempeño de nuestros  gladiadores. Y (¡qué bien!) cómo no sentir la emoción de compartir los momentos de uno de los grandes de Jauja, quién a sus 73 años me dicta implícitamente que cuando se mira la vida con optimismo es imposible envejecer. Y cómo no advertir que, cuando se está cercano a los niños y al pueblo católico el mensaje de Cristo cala con hondura tangible. Muchas gracias a quienes me permitieron un mediodía inolvidable.

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Moneda de Complejo Arqueológico de Tunanmarca (Xauxa)

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CIRCULAR N° 042-2013-BCRP publicado el 26 de noviembre de 2013 en el Diario El Peruano

Tunanmarca - Xauxa

 

Ponen en circulación la decimoquinta moneda de la Serie Numismática “Riqueza y Orgullo del Perú” alusiva al Complejo Arqueológico de Tunanmarca, ubicado en Junín

CIRCULAR N° 042-2013-BCRP

CONSIDERANDO QUE:

El Directorio del Banco Central de Reserva del Perú, de conformidad con los artículos 42, 43 y 44 de su Ley Orgánica, ha dispuesto la emisión de la Serie Numismática “Riqueza y Orgullo del Perú” que tiene por finalidad difundir, a través de un medio de pago de uso masivo, el rico patrimonio cultural de nuestro país, así como incentivar la cultura numismática.

SE RESUELVE:

Artículo 1. Poner en circulación, a partir del 26 de noviembre de 2013, la decimoquinta moneda de la Serie Numismática “Riqueza y Orgullo del Perú” alusiva al COMPLEJO ARQUEOLÓGICO DE TUNANMARCA, ubicado en Junín. Las características de la moneda se detallan a continuación:

Denominación : S/. 1,00
Aleación : Alpaca
Peso : 7,32g
Diámetro : 25,50mm
Canto : Estriado
Año de Acuñación : 2013
Anverso : Escudo de Armas
Reverso : Denominación y motivo alusivo a TUNANMARCA
Emisión : 10 millones de unidades

En el anverso se observa en el centro el Escudo de Armas del Perú, en el exergo la leyenda “Banco Central de Reserva del Perú”, el año de acuñación y un polígono inscrito de ocho lados que forma el filete de la moneda.

En el reverso, en la parte central, se distingue en primer plano un pórtico de una de las viviendas circulares (chullpas) de la ciudadela y, a través de él, se observa parte del complejo. También se aprecia la marca de la Casa Nacional de Moneda sobre un diseño geométrico de líneas verticales, así como la denominación en número y el nombre de la unidad monetaria sobre unas líneas ondulantes. En la parte superior se muestra la frase TUNANMARCA S. XIII – XVI d.C.

Artículo 2. Estas monedas serán de curso legal y circularán de manera simultánea con las actuales monedas de S/. 1,00.

Lima, 21 de noviembre de 2013

RENZO ROSSINI MIÑAN
Gerente General

 

 

 

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