1984, en la Plaza de Armas de Jauja, Alejandro Contreras Sosa y su hermano Juan, acompañando al autor de este post
Darío A. Núñez Sovero
Los recuerdos inevitablemente tratan de refugiarse en la parda e invisible coloración del tiempo, algunos oxidando su difusa humanidad en nuestra memoria. Pero cuando se trata de retrotraer los de un amigo, estos recuerdos mantienen su envidiable lozanía y presencia. Así, enhiestos, majestuosos, como si estuviesen horadando diariamente nuestra razón y nuestro cerebro, se mantienen vivos los recuerdos de Juan Contreras Sosa, una joya xauxa que caló hondo en la sensitiva fibra espiritual de los jaujinos del siglo próximo pasado. Hoy, a nueve años de su lamentable deceso lo evoco con la admiración y el orgullo de haber compartido, aunque no por mucho tiempo, su invalorable y eterna amistad. Lo hago, mientras en mis oídos, una antigua cinta de casete va desenvolviendo como una triste serpentina esa música con sabor xauxa que supo imprimirle a cada una de sus composiciones y en las que, curiosamente, Juan Contreras, hace de segunda voz secundando a Juan “Chino” Loayza Castro, poseedor de un envidiable e insuperable timbre que regodeó en jaranas y cuánto jolgorio alegró el ambiente bohemio de nuestra Jauja novecentera.
Fue al final de sus vidas, que un grupo de notables jaujinos decidieron, en Lima, hacer coincidir sus inclinaciones artísticas en un conjunto que denominaron “Evocación, Música y Tradición de Jauja”. Corría el año de 1983 y en ese grupo estaban, como guitarristas Amador Monge Loli, Antonio Suárez Benito e Isaac Montano; como cantantes Juan Loayza y Juan Contreras y como coordinador Alejandro Contreras Sosa, hoy todos finados por ese trágico signo de la muerte. Entonces ellos decidieron retornar a esta tierra de los xauxas y realizar una presentación en el Cine Teatro Colonial. La ocasión sirvió para difundir, en discos y grabaciones de cinta, los últimos registros de sus interpretaciones. La noche de esa apoteósica presentación, fue la última en que alcanzamos a escuchar la valía del arte de estos hombres que, en su tiempo, encandilaban a cuanto auditorio y muchacha guapa caía en sus redes a través de sentidos huaynos y mulizas. Digo última porque al poco tiempo falleció Juan Loayza, quien no pudo superar un coma diabético y luego de a uno fueron yéndose los siguientes al país de la parca. Hoy que en mi equipo escucho aquella vieja cinta de grabación, al mismo tiempo que reviso un escrito autobiográfico, me he detenido para releer algunas apreciaciones del mismo Juan Contreras sobre una muliza que, como una letanía del campanario de nuestra iglesia, arrullaba nuestros sentidos por lo melodiosa de sus notas y la profundidad del contenido de sus versos. He vuelto a recordar las circunstancias en que fueron escritas esas líneas de “Espera Corazón” que a juzgar de su propio autor es “…la más aplaudida de mis mulizas…”, confesión que Juan registra en una de sus publicaciones finales que tituló “Tierra de mi canto” (el último fue el poemario que llamó “Variedades de la vida y la esperanza” que fuera presentado en el Casino Jauja, ese mismo año).
¡Cuánta belleza se encuentra en el alma de los versos de esta muliza! Y ¡cuánta fuerza y entusiasmo se le puede insuflar al amigo caído en desgracia con un sencillo aliento!. Juan Contreras era una persona que valoraba muy alto la amistad y, ocurre, que la fuente de su inspiración -en esta muliza- no fue la mujer amada ni aquella que despertaba su pasión, sino que estaba dirigido al amigo y colega caído en desgracia y en prisión por haber matado a su esposa a quien sorprendió en abierta infidelidad en su propio tálamo. De allí que, en un día de visita y cantando, al ingresar al penal, le anuncie a este amigo desventurado:
“…Calma tu sed, tus ansias
de tierna pasión, la vida es toda tuya.
Mira más alto y risueña y grácil dueña
hallarás en ti esperanza.
Si la vida desencanta y es tan breve,
no hagas del amor una cruz.
Espera, espera, que la dicha siempre llega…”
Cuando Juan me visitó en Jauja, mi ignorancia me llevó a preguntarle, ingenuamente, por el nombre de la mujer que le despertó estos versos y mi estupor llegó cuando me respondió que no estaba dirigido a ninguna dama sino al amigo caído, cuyo nombre con mucha reserva calló. Entonces me di cuenta que el cariño que uno puede tener a otra persona, también puede ser para aquellos de quienes uno atesora su amistad. Admiración que se acrecienta cuando veo que en esas palabras autobiográficas, Juan Contreras, refiriéndose a la tierra donde nació expresa “(…) Temprano amanecí en el subyugante jardín del ensueño y el amor, cantando a mi bella Jauja, enamorado de su historia y tradiciones, de sus gentiles y hermosas mujeres; de sus barrios jaraneros y acogedores: La Samaritana, Huarancayo, La Libertad, Cruz de Espinas, La Salud, Huacllas, Yauyos; de sus furtivos parajes de tálamos afelpados donde el amor asciende en los cuerpos apareados mientras la luna se oculta entre nubes y suspiros (…)”.
¿Puede amarse en esta dimensión a Jauja? ¡Por supuesto! Y Juan Contreras Sosa nos lo demuestra, aún cuando desde el año 1955, después de haberse desempeñado como docente del colegio “San José”, se fue a radicar a Ica, donde luego de sufrir dos infartos cardíacos, falleció dejando el inmenso testimonio de una obra fecunda inspirada en su tierra materna. A él le corresponde la autoría de infinitos huaynos y mulizas, enhebradas con puro sentimiento terrígeno. Y he querido recordar estos pasajes por cuanto advierto el enorme olvido y desmerecimiento que algunos destacados intelectuales sufren de parte de quienes les debemos gratitud y reconocimiento por todo aquello que nos legaron .
Y mientras concluyo este post, vuelvo a resetear la cinta de 1983 para seguir embebiéndome de la música terrígena de “Evocación, Música y Tradición de Jauja”, mientras mi espíritu se embriaga del halo delicado y perfumado de retamas, callecitas estrechas y acogedoras de mi Jauja.
Jauja, 22 de Julio de 2020
Estimado maestro Darío, por un momento al leer su artículo, me he transportado al pasado y he sentido el calor de aquellos años cuando el palpitar de mi abuela se desenvolvía en atenciones a su familia. Me despertó el ánimo e insufló cierta alegría -en mi propio entendimiento- el como evocaba usted ese recuerdo e historia, reforzada por esa bonita foto que pinta esa época. La iglesia barnizada de cemento, la feria con sus variopintos personajes que se distinguían por lo que ofrecían, sumándose a la presencia del personaje que alude y relata con nostalgia, lo que al final termina despertándome también curiosidad por escuchar las canciones que, dice en sus palabras, el efluvio y decantado amor a nuestra tierra.
Espero poder escuchar esas canciones, le agradeceré mucho si las puede compartir por cualquier medio, para todos aquellos que soleamos nuestras vivencias y cariño por el terruño. Un fuerte abrazo maestro y cuídese.