Darío Núñez Sovero
Los valores, en general, son principios que orientan el comportamiento humano. Todos solemos cultivar valores en nuestras vidas. No sólo porque, con el tiempo, nuestras conductas terminan siendo paradigmáticas para los nuestros sino, además, porque necesitamos rescatar un conjunto de hechos que se han venido estereotipando como dignos de admiración y que terminan siendo vacuos. En el asunto de nuestras composiciones y sus autorías existen muchas conjeturas. Se habla de valederas y de “pirateos” y ello no se condice con la tradición que tenemos de ser tierra de compositores y autores. Por ello es que quiero resaltar, en un caso, un claro ejemplo de transparencia y honestidad y, en el otro, una actitud que, personalmente, me resulta cuestionable. Hablo del campo de la composición musical de nuestra Jauja y quiero adelantar que, para hacerlo, dudé al principio; pero luego de un fructífero diálogo con un viejo y admirado maestro josefino concluimos que era mejor escribirlo en claro e irrestricto respeto por la verdad, la verdad histórica en este caso, aún a riesgo de lesionar alguna susceptibilidad de nuestros lectores.
Cuando niño y en el lejano Trujillo en la década del 50 del siglo anterior, un grupo de buenos y jóvenes universitarios jaujinos solía reunirse en la casa de don Godofredo Bonilla, un jaujino aposentado allende por razones laborales. En dicha vivienda, la tertulia sobre el acontecer del terruño, sumado a la lectura obligatoria de “El Porvenir”, que era el diario jaujino que llegaba por suscripción, eran ingredientes más que suficientes para hacer atractivas las citas. Recuerdo, entre otros, ver reunidos a Luis Bonilla García, el tragadereño Tolomeo Camarena Solís, Lauro Delgado Llallico, Pablo Bravo Cárdenas, los hermanos Luis y Rebeca Bonilla Mungi. Jaime Yuli Linares, la hermana de éste: Enma; Alejandra de la Cruz, etc.
Para que las reuniones alcancen su clímax, se daba inicio al más grato momento: recordar las canciones de la tierra. Entonces tunantadas, huaynos, mulizas y valses, con sus notas quejumbrosas y llenas de reminiscencias, colmaban el lejano aire trujillano y el recuerdo condensaba más la nostalgia por la patria chica amada, por nuestra Jauja natal. Los responsables de ello eran Juan Loayza Castro con su voz timbrada y bohemia y las guitarras de Eduardo Ponce Ramírez y Lucho Bonilla Mungi. Entonces, por vez primera, escuché las notas de ese pegajoso huaynito llamado “La vida es carnaval”. Los versos:
Paradito en las esquinas
publicando mi querer
como si fuera un delito
el amar a una mujer.
Todita la noche me tienes
paradito en tu puerta
besando ya la chapita
como si fuera tu boquita.
Dichas composiciones empezaron a sonarme muy familiares, la melodía xauxa se convertía en el cincel implacable que modelaba mi cariño telúrico. Años después este batallón de jaujinos, de probada solvencia profesional, sería responsable de muchas acciones en bien de nuestra juventud y el desarrollo de la región. Tiempo después, fue en la década del 70 que Juan Loayza, conocido como el “Chino”, me conducía en su vehículo de Jauja a Lima. Él debía llegar a Trujillo donde había sido nombrado como Director Regional de Educación y apurado como iba me dio tiempo para hacerle una pregunta. Le inquirí por el nombre de la damita que había inspirado tan delicados versos. Su respuesta fue inmediata y asombrosa. Me dijo que él no era el autor. Que dicha canción era anónima y en su juventud la había recogido del cantar popular. La alusión que había en el disco grabado y en el que figuraba su nombre no era verdad. Respuesta que pasmó y, aleccionadoramente, me enseñó que el valor de la honestidad debe ser un norte permanente de nuestras actitudes. Fácil le hubiera sido decir que la autoría recaía en él pues así lo decían los discos grabados. ¡Enorme este xauxa cuya memoria debiera ser honrada por sus grandes logros profesionales y personales!
Mis mayores me educaron sobre la base de aforismos y de ellos rescato éste: “de todo hay en la viña del Señor”. Y efectivamente, ello cae de perilla cuando constato un hecho adverso al anteriormente comentado. Resulta que en nuestro diario trajinar, ha caído en mis manos un magazine popular argentino editado el 2 de Mayo de 1945 de nombre LEOPLAN que aparecía en el país gaucho quincenalmente. En el interior de la edición Nro. 263 aparece un artículo firmado por José Luis Lanuza que titula “El acento criollo” y en titulillo añade: “al margen del cancionero criollo”. El artículo reproduce un conjunto de coplas criollas de aquel tiempo que “debían ser devueltas al caudal común de la poesía popular castellana”. Cito textualmente al autor: “… ¿Qué pensar de una copla en quichua que se canta por el norte mas o menos con este sonido?
Yuyariy churaskaiquita
Makiysniyman makiykita
Huakaspaa nihuaskaikita
Mana maiccaj konkanahuayquita.
Pues bien, Juan Alfonso Carrizo nos advierte (en el discurso preliminar de su Cancionero Popular de Jujuy) que, “puesta literalmente en castellano, nos da la siguiente copla española que figura en el Cancionero de Lafuente y Alcántara de 1865:
¿Te acuerdas cuando pusiste
Tus manos sobre la mía,
Y llorando me dijiste
Que nunca me olvidarías?…”
El acucioso lector debe recordar esta última estrofa y debe saber (a “pie juntillas”) que se canta en el famoso Huarancayo. Hasta ahora tenía información que esta composición que se entona en Jauja era de “autoría” de un paisano extinto. Indagando, me he informado que el mencionado “autor””, en su juventud, estuvo enamorado de una dama de indudable respetabilidad y cuya viudez trató de ser doblegada por el entercado galán con la “canción” aludida, situación que finalmente logró habiendo pasado con ella dos cortamontes. Por esos azahares del destino ellos no pudieron unir sus vidas, pero la canción quedó allí como un “presente” para las generaciones venideras.
Ello no quita que se aventure una hipótesis: la copla gaucha llegó con los tucumanos (gente del norte de argentina), arrieros muleros que, al decir de Pedro Monge, relajaban sus afanes viajeros en el barrio La Samaritana de Jauja. Allí, en las noches, se entonaban estos cantos que han quedado entre nosotros para la posteridad, entre los que se cuenta esta estrofa de la canción jaujina que comentamos.