Gozos y esperanzas de Vaticano II

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Estamos a unos días del curso “Reflexionar la vida con Vaticano II”, organizado por la Mesa de Movimientos Laicales – MML, y es importante hacernos de cierto ambiente sobre los temas que empezaremos a abordar. Digo empezaremos porque no será el único evento que se realice al respecto, ya que tenemos todo un itinerario por desarrollar por los 50 años de Vaticano II que van desde 2012 al 2015. Queremos recordarnos qué significo ese abrir puertas y ventanas de una Iglesia que se había avejentado y no respondía a los tiempos actuales. Y qué debe de significarnos en el día de hoy.

También queremos retomar esa actitud profética de saber mirar los signos de los tiempos en nuestra realidad y aprender a “mirar lejos”, como solía decir Juan XXIII. O afrontar de manera más coherente ese desafío de vincular fe y vida al modo de Jesús y, obrar en consecuencia, en su seguimiento y discipulado (como también nos lo recordaría hace poco Aparecida).

De allí, que traer a colación algunas de las estrofas iniciales de una Encíclica como la Gaudium et Spes (GeS) sea muy significativo. Porque por momentos, leerlos pareciera que todo hubiera sucedido hace tan poco tiempo y esta dicho en términos tan actuales que tenemos que volver sobre ellos. Por ejemplo, cuando se dice: “En nuestros días, el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad. El Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el Pueblo de Dios congregado por Cristo, no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, ha recibido de su Fundador.” (GeS 3)

Y después se nos hablará de que es “la sociedad humana la que hay que renovar” y, “por consiguiente, el hombre”. De sabernos admirar por el prodigio del que los hombres somos capaces. Del llamado al diálogo con el mundo que se nos hace y, especialmente, de la conciencia de renovación que necesitamos imprimir en el mundo a todo nivel.

“El género humano se halla en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador; pero recaen luego sobre el hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes convive. Tan es así esto, que se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que redunda también en la vida religiosa.” (GeS 4)

Y parece que estuviéramos hablando de cosas que no son de medio siglo atrás sino –con sus peculiaridades- de cosas muy actuales y sobre las que no hemos sabido dar respuestas adecuadas o convincentes. Pese a que toda persona en el mundo “Quiere conocer con profundidad creciente su intimidad espiritual, y con frecuencia se siente más incierto que nunca de sí mismo. Descubre paulatinamente las leyes de la vida social, y duda sobre la orientación que a ésta se debe dar.” (GeS 4)

Seguimos confrontados y desafiados con temas tan elementales como la pobreza y miseria de tantos seres humanos como nosotros. Pese a que “Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. (…) y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus.” (GeS 4) Es admirable que habiendo cambiado muchas cosas en los últimos 10 lustros, seguimos sin resolver adecuadamente esas y otras tensiones.

Ojalá que como se inicia el discurso de la Encíclica GeS sea una de las cosas que recuperemos, en el sentido de que “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia.” (GeS 1)

Así mismo, cuando se reclama que “Al proclamar el Concilio la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta, ofrece al género humano la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación. No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido.” (GeS 3) Que así sea, la Iglesia universal esta para servir, para “salvar” y hacer de la verdad un propósito de testimonio amoroso de la presencia de Dios, como Jesús nos enseño. De ello tenemos que seguir aprendiendo laicos, religiosos, obispos, cardenales y el propio Papa.

Guillermo Valera Moreno
Lima, 19 de junio de 2012 Sigue leyendo

Más que cambiarlos hay que amarlos

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Es difícil dejar de conmoverse con los testimonios que se cuentan en esa narración de vida, contada en distintos escenarios y sin necesidad de una secuencia temporal, pero que aparece como si fuera de las mejores novelas narradas. Entre barrios diversos de Lima y Uruguay, entre cerros varios del altiplano Boliviano y zonas más bajas como en Ayacucho. En diversos linderos, Consuelo Valle encuentra formas limpias y mágicas de presentar su experiencia con los pobres entre los que vivió, convivió y supo amar.

El libro “Perlas en el pantano – Testimonio de lo invisible”, es un libro escrito desde lo profundo, de esa sola manera personal que no se agota en el testimonio ni en la prosa fácil. Intenta ir más allá, no por un propósito literario, sino por una aspiración a comunicar una forma de situarse en el mundo, de cómo entender a los olvidados, a los que impulsan a la desesperanza, al absurdo, al sinsabor o la amargura.

Pareciera que una de las profundas conclusiones con las que se rosa, tiene simplezas tan consistentes como decirnos lo que la autora constata cuando comparte con los débiles y más necesitados. Dice, “No vamos con ellos para cambiarlos sino para amarlos. Porque aunque no cambien seguimos, pero la verdad es que queremos que cambien todo aquello que no es digno, para que sean felices.” Puede parecer insignificante y quizás lo es, pero en ello suele anidar lo principal, lo que realmente importa… a punto de repetir esa frase, de recordarnos esa escena del evangelio, “la piedra que desecharon los constructores se ha convertido en la piedra angular”, nada menos.

Una clave de vida fundamental, quizás la más importante, este bien recordada en ese sentido de amar. Así como cuando hablamos de relación entre dos o más culturas, más que los imaginarios comunes o confluyentes que se pueden identificar o construir; más allá de la capacidad de ponerse de acuerdo y persuadirse unos a otros; es esencial la capacidad de amarse entre unos y otros para poner en marcha posibilidades reales de relación y aceptación. En tanto amamos a una cultura diferente la podemos aceptar y mutuamente hacer posible caminos de integración.

Ese sentido de amar al otro y la capacidad de hacer el bien en el contrario, en el diferente, hace más fácil y posible de marcar pautas de real encuentro inclusivo, de encaminar propósitos comunes de manera más factible y duradera. A ello y cosas equivalentes nos invita Consuelo Valle, con el añadido de ayudarnos a situar el entendimiento de la miseria, por qué se presenta y sus propias lógicas, o la aspiración de necesitar explicarnos y explicarse distintas percepciones que pueden haber de robar, arreglarse el aspecto físico, la violencia familiar, la capacidad de cambio que podemos tener todos los seres humanos, porque somos humanos, aún pensando que se trate de un gran desalmado y sólo digno de ser aborrecido.

Efectivamente, todos podemos dar fe de nuestra propia humanidad; todos podemos ser solidarios y afectivos por más decepciones o frustraciones que hayamos podido atravesar. Siempre serán más pequeñas de lo que podemos imaginar que se da en la realidad, sin ser novela o ciencia ficción. Preguntarse reiteradamente, por qué si hacer el bien es bueno, puede haber gente que aborrece ese tipo de conducta o accionar. Al punto de querer destruir las buenas obras o de intentar matar a quienes se suman a ello. Peor aún, o aún se trate de beneficiar a niños.

¿Puede la maldad sufrida en carne propia impedir la esperanza? Muchas veces si. Puede generar desánimo y quebrar voluntades. Pero también puede emerger de ella muchos “milagros”, muchas posibilidades de vida, de cambio, de esperanza. Haciendo crecer a la comunidad local, traduciendo en crecimiento a “buenos” y “malos”, como la lluvia que la naturaleza nos brinda o el sol que ilumina para todos sin distinción. Llevándonos al asombro de reconocer perlas en los mismos pantanos.

Esas son sólo pinceladas de un libro que debiéramos obligarnos a leer porque son de esos evangelios actuales que nos inspiran y recrean nuestras propias potencialidades.

Guillermo Valera Moreno
Lima, 26 de mayo de 2012 Sigue leyendo

Mesa de Movimientos Laicales – Solidaridad con el P. Gastón Garatea

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“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el que la cultiva. Si una de mis ramas no da uvas, la corta; pero si da uvas la poda y la limpia para que dé más” (Jn 15, 1-2)

En pleno tiempo de Pascua recibimos la noticia que el arzobispo de Lima, Juan Luis Cipriani, no renovó la licencia ministerial al padre Gastón Garatea Yori, asesor religioso de la Comunidad Laical Sagrados Corazones Héctor de Cárdenas.

El P. Gastón ha demostrado valientemente, a lo largo de su ministerio sacerdotal, cuánto ha amado a los más frágiles de este mundo en nuestro país, seguramente como lo haría Jesús hoy, con las mismas entrañas de misericordia. Contribuyendo a una iglesia de los pobres que está para servir al pueblo y también por la construcción permanente de un Estado laico, donde se garanticen los derechos de todos y todas.

Creemos que nuestra iglesia necesita más que nunca de voces plurales, de diálogo y sentido de convivencia, que expresen el verdadero carácter del evangelio. Si el P. Gastón viene de una larga trayectoria de servicio, dando frutos diversos y siendo a todas luces fiel testimonio del Evangelio, no entendemos esta velada sanción que se le impone.

“Yo soy el buen pastor (…). Yo doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil y también a ellas debo traerlas”. (Jn 10, 14-16)

Lamentamos que haya actitudes que nos alejan de la figura del “Pastor que da la vida por sus ovejas”. Todo ello pone a prueba nuestra fe y esperanza, y redobla nuestro compromiso de construir una Iglesia más fiel a Jesús, que sepa amar y sea cercana a los débiles; una Iglesia de servicio, justicia y verdad.

“Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer lo que Dios exige, pues él hará que sus deseos se cumplan”. (Mt 5,6)

Estamos seguros de que los verdaderos pastores se forjan desde abajo y, más temprano que tarde, se sabrá reconocerlos y apoyarlos. Son también ellos los profetas de nuestro tiempo, con quienes debemos que seguir construyendo nuestra Iglesia y país.

Expresamos nuestra solidaridad con el P. Gastón Garatea, y pedimos se le renueve la licencia para ejercer su ministerio sacerdotal en Lima. Invocamos a la comunidad católica, en especial a quienes tienen responsabilidades de conducción, a hacer los esfuerzos que sean necesarios para construir una Iglesia que sea signo del Reino que Jesucristo vino a traernos.

Lima, 16 de mayo del año 2012.

MESA DE MOVIMIENTOS LAICALES
º COMUNIDAD LAICAL HECTOR DE CARDENAS (CHC).
º COMUNIDAD DE VIDA CRISTIANA (CVX).
º EQUIPO DOCENTES DEL PERU (EDOP).
º JUVENTUD OBRERA CRISTIANA (JOC).
º MOVIMIENTO INTERNACIONAL DE APOSTOLADO EN LOS MEDIOS SOCIALES INDEPENDIENTES (MIAMSI).
º MOVIMIENTO DE PROFESIONALES CATOLICOS (MPC).
º MOVIMIENTO DE TRABAJADORES CRISTIANOS (MTC).
º UNION NACIONAL DE ESTUDIANTES CATOLICOS (UNEC).
º COMUNIDAD ENCUENTRO DE CRISTIANOS.
º MISIÓN ESPERANZA.
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Intentar vivir de otra manera

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Me resultaron muy significativas las lecturas de la biblia del día de hoy (29 de abril), escuchadas en la misa dominical que asistí en mi parroquia. Cada una con diversos aspectos de mensaje. Jesús como la “piedra angular”, aquella que desecharon los arquitectos por considerarla poca cosa o irrelevante. El reconocernos como hijos de Dios, cuestión que a veces puede parecer banal. Jesús como pastor, sinónimo de quien sabe dar la vida por “sus ovejas”.

Porque me hizo pensar… y creo que nos hace pensar, en cómo lo insignificante y a lo que prestamos poca importancia puede ser muchas veces la clave de lo fundamental. Será porque allí también esta la clave de cómo entender el amor de Dios, el que nos rebela Jesús, por el que ofrenda su vida (y resucita, fiel el Padre a su amor y a su promesa). Será porque allí también se comprende por qué los pobres y los débiles son los privilegiados de su atención; y nos sitúan mejor que nadie en el entendimiento de eso de “amar sin esperar nada a cambio”. Ya que siempre que damos algo de uno, esperamos recibir algo en compensación… cuando se nos invita a entenderlo de otro modo eso de “dar” y eso de “recibir”.

Sería bueno preguntarnos si la vida es posible desligando el dar del recibir, o el recibir y el dar. ¿Podríamos pensar la vida desde un “dar gratuitamente” y un “recibir gratuitamente”? Aprender a vivir con esos parámetros, a hacer de ello el sentido de nuestras instituciones, de nuestras actitudes, de nuestra política, de nuestros deseos, de nuestra economía, de nuestro carácter, de nuestra cultura, de nuestra personalidad. Por cierto, de nuestras actividades y labores rutinarias. ¿Sería posible la economía si yo invierto un dinero sin esperar “nada a cambio”? ¿Sería posible trabajar sin esperar un sueldo a cambio? ¿Cómo funcionarían las cosas? En realidad, podría pasar por estar hablando cosas sin sentido. En cierta forma.

Sin embargo, necesitamos pensar la vida de otra manera. Visualizar nuestra vida y la del mundo con otros conceptos a los que nos acostumbramos o devenimos con ésta cultura de la competencia, la evolución y fe ciega en la tecnología. La verdad es que ella no ha servido para mejorar la vida de la humanidad sino para hacernos dar cuenta que podemos conducir el mundo también con nuestras propias ideas y ciencia (y que importante que es), pero si no nos abarca a todos como humanidad y sólo es para disfrute de una minoría ¿de que nos vale? ¿qué valor puede tener la convivencia entre el confort de unos cuantos rodeados de necesidades básicas insatisfechas de muchos… todavía?

Es real que, en un mundo como el que tenemos, capitalista en su economía y sentido cultural, no cabe un razonamiento donde quien invierte económicamente no sea para generar una rentabilidad. El mercado obliga a ello porque, si no, se sucumbe y el vacío lo llena otro. Pero es también cierto que el acuerdo entre las personas podría conducir a establecer pautas que permitan compartir ese “reino de la abundancia” hasta por un interés mismo del desarrollo de los propios mercados y de las empresas (y, por ende, de los capitalistas).

Acaso no es plausible pensar que, siendo un azar el lugar y la familia en la cual nacemos, ¿a todos nos gustaría tener lo adecuado para vivir? Por tanto, todos debiéramos tener esa posibilidad garantizada en cualesquiera circunstancia (J. Rawls y otros podrían dar fe de ello). ¿Acaso no es verdad que mientras más posibilidad haya de generar capacidad de compra en las personas, sería más factible que se desarrolle la oferta de productos y servicios? Por cierto, debidamente orientado y fiscalizado desde el Estado y los organismos que garanticen unos mínimos para todos. Por tanto, a todos nos debiera interesar –empezando por los mismos empresarios y financistas, así como a los Estados- que todos eleven su capacidad adquisitiva y demanden lo que corresponda a sus necesidades de consumo. En fin, así podríamos seguir mencionando otros aspectos.

Nos detenemos ahora en algo que nos devuelve al inicio. Se requieren líderes que razonen de esa manera. Líderes que obren como pastores, capaces de dar la vida por su pueblo y no se espanten ante los peligros o salven su “propio pellejo” (o sólo el de su familia o entorno). Necesitamos pastores que den fe de esa actitud en la política, en la economía, en la cultura… y, por cierto, en nuestra Iglesia, en nuestras comunidades cristianas, en nuestras familias, en nuestros centros de trabajo… y en la vida de uno mismo.

Porque necesitamos partir de ser líderes de nosotros mismos (ser también nuestros propios pastores). Cada uno en lo que le toca revisar. Extendiéndolo a todo lo que abarca su propia vida y con sencillez. Porque si somos capaces de dar sentido de servicio a todo lo que hacemos, si somos capaces de dar la vida por quienes nos rodean y por quienes son “nuestras ovejas” (en sentido figurado), podremos ser mejor capaces de amar sin esperar nada a cambio, de situarnos desde los débiles e insignificantes y de intentar de vivir de otra manera con todas sus consecuencias.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena, 29 de abril de 2012 Sigue leyendo

El amor a los 100 años: de Octavia Vera su madre de Josefina

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Para amar se empieza con la decisión de engendrar un nuevo ser, desde ese óvulo cuyo espermatozoide llega a fecundar, normalmente el que llega primero, en una competencia de miles. Decisión que será una recurrencia en distintos niveles a lo largo de la vida, como gratuidad simple, dependencia de los padres (o quienes hacen las veces), como decisión individual en la madurez, como “dejándose llevar” por quienes nos continuarán. Siempre con el amor que lo tiñe todo de bondad, cariño, compromiso, fecundidad, fruto, gratuidad, belleza, verdad…

El pasado 22 de marzo se celebró en San Jerónimo, Andahuaylas, el centenario de la señora Octavia Vera viuda de Vásquez, madre de nuestra querida compañera de comunidad, Josefina Vásquez. Como muchas fiestas pueblerinas, los festejos duraron “tres días llenos de emoción y cariño, en compañía de sus nueve hijos y muchos de sus 21 nietos, 35 bisnietos y 2 tataranietos” (Micronoticias Jesuitas).

Estuvieron en ella varios jesuitas, como Tato Repullés, Oscar Morelli, Antonio Sánchez Guardamino, Javier Quirós y Sixto Coronel, acompañando a la familia de Víctor, hermano de Josefina, y también hermano Jesuita.

Toda la celebración fue una modesta acción de gracias por la vida de doña Octavia, devota de la virgen del Carmen. Según nos cuentan los participantes… Eucaristía, homenaje, brindis, almuerzo y la infaltable animación musical fueron seguidas con alegría y lucidez por doña Octavia, quien en todo momento se mostró atenta y emocionada, muy agradecida por los acontecimientos del centenario.

Tato Repullés, quien presidió la Eucaristía de acción de gracias por la vida de doña Octavia, durante la homilía tuvo emotivas palabras, plasmadas en un poema para la ocasión:

Cuando esta mañana mientras te cantaban
He visto aflorar en tus ojos lágrimas de emoción
Y entre tus labios rojos se dibujaba una tierna sonrisa

He soñado llorar de alegría, cien años de vida
Un siglo recibiendo y dando amor
El mejor regalo del padre bueno

Desde el día que te creo
Semejante a él, que es el Amor
Naciste llorando como todos

Para sentir que unas manos cariñosas enjugaban tus lágrimas y acallaban tu llanto
Y un beso lleno de ternura llenaba de felicidad tu tierno corazón
Que recién estrenaba y que después iba a seguir creciendo

Al compas de los años y del nacimiento de tus hijos
Esa ha sido tu vida, un cantico de alegrías trasmitidas a tus hijos
Tu sangre generosa y espíritu lleno de ilusión de lindos sueños y amor

Fueron corriendo los años entre lágrimas y risas
Fueron creciendo tus hijos jugando, peleando y llorando
Bajo tu mirada cariñosa y acogidos en tu regazo

Llenos siempre de ternura, reunidos entre tus brazos que engendraban amor
Fuiste feliz cuando los engendraste y las lágrimas limpiaron tu tristeza cuando Dios se los llevó
Y ahora, después de cien años, todos se encuentran anclados en amor gracias a Dios

Gracias por habernos regalado tu amor y alegría
Ya que tu vida ha sido una sinfonía de amor que nunca terminará
Porque será eternamente un camino de amor.

Gracias a la vida que nos ha dado tanto… y doña Octavia es una muestra más de ello.

Guillermo Valera Moreno
CVX Siempre
14 de abril de 2012
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Diálogo con el mundo desde Jesús

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He tenido ocasión en estos días de revisar la Encíclica Ecclesian Suan, la primera que publicara Paulo VI en su Papado, en 1964, estando aún el Concilio Vaticano II en reuniones y discerniendo sobre los temas que le correspondió. Le he tomado atención como un pretexto para aproximarme a los 50 años de Vaticano II y por sus contenidos, ya que trata sobre la Iglesia en el mundo y marca una serie de criterios a tomar en cuenta para encaminar la misma que veo importantes.

Lo fundamental que se pone de relieve, más allá de los temores con los que a veces se manifiesta, es el tema del diálogo en el mundo actual. Del diálogo por cierto de la Iglesia con el mundo actual y su ubicación en él, tomando como figura la relación de nuestro Padre Dios con la Iglesia, la misma que debiera de tomarse en cuenta desde la Iglesia con el mundo, del cual forma parte y a la vez busca iluminar.

Buscando ser fieles a Jesús, podríamos decir que estamos llamados todos como Iglesia (tanto jerarquía como “pueblo de Dios”), a traducir esa manifestación en el propósito de ser un fiel reflejo divino ante los hombres, así como manifestación humana -lo más acabada posible- ante Dios. En esa medida, tendrá más sentido el poder decir que la Iglesia es y no es del mundo, siempre desde “su vital relación con Cristo”.

Sin embargo, la Iglesia obra situada en el mundo, es parte del mundo y es fiel reflejo de este, desde sus propias mediaciones humanas e históricas que le corresponde en cada época. No podría ser de otro modo. Más aún, cuando por la fe asumimos que todas las personas somos reflejos de la divinidad, en tanto cada uno ha sido hecho a “imagen y semejanza de Dios”. Y ello es anterior a nuestra condición de bautizados o no, lo cual nos hace más conscientes de nuestro sentido de pertenencia, aunque no de nuestra condición de hijos de Dios.

Son interesantes estos puntos porque la propia Encíclica que inspira nuestros comentarios, nos llama la atención sobre el sentido de conciencia del cual hay que partir para establecer una buena relación con quienes nos rodean. Conciencia que significa también identidad, estructuras, contenidos fundamentales. Todos los cuales se pueden resumir en el seguimiento de Jesús; obrar en el amor, el servicio y el bien; discerniendo y orando con el Padre; confiados en el Espíritu Santo. Reconocidos en la vida de María nuestra madre.

Con esa actitud, sentido de gratuidad y experimentando que es el Padre quien nos conduce en última instancia, se nos invita a abrazarnos como Iglesia y abrirnos al mundo. Ahora bien, habría que considerar que más que una dicotomía Iglesia – mundo, estaríamos ante el múltiple desafío de cómo hacernos más parte del mundo en todas sus expresiones. Para evangelizarlo todo (y como Iglesia en él), para recrearnos en todo él desde sus múltiples manifestaciones, como diálogo creativo intercultural que pone por delante lo que es presencia de Dios y el discernirlo juntos, para saberlo reconocer o aprender a reconocerlo desde distintas miradas.

En la Encíclica que nos inspira se habla de abrazar el diálogo en distintos ámbitos, a modo de seguir círculos concéntricos: con la humanidad; con las grandes religiones (Islam, budismo, judaísmo, etc.); con los hermanos apartados (diversas expresiones cristianas) y en la Iglesia misma. Menuda tarea en la que se ha ido avanzando en las últimas décadas con relativo éxito (aproximaciones, comunicación, intercambios), aunque lo que puede haber faltado es sobretodo gestos y símbolos de convergencia y cambio. Por ejemplo, si la Iglesia Católica desea manifestarse desde el servicio y el amor (principal cuestión para la que fue creada), ¿por qué no se ha renunciado a que el Vaticano sea un Estado? ¿Por qué no se ha hecho de su sede central otras latitudes más llamadas o convergentes con su propósito misionero, como podría ser alguna zona del África o del Asia?

Porque la renovación para la que es llamada nuestra Iglesia, ayer, hoy y más adelante, siempre estará emparentada con su capacidad de servicio, de amor y de bien que pueda testimoniar, fruto de la verdad, la justicia y la paz con la que proceda, alejada -por cierto- de toda tentación de poder. Desde allí habrá que hacer todo “aggiornamento” que se vea necesario, toda adaptación a los tiempos y la lectura de los propios “signos de los tiempos”.

Pero la parte más extensa a la que se dedica la “Ecclesian Suan” es, como decíamos antes, al diálogo, al rol de la iglesia en el mundo desde su capacidad de dialogar y establecer comunicación adecuada con sus distintos componentes, teniendo como trasfondo además la preocupación por la paz mundial, la misma que ha ido variando en móviles de conflicto pero no superando completamente los mismos. Hoy, con mayor razón y preocupación, en tanto los temas delas grandes ideologías han dado paso al de las llamadas “grandes civilizaciones” y los sistemas de creencias que los sostienen o están detrás de ellas -muchas veces- como soportes de los poderes establecidos.

Hoy en el mundo y a distinto nivel hay responsabilidad sobre el destino de la humanidad, tanto como Iglesias, como sociedad civil, como Estados, como grandes (medianas y pequeñas) empresas, como medios de comunicación… En todo ámbito y nivel estamos exigidos de dialogar si queremos avanzar en el cambio de época en que nos encontramos. Valorando en ello lo humano y poniendo en función de lo humano todo lo que nos corresponda desarrollar y crecer. He allí buena parte de nuestros desafíos, como Iglesia y sociedad. Y para nada es algo obvio.

Guillermo Valera Moreno
Lima, 8 de abril de 2012 Sigue leyendo

El valor de la comunidad: a propósito de la membresía CVX

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La reflexión que nos plantea el ExCo mundial CVX sobre la membresía en CVX (Proyectos 150) pareciera que fuera algo ya “sabido” o, por defecto, algo que no se entiende de modo suficiente. Es algo sabido, en cuanto asociar “membresía” a sentido de pertenencia a CVX, o identidad y compromiso en CVX; lo que significa ser parte de una CVX. No se entiende suficiente –o se entiende poco- en tanto la membresía puede albergar otros aspectos más próximos a “marca CVX”, visibilidad de la CVX, proyección de la CVX hacia el mundo…

En realidad nos podemos quedar con la acepción más propia al sentido de pertenencia y lo que se marca como camino para hacerse cada uno “integrante de CVX”. Lo cual, muy bien se afirma, es parte de un sentido vocacional que se debe vivir como proceso; asumiéndose con la gradualidad a la que invitan los llamados “compromisos temporales” y los “compromisos permanentes” en CVX. Incorporando en ello el proceso de crecimiento espiritual que significa la aventura de los ejercicios espirituales en sus diversas semanas y en la regularidad de su experiencia periódica. Por cierto, complementado con temas diversos de formación constante y la capacidad de compartir la vida en comunidad, así como la centralidad de la vida comunitaria en la vida toda (en conjunto), vinculando más adecuadamente fe y vida como consecuencia de ello.

De allí la alusión a los principios generales CVX 10 y 12 , en los cuales se nos habla de los “integrantes” y del “estilo de vida en CVX”, cuestiones que nos conducen a hacer presente que la dimensión comunitaria nos deben afirmar y motivar a un constante crecimiento como personas en los diversos ámbitos que corresponde (espiritual, social, cultural, político, humano); nos debe conducir a trabajar “con Cristo en la anticipación del reinado de Dios”, participando activamente en el desarrollo apostólico que nos pueda corresponder, individual y comunitariamente. Hoy en nuestro Perú, por ejemplo, ¿cómo se pone en juego el ser profesionales competentes y testigos convincentes? Aunado al sentido de solidaridad y esperanza con el que estamos llamados a vivir el amor del Padre. Participando por cierto de las reuniones comunitarias y acompañándonos mutuamente en la creación de sentidos, desarrollos vocacionales, y realización personal desde lo que descubrimos como “voluntad del Padre”, como disposición para realizar dicha voluntad amorosa.

Nuestra partencia a CVX hoy tiene mucho sentido. Desde distintas ópticas. Porque nos puede ayudar a vivir una fe por encima de tantas acepciones de individualismo egoísta; nos ayuda a crecer en la relación con el “otro” y en el manejo de las diferencias. Nos ayuda a construir un sentido mayor de convivencia social y de hacernos ciudadanos más conscientes de la comunidad política que nos corresponde ayudar a construir; a sentirnos nada ajenos en el esfuerzo por orientarnos siempre hacia el “bien común”.

Teniendo presente, en forma permanente, que Dios actúa en nosotros y, su presencia amorosa en nuestras vidas, es muy anterior a cada uno de nosotros, como lo han sido por fuerza los padres que nos engendraron y cuidaron de nosotros a lo largo de nuestro crecimiento, al menos de los primeros (y fundamentales) años. A través del Espíritu Santo se rebela el amor gratuito del Padre. Amor que se nos invita a testimoniar y a que sea nuestro “sesgo” característico, servidores por excelencia, disposición para el servicio, con capacidad para servir en todo y con sencillez. Haciendo de ello nuestra tarea de predicar y de asumir el “envío” comunitario, la proyección apostólica, el magis ignaciano.

Ojala que de todo éste revalorar nuestra pertenencia comunitaria y el valor de la comunidad para el conjunto de nuestra vida (y viceversa), nos permitiera hacernos conscientes que necesitamos aprender a tomar mejores decisiones, a saber tomar decisiones y, por lo tanto, a mejor saber discernir nuestras vidas y el llamado del Señor, para las decisiones que nos pudiera corresponder. Así como decisiones, también aprender a trazarnos metas a diverso nivel, procurando direccionar mejor lo que hacemos y dándole un sentido mayor a rutinas de actividades o activismos más o menos intensos que llenan nuestros tiempos y espacios. Por ejemplo, ¿es posible que cada uno se trace una meta en el año sobre lo que quiere crecer como persona? ¿Es posible trazarnos una meta comunitaria para el año, sobre lo que queremos crecer comunitariamente y vernos todos reflejados en una motivación común?

Hay muchas cosas a las que nos motiva un tema como el de la membresía. Lo importante será que Jesús esté al centro de todo ello y sea él mismo quien nos motive y guíe en todo lo que hacemos y buscamos crecer.

Guillermo Valera Moreno
20 de marzo de 2012 Sigue leyendo

Cuaresma: por un cambio pleno de sentido

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No había caído muy en la cuenta el profundo significado del calendario litúrgico referido a la Cuaresma, como tiempo de conversión, de perdón y reconciliación, de llamado a cambiar nuestra vida y la del mundo que nos rodea. Un tiempo muy especial como suelen serlo el Adviento o Pentecostés.

Qué bueno que éste se de dentro de los primeros meses del año, como una forma de plantearnos: ¿Qué debo hacer por Cristo, a qué me llama Cristo, cómo debo seguir a Cristo? ¿Qué debo hacer con mi vida en el presente año 2012 en el que ya estoy “sobre el caballo”? Vida que corresponde a mi persona, la de quienes me rodean, dígase mi familia, mis compañeros de trabajo, mis vecinos, mi país, mi Iglesia local, mi comunidad cristiana más inmediata… el conjunto de responsabilidades que pudiera tener entre manos.

Estamos ante un tiempo privilegiado. Más que para hacer ayunos o promesas, para revisar nuestra vida, el sentido que he ido construyendo de ella, los valores con que la he ido rodeando y visibilizando. Finalmente, para que me importe qué cosa; para situar como lo significativo qué cosa; para decir que amar es qué cosa. ¿Para centrarme más en mí mismo o en mi relación con los demás, en la preocupación por el otro, especialmente por el diferente?

Calza muy bien lo que el propio Papa Benedicto XVI nos señala a propósito de la Cuaresma, recomendando: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24). Hoy en nuestro país, dónde tenemos que poner la mirada, dónde debemos situar al otro y encontrar estímulo para la caridad (dígase el amor y el servicio a los demás); en que se pone en juego las “buenas obras”.

Ciertamente, incendios provocados con los fines que fueran no pueden ser buenas obras, más aún si dañan las posibilidades de una mejor educación para nuestros niños y niñas. Más aún, cuando una educación pública de calidad es una de las condiciones claves para una mayor equidad y sostenibilidad de nuestro desarrollo.

De qué manera los conflictos sociales existentes en nuestro país, en especial los mineros y medio ambientales, me dicen algo y me comprometen a hacer mejor el trabajo que realizo o la vida familiar que llevo, bajo las claves con las que me gustaría que se resolvieran éstos. Me refiero, ¿sabemos dialogar en toda circunstancia? ¿Sabemos resolver con sentido de convivencia razonable los problemas que se nos presentan? ¿Le huimos a los conflictos porque suponen tensión y, quizás, algunos problemas adicionales?

Revisar nuestra vida desde mi relación con los otros, de lo que significan para mí y mi entorno. Qué tanto me suponen vivir en sencillez y en franca solidaridad y fraternidad. Porque no es fácil y tenemos que constantemente revisar lo que a cada uno le toca. Estamos en ese tiempo especial para hacerlo, como parte de prepararnos para la semana santa y revisar también el tipo de Iglesia y comunidad que somos y ayudamos a construir. Más aún, cuando recordamos los 50 años de Vaticano II, el cual nos da una clave más de esperanza para el presente año.

Así como Vaticano II significó un momento intenso de cambios en nuestra Iglesia (con mucha deuda aún pendiente), del mismo modo, debemos procurar que cada Cuaresma se convierta en nuestro Vaticano II personal y comunitario. Como un momento que nos ayuda a identificar y poner los medios para los cambios de vida que debemos proceder. Para que el término “conversión” al que nos llama nuestra Iglesia no sea hueco sino pleno de sentido.

Guillermo Valera Moreno
11 de marzo de 2012 Sigue leyendo

Lo comunitario empieza por las personas

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Me dejó pensando que una amiga percibiera que las reuniones de una comunidad cristiana (por ejemplo, de la CVX) fueran algo “informal” y que no debiera preocuparnos tanto el hecho de ir o no ir a sus reuniones. Aunque se trataba de alguien que no ha transitado mucho en éstos espacios, relativamente joven, vinculada a una relación de iglesia más por herencia familiar… , era significativa la mirada que puede haber sobre un asunto que uno, muchas veces, da por lógico, consabido o más “uniforme” en su mirada.

El que se perciba como más o menos formal una instancia como la de una comunidad cristiana no significa necesariamente que no haya compromiso. Pueden generarse elementos vinculantes y comunicativos diversos, conllevando a una filiación. Sin embargo, puede ser algo que evidencia qué tan institucionalizada esta la relación comunitaria con sus integrantes y qué tanto desean éstos que sea así; porque una instancia comunitaria como la aludida es, ante todo, una entidad vital y que se teje con la presencia de sus integrantes; tiene razón de ser siempre por sus integrantes. Sin ellos, no puede darse, pierde sentido, no se puede construir ni generar procesos adecuados de crecimiento y de compartir común de vida y fe.

Con lo anterior quiero aludir a un hecho y tarea central en toda comunidad: a toda comunidad siempre le tocaría estar centrada en la preocupación por la persona humana y su crecimiento. Si se trata de una comunidad cristiana, tocaría vivir esa preocupación desde la experiencia de Cristo como centro de la comunidad. Pero hablando en términos amplios, “la preocupación por la persona humana y su crecimiento”, debiera ser lo fundamental de toda instancia comunitaria (o que quiera reclamarse como tal), ya sea desde la familia (en todas sus variantes) hasta lo que podemos denominar, con los antiguos griegos, la “polis”, la comunidad política de toda sociedad (o la sociedad organizada de todo grupo humano).

Eso que puede sonar como tan lógico y que en una sociedad se ubica como la “búsqueda del bien común”; eso que para toda familia se puede señalar como (o aspirar a que sea) la “célula viva de toda sociedad” (en tanto entorno de amor y favorable al crecimiento); eso que en todo trabajo debiera considerarse como la disposición de los medios necesarios para vivir y realizarse como persona (y no sólo el ámbito de la “sobrevivencia”). Sin embargo, todos esos espacios (u otros) pueden pecar de romanticismo cuando no responden a un realismo que contradice los valores de una sociedad solidaria e inclusiva y nos somete a un individualismo lacerante (“todo vale”), voraz (“competitivo”) y excluyente (por tanto, injusto).

De allí que lo más importante de una comunidad no sean las actividades que realizan, ya fuera hacia adentro o en sentido más apostólico; no lo sea en su número de integrantes que alberga, aunque pueda ser conveniente una cantidad adecuada (entre 5 y 12 si hablamos de una “comunidad pequeña”); tampoco la periodicidad de sus reuniones o qué tantos contenidos se abordan en ellas (aunque ayudan mucho los planes anuales, la revisión de vida de cada uno, los temas de formación y otros). Lo fundamental es la preocupación por la persona humana y su crecimiento.

Como se verá, hablamos con un sentido de ida y vuelta: cómo las personas están presentes en cada uno (y como comunidad) y cómo éstas se hacen presentes en cada uno y en el ámbito también de la comunidad. Porque no es posible que haya comunidad sin la presencia física y regular de sus componentes. Pero es responsabilidad de la comunidad que ello se haga posible. Es fundamental generar mecanismos de acompañamiento comunitario para cada uno de sus integrantes, empezando por hacer posible el compartir la vida de modo comunitario.

Se podrá compartir la vida en comunidad si se participa de sus diversos momentos importantes para la comunidad, como son el hacerse parte de las reuniones regulares de la comunidad así como de sus actividades. Si en ellas se asume una creciente actitud proactiva (o sea, con iniciativa propia hacia los demás, hacia la comunidad de referencia); siendo capaces de compartir la revisión de su vida con los demás integrantes; si aprendemos a intercambiar apreciaciones sobre temas diversos, con el propósito de aprender a discernir y a recoger un sentido inspirado en Jesús para nuestras labores más cotidianas o decisiones más de fondo.

Lo anterior, no busca tener sólo un sentido restringido. Hablamos de tener en cuenta a las personas en tanto grupo comunitario y de éste (y de cada uno de sus integrantes) respecto a las demás personas que nos rodean y, por extensión, la sociedad más en su conjunto (el distrito, la región, el país…). Cómo tomamos en cuenta a las personas del ámbito comunitario y cómo tomamos en cuenta a las personas en sentido más amplio, tejiendo sentidos relacionados entre uno y otro ámbito porque lo que se pone en juego en todo momento es la convivencia humana y nuestra capacidad de relacionarnos sin tener que matarnos, oprimirnos, segregarnos, diferenciarnos… y todo lo que tenga a la base la injusticia, la mentira y el mal en general.

Por ello, hacer buenas experiencias de comunidad pone en juego todo lo que somos y aspiramos a ser, desde lo que hacemos y crecemos, desde nuestros aciertos u omisiones, con nuestra alegría y deseos de amar en toda dimensión. Con nuestros errores y circunstancias adversas. Pero conscientes de los horizontes que nos vamos dando y en los que vamos poniendo los medios para salir de lo que nos ata al mal o nos esclaviza; porque queremos hacernos parte y nos decidimos a obrar el bien.

Obrar el bien por más limitaciones que sintamos o experimentemos. Justamente, la comunidad o las distintas comunidades que compartimos (familiar, religiosa, de amigos, etc.) y, ojalá, en el ámbito del trabajo y del ejercicio ciudadano, en todas ellas estamos llamados a dar todo de sí y a construir relaciones que nos permitan recibir todo lo mejor que nos sea posible.

Cuidemos nuestras comunidades y construyámoslas. Son espacios claves, entre otras cosas, de construcción de convivencia y solidaridad. Ello que nos ayude a centrar mejor nuestra vida y, qué mejor, si el centro de nuestra comunidad es Cristo.

Guillermo Valera Moreno
Lima, 19 de febrero de 2012 Sigue leyendo

Jóvenes: diálogo y esperanza

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Sumergirse en los procesos de los jóvenes obliga a afrontar aprendizajes en medio de circunstancias cambiantes, como cambiantes son las circunstancias de los jóvenes en su proceso de crecimiento y tránsito a una etapa más adulta. Supone una serie de retos y desafíos que conduce a afrontar procesos de recambio más profundos como los que compromete a cambios generacionales. Una cuestión así es transversal y atraviesa absolutamente todo. Por tanto, con esa dimensión habrá que mirar una temática como a la que nos convoca.

Una primera cuestión en ello será, por tanto, la de entender la complejidad de la realidad de los jóvenes, partiendo de su propia realidad y de contrastar dicha realidad dentro de la realidad más amplia que supone el contexto en que todos nos movemos. Siendo además conscientes que los temas de contexto no son elementos muy presentes en la preocupación de los jóvenes, ya fuera por desinterés o por confiar (o creer) que sus posibilidades descansan básicamente en lo que hagan o dejen de hacer.

Entender la complejidad supone tomar en cuenta una serie de elementos como la cultura propia de los jóvenes, así como los contextos culturales diversos en que se pueden mover, ya que es distinto hablar de un medio urbano o rural, de Lima o “provincias”, de rasgos étnicos más específicos según regiones, etc. Por tanto, supone entender también que no nos referimos a una realidad homogénea sino ante varios mundos de jóvenes.

Una segunda cuestión significativa es que para aproximarse a los jóvenes hay que replantear o revisar lo que han sido las metodologías de trabajo respectivas, asumiendo tensiones normales que se plantearán entre autonomía (libertad) y acompañamiento, entre novedad y experiencia, organización y acciones más espontáneas, entre creatividad y límites. Lo cual conlleva a revisar qué puede significar acompañar a jóvenes individuales y colectivos; establecer interlocución y protagonismos de los jóvenes; manejo del lenguaje y formas de llegar a ellos. Que no se sienta que existen (o pueden existir) “trucos” en el manejo de dichas relaciones.

Un tercer punto lo vinculamos al sentido de la vida, como cuestión que toda persona se plantea más allá de sus creencias religiosas o similares. A nadie le es ajeno situar un sentido de su vida, vinculado a la necesidad que todos sentimos de afirmación personal e identitaria, así como a un descubrimiento vocacional y de aprendizaje a valerse por sí mismo en la vida. Lo cual hay que saber situarlo también y empatarlo con los valores humanos fundamentales, derechos, preocupación por el otro, capacidad solidaria. Ayudando a encaminar un plan de vida y sentido de esperanza.

Un cuarto aspecto es relativo al testimonio que se puede brindar, como capacidad de transmitir con la vida actitudes concretas de fraternidad, coherencia, estilo de vida, espiritualidad… De ser referente para otros. Hablando como se actúa y actuando como se habla. Testimonio que será importante de entenderlo como expresión de una relación comunitaria (donde cuentan los “otros”), sintiéndose parte de una comunidad política más amplia que también cuenta y me interpela en tanto institucionalidad orientada al bien común.

Un quinto punto es la de tomar en serio las propuestas de los jóvenes y saber escucharlos. No como una cuestión de concesión que se concede, sino de saber situarse de modo adecuado. Lo cual debe ir acompañado de la emergencia de liderazgos con capacidad de interlocución, inevitablemente desde aproximaciones diversas de ensayo – error que serán normales a dichos procesos. Propiciando canales adecuados de articulación entre los mismos jóvenes y desde sus propias iniciativas y autonomía. Respetando su variedad y acciones diversas y simultáneas en las que se pueden involucrar. Planteándose factores como la sostenibilidad y duración de acuerdo al tipo de iniciativas que se realizan y la temporalidad que puede suponer muchas de ellas.

Una última cuestión que ponemos de relieve es la relativa a una “agenda joven” que es necesario de establecer y encaminar, vinculada a los temas de interés y preocupación propia, como pueden ser los temas vocacionales, educativos, laborales, de formación integral, pasando por temas espinosos como los relativos a los derechos sexuales y reproductivos, religión y culpabilidad, violencia familiar, opciones políticas, la diversidad y el diálogo cultural y religioso, entre otros.

Todo lo anterior es fundamental de incorporar para todo lo que puedan ser procesos de formación y trabajo con sectores juveniles, sean éstos los que fueran. Donde confianza, libertad y responsabilidad son claves para la reflexión, el relacionamiento y la acción.

Guillermo Valera Moreno
8 de febrero de 2012

Nota: el presente artículo esta inspirado en el evento de “Fe y Política y jóvenes universitarios”, realizado por el IBC, el 8 de febrero, como parte de su encuentro anual más amplio. Sigue leyendo