Archivo por meses: junio 2014

Renovar la Iglesia

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Nos hemos preguntado sobre ¿qué me tocaría a mí hacer si la Iglesia (Católica) tuviera que renovarse (y reformarse) en el mundo actual? No. No lo que tendrían que hacer la jerarquía de la Iglesia (dígase obispos, sacerdotes, religiosos, etc.). Nos referimos a lo que tendríamos que hacer todos los que nos sentimos parte de la Iglesia Católica (en tanto “pueblo de Dios”), iniciada hace más de 20 siglos por el mismo Jesús de Nazareth, María su madre, sus apóstoles y seguidores de entonces…

No es gratuita la pregunta porque, para el mismo Papa Francisco, es una de las cuestiones que le preocupan sobremanera, siendo una de las ideas más persistentes que recorre la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. No podría ser de otro modo si queremos recuperar la alegría de ser cristianos y el sentido fundamental de sabernos “amar los unos a los otros” y, desde ello, saber dar “fruto en abundancia”. No de hacer muchas cosas y generar “muchos” compromisos y misiones. Específicamente de saber amar, de sabernos amados por nuestro Padre grande y reconocer en el amor que nos rebeló Jesús (nuestro hermano “mayor”), la fuente inagotable de nuestra razón de ser, misión y realización. Profundizando desde allí, sin necesariamente muchos cursos o talleres de por medio, el sentido de amarnos y la experiencia de amar entre unos y otros.

¿Puede la experiencia del amor dar centralidad a mi vida? ¿Puede esa experiencia de amor ser determinante en mi vida? ¿Puedo aprender a vivirlo como experiencia y fruto de mi relación con quienes me rodean, con los parecidos y los diferentes, con todos los seres humanos? Sabiendo que es tan fácil decirlo y afirmarlo como complejo y difícil el vivirlo. Porque nos equivocamos muchas veces a cada paso; porque somos pecadores (y no lo decimos como un “saludo a la bandera”), somos reiteradamente pecadores porque no estamos acostumbrados a vivir en un tejido de relaciones donde prime el bien de todos, muchas veces todo lo contrario. Porque las envidias, los afanes de poder, los propios intereses, nuestra insolidaridad y tantos factores que juegan en nuestra contra (y nos dejamos llevar por ello), nos devuelven a la sencillez y humildad de nuestras limitaciones; nos suelen situar y hacer conscientes de los horizontes más adecuados de nuestras posibilidades.

Volvemos al Papa Francisco. Él nos convoca a todo el pueblo de Dios, a todos los bautizados sin distinción, a jugarnos por una renovación de nuestra Iglesia. Para lo cual no se requiere de cartel ninguno, ni hace falta formarse de modo especial, todo lo contrario. Se requiere en lo fundamental de disposición, actitud, sentido de desafío, ganas de amar y darse por lo que nos enseñó Jesús a vivir y el modo de entregarse a sus hermanos y hermanas. “La nueva evangelización debe de implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. (…) Todo cristiano es misionero en la medida que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos ‘discípulos’ y ‘misioneros’, sino que somos siempre ‘discípulos misioneros’.” (EA EG N° 120)

Estamos llamados a no dejarnos atrapar en las estructuras que nos hemos dado para organizarnos y hacer las cosas, si no a dejarnos encaminar por lo más importante que es el dar testimonio individual y comunitario del modo de vivir de Jesús, del modo de amar de Jesús. Desde donde estamos, con lo que hacemos, discerniendo sobre lo que nos sentimos llamados y del modo como Jesús nos impulsa a extender esa misma fe y fuerza de su amor (“en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino” EA EG N° 127).

Francisco nos invita a todos a “ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (EA EN – N° 33). Por cierto, se refiere tanto a religiosos y laicos, a todos en la Iglesia. El desafío es para todos, porque es la misma Iglesia la que tiene que dar testimonio en el mundo, tanto desde los laicos y religiosos, hacia dentro como hacia afuera, en profundidad de oración con el Padre y en profundidad de compromiso con los más débiles.

Construyendo caminos en la diversidad, preservando siempre la unidad, como fiel reflejo de la bondad de nuestro Padre trinitario y la acción gratuita del Espíritu Santo. “Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad.” (EA EG N° 131) Esforzándonos por vivir caminos de solidaridad, vividos como algo mucho más grande que “actos esporádicos de generosidad”, porque es fundamental el crear “una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (EA EG N° 188).

¿Qué nos toca hacer a cada uno? Un ejercicio más constante de discernimiento individual y comunitario nos vendrá bien. Ante todo, por el convencimiento de que nos necesitamos unos a otros para amar y hacer el bien. Para abrirnos al reinado de Dios en todos los mundos, en nuestro propio mundo y el de todos.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 22 junio de 2014

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Fe y caminos en comunidad

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Ser cristiano supone, entre otras cosas, intentar vivir nuestra fe (trinitaria) en comunidad, como Jesús nos enseñó a compartir la vida, desde pequeños grupos que se acogían, complementaban, buscaban lo mejor para cada uno, dejando poco tiempo para la envidia o la discordia. Todos estamos llamados a vivir nuestra fe en comunidad y a traducir relaciones comunitarias en el conjunto de ámbitos de la vida en las que nos desenvolvemos. Vivir nuestra fe en comunidad no requiere de vocación; requiere de tomar conciencia del valor de ella misma para nuestra vida y nuestro propio proceso de crecimiento.

Por cierto, nuestra fe en comunidad no es sólo para el momento de la reunión comunitaria que compartimos. En la comunidad nos apoyamos y nos damos impulso para el quehacer cotidiano de nuestra vida, intentando desde esa experiencia vivir comunitariamente en el conjunto de nuestra vida. Es decir, aprendemos a vivir en relaciones de solidaridad, porque la comunidad nos enseña que todo lo que implica al ser humano nos compete, nos involucra, nos moviliza.

De otro lado, en el espacio comunitario tenemos la oportunidad de profundizar una serie de aspectos que nos pueden ayudar a crecer. Tanto en nuestra formación, en la manera de vivir la fe, en el vínculo fe y vida que nos resulta a veces tan difícil, en la celebración, en el discernimiento, en el sentido apostólico que le damos a nuestra vida (tanto personal y comunitaria), y otros tantos aspectos de los cuales a veces no terminamos de ser conscientes.

Para lo que sí requerimos vocación es para darnos caminos más específicos y exigentes de vida comunitaria, como lo pueden ser las comunidades pequeñas que se organizan desde los movimientos laicales y de una entidad como la CVX (que es desde la cual hablo). Porque intentamos darnos ciertas regularidades de reuniones periódicas, de aprender a tomar en cuenta a los otros en mis decisiones y compartir; intentamos hacer cosas juntos (pequeñas o un poco mayores), en razón del sentido de misión que nos vamos dando (como comunidad, como Iglesia).

Por ejemplo, ser parte de una CVX significa, como en otros casos, una invitación a crecer en un estilo de vida marcado por el deseo de profundizar al menos en tres cosas: (a) Una experiencia de vida sacramental, de oración y discernimiento; (b) una experiencia de profundizar en el sentido de compromiso, especialmente con los más débiles, dando sentido de misión a la vida toda que uno lleva, integrando fe y vida y jugando el rol que como laico/a me siento llamado a realizar. (c) Una experiencia de vida comunitaria, expresada en la participación constante de sus reuniones y actividades, de la mano con quienes formo comunidad, en aras a realizar de mejor modo mi propia vocación personal.

Nuestra fe en comunidad nos abre de mejor manera al otro, a los otros. Nos hace más conscientes de los caminos que nos corresponde recorrer, en esa lógica de seguimiento alegre y gozosa de Jesucristo y de nuestro Padre grande. Desde la experiencia de las CVX, reconocemos que nos invita a diversos caminos, ya sea para el compromiso, el crecimiento, un camino apostólico o hacia un camino de alegría y gratuidad.

Brevemente podríamos decir que, el camino hacia el compromiso lo aprendemos de modo sencillo en esa metodología que se validó en América Latina llamada Ver – Juzgar – Actuar, con variantes que la han ido enriqueciendo y haciendo suya como experiencia en muchos grupos. Podemos hablar de un camino de crecimiento en CVX, cuando se señala un itinerario marcado por los procesos de formación en CVX, en éste caso comprendidos como Acogida – Fundamentación de la Vocación – Discernimiento de la Vocación – Discernimiento Apostólico. Cuatro momentos que van muy de la mano con la experiencia de los Ejercicios Espirituales Ignacianos.

Hablamos de un camino apostólico en CVX, en la medida que aprendemos comunitariamente a hacer vida la metodología del DEAE: Discernir – Enviar – Acompañar – Evaluar. Lo cual nos pone en un camino de discernimiento de la misión y en hacer vida cotidiana la misión (y hacerla crecer desde allí). Por último, en el quehacer comunitario podemos también constatar que es un camino de alegría y gratuidad, tal como nos lo recuerda el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio”; invitándonos a crecer en la aceptación de uno mismo; en la aceptación de los demás y el cuidado de la creación; y a vivir siempre agradecidos “por tanto bien recibido”.

En el fondo, todas son formas distintas y variadas de aprender a amar, como Dios sabemos que nos ama. Teniendo siempre en cuenta cosas como las que repetimos en cada Eucaristía, “Señor, no te fijes en nuestros pecados si no en la fe de tu Iglesia…”

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 17 de junio de 2014

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El cuidado de la creación nos implica

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Hay reuniones que siendo sencillas y breves, dan lugar a un despliegue de detalles e inspiración que pueden ser un eficaz motivo para trabajar más a profundidad lo que llevaba como propósito. Me refiero a la jornada de oración a la que nos convocó el Grupo de Ecología CVX (31 de mayo), en torno a reflexionar sobre su significado, implicancias y proyección. La necesidad de volver sobre un tema que no sólo es para abordarlo como tal, si no, para intentar hacerlo vida, tanto en lo personal, familiar, comunitariamente y a todo nivel a nuestro alcance.

Tomar conciencia sobre lo ecológico, va más allá de lo que para algunos puede ser una moda o algo simpático que nos relaciona con la naturaleza. Porque cuando hablamos de lo ecológico pretendemos establecer vinculaciones sobre cómo hacemos para mejorar la relación histórica del Hombre con la Naturaleza, pero implicando al propio Hombre en esa dimensión de naturaleza.

Es decir, pensamos que tomar en serio esa mejora en nuestra relación con las plantas, los animales, el clima y todo cuanto orden “natural” nos rodea, debe de implicar siempre mejorar nuestras relaciones entre los propios seres humanos. Aprender a querernos un poco más entre nosotros mismos. Saber poner en juego el cuidado de unos con otros (especialmente con los diferentes), como parte clave del hábitat que necesitamos mejorar. Donde la presencia del ser humano le da sentido a toda naturaleza (o debiera serlo).

Eso mismo podemos mencionarlo también en su dimensión política y social. Porque desde las políticas públicas que se sigan y del modo cómo se respete los derechos de quienes pueblan los territorios, los muy diversos territorios, se incidirá en que podamos garantizar buenas prácticas y posibilidades adecuadas para las generaciones futuras. Contando siempre con que la extracción de riquezas naturales y el desarrollo de la ciencia y tecnología esté al servicio de las personas y de su crecimiento, y no sólo para el afán de lucro e intereses individualistas.

A propósito de ello, el P. Javier Uriarte nos recordó (en la Eucaristía que celebramos), lo acontecido en situaciones como el Baguaso (del que estamos conmemorando 5 años, el 5 de junio) y los desencuentros del que seguimos siendo objeto, marcando con signos de muerte la vida de muchas personas que, como Santiago Manuin (dirigente Awajun que casi muere entonces), han visto comprometida su salud y su vida. Ha quedado en estado delicado y, pese a ello, sometido a juicios que reclaman su encarcelamiento, así como la de una cincuentena de involucrados.

Volviendo a lo más específico de lo conversado, pudimos ver que comprometerse desde nuestras comunidades con el cuidado de la creación (la naturaleza y las personas que la habitamos), debiera llevarnos a revisar una serie de prácticas a las que estamos habituados, así como a promover iniciativas más amplias, las que puedan estar a nuestro alcance (que siempre es factible de acoger con un poco más de atención). Tomando conciencia de que siendo parte de una misma “aldea global”, de estar en “una misma nave”, hoy nos vemos confrontados a cuestiones comunes como las del llamado cambio climático, el cual nos afecta a todos. Porque todos somos parte de una misma humanidad, “de la misma creación”.

En la dimensión personal / familiar se insistió en diversos detalles al alcance de todos y que cada uno debiera discernir cómo lo asume y procesa. Por ejemplo, el uso materiales plásticos, como bolsas o vasos, de uso tan extendido; los envases de tecnopor (muy común en lugares de “comidas rápidas”. ¿No debiéramos intentar limitar su uso, sustituirlos o idear formas creativas de reciclaje? Se sugirió promover cementerios de pilas (muy contaminantes por cierto), sugiriéndose envases o espacios cerrados para su depósito permanente.

El tener un uso adecuado de los servicios con los que nos beneficiamos de agua y luz. Saber hacer un uso ahorrador y razonable de la energía eléctrica. Evitar fugas de agua o usos excesivos y que desperdicien el líquido. Atención en el manejo de nuestra basura, su eliminación, clasificación y reciclaje. Tomar idea en expandir las áreas verdes en nuestros espacios más inmediatos, ya fuera a través de maceteros o jardines en nuestra azotea (si la tenemos).

En la dimensión comunitaria, podemos intercambiar diversas posibilidades, siendo un tema que debiera ocupar un permanente lugar en nuestras conversaciones y atención en nuestros de modos de vida. Empezando por hacerlo un tema de reflexión periódico, de oración e intercambio. Seguido por plantearse “reformas de vida posibles” en cada caso. Planteando posibilidades también, para “quienes más quisieran afectarse” de desarrollar iniciativas grupales. Tal como nos lo presentaba la CVX El Agustino, donde un grupo de señoras, junto a otras personas, se decidieron a impulsar un proyecto de siembra de Tara en la ladera del río Rimac, con la idea de desarrollar un pequeño “pulmón” en beneficio de su distrito, ya que se carece de áreas verdes y hay mucha polución ambiental. Han tenido que afrontar dificultades diversas, como a los drogadictos que frecuentan la zona; la incomprensión de las propios trabajadores municipales; limitaciones por el lado de sus propias familias. Pero se ha logrado salir adelante.

Puede haber distintas cosas que se pueden hacer. Cada quien lo podrá encaminar; mejor si se hace juntos, entre varios. En torno a la vida que se nos ha dado, la naturaleza, tenemos que saber cuestionarnos; preguntarnos sobre nuestros usos y costumbres que llevamos y cómo nos afectan hoy y qué mundo les dejamos a los que vienen más adelante. ¿Les dejamos un mundo mejor, un mejor lugar donde vivir? ¿Damos ejemplo de convivencia, de saber relacionarnos con los otros, de tolerancia y aceptación?

Hay muchos elementos que se pueden ir incorporando. Termino con la preocupación manifestada de construir también un mensaje en torno a ésta temática. ¿Qué le podríamos decir a otras comunidades, a otras iglesias, a otros sectores, a nuestro país, incluso al mundo, sobre éstos aspectos? ¿Podemos decir algo? Más aún, pensando en la reunión mundial que tendremos en Lima (COP 20), en diciembre próximo, en torno al llamado “calentamiento global”.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 1 junio de 2014

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