Más que cambiarlos hay que amarlos

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Es difícil dejar de conmoverse con los testimonios que se cuentan en esa narración de vida, contada en distintos escenarios y sin necesidad de una secuencia temporal, pero que aparece como si fuera de las mejores novelas narradas. Entre barrios diversos de Lima y Uruguay, entre cerros varios del altiplano Boliviano y zonas más bajas como en Ayacucho. En diversos linderos, Consuelo Valle encuentra formas limpias y mágicas de presentar su experiencia con los pobres entre los que vivió, convivió y supo amar.

El libro “Perlas en el pantano – Testimonio de lo invisible”, es un libro escrito desde lo profundo, de esa sola manera personal que no se agota en el testimonio ni en la prosa fácil. Intenta ir más allá, no por un propósito literario, sino por una aspiración a comunicar una forma de situarse en el mundo, de cómo entender a los olvidados, a los que impulsan a la desesperanza, al absurdo, al sinsabor o la amargura.

Pareciera que una de las profundas conclusiones con las que se rosa, tiene simplezas tan consistentes como decirnos lo que la autora constata cuando comparte con los débiles y más necesitados. Dice, “No vamos con ellos para cambiarlos sino para amarlos. Porque aunque no cambien seguimos, pero la verdad es que queremos que cambien todo aquello que no es digno, para que sean felices.” Puede parecer insignificante y quizás lo es, pero en ello suele anidar lo principal, lo que realmente importa… a punto de repetir esa frase, de recordarnos esa escena del evangelio, “la piedra que desecharon los constructores se ha convertido en la piedra angular”, nada menos.

Una clave de vida fundamental, quizás la más importante, este bien recordada en ese sentido de amar. Así como cuando hablamos de relación entre dos o más culturas, más que los imaginarios comunes o confluyentes que se pueden identificar o construir; más allá de la capacidad de ponerse de acuerdo y persuadirse unos a otros; es esencial la capacidad de amarse entre unos y otros para poner en marcha posibilidades reales de relación y aceptación. En tanto amamos a una cultura diferente la podemos aceptar y mutuamente hacer posible caminos de integración.

Ese sentido de amar al otro y la capacidad de hacer el bien en el contrario, en el diferente, hace más fácil y posible de marcar pautas de real encuentro inclusivo, de encaminar propósitos comunes de manera más factible y duradera. A ello y cosas equivalentes nos invita Consuelo Valle, con el añadido de ayudarnos a situar el entendimiento de la miseria, por qué se presenta y sus propias lógicas, o la aspiración de necesitar explicarnos y explicarse distintas percepciones que pueden haber de robar, arreglarse el aspecto físico, la violencia familiar, la capacidad de cambio que podemos tener todos los seres humanos, porque somos humanos, aún pensando que se trate de un gran desalmado y sólo digno de ser aborrecido.

Efectivamente, todos podemos dar fe de nuestra propia humanidad; todos podemos ser solidarios y afectivos por más decepciones o frustraciones que hayamos podido atravesar. Siempre serán más pequeñas de lo que podemos imaginar que se da en la realidad, sin ser novela o ciencia ficción. Preguntarse reiteradamente, por qué si hacer el bien es bueno, puede haber gente que aborrece ese tipo de conducta o accionar. Al punto de querer destruir las buenas obras o de intentar matar a quienes se suman a ello. Peor aún, o aún se trate de beneficiar a niños.

¿Puede la maldad sufrida en carne propia impedir la esperanza? Muchas veces si. Puede generar desánimo y quebrar voluntades. Pero también puede emerger de ella muchos “milagros”, muchas posibilidades de vida, de cambio, de esperanza. Haciendo crecer a la comunidad local, traduciendo en crecimiento a “buenos” y “malos”, como la lluvia que la naturaleza nos brinda o el sol que ilumina para todos sin distinción. Llevándonos al asombro de reconocer perlas en los mismos pantanos.

Esas son sólo pinceladas de un libro que debiéramos obligarnos a leer porque son de esos evangelios actuales que nos inspiran y recrean nuestras propias potencialidades.

Guillermo Valera Moreno
Lima, 26 de mayo de 2012

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