Archivo por meses: junio 2009

“Yo compartí algunos años con ellos” (TESTIMONIO)

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Era el año 1948, el Sub-teniente Erasmo Ninamango, apenas egresado de la Escuela de Maestros Armeros del Ejercito, es enviado al campamento de construcción de la carretera Olmos-Río-Marañón, en Pucara-Jaén-Cajamarca; al llegar lo hacen responsable de los talleres de Mantenimiento General de todos los equipos mecánicos; por haber estudiado en el Instituto Tecnológico José Pardo, estaba preparado para asumir el reto e imparte clases de mecánica a sus inexpertos ayudantes.

Esta carretera era de avanzada hacia Mesones Muro, por lo que es cambiado al entonces Campamento El Milagro, hoy El Valor, a 6 km. de Bagua, lugar de los penosos acontecimientos del día 5 de junio del 2009. Es en este lugar donde yo de 7 años tengo mis mayores vivencias con los Aguarunas, durante los 4 años en los que pude vivir cerca de ellos.

En este campamento mi papá conoce al jefe Aguaruna Caica, los hombres aguarunas llegaban al campamento caminando durante muchas horas por la ceja de selva, cargando ellos mismos su saquillos de maní, yuca, mango, plátanos, para cambiarlos por fideos, arroz, pan, biscochos, etc. Eran personas muy fuertes, de buena estatura, tranquilos, aunque ya entonces se les percibía silenciosos y algo resentidos por haber sido engañados, maltratados y cada vez más replegados a otros lugares más adentro, sus tierras eran “colonizadas, para ser sembradas”, para luego apropiarse de ellas, hasta dejarlos sin nada, estamos hablando de los años 60; han pasado muchos años y todo sigue igual.

Con el transcurso del tiempo, mi papá Erasmo, se hizo muy amigo del jefe Aguaruna Caica, que por ese entonces tendría unos 40 años, varias esposas y muchos hijos, el además era él profesor bilingüe de su comunidad y su hijo mayor de 9 años se llamaba Crispin.

Caica lo invita a conocer su comunidad, que quedaba aproximadamente a 12 horas de camino, en plena ceja de selva, en el camino todo era árboles, barro, agua, por delante iban varios guías aguarunas, abriendo y despejando el camino, donde encontraban una caída de agua, descansaban, la yuca la chancaban, le echaban agua y tenian una bebida fortificante y energizante, comían su plátano sancochado y continuaban su camino, cruzando el río Marañón, subiendo y bajando cerros hasta llegar al caserío.

El caserío donde ellos vivían constaba de 30 chozas de forma redondeada y techo cónico, Caica como el jefe dormía alrededor del palo central y sus mujeres e hijos lo hacian alrededor, en cada una de estas construcciones vivían hasta diez familias, en malas condiciones de vida para cualquier ser humano.

Al llegar los reciben con gran algarabía, mi papá era su visitante ilustre y el se sentia muy privilegiado de serlo, le invitan a comer sopa de yuca, plátano sancochado, mazato y agua de hierbas, cantan y danzan con sus mejores ropajes.

Para entonces comían mucho pescado, tenían en crianza sajinos, cuyes, gallinas, pavo reales, algunas verduras y frutas como papaya y piña.
Los aguarunas cuando son amigos, comparten lo mucho o lo poco que tengan, en base a esa gran amistad que fue creciendo con el tiempo, Caicat le pide que se lleve a Lima a su hijo Crispin, para que estudie y retorne con los conocimientos necesarios para ayudar a su comunidad.

Al llegar a Lima, sale en un periódico de entonces la noticia de que el hijo de un jefe aguaruna había sido traído a Lima para estudiar.

Crispin, hijo de Caicat, vive con nosotros, es parte de nuestra familia y va a un colegio estatal, donde es objeto de burlas, sus compañeros de aula le ponen de sobrenombre El Salvaje, esto lo encolerizaba mucho y ocasionaba peleas continuas con ellos; en casa Crispin era tranquilo, acomedido, le gustaba jugar fútbol con mis hermanos, salir a conocer Lima, tuvo que poner mucho esfuerzo para aprender en una lengua y en una sociedad que no era la suya. Al retornar a su mundo, Crispin es el nuevo profesor bilingüe de su comunidad.

Para entonces el campamento se traslada en gran parte a Montenegro, más lejos y en plena selva, cerca de Nazareth donde había que ir en canoa o caminando, muchos de sus paisanos hacían y hacen todavía el servicio militar, motivo por el cuál en este momento no se han enfrentado a sus mismos hermanos.

Han pasado 61 años, quizás Caicat y Crispin ya murieron, pero nosotros nunca los olvidaremos, nos enseñaron a compartir, a amar la naturaleza, a cuidar el aire, la tierra, el agua, a nadar en el río y sobretodo a respetarnos unos a otros con nuestras diferencias, a ser hermanos, a disfrutar de la vida sin tener que consumir más de lo necesario.

Durante muchos, muchísimos años los hemos olvidado, excluido, discriminado y todavía no entendemos que ellos son tan peruanos como nosotros, merecen ser escuchados, respetados y sobretodo ser considerados seres humanos valiosos.

La violencia es un poder de baja calidad, la violencia produce resistencia. Sus víctimas o supervivientes quedan al acecho, para en la primera oportunidad replicar. La principal debilidad de la fuerza bruta o la violencia es su absoluta inflexibilidad.

Soledad Ninamango
24 de junio de 2009

Nota: el relato presentado se hizo en la “ORACIÓN SOLIDARIA por el conflicto en la Selva” que se convocó por la Mesa de Movimientos Laicales (MML). Soledad Ninamango pertenece al MIAMSI (Movimiento Internacional de Apostolado en los Medios Sociales Independientes).
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Podemos dialogar, convivir y hacer país

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Diera la impresión que los hechos que ocurrieron el pasado 5 de junio en Bagua, marcaron una toma de conciencia mayor sobre la complejidad de nuestro país, aunque esta vez nos dejó la paradoja de acercarnos más unos a otros y sentirnos más país en el fondo. No en todos se ha dado tal situación y no dejaremos de tener nuestro tercio de incongruentes y desafectos por otras cosas más “racionales”.

Es importante que se haya abierto con mayor importancia diversas instancias de diálogo que, esperamos, no sean sólo una herramienta política para salir al paso de una coyuntura política “explosiva”, sino que se convierta realmente en una institución de primer orden en nuestro país. Que decir para resolver conflictos. Esperemos sea, y sobretodo, para buscar entendernos sobre el país que queremos construir para todos los Peruanos sin excepción, así unos lo tengan que seguir desde la cárcel (y merecidamente).

De allí que discrepe de posturas de tildar de “sidosos” o de “cáncer” a determinadas posturas políticas, más aún cuando son reales opciones de gobierno (al menos la intención del voto así lo empieza a indicar) y tenemos que partir de un entendimiento básico de que en la mesa de la democracia nadie puede “sobrar” y será un desafío el que alguien importante en la política quede “autoexcluido”. Necesitamos entendernos, aunque sin perder de vista que no todo lo que crece en la pradera sea trigo, maíz, papa o frutales.

Por qué no partir de pensar que podemos trabajar por un gran Frente Nacional y Democrático, donde se pueda debatir con toda clase de sanos y “enfermos”. Me dirán que es utópico e irreal. Quizás se tenga razón. Pero ¿quiénes podrían sentirse llamados a un gran Frente que nos permita construir la “vida buena” para todos los peruanos, de costa, sierra y selva, especialmente sensible a los problemas de los más débiles, de firmeza ambiental, de explotación inteligente de nuestros recursos naturales, de capaz negociación con las fuentes de inversión económica, de profundo sentido ético.

Hasta allí hemos reducido seguro los posibles convocados. Me pregunto y lanzo una hipótesis voluntarista a modo de pregunta ¿es posible sentar en una misma mesa a Lourdes Flores, García Belaúnde, Mario Vargas Llosa, Castañeda Lossio, Alejandro Toledo, Susana Villarán, Agustín Haya, Ollanta Humala, Javier Diez Canseco, por señalar algunos nombres? Suena todavía utópico, especialmente si vemos que hasta hace unos días parecía que se había recompuesto una alianza de gobierno entre APRA – Fujimorismo – PPC.

Sin embargo, es necesario el diálogo. A propósito, según el diccionario de la RAE, el término “diálogo”, hace referencia normalmente a la “Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos” o la “Discusión o trato en busca de avenencia” (dígase convenio, transacción, conformidad o unión). ¿Podemos llegar a establecer avenencia entre fuerzas políticas disímiles pero convencidas en la afirmación de un sistema democrático que garantice el pan, el trabajo, la producción, los derechos y la dignidad de todos los peruanos? Pues, no nos queda mucho margen de juego y estamos, de algún modo, obligados a buscar caminos concretos para alcanzarlo, como clave para los siguientes años.

Lo que sucedió en Bagua no puede pasar desapercibido ni diluirse en las agendas públicas de la coyuntura. Estamos ante un tema muy de fondo que nos exige pensar cómo queremos vivir en nuestro país, tanto nosotros como nuestros hijos y los que vienen después. ¿Podemos hacernos más responsables? La verdad que no me haría mucho problema si pensando en candidaturas se tuviera que optar por un espectro moral amplio. Vuelvo a las simples hipótesis, señalando que esa opción pudiera estar encabezada –por ejemplo- por un Mario Vargas Llosa. Sí, así como se lee. No es renunciar a los principios y sé que podría plantearse una situación del “agua y el aceite” entre Vargas Llosa con Humala. Pero ¿podremos convencernos que podemos hacer cosas mejores sin claudicar a nuestros pequeños terrenos y techos “ideológicos”?

Requerimos demostrarnos que podemos gestar la convivencia entre todos los peruanos, incluso con los que no “nos gustan”, especialmente con ellos. Con los que son minoría, especialmente con ellos (¿si no de qué democracia podemos hablar?), construyendo nuestras propias posibilidades sin pedirle permiso a nadie y pensando en abrir horizontes que nos den consistencia como país, en un país para todos. Será posible si realmente queremos hacerlo posible. ¿Qué piensan?

Guillermo Valera Moreno
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¿Cómo entendemos las instituciones? (*)

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Si uno cree que el mercado es una institución absoluta cuando hablamos de economía y que nada puede interponérsele sin caer en su distorsión y mal manejo de la economía, no debiera después extrañarle por qué no existe solidaridad y respeto por los derechos entre las personas. Diera la impresión de que éstos sólo son válidos cuando lo afectan a uno directamente y se relativisan conforme uno se aleja del epicentro de la dificultad económica, la pobreza o problemas mayores.

Si uno enseña en un colegio, academia, universidad o centro educativo que se quiera, que los negocios están por encima del sentido humano, no es raro que se piense que “lo demás es lo de menos”, así se ponga en juego vidas de ciudadanos y niños, por más escondidos que se encuentren en la tupida selva de nuestro país (y de tantos otros). Uno puede terminar pensando que existen las leyes para ser cumplidas según convenga al dueño de los negocios o del capital. Sin detenerse a pensar en serio que la vida de muchas personas de un lugar (pequeño o grande) se tiende a ponerse en juego cada vez que se va a invertir en poner en funcionamiento desde una panadería, una granja de pollos, una empresa constructora, una pesquera, la extracción de minerales, petróleo o gas o una actividad maderera. Por cierto, algunas inciden más que otras.

Si entendemos que la institucionalidad hace alusión a las reglas de juego que se establecen para la convivencia, se entiende que tiene que ser la convivencia de todos y no la de unos pocos. Cada vez es menos sostenible argumentar que las reglas de juego puedan ser válidas al margen de los derechos de todos y de la satisfacción de las necesidades básicas de todos. Más aún desde que caímos en la cuenta de que vivimos en un mundo globalizado y que los problemas y la manera de darles solución puede afectarnos a todos. Desde problemas más obvios como puede ser el calentamiento global como otros aspectos.

Las reglas de juego no pueden ser teóricas o jugar la ley del embudo: la parte más ancha de favorecimiento para quienes tienen el poder económico o político y la parte más angosta para la gran mayoría que se le burla sus derechos y se le violenta cada vez que se quiere expoliar sus riquezas o lo poco que tiene. Y si de reglas de juego se trata en relación con lo sucedido en Bagua, no olvidemos que se ha estado debatiendo por cuestiones previas a lo que dicen los mismos decretos (en muchos aspectos también cuestionables). Simplemente se pasó por alto la debida consulta de la que debieron ser objeto las poblaciones indígenas respecto al uso de sus tierras y recursos naturales. ¿Cuántas veces tenemos que recordar que no vivimos en espacios deshabitados? Por más pequeñas en número que sean las poblaciones que habitan algunas zonas no se les puede avasallar. ¿De qué manera tenemos que convencernos que todo gobierno en primer lugar se debe a su población, en segundo lugar a su país y en tercer lugar a su desarrollo autónomo? Sólo después de ello y sobre la base de resolver lo anterior es que se puede negociar las mejores condiciones para el país de la inversión extranjera y de donde fuera.

Entendamos que hacer negocios como país no significa ponerlo en subasta y rematarlo al mejor postor. Necesitamos una clase empresarial y polìtica que mire más allá de su nariz y no se convierta en avestruz cuando se presentan las dificultades. Parasitando del Estado cuando le conviene y discursiando sobre el mercado y las bondades de la inversión privada por simple ideología sin brújula, la misma que se repite con los alcances que puede hacerlo un loro pero sin la inteligencia que se nos ha dado para empezar por sentirnos peruanos. En realidad, la primera clave de institucionalidad por la que tenemos que empezar en por sentirnos peruanos; la segunda es reconocer en términos prácticos los derechos a todos los peruanos por igual (en todas sus consecuencias), reconociéndonos efectiva ciudadanía; lo tercero, teniendo cabal sentido de emprendedurismo, creativo y con sentido comunitario y de peruanidad; cuarto, respetando en todas sus conseuencias el sistema democrático. ¿Cuándo haremos que la solidaridad (subordinando el mercado a ello) sea una de nuestras principales instituciones? Después podemos seguir conversando de lo demás.

Guillermo Valera Moreno (guillovalera@hotmail.com)

(*) Escrito a propósito del artículo “Bagua, AFP y debilidad institucional”, de Daniel Córdova, Director de la Escuela de Postgrado – Universidad del Pacífico: http://gestion.pe/impresa/noticia/bagua-afp-debilidad-institucional/2009-06-11/5127 Sigue leyendo

Un minuto de silencio

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Tímidamente, el pasado domingo (7 de junio) el gobierno declaró esa fecha de luto nacional por los lamentables hechos ocurridos en la selva norte (Bagua y otros puntos aledaños). Al comienzo dio la impresión de que se tomaba en serio el tema y que, por supuesto, abarcaba a todos los muertos habidos (policías, indígenas Awajun, etc.).

Un evento que hubiera correspondido tomar en cuenta para ello fue, por ejemplo, el partido de fútbol jugado entre Perú y Ecuador. Estábamos de luto. ¿No debió hacerse un minuto de silencio por todo ello? Al parecer hubo otras complicaciones que ni siquiera se entonaron los himnos respectivos de los dos países. Sin embargo, tampoco se vio banderas a media asta en las principales entidades públicas. Hubiera sido más que pertinente, incluso en los siguientes días.

Un amigo el sábado 6 (al día siguiente de los lamentables hechos), me comentaba: “Hoy tuve un almuerzo campestre de la Cámara de Comercio española. En un momento dado el director de Edelnor pidió un minuto de silencio por los muertos allá. Extraña vida esta donde los extranjeros se sienten más conmovidos que nuestros políticos por la muerte ajena”. Y no le falta nada de razón porque nos sentimos extraños en nuestro propio país; no sentimos como peruanos o, mínimamente cercanos, a poblaciones como las indígenas o a los mismos integrantes de la tropa policial (o militar podríamos decir por extensión).

Claro, nos conmociona unas muertes tan violentas pero no significan tanto como para asumir responsabilidades políticas. Recién después de 4 días ha empezado ha haber una tenue reacción al interior del Gabinete ministerial; ya alguien tiene algo más de vergüenza y decide renunciar a su cargo (la Ministra de la Mujer), como gesto de inconformidad. No obstante, rápidamente, las primeras reacciones son las de descalificar a quien tiene ese gesto, acusándola de no haber hecho bien su trabajo. Casi como si se nos dijera, “acá no pasa nada y no vamos a permitir que se nos desestabilice”.

Pareciera que la autoridad fuera sinónimo de cerrazón; establecer el orden sería no dar lugar a otras opiniones, salvo las que me den la razón; explicar las cosas sería ordenar toda la información en función de justificar “a mi favor” los hechos ocurridos. Sin embargo, lo ocurrido nos traspasa tanto que se ha convertido en responsabilidad de todos (así algunos no lo quieran ver así) y, con mayor razón, en responsabilidades al más alto nivel.

Volviendo a nuestro minuto de silencio, me preguntaba si no sería adecuado que en todos los actos importantes de nuestras actividades en los siguientes días, ¿no debiéramos guardar un minuto de silencia al iniciar nuestras actividades como símbolo de respeto por las personas que enlutaron, en solidaridad por lo acontecido, como reflexión sobre algo que no debiera volver a pasar? Un minuto de silencio por nuestra responsabilidad pasiva en los hechos y por la impotencia que sentimos de que las cosas no se hagan mejor (y no colaboremos más activamente a que se hagan mejor).

Hechos tan significativos como los acontecidos nos traen a la memoria lo recogido en la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Ya repetimos varias veces “Nunca Más”. ¿Será ello una rutina más en el curso de nuestras vidas o tenemos la capacidad de darle valor ético profundo solventado en la justicia que corresponde a cada situación? Hagamos todos, desde donde estamos, pedagogía constructiva con quienes nos rodean y para nosotros mismos, para gestar una cultura sana de paz, integración, verdad y justicia.

Guillermo Valera Moreno Sigue leyendo

Actualidad de la tendencia del ser humano hacia el pecado

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Dirijo este escrito a un público adulto, buscando situar una explicación de la actualidad y sentido de una vida religiosa a partir de clarificar el significado del pecado en la humanidad y para cada persona.

En realidad, parto de considerar que toda persona tiene una dimensión de fe y religiosidad que le es consustancial y que se conecta al sentido de la vida, su identidad y sus aspiraciones y realización. Nadie escapa a ello y lo vamos descubriendo a lo largo de toda nuestra vida. Sólo que hay marcadas diferencias entre nuestra condición de niños, jóvenes y adultos. En tanto nos vamos haciendo personas autónomas y capaces de valernos por nosotros mismos en libertad.

Por la psicología hemos descubierto que hay características inherentes a toda persona también, como es la existencia de su ego; pero también su característica relacional (socializadora) que le hace entrar en relación con todos los individuos que le rodean (al menos potencialmente). Esas tendencias al “ego” y “relacional” no son ni buenas ni malas; existen y nos permiten obrar de acuerdo a la educación / formación que hemos recibido.

Sin embargo, muchas veces se ha marcado nuestra tendencia al ego como propensión al “pecado”, a lo malo, cuando no necesariamente tiene que ser así. Por oposición, se podría decir, que nuestra tendencia relacional (con el otro, la naturaleza, Dios, etc.) podría considerarse como vinculado a lo bueno, aunque tampoco necesariamente es así. Una y otra nos pueden ayudarnos a orientarnos hacia el bien; encaminarnos a hacer cosas buenas; y a considerarse buenas en sí por los resultados que nos provocan. Pero son procesos que se ponen en juego en cada persona, desde su propia situación particular y contexto que le ha tocado vivir.

Ya sea desde una lógica humanista o religiosa creyente en Dios, aspiramos al bien en tanto nos permite vincularnos de mejor manera con los demás y generar relaciones de armonía y convivencia adecuadas. Pero, siempre y cuando, lo hayamos aprendido, identificado; que así como yo quiero satisfacer mi hambre, es necesario que todos los seres humanos lo hagan. Cuando ello no ocurre se generan diferencias a diverso nivel y se puede uno encerrar, con suma facilidad, en la propia comodidad y olvidar al “vecino”. ¿Qué tiene que ver esto con la tendencia humana hacia el pecado?

Desde la reflexión que nos plantea, por ejemplo, Gen. 2-3 y el llamado “pecado original”, uno podría decir superficialmente que estamos “marcados” por un estigma que simbólicamente se explica por lo que sucedió en el PARAISO TERRENAL. Ello, muchas veces nos ha dado la idea de que lo que ha marcado la relación entre Dios y el hombre ha sido el pecado y, por tanto, el castigo por ello.

Sin embargo, diversos autores como Horacio Simian-Yofre(*), nos ayudan a situarnos de otra manera frente a tan diversos sentidos comunes que nos hemos dado en la interpretación de la vida y del pecado en la relación con Dios. Por ejemplo, este autor nos hace ver que Dios se fijó en una serie de personajes, en muchos momentos, que no eran muy “santos”. Es el caso de Jacob, personaje ambigüo que engaña a su hermano y, sin embargo, Dios lo elige. Moisés mismo no fue del todo fiel; David cometió crimen y traición a un súbdito fiel. Y así, otros tantos personajes. Israel como pueblo, no era tan santo por elegido que fuera; allí esta el relato del becerro de oro como expresión de los ídolos con los que competía su relación con Yavé.

Esto ocurre, entre otras cosas, porque Dios nos da a conocer que no hace depender su relación con el hombre según qué tanto éste le ame o le sea fiel. Su amor es anterior y está por encima de las circunstancias en que éste se concreta a modo de diálogo. Como dice José Castillo, todo empezó “con una promesa” y ella va a ser una constante que se va a ir renovando en distintos momentos históricos, pero como sentido de purificación de dicha relación amorosa. Porque lo que marca esa relación es el amor de Dios hacia el mundo y hacia las personas. En ese proceso Dios nos está enseñando a amar y a hacer de ello el centro de nuestra vida, lo que le da sentido y finalidad.

Lo que ocurre es que tenemos distintas maneras de aproximarnos en la experiencia espiritual que se teje en distintos momentos entre Dios y el hombre. Por eso, porque la biblia busca transmitir la experiencia comunitaria de Dios de quienes vivieron a lo largo de muchos siglos (antes de Cristo) y su comprensión, ésta se muestra muy marcada por una lógica de las faltas que se cometían, antes que valorar la gratuidad del amor de Dios en la vida de las personas. Además, porque el conocimiento y la experiencia de vida de las personas estaba muy fusionada con un ambiente muy sacralizado.

Pero nada de lo anterior significa que los relatos de la biblia, especialmente del Génesis, intentaran ser algo histórico (verificable), ni que pretendieran ser la explicación última de la relación espiritual que nos corresponde establecer en cada época, incluyendo nuestro hoy. Porque temas como el “pecado original”, tomado a la letra no hace sino ubicarnos en una lógica infantil; si somos adultos, será poco satisfactoria. Tampoco se trata de rechazarla como metáfora de la relación de Dios y los hombres y cómo fue interpretada y visibilizada hace 25 siglos. Pero no tiene por qué ser la que exactamente nos tenga que explicar la experiencia de un Dios, esencialmente amoroso, en todo momento y que, por lo tanto, el tema del paraíso (por seguir con nuestro ejemplo) pudo estar marcado más por un aprender a “caminar solos” desde nuestra libertad, aprendiendo a establecer límites y a diferenciar lo bueno de lo que no. Como dice también Simon-Yofre podría ser que “JHWH sabe que la última razón de la rebeldía es la debilidad de una libertad contingente, la del ser humano cuando se aleja de su fuente de energía, la divinidad” (p.425). El amor, podríamos decir, desde una perspectiva sólo humanista.

Tan poco visible era la expresión amorosa de Dios hace 20 siglos que Dios tuvo que obligarse a enviar a su propio hijo, cuya misión central fue revelarnos el amor del Padre y promover su reinado entre los hombres. Dios – amor no era para nada obvio; se había convertido en Leyes, cumplimiento, instituciones vacías, en el hombre subordinado al sábado. Han pasado más de 20 centurias y ¿cuánto hemos aprendido de ello? En nuestra experiencia de vida hoy ¿cuánto pesa el pecado y cuánto pesa el amor como preocupación central; no sólo qué le da más centralidad sino desde dónde explicamos a Dios y qué imágenes de Dios construimos?

Siendo conscientes que, además, no vivimos en un mundo sólo cristiano sino de muchas religiones. ¿Puede ser Dios = amor? Si es así, ¿el amor (o Dios) puede ser sólo una idea de perfección, de bien, de verdad, o se requiere una experiencia personal y profunda que nos lleve a expresarlo en mi relación con los demás? Sea como este marcada nuestra experiencia, no debemos olvidar que aprendemos a amar porque alguien ya nos amó: nuestros padres, familia, profesores, etc.; si nuestra profundidad nos lo permite ver, tendremos que decir que también Dios nos amó antes que nosotros a Él.

En ese contexto de cosas y de significación, el pecado no se relativiza ni pierde actualidad. Creo que todos lo vemos muy presente en la muerte, el dolor, la pobreza, los sufrimientos, etc. Pero no es lo que define la relación de Dios con el hombre ni es lo más importante en la relación que debemos establecer con Él. Más bien, porque aprendemos a amar y orientarnos al bien, es que tenemos fe de que nunca el pecado será lo determinante, por más contradictoria que aparezca la realidad que vivimos. Es más, estamos llamados a obrar el bien desde el amor y el servicio.

Así sea sólo desde una ética humanista “que prescinden de la existencia y autoridad de un ser divino, ignoran el concepto de ‘pecado’ y establecen criterios de bien y mal existenciales, (…) en función de principios de convivencia social” (Simon-Yofre, p.431). Porque la defensa de derechos en un sentido estrictamente laico es clave para obrar el reinado de Dios en el mundo actual. Porque requerimos hacerlo desde un sentido dialogal y de concertación para avanzar todos y no sólo unos cuantos en ese mismo propósito.

Por tanto, creo que debemos entender la tendencia del ser humano hacia el pecado no como algo inevitable y “natural”. Construimos el bien o el mal de acuerdo hacia donde decidimos orientar nuestra vida personal, la de nuestros hijos, la de nuestra sociedad, la de la humanidad. ¿Tenemos capacidad para imprimir en todo ello la marca y energía del amor (de Dios)? Cada uno tiene que responder cómo se siente llamado a caminar en la vida.

Guillermo Valera Moreno

(*) Horacio Simian-Yofre: “Pecado del hombre, justicia divina”. En: Estudios Bíblicos Mexicanos Nº4, pp. 417 – 435. Departamento de Publicaciones de la Universidad Pontificia de México A.C. México, noviembre de 2005. Sigue leyendo

¿País de todas las sangres?

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“Los indefensos indígenas resultaron ser unos grandes asesinos”, parecería ser la gran conclusión del Gobierno, frente a los luctuosos hechos que resultaron de un pésimo manejo de reclamos que eran recurrentes para las comunidades nativas de la selva. Lo sucedido en Bagua (Amazonas), el 5 de junio, quedará grabado como un día del desencuentro en nuestro país, donde el diálogo de las balas y las bombas lacrimógenas tiene que convencernos que sólo pueden aspirar a producir inútil sangre derramada y luto normalmente para quienes no participan del poder.

Seguimos sin entendernos entre las distintas sangres que conforman nuestra denostada patria, en un mundo globalizado que cada vez nos deja menos margen para aceptar que se ningunee la diferencia y a los diferentes. Pero, la experiencia del poder, a veces puede hacer “tropezar con la misma piedra”. Eso sucedió ahora con el presidente García, que pensó que imponer la “autoridad” podría ser más fácil en una zona lejana de Lima metropolitana y el Callao.

Cómo se ve que no hemos superado muchos de nuestros prejuicios. Seguro pasó desapercibido, pero se volvió a reflejar en hechos como que varios de los cadáveres de los indígenas Awajun caídos en la confrontación yacieran regados “a un lado de la pista” (la marginal de la selva, donde ocurrió la principal “batalla”), hasta horas de la noche (muchas horas después de ocurridos los hechos). Por más “enemigos” del Gobierno o del Estado peruano que se les pudiera considerar, estábamos frente a peruanos como todos. Es un detalle quizás insignificante pero que también nos habla de cómo nos relacionamos. Y casualmente se dejó un número de tres cadáveres tirados para que algún incauto periodista pudiera hacerla coincidir con la cifra oficial de muertos civiles que inicialmente diera el gobierno.

Genera tremenda indignación que problemas como consultar debidamente a las organizaciones de comunidades de la selva sobre asuntos que les afectaban con relación al manejo de sus recursos forestales, tierras, agua y otros no pudiera lograrse “civilizadamente”. Y no porque no lo quisieron los “pueblos indígenas” (como internacionalmente se les reconoce conceptualmente) sino porque se pensó que se les podía “mecer” desde el poder central y ganarles por cansancio u olvido. Sin medir el grado de irritación que se fue generando en las bases mismas de sus organizaciones, las mismas que no estaban dispuestas a aceptar cualquier actitud o decisión del presidente de la república o del Congreso.

Buena manera de compensar a los otrora valerosos guerreros del Cenepa; no me refiero al falso “general victorioso” que hace más de una década se promocionó, sino a los mismos Awajun que en Bagua cayeron e hicieron caer a inocentes policías que seguían sólo órdenes de un poder inefable y con una autoridad muy contrarestada. Porque como algún expresidente diría hace varios lustros, ellos son nuestras efectivas “fronteras vivas” y tenemos que saberlo reconocer en todas sus consecuencias.

¿Quién esta defendiendo intereses extra nacionales? Los pueblos indígenas que han reclamado sus justos derechos o aquellos que defienden con mayor habilidad de boy scout (“siempre listos”) a los intereses de las grandes empresas transnacionales y la voracidad del mercado, por encima del sentido común y la integridad de un desarrollo como país que nos incluya a todos y no sólo a unos cuantos o a unos “pocos muchos”. No estamos contra la inversión privada razonable pero tampoco nos pueden contar los cuentos del “perro del hortelano”, como muy bien nos lo ha recordado Fernando Eguren, donde uno se encuentra expresiones como la siguiente: “Hay millones de hectáreas para madera que están ociosas, otros millones de hectáreas que las comunidades y asociaciones no han cultivado ni cultivarán, además cientos de depósitos minerales que no se pueden trabajar y millones de hectáreas de mar a los que no entran jamás la maricultura ni la producción.” Como si tuviéramos un país cuyo destino inmediato es la subasta.

Estamos todos, como sociedad, obligados a recapacitar. Nadie puede sentirse ajeno o irresponsable de lo sucedido. Ojalá nos de mejores pautas de convivencia y justicia. Que lo dominante no termine siendo “¿Quién tuvo la culpa?”; “Castigo para los culpables”; “Nada con los indios”. Necesitamos personas razonables y decisiones razonables.

Guillermo Valera M.
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