Realmente resulta interesante que en el Perú tengamos una competencia electoral para los principales cargos de autoridades nacionales (Presidente y Congresistas) donde son cinco organizaciones políticas las que tienen similar opción. Es bastante singular, especialmente cuando los cinco son organizaciones políticas que no constituyen un sistema de partidos con mínima solidez. Sin embargo, a fuerza de repetición (vamos en tres elecciones consecutivas sin interrupciones de golpes o autogolpes) podría estarse configurando una base política nueva y ya es decir algo bueno para la experiencia que se ha vivido en la construcción de nuestra alicaída república “democrática”.
Una de las cuestiones importantes es sobre cómo todas las fuerzas en juego (ellas y algunas otras que hoy aparecen sin opción presidencial, por ejemplo, Fuerza Social, a cargo de la Municipalidad de Lima) empiezan a tratarse con carácter razonable e inclusivo. Es decir, ninguno sobra y con todos debe haber capacidad de diálogo y respeto, más allá de que se lleguen a acuerdos o conclusiones comunes; hay que aprender a vivir con el diferente, por más diferente que nos sea, por más discrepancia que se tenga. Y ese es un tema que vale tanto hacia afuera de cada partido como hacia adentro, porque con el voto preferencial se dan casos de luchas internas muy disímiles y hasta absurdas.
Por tanto, necesitamos situarnos con sencillez y con actitud en la política. En ella, nuestro afán principal tiene que ser la construcción de relaciones más humanas y de respeto al otro, en especial al diferente, al débil, al pobre (por eso, saber discrepar y hacerlo con pedagogía es tan importante). Ello empieza desde lo más elemental de la relación con quienes nos rodean más inmediatamente (a todos y cada uno), porque desde allí se teje la posibilidad de vivir relaciones adecuadas en todos los niveles. Sabiendo que no basta construir individuos buenos si no se acompaña de estructuras justas e instituciones que nos incluyan a todos, no solo ante la ley sino también como medios de realización plena de todas nuestras posibilidades y capacidades.
Desde el tejido de sentidos que normalmente le damos a nuestra vida, desde lo que creemos más profundamente cada uno (hilado o no a una fe religiosa), el sentido común debiera conducirnos a una manera de estar en el mundo para los demás, incluyendo el ser de cada uno y de todos. Desde donde estemos, el sentido común debiera permitirnos o guiarnos a tener la conciencia de mejorar siempre el lugar donde vivimos y tener la disposición de amar la diversidad como manera factible de aproximarnos a ella. Tanto en el quehacer de nuestro país como, para quienes tenemos una fe religiosa, en el quehacer respetuoso de las Iglesias, diríamos como dos facetas de una misma vivencia. Porque somos ciudadanos y religiosos (cristiano en mi caso) al mismo tiempo y debemos hacernos y crecer en coherencia de nuestra fe y vida.
Vivir lo anteriormente expresado, en vínculo a la preocupación de renovar la política; generar nuevas pautas culturales en torno de ella; o hacer pedagogía cabal, creemos que podría significar de manera simple, pero con muchas implicancias, al menos cuatro cuestiones: (1) el saber siempre, cada uno, descubrir y hacer las cosas que nos corresponde realmente hacer; (2) hacerlas bien; (3) obrar con honestidad; y (4) orientar todo nuestro ser (y lo que hacemos) hacia la búsqueda del bien común. Estos cuatro aspectos, pueden parecer algo obvio, sin embargo, contienen cierta complejidad (mayor o menor) cuando se trata de aplicarlas a la propia experiencia. Veamos:
º Hacer las cosas que nos corresponde hacer: ¿todos tenemos adecuada claridad si lo que hacemos es lo que realmente nos corresponde hacer? Se podría pensar que según edades ello podría pasar por una pregunta necia y puede no faltar verdad o sentido de realidad. Pero ello es algo que no sólo se pone en juego en nuestras grandes decisiones en la vida; también se define en el día a día de nuestras actividades.
º Hacer bien las cosas que nos corresponde. Porque estamos llamados a superar la mediocridad, lo rutinario (en tanto obrar por mera rutina), la dejadez, etc. Uno, por ejemplo, puede cumplir el horario de su trabajo y marcar tarjeta adecuadamente todos los días, sin que por ello signifique que esta haciendo bien lo que le corresponde en su chamba o dando de sí lo que corresponde; un profesor puede dar clases sin prepararlas.
º Obrar con honestidad y transparencia: aspiramos a que ser honesto no sea solamente una característica individual sino, ante todo, expresión de una relación social donde no se busca el provecho personal sino el mejor para toda la comunidad política en la que uno se desenvuelve, sea un distrito, una región o el país. Tiene sentido de testimonio personal, especialmente en cuanto no robar ni generar favoritismos o decisiones excluyentes.
º Orientar todo lo que hacemos hacia el bien común: aprender a poner todo nuestro ser, nuestro pensamiento y acción, en razón del bien de todos. Sabiendo reconocer con sencillez nuestras limitaciones, dificultades, errores y malos actos. Procurando que la construcción del bien común sea expresión de una acción colectiva y no solo individual, confrontada con la historia y posible de comparar con situaciones afines. Sabiendo que todo ello genera posibilidades de crecimiento mayores a las que se expresan en el momento.
Se trata, por tanto, de una política inclusiva y de asumir responsabilidad de lo político desde lo más cotidiano. Lo cual tendrá sentido si lo abrazamos con una actitud de esperanza. Esperanza frente a la vida y a todas las personas que nos rodean (o ni siquiera conocemos). Aprendiendo a vivir en coherencia y con una fe profunda. En disposición, movilizados y lanzados hacia el futuro.
Ojalá desde allí sepamos también ubicar gestos concretos y nuestra acción práctica, como referentes y ciudadanos. Forjando liderazgos democráticos y significantes. Valorando la unidad para obrar en todo. Gestando voz pública.
Guillermo Valera Moreno
Lima, 27 de marzo de 2011 Sigue leyendo