Ajedrez

Se dirá mucho repetido, pero no puede haber dos juegos iguales. Se ven y son distintos, unos se mueven de una forma y otros de otra: los une el moverse. Como en la vida real hay jerarquías y unos con más alcance que otros. Se dice que en algunas piezas el valor varía dependiendo de la situación del momento. Lo repetido es también porque además del moverse, hay más fuerzas que los hacen confluir y ser semejantes aun siendo y viéndose distintos. De cualquier modo tiene que terminar: jaque, resignar o empate. A todos los treinta y dos solo los dominan dos y éstos velan sus movimientos y sacrificios. Los que son llamados grandes maestros seguro deben de ver más jugadas en un solo momento que uno que solo lo hace por hobby. Están condenados a un espacio determinado, y en esto, se dudaría pensar si nos referimos a las piezas o quienes los manejan, obviamente ambos tienen su propia limitación. Sesenta y cuatro escaques unos y los otros con lo que puedan adecuarse pero limitado al fin. Podría verse hasta como totalmente anti machista, pues la que representa a una dama, o llámese reina, pareciera que tiene mayor libertad para moverse, su alcance es por mucho muy superior. Evidentemente, una dama no podría moverse como caballo, así, también, una sola combina lo que hacen dos. El poco movimiento del rey no podría estar mejor compensando; claro que también podría ser hasta sacrificada, pues con ella o sin ella el juego continúa y un rey, sin su mejor defensa, no podría durar mucho más a diferencia de uno que sí tiene quien lo complementa en gran medida. Muchos resignan solamente al perder a su reina. Por lo menos, como juego, necesita que sus piezas se complementen y entre todas unas complementan mejor con otras. Si la reina se puede mover a sus anchas, tiene su contrario en los peones que solo pueden avanzar y a lo sumo y solo para eliminar la pieza contraria en diagonal. Su matemática inmersa es ya de por sí descomunal y exorbitante por sus cerca de dieciocho mil novecientos ceros posibles. Su formación podría claramente señalar una época distinta, de otro modo se podrían intercambiar las torres, caballos o alfiles, por aviones, tanques o submarinos; lo que sí no podrá cambiar es que haya soldados rasos y uno a quien defender aunque se acaben los reyes y se los llame presidentes o haya alguna otra nomenclatura para un rol semejante. En los tiempos de sus primeras formas, escalar de una clase social a otra estaba más restringido, como en el mismo juego, que se logre el ascenso de peón en una pieza superior, no podría ser para todos y cada uno de los peones. Aunque lo que más se mueve, además de las sinapsis seguramente, son solo el brazo y la mano, no es considerado por ello menos deporte. No se puede rehuir al tiempo, pues aunque no se venza al rey contrario, se puede obtener la victoria si el contrincante sobrepasa el tiempo estipulado. Como en el vivir, no se podría mover una pieza de una forma distinta a lo previamente normado, hay normas para los hombres como para las piezas y si se quiere jugar se las tiene que aceptar. Estarán todos muertos cuando se empiece el primer movimiento del último juego no repetido posible.

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