Innecesidades

De las primeras y mayores cosas que más detesto y que tendría que nombrar, sería la brujería. Esta cortoplacista y facilista acción es preferir lo oscuro y el engaño a la verdad y a la claridad. Este muy vergonzoso acto debe ser lo más cercano a la mentira de forma concreta; sea como sea que se le quiera maquillar, magia blanca o negra o del color que sea, son igual de tristes, estúpidas y banales. No representan otra cosa más que una traición a su Creador. Luego en la lista podría venir el desperdicio de alimentos. Se pierde toda la esencia de la comida al ser vistos y transformados en objetos lúdicos, juguetes de concursos de televisión. Reniego cada vez que me ha tocado ver el desperdicio de harina y huevo en la cabeza de alguien por celebrar un cumpleaños o final de un ciclo escolar. Aunque a veces se me olvida o es que quizás trate de ignorarlo, no me gusta ir a restaurantes para no ver toda la comida sobrada (desperdiciada) en el plato de alguien. Me parece que hay que ser demasiado tonto para no saber qué y cuánto se come para no tener que desperdiciar. Les deseo a todos esos que si alguna vez hubiese hambruna, tengan que comer pasto o tierra. Muy ligado a eso está el desperdicio de agua y el desperdicio en general. También habría que ser otro lelo como para no saber llegar a la hora, sobre todo cuando uno mismo es quien fijó el momento. Aunque esto último podría ser un poco más excusable, pues pueden haber motivos de verdadera fuerza mayor. Despotrico también de los criadores de canes irresponsables que no recogen sus excretas y peor de quienes sus bravos y amados perros ataquen a algún anciano o niño. A esos desalmados quienes los abandonan, lo que ya imcumbe a otra clase de mascotas en general. Detesto asimismo el apego casi ya fanatismo e idolatría al alcohol, y aunque en algún tiempo derroche algo de dinero y tiempo en ello, ya no lo hago más. Y dentro de todo esa locura consumista, detesto la usura. Crear necesidad en las personas, necesidades innecesarias. Adicción. Jamás me va a cuadrar la idea (excusa) de “la oferta y la demanda”; por sobre todo tendría que primar la razón. Todo fuera de la razón no son otra cosa que ilusiones, mentiras. La inteligencia y la razón no pueden estar ligadas en ningún sentido al desperdicio, a lo fútil. Nunca será mejor destruir que crear.


Las mimosas, ladridos y edificios

La otra vez, casi después de tres décadas, pase por un parque. De niño, en vacaciones de verano, a veces solía ir junto a mi madre y mi bisabuela. Al mes iríamos unas tres o cuatro veces y si no, dábamos vueltas por las calles y otros parques. Está como a seis cuadras de donde nos quedábamos y a menos de tres cuadras del malecón. La hora de ir sería entre las tres y la cinco de la tarde, cuando el sol ya no quemaba tanto. A diferencia de los otros, en este uno se podía recostar.  Ambas se recostaban y se quedaban así tal vez cerca de una hora o un poco más. Mientras tanto, no muy lejos, andaba mirando hormigas o a qué árbol de mimosa se podría subir. También estaba atento a que pase al señor que vendía helados en su clásico triciclo. Ahora en los alrededores hay más edificios de departamentos de veinticuatro a veintiséis pisos. En ese tiempo solo había casas de a lo más dos pisos o hasta tres con el semisótano incluido. En todos esos altos edificios lo más seguro es que haya muchos con canes como compañía. Pusieron bancas alrededor y dentro de sus vías, lo que antes no existía. Del parque, que es triangular, hay un espacio de al menos una décima parte del tamaño total, destinado, concretamente, a los que emiten ladridos. Tener ese espacio tampoco garantiza que esas mascotas estén únicamente en ese lugar, pues se les puede encontrar en cualquier parte del espacio total. Bien por los buenos criadores de perros quienes de forma responsable recogen las excreciones de sus animales y las depositan donde se debe. Lo más seguro es que no todos son lo suficientemente responsables. Ahora es difícil encontrar un lugar donde estar recostado, no hay seguridad de encontrar un espacio limpio de heces y orinas. Se hace forzoso usar las bancas. En todo estos cerca de tres decenios, como ya lo dijimos, y no solo en ese lugar, los grandes edificios de viviendas han aumentado, pero no con ellos el tamaño de los desagües ni alcantarillas. Tal vez, en algún momento, de tanto estar sobrecargados, colapsen y exploten hasta llegar a generar una crisis de salud pública. Alguna vez, quién sabe, el virus de la rabia evolucione, se vuelva más agresivo. Y qué penoso, por otra parte, depender de algún animal para tener emociones medianamente estables. Hasta lindar con la idolatría. A ese ritmo, los parques ya no serán para las personas. Y el mar, qué será del mar.