Archivo del Autor: Guillermo Gabriel Valera Moreno

Sobre la “India” de Naipaul

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Leyendo uno de los capítulos del libro “India”, de V. S. Naipaul, abordamos una aproximación casi novelada de cómo se vive en Bombay (India) en los años ‘90s, extraída en forma especial del viaje que realiza el autor a dicho país. Siendo Naipul natural de Trinidad, establece algunos elementos de comparación con lo que observa en la India, aunque lo relevante será su propia descripción de una serie de rasgos costumbristas locales.

En particular, nos habla del rol que juegan los “pujaris”, especie de sacerdotes dentro del modo de vivir religioso hinduista. Se observa en ello una sucesión de rasgos propios a las costumbres hindúes, que aparecen como bastante rígidas. Por ejemplo, el detalle de la mujer (“hermana del señor Ghate”) que ha sido expulsada de su familia por haberse casado “por amor” con un médico ayurveda (denominación propia a quien ejerce la medicina tradicional hindú). Más en general, el hecho de que el mundo hindú esta muy marcado por una serie de tradiciones y ritos del pasado que, pese a los contrastes que se generan con el roce del mundo más “moderno” y los desapegos que se van generando en las nuevas generaciones, todavía tiene una fuerte influencia en la organización social, en la religión, en la propia manera de relacionarse entre las personas, entre otros.

Naipul nos narra el caso de un Pujari natural del sur de Maharashtra, quien decide probar “suerte” en Bombay y se instala allí para desempeñarse en dicha “profesión”. Para ello, él se ha criado en un asram, lugar de retiro o de ejercicios ascéticos para el hinduismo antiguo, situado en los bosques próximos a los pueblos. Proviene de familia de pujaris y fue iniciado en todo el aprendizaje de las pujas, los ritos y los textos correspondientes. Como se menciona, ser parte de “una familia sacerdotal significaba destacar en la comunidad, pero no significaba tener dinero”. Cuestión que en otra parte del texto se va a comparar respecto a los ingresos de su hermano y se constatará que existe una similitud bastante importante entre ellos (alrededor de 1,200 rupias al mes), lo cual le daba para vivir como alguien de clase media, en un edificio multifamiliar. Teniendo adicionalmente a su favor el contar con regalos diversos que la gente le otorgaba por la celebración de los ritos.

El pujari pasa un año en casa de una tía, lo cual le permite cierto ahorro de los gastos que demanda una ciudad como la de Bombay. Permanece allí hasta que el hijo de la tía se casa, lo cual (por la costumbre) le obliga a dejar dicho lugar. Se comenta cómo fue el inicio de su labor, de manera tímida, cobrando a la buena voluntad de sus “feligreses”. Poco a poco irá situándose en ese mundillo que le permitirá hacerse del “modus vivendis” local. De allí llegará a hacerse de su propio departamento, con una ayuda adicional de uno de sus “fieles” que le dará facilidades para la adquisición del mismo.

En el ámbito del templo al que él se dedica (denominada el Señor Vavani Shankar, deidad en la cual había sido criado), existen de 5 a 6 pujaris, dos de ellos jóvenes. Se menciona de uno denominado como el “pujari eléctrico”, debido a su labor abreviada de los ritos; por ejemplo, una boda que normalmente dura 6 horas él la celebra en poco más de la mitad del tiempo. En general hacía pujas más breves; incluso recurre al uso de grabaciones (y su venta) para ahorrar su presencia física en la realización de los ritos.

El autor hace un paralelo entre los pujari y los pandits de su tierra (Trinidad), a los cuales se les brindaba las mejores atenciones posibles cuando les tocaba realizar sus ritos. Nos cuenta que a ellos se les atendía con “las mejores mantas o sábanas para que se tendieran en ellas; se les guardaba la mejor comida, y se les servía con toda ceremonia al final”. Además, disfrutaban del privilegio de “recoger las monedas que se habían arrojado al fuego sagrado del altar ornamentado, así como las que se habían arrojado al plato de bronce con alcanfor ardiendo –emblema del fuego sagrado-“, que se hacía circular entre quienes asistían a las ceremonia religiosas (p.118).

Se nos presenta varios de los diversos ritos que puede oficiar un pujari y que son parte de la actividad en la que normalmente se involucran. Guardando la distancia con el cristianismo, se podría decir que hay una serie de ritos que vendrían a ser una especie de “sacramentos” en su vida religiosa. Algunas de ellas son:

º Rito después de 14 días de una defunción, en la cual se preparan toda clase de alimentos, los cuales pasan por el picoteo de un cuervo, simbolizando “la fusión del alma con el infinito” (p.120).
º Ceremonia de la cuna, en el cual se emplea el panchang (texto muy antiguo), empleado para hacer horóscopo y buscar nombre.
º Cuando se muda alguien a un departamento nuevo, hay que purificar y exorcizar los espíritus que lo habitan.
º Ceremonia del hilo, cuando un niño cumple 8 a 9 años.
º Ceremonia de las bodas, la misma que es cantada durante las 6 horas que dura.

Un pujari normalmente era una persona con sentido práctico; no requería de hacer mayores estudios, salvo los de aprendizaje de los ritos y algunos otros libros que publicaba el “Arya Samaj”, movimiento reformista hindú. Ello le permitía explicar mejor sus ceremonias y los versos que cantaba a los fieles. No se aprecia como necesario el hacer estudios de filosofía o teología. Hay una admiración por el saber, la sabiduría, vinculada más que al conocimiento intelectual a la espiritualidad.

Se constata dificultades en la continuidad de las costumbres y ritos ya que las generaciones más jóvenes no desearían aspirar a hacerse pujaris. Otra preocupación presente es la de volverse pobre, con el riesgo de que la gente le reste su estimación o autoridad. Incluso el mantener una familia puede ser complicado por la vida “nómade” que tienen los pujari al estar en constante movimiento para ofrecer los ritos o pujas. Después de todo es una vida consagrada de lleno a dicha labor.

No deja de ser interesante conocer, desde la vida cotidiana, la manera cómo se desenvuelve un pujari, el cual proviene de una tradición familiar y estatus. Tomemos en cuenta que tampoco cualquiera puede ser pujari. No deja de sorprender que todos los ritos que se realizan son preponderantemente en el ámbito de la familia y no existan templos muy importantes donde se congregue la gente a celebrar, como ocurre con el cristianismo y otras religiones.

Las crisis generacionales que se empieza a vivir y la dificultad de guardar las tradiciones y la “pureza” de los ritos que se ejercitan, hace notar que se trata de situaciones que podemos generalizar un poco más ampliamente a las diversas religiones. En realidad nos alude a problemas más profundos de cambio de época como el que nos encontramos actualmente y de cambio de paradigmas del conocimiento y de las formas de vivir la fe que requiere poner atención en caminos que pueden ayudar a transitar y situarse de manera más adecuada en los nuevos contextos.

Aunque resulte anecdótico, no dejó llamarme la atención las alusiones cinematográficas que se hacen y el interés por la realización de películas en lengua locales (como el márata). Parece claro el vínculo que ello tiene con el desarrollo actual que tiene la industria del cine en Bombay, la misma que parece estar a un nivel comparable con el propio Hollywood (EE.UU.).

Guillermo Valera M.
14 septiembre 2009

Nota: Sir Vidiadhar Surajprasad Naipaul, más conocido como V. S. Naipaul, es un escritor británico, de origen triniteño, galardonado con el premio Nobel de literatura en el año 2001. Su obra se caracteriza por el análisis del mundo colonial. En particular, suele aludir a la existencia alienada de quienes se ven sometidos o involucrados en un ámbito que no les es propio.
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A una mujer, a la que amo

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María Leonila Lalangui Zaquinaula, es una mujer de 48 años, natural de San Ignacio, Cajamarca, parte de 13 hermanos (5 mujeres, 6 varones y 2 fallecidos). La conocí en 1982, cuando fui a trabajar a San Ignacio, para los jesuitas en la parroquia local, en el Cenecape Monseñor Oscar Romero (convenio entre la parroquia y el Ministerio de Educación), lugar en el que estuve por 3 años.

Nila, como familiarmente siempre le hemos dicho, es una mujer que llamó mi atención desde las primeras veces que la fui conociendo, junto a distintas personas que, con diversas edades, actividades y motivaciones, fui conociendo entre el paisaje atractivo de la zona, las estrellas, la lluvia y el café. Su discreta seriedad mezclada de sonrisas y palabras justas, me llevó a una amistad en la que siempre procuré ser respetuoso de las actividades en las que cada uno estaba.

Nunca había escrito específicamente sobre ella y ahora me siento motivado porque se que más allá de mis alborotos afectivos que a veces suelo tener, es la mujer a la que más aprecio en mi vida y he aprendido a querer con sentido de profundidad. Y se que nos hemos hecho el uno al otro porque nunca hemos dejado de “pelear”, tener nuestros pequeños altercados, los mismos que nos ayudan a mantenernos alertas de cómo mejorar nuestra relación en el día a día y no vivir “distraídos”.

Nila siempre ha simbolizado y ha supuesto una continua recreación de cómo aprender a amar a mi país desde el Perú profundo, sabiendo los desencuentros que llevamos en las venas y en nuestras fracturas por lo diverso, el racismo, el poco sentido de diálogo y, como modernamente se dice, la baja autoestima que a veces nos acompaña. Nunca olvidaré lo que un buen amigo de ambos nos decía en San Ignacio, a mí especialmente: “contigo vamos a mejorar la raza”, “así vamos a crecer y avanzar”; no lo decía en broma, lo creía realmente, a pesar de que le gasté varias bromas al respecto. Felizmente Nila no lo tomaba así y creo que aprendimos a hacernos de ideas más amplias que también me ayudaron a mí mismo.

Ella ha sido y es síntesis de mi propia integración de vida. Significado especial de lo que significó mi desempeño profesional y los aprendizajes que supuso el contrastar lo teórico de lo estudiado en la universidad con los problemas que se planteaban desde la práctica cotidiana; la política desarrollada en Izquierda Unida y desde lo popular y lo sindical; la recreación de mi propia fe desde convicciones más personales; la interacción con personas tan diferentes a lo que había sido mi experiencia y camino desarrollado, descubriendo la simplicidad de la gente en un medio donde ser amigo del vendedor de periódicos, como del párroco o el alcalde no era nada extraño.

Nila, desde su sencillez me permitió salir de mis propias complicaciones. Desde su dulzura de mujer me encaminó a darle más sabor a mi vida. Desde su sabiduría innata aprendí a cómo ubicarme en el cultivo de mi propia inteligencia, cuestión que siempre me había sabido a conocimientos y fui entendiendo que ellos son sólo una parte. No ha dejado de llamarme la atención por qué suele ponerle un poco nerviosa cuando van visitas a la casa y no le resultan “demasiado cercanas” o “conocidas”. A veces he pensado en un tema de poca “capacidad de acogida” pero son más maneras de ser.

Nuestro amor juguetón y simple nos ha permitido el fruto de dos hijos realmente gratos y maravillosos. Pedro Guillermo y Luís Fernando Lucas, quienes entre sí se diferencian en 10 años, aunque se relacionan tan bien que pareciera que sólo hubiera 2 ó 3 años entrambos. Hacemos una familia bastante comunicada, donde nos bromeamos con sentido muy amigable y vamos aprendiendo uno de otro. Nila no deja de ser nuestra reina a pesar que suele cargar más con los quehaceres de la casa. También hemos aprendido a colaborar y seguro nos falta mucho de ello. Pero hay sentido de integración y de servicio entre todos.

La simplicidad que siempre esta presente en Nila me ha hecho cultivar un sentido por lo simple en la mayoría de mis relaciones, pese a que yo tiendo a ser, a veces, algo sofisticado o enredado. Procuro descubrir esa simplicidad en las cosas que tengo entremanos y es quizás lo que más me atrae de toda persona, combinada con su capacidad de alegría y servicio.

Sólo escribo estas líneas para recordarme lo mucho que quiero a Nila, amiga, esposa, madre y profunda persona a la que amo.

Guillermo Valera Moreno
6 de septiembre de 2009 Sigue leyendo

Porque lo humano nos importa para todos

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Puede parecer fuera ya de propósito el seguir conmemorando la entrega del Informe de la CVR (Comisión de la Verdad y la Reconciliación), ocurrida hace seis años. Podría pensarse que ya tuvo su momento e hizo la noticia que hizo, tuvo el impacto que tuvo y cumplió su papel; pasó ya su tiempo de agenda. Otros pueden decir o pensar que se sigue avalando la violencia que cometieron los “senderistas”; que se aprovecha el tema para atacar a las fuerzas armadas cuando lo que habría que hacer es el rendirles un homenaje incondicional por su labor cumplida hacia el país en esos años difíciles de “guerra interna”.

Más allá de las tareas aún pendientes para con quienes fueron víctimas, especialmente en la población civil, pasando por integrantes de las fuerzas armadas y policiales, así como de los propios senderistas y emerretistas caídos (porque no son ningunos parias), todos peruanos, se puede apreciar que no hemos terminado de responder a la pregunta de por qué fuimos capaces de caer en una carnicería de confrontación como la que tuvimos (1980 – 2000) y, menos aún, de cuánto hemos aprendido de aquella historia que corre el peligro de quedar como anécdota incómoda, a la cual no se le puede levantar ningún altar o museo de la memoria que genera movimientos telúricos en los más altos niveles del poder eclesial, militar y político.

La conmemoración en torno al “ojo que llora” (como ya se va volviendo tradición en Lima) no es porque nos guste el sufrimiento, aunque estamos convencidos que de él aprendemos muchas lecciones de la condición humana y nos enseña a cómo vivir mejor eso que decimos o tildamos como amor, verdad o justicia. Esa celebración que para mí ha ido adquiriendo carácter casi religioso válido y querido es porque se trata de una de esas cosas que siento llena de sentido para el conjunto de mi ser y quiero, además, que sea uno de esos referentes que tenga ese papel en mi vida toda, como tantos otros, aunque de manera muy especial (como lo pueden ser mis propios hijos).

Porque, entre otras cosas, nos recuerda y nos enseña el valor de la vida humana y todo lo que puede movilizar, todo lo que puede ser verdad eso que la “fe mueve montañas” o aquello del “grano de mostaza”. Poco a poco se fue develando la serie de barbaridades a las que estuvimos sometidos desde diferentes ángulos y con diversos grados de responsabilidad en lo que fue una etapa oscura para nuestra patria, marcada por la desesperación y la desesperanza, de tanta dinamita o ametralladora con la que se afrentó vidas e ideales signados por la violencia (querida o no).

Yo también me siento responsable de lo ocurrido. No voy a discutir si por acción o por omisión o por contemplación o por falta de fuerzas para que se hiciera algo distinto. Porque de verdad a quienes militamos desde la Izquierda Unida nos faltó la suficiente capacidad e inteligencia para que encamináramos las cosas por rumbos diferentes. Pero ello es historia pasada y ahora nos interesa el cómo hilamos esa memoria con el futuro inmediato y la proyección de vida que queremos para nuestro país en los siguientes años. Contando con cada uno de todos los peruanos, incluidas como hemos dicho las fuerzas armadas y policiales, los fujimoristas, los senderistas, etc. (ojo que no digo ex – fujimoristas ni ex – senderistas o etcétera), aunque reconozco que hay un límite y unos mínimos para encaminar entendimientos que no pueden estar ajenos a los derechos humanos, al pluralismo y a la justicia (en todos los sentidos pertinentes que puede tener).

No pretendo establecer “poses” ni falsas polémicas con algunas de las expresiones que planteo. Sólo afirmar cuestiones que me parecen elementales y fundamentales, como que todas las personas cuentan y son sujeto de derechos; a todos nos cabe la posibilidad de un esfuerzo permanente de construirnos como ciudadanos. Todas las personas merecen ser tomadas en cuenta para que no haya más Chunguis ni Putis, ni tampoco “Baguasos” o similares variantes.

Como los conflictos no van a desaparecer porque tomemos en consideración lo anterior (peor aún si no lo consideramos), es necesario, de otro lado, dotarnos de reglas de juego básicas y procedimientos acerca de cómo debemos aproximarnos a los diversos tipos de conflictos existentes. Tanto desde el Estado, así como lo que podemos esperar los ciudadanos desde la sociedad civil actuante. Frente a multitud de casos, en especial los que afectan grandes intereses económicos (como es el tema de las empresas e inversiones mineras) que son los que suelen generar mayores repercusiones, aunque todos son dignos de ser tomados en cuenta.

Procedimientos que a la base implican reconocimiento del otro como persona(s) igualmente respetable(s); sujetos de derechos; peruanos con quienes tenemos tareas mayores a las que nos confronta eventualmente una circunstancia o desavenencia. Pero donde también todos podamos beneficiarnos de las soluciones que construyamos y tengamos que construir. Restituyendo derechos y restañando heridas donde ello sea el caso. Donde ejemplos u oportunidades para el Estado hoy se sigue teniendo en cómo se aborda las tareas de las Reparaciones a las víctimas de la violencia política, sin olvidar cómo recomponemos relaciones con quienes fueron protagonistas más directos de dicha confrontación.

Quizás corresponda también pensar todos éstos puntos desde las distintas actividades en las que cada uno pueda estar o encontrarse. Velando y promoviendo iniciativas diversas que colaboren a integrar en una propuesta programática más amplia lo que tenemos entremanos y a cultivar nuestros sentidos de vida haciéndonos responsables de ello mismo. ¿Es posible el perdón y la reconciliación de todos los peruanos? Yo creo que sí y hay que construirla para todos.

Guillermo Valera Moreno
Viernes 28 de agosto de 2009 Sigue leyendo

Pensar el Perú y nuestras tareas con un profundo sentido de justicia

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¿Es posible pensar en un reagrupamiento de fuerzas políticas que puedan entenderse y garantizar un proyecto nacional de desarrollo donde nos incluyamos todos los peruanos? Es todo un desafío si empezamos por ubicar puntos que son claves para ese entendimiento como es el hecho de que nos pongamos de acuerdo en construir un Estado que funcione y genere procedimientos para que veamos en él un ente que es útil en el respeto y la atención de las necesidades de la población, siendo conscientes de la escasez de recursos que contamos y, por tanto, de la prioridad adecuada que debemos darnos en su uso eficaz.

Avanzamos a otro punto como el de la anticorrupción, aspecto que es identificado como un mal endémico a todo nivel pero que resulta de muy difícil asunción porque todavía vemos en el Estado y en el manejo de las empresas un “todo vale” como justificatorio de la consecución de objetivos de distinta naturaleza, particularmente el “hacer plata fácil” y generando todos los atajos posibles. Si a ello añadimos el tema del narcotráfico podemos complejizar más el asunto, aunque es necesario no perderlo de vista por los millones que éste mueve y suele ser un tema que no termina de abordarse en su real dimensión.

Nuestros recursos naturales, el medio ambiente y el manejo consistente de su explotación y equilibrado beneficio para el país es otro tema que no hemos terminado de sincerar. A veces se ha visto como un asunto de grandes intereses y empresarios que quieren beneficiarse de ellos y es parte del tema. Pero más importante aún es que no hemos logrado establecer una clara conciencia y tratamiento de lo que ello puede significar al derrotero de nuestro país. ¿Es tan difícil ponerse de acuerdo en que la transparencia y la justicia de los contratos de inversión tienen que tener reglas de juego que supongan un reparto de los beneficios acorde a estándares internacionales, tanto en lo que puede referirse a aspectos medioambientales como a distribución de los ingresos que se generan?

Junto a la reforma administrativa del Estado, la lucha anticorrupción y el manejo justo de nuestros recursos naturales, podemos seguir señalando otra serie de cuestiones (como ya lo hemos hecho en otras ocasiones) como lo referente a la regionalización, el flujo confiable y accesible a la información llamada “oficial” o lo relativo al manejo de la dimensión de la cultura. Todos ellos aspectos que ni siquiera nos sitúan en temas aún más urgentes como puede ser la pobreza, la educación, la salud y la vivienda de la población. No porque los olvidemos sino porque ya parecen como obvios; son casi una cuestión previa y de dignidad de todo lo anterior; por tanto, necesarios de ser entendidos como políticas públicas a la luz de pensar un futuro de más largo aliento.

Lo señalado, necesitamos también verlo a la luz del contexto de globalización cada vez más interdependiente que vivimos. Aunque vale la pena precisar que éste será más “dependiente” para unos que para otros, según cómo nos situamos en la relación de fuerzas internacionales y en los llamados equilibrios de poder que se continúan tejiendo en beneficio de todavía muy pocos sectores de la población mundial. Cuestión en la que no tienen la culpa las empresas (grandes, medianas o pequeñas) sino los empresarios que las piensan y las encaminan de una manera u otra, enmarcados en procesos de acumulación capitalista que muchas veces enjaula otras posibilidades de dirección u alternativas que se quiera tener.

Sin embargo, no habrá que perder de vista que vamos hacia un mundo que ya encontró sus fronteras y límites y no puede prescindir de ellas, donde (como se ha dicho ya hace mucho tiempo) no podemos plantearnos una lógica de convivencia sin obligarnos (cada vez más) a tomar en cuenta al vecino y al de más allá. Todos somos parte de la llamada “aldea global” y nadie puede escapar a ello. Por cierto, tampoco nuestro país. Lo que podemos apreciar en ello es que esa variable globalización es algo que nos condiciona crecientemente. Por tanto, lo lógico sería darnos cuenta que nos corresponde pensar en cómo generamos capacidades efectivas de desenvolvernos de la mejor manera dentro de ella, pero poniendo siempre por delante nuestra capacidad de convivir todos y no sólo unos cuantos que logran la suerte de ser favorecidos en sus actividades económicas de encorsetados mercados, cada vez menos “libres” pese a quien le pese.

Lo anterior me lleva a otro aspecto. Es el de la creciente incertidumbre en la que nos empezamos a acostumbrar a vivir. La misma que tiende a crecer proporcionalmente a cómo se aborda o no la solución de los problemas globales y específicos que afectan a la gente y la manera como se viven de manera singular en cada país y, por supuesto, en nuestro país. ¿Acaso tenemos que resignarnos a que el mundo sea de unos cuantos jerarcas económicos, militares o políticos? La incertidumbre es algo que no se puede ocultar como el sol con un dedo. Más aún, cuando ésta toca directamente un tema como el de la confianza. Confianza con la que podemos vivir en un mundo donde no todos tenemos la capacidad de vivir seguros en todos los aspectos.

Si eso es así, ¿cómo podemos darnos derroteros que concentren nuestras fuerzas en pensar de manera común, eficaz y solidaria la política y el país para los siguientes 20 ó 30 años (o quizás más), sin perder de vista el muy corto plazo y las prioridades que ello puede suponer? Estamos convocados a sumar fuerzas en esos grandes propósitos y a dejar de lado, cada quien lo que corresponda y sea necesario. Todo lo que permita o haga permisible el saber ponernos de acuerdo y hacer realidad el sentido del diálogo para hallar derroteros justos.

No se trata de quién tiene la razón en las mejores propuestas. Simplemente se trata de empezar a darnos cuenta que todos podemos necesitarnos para los propósitos de convivencia que necesitamos darnos si queremos superar la política del darwinismo que podríamos decir definió nuestro siglo XX. ¿Podemos dar un salto cualitativo? Nos podría ayudar a sentirlo un poco más el sentir los hijos de todos como nuestros propios hijos e hijas, a quienes siempre querremos darle lo mejor de nosotros mismos. Tenemos mucho por cambiar y hacer. Parte de ello es pensar en cuál es el proyecto nacional que corresponde darnos hoy para el Perú del siglo XXI, con un profundo sentido ético que no es otra cosa que un profundo sentido de justicia.

Guillermo Valera Moreno
13 de agosto de 2009
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¿Podemos hablar de profetismo?

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Quiero ubicar el tema del profetismo en la presentación que hago a continuación, estableciendo un recorrido sobre cómo fue entendido este en el Antiguo Testamento (AT) y los elementos que nos pueden ser inspiradores para ubicarlo con un sentido actual.

Lo primero que debemos mencionar es que suele haber existido en todo tiempo personas que han sentido una especial inspiración de Dios o de un ser trascendente, en nombre de quien se ha buscado “hablar” o transmitir un mensaje a un determinado grupo de personas, un pueblo, etc. Algunos han pasado por “adivinos”, “futurólogos” u otras acepciones.

En nuestro caso no nos referimos a ellas. Cuando hablamos de profetas queremos referirnos a personas que han sido capaces de leer sus propios “signos de los tiempos”, mirando el futuro para leer el presente (y no al revés). Son personas efectivamente inspiradas por Dios pero que las distinguía su profunda experiencia de Dios, conjugada con un conocimiento muy importante de su realidad y una capacidad para ver y denunciar lo que podía estar ofendiendo a Dios o contradiciendo una auténtica vivencia de fe. Por esto último entendemos la existencia de una vida justa, de una vida buena para todos y una práctica del culto coherente con lo anterior.

Entendido el punto último, debemos decir que en la Biblia, en el Antiguo Testamento (AT), se hace referencia al profetismo, a una etapa que se da históricamente, y de manera especial, entre los siglos VIII y V antes de Cristo. Pese a que no todos los nombres que figuran como tales lo fueron de manera real o que a veces (como es el caso de Isaías) a un autor se le atribuyen escritos de distinta procedencia o siglos. A ello, debemos añadir todos los retoques y modificaciones que con el paso del tiempo pudieron ser objeto los textos y que, ahora, se pueden evidencia mejor con los diversos estudios exegéticos que se ha hecho de los mismos. Esos retoques y forma de haber sido recogidos los escritos tienen también que ver con las comunidades de fe que procesaron de manera cercana los hechos, experiencias y vivencias religiosas que se decidieron “guardarse”; esa fue la manera concreta como la fuimos recogiendo y heredando como documentos.

Ahora bien, en estos siglos en los que se sitúa buena parte del AT ¿qué preocupaciones nos transmiten los profetas? Principalmente podríamos ubicarlo en un ejercicio de denuncia de una serie de injusticias de las que era objeto el pueblo de Israel, ya fuera por los latifundistas y ricos de entonces; por las malas autoridades políticas; no sólo fue de denuncia sino también de anuncio; esto último se suele vincular al enorme sentido de esperanza que buscan los profetas transmitir, en un sentido de redención y, en especial, de la venida de un Mesías (rey) que salvaría al pueblo de su situación de opresión.

En especial me detengo en la tarea de denuncia porque me resultaba algo muy radical en la concepción de compromiso de fe y religiosidad en el conjunto de sus autoridades. Especialmente lo relativo a la mispat, la cual era el conjunto de normas de “reglas de juego” en las que descansaba el “recto ordenamiento de la sociedad”, el mismo que no solo involucraba un cumplimiento adecuado de las leyes sino el “compromiso con el prójimo, especialmente con el más necesitado” (Sicret p.298, cap. Miqueas). Ello tenía que ver con la prohibición de oprimir, perjurar o sobornar; con amar la bondad (heded), conducta compleja que involucraba el respeto, la benevolencia, la generosidad y la fidelidad, siendo una actitud interna que posibilitaba la práctica del derecho.

Este sentido de la heded era clave, en tanto supone actividad, sentido comunitario y estabilidad, encaminados en los deseos de Dios que “surgen del deseo divino de que su pueblo goce de libertad, de unas leyes y una tierra” (p.299). Todo ello debía además de acompañarse de una postura humilde y atenta.

Por tanto, no es tampoco extraño que hayan estas voces (a veces muy radicales como la de Miqueas) que identifican que la raíz de todos los males esta en la codicia y el dinero, así como en el olvido de Dios y de las exigencias de la Alianza. Eran tal las denuncias de algunos poderosos que no se esperaba su conversión sino su castigo, el mismo que debía suponer la “salvación para los débiles y oprimidos”.

Por ejemplo, se les acusa de que “comen la carne de mi pueblo / y le arrancan la piel / y le rompen los huesos…” (Miq.3,3). El pueblo vale para los poderosos en la medida en que pueden aprovecharse de él. Pero llegarán tiempos difíciles también para éstos “en los que clamarán a Dios y el los escuchará”; señalando frases tan hondas como que “los poderosos se agarrarán a Dios como a un clavo ardiendo” y “Dios callará, ocultará su rostro”.

Estos y otros puntos me conducían a reflexionar sobre cómo ubicarnos en nuestro propio contexto de realidad. En particular, quiero tomar el tema del latifundismo (la tierra, el territorio) para buscar algunas aproximaciones. El tema del latifundismo es uno de los más fustigados, justamente por contradecir los designios de justicia de Dios (la mispat). Isaías señala “que añaden casas a casas / y juntan campos con campos / hasta no dejar sitio” (Is. 5,8-10). Esta el caso de la viña de Nabot (1 Re 21) o cuando Nehemías señala que no solo “nuestros campos y viñas están en manos ajenas” sino que además les arrebatan a sus hijos como esclavos y les añaden impuestos, siendo que el “problema capital es la tierra”. En general se recoge una condena generalizada de los profetas contra el latifundismo, hecho además “en nombre de Dios”. “Condena, escepticismo, búsqueda de soluciones, exhortación a la esperanza, son las actitudes fundamentales ante el problema del latifundismo” (Sucre, p.269).

En términos actuales yo me preguntaba ¿cuáles son nuestros “latifundios” en el Perú y en el mundo que vivimos? Pensar que en muchos países aún los existen en forma literal; como fue la experiencia de nuestro país, la misma que se mezcló y conoció con lo que fue el gamonalismo. Nosotros, al menos, tuvimos la experiencia de una reforma agraria que, sin ser una solución muy consistente, replanteó el tema de la distribución de la tierra. Sin embargo, hoy asistimos a otra forma de posesiones y formas de explotación económica que han hecho de la rentabilidad capitalista el nuevo “Dios” y “máximo objetivo”, siendo su paraíso terrenal lo que conocemos como mercado, casi llevado a la condición de santidad por quienes se sienten dueños del “nuevo orden internacional” que impera, dominado por lo que conocemos como las empresas transnacionales (ET).

¿Actúan las ET, el mercado y la búsqueda de rentabilidad de acuerdo a los designios de justicia y amor al que Dios nos llama a construir en la sociedad que vivimos? ¿Se respetan los derechos de las personas y se garantiza su posibilidad de vida y capacidad de realización para todos? Lo que tenemos que reconocer es que hay muchos abismos que no hemos superado en ese y otros sentidos (por ejemplo, interculturalidad o el propio diálogo interreligioso).

Lo vivimos de muchas maneras y un caso que nos volvió a “despertar” y a resignificar lo que venimos siendo y viviendo fue lo sucedido el pasado 5 de junio en Bagua. Con los justos reclamos de las poblaciones indígenas (y ciudadanos) frente a la amenaza y voracidad de empresas extractivas diversas (petroleras, mineras, madereras, etc.) que poco les interesa la vida del otro sino es el maximizar sus respectivas ganancias. Allí uno dice, ¿cómo hacer de nuestra Iglesia una Iglesia más profética? Que no hable con debilidad o limitadamente sino que ponga el dedo y la mano “en la llaga”. ¿Cómo hacemos conciencia y recuperamos para todos, algo que es propio al ser de todo cristiano, nuestro don profético y podemos hacer actual y efectiva la llamada a realizar la utopía del reino de Dios?

Llevándonos a tomar posturas decididas y comprometidas; donde no quepa inhibición posible, así nos acarree incomprensiones o persecuciones (como lo señala José Castillo). Cómo cultivar un auténtico sentido por la justicia, como rasgo distintivo de nuestra institucionalidad eclesial (nuestra “mispat”); como decían los profetas, con fortaleza, valentía, cualidad de soldado y energía espiritual procedente de Dios (y no de nuestgros apetitos mezquinos que tanto abundan).

Felizmente tenemos motivos de esperanza y luces proféticas recogidas en casos como la teología de la liberación de la liberación, de los Luther king, de la organización y conciencia creciente en la población, en nuestras comunidades cristianas sensibles al cambio, entre otros. Todos estamos invitados a mirar con los ojos de Jesús, a oír con los oídos de Jesús, a sentir con el corazón de Jesús. A ser profetas individual y comunitariamente.

Guillermo Valera Moreno
Ensayo realizado el 6 de julio de 2009 para el curso de Biblia 1 (profesor Luis Ascenjo), Diplomado de Religión y Cultura – UARM.
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Hay cosas comunes sobre las que se puede avanzar. A propósito del discurso Presidencial del 28

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Se discute si un discurso presidencial de fiestas patrias debiera ser político, una relación gerencial de lo actuado o sólo un gesto de saludo al país en su aniversario. Creo que hay momentos en el año que se marcan por la necesidad de hacer un balance de lo actuado, desde los propósitos establecidos por el gobernante de turno y ese es el motivo del discurso presidencial en fiestas patrias. Así sea sólo por un asunto de costumbre, es algo positivo que se haga. El mismo no puede ser menos que político porque son responsabilidades políticas las que se ponen en la balanza valorativa de los avances y cumplimientos propuestos por el Presidente y partido de gobierno, al inicio y en el transcurso del mismo.

Otro aspecto que se ha discutido es el tipo de discurso al que hemos asistido. Si este se pareció más al de inicio de un gobierno, por los ofrecimientos y algunas tareas de largo plazo que se planteó. O si el largo balance con cierto detalle de lo hecho en los diversos sectores no dejaba de ser más que un listado aburrido de obras que todo gobierno ensaya desde su posición y si no debiera obviarse para felicidad de los oyentes. Y, sobretodo, se han marcado ciertas grandes ausencias que se esperaba estuvieran un poco más (o realmente) visibles. Ellas son especialmente lo relativo al desarrollo del diálogo como mecanismo constitucional clave de toda democracia y que no puede ser “optativo” según cada situación, sino una metodología de funcionamiento del mismo. Y lo relativo a la lucha anticorrupción, cuestión que se perdió en señalamientos sensacionalistas de crear una nueva cárcel en la selva con dicho propósito.

No hay caso que no superamos las tradicionales formas de hacer política, basadas en ofrecer lo que sea con tal de recoger aplausos y, a través de ello, buscar el convencimiento. Sin importar mucho lo que se ofreció en discursos anteriores. Si no, tendría que haberse dado cuenta de por qué no se creó el Ministerio de la Cultura anunciado el año pasado. O tendría que haberse hecho un balance más estricto en función del programa inicial de gobierno ofrecido por el APRA en el 2006.

Sin embargo, volvamos al discurso político del 28. De él, quiero brevemente llamar la atención sobre cuatro puntos que se deslizaron y me parecen relevantes: la Reforma del sistema político; la distribución con inclusión; institucionalidad; y, defensa nacional.

Sobre la Reforma del sistema político: Se plantearon dos puntos muy interesantes, acerca de la renovación parlamentaria a mitad del período de gobierno y la segunda vuelta en las elecciones regionales; por los plazos que existen por ley diera la impresión que ella es una agenda más para el próximo gobierno, dado que no tendrían una aplicación práctica en el periodo del presente gobierno. De todos modos no deja de ser importante que se levante dichos aspectos, como una manera de recordarnos la necesidad imperiosa que tenemos de una reforma más amplia del Estado (que incluya, es lógico, una reforma constitucional).

Sin embargo, dicho debate ha querido pasar desapercibida una discusión más inmediata que tenemos pendiente de ajustar. Me refiero a la continuidad del proceso de regionalización que ha quedado inconclusa y que no puede remitirse sólo a los creados 25 gobiernos regionales; más aún cuando el 2010 tendremos nuevas elecciones regionales. Es un tema que tiene que retomarse y empezar a dársele un norte que permita el acuerdo de las diferentes fuerzas políticas.

Otro tema es el relativo a las funciones del Presidente del Consejo de Ministros: ¿Debe tener mayores prerrogativas para ser un jefe de gobierno? ¿Cómo establece un equilibrio de poder con el Presidente de la República y hace viable niveles de gobierno más cotidianos y en determinadas áreas? ¿Sólo es un referente para crear la impresión de “solucionador de problemas” o realmente puede actuar con la debida autoridad para resolver conflictos y proponer iniciativas de gobierno dentro de los cauces que se establecen por el Estado? Es un tema que ha adquirido mucha relevancia por los diversos conflictos existentes y que han tenido que afrontar los que han estado en ese cargo, pero también es una necesidad relativa a cómo hacer que funcione mejor el gobierno.

Sobre la distribución con inclusión: me ha parecido muy importante la preocupación del gobierno sobre cómo hacer que el gasto público llegue más y mejor a la población de menores recursos o la más alejada (a lo cual se ha añadido a los jóvenes). Creo que en ese punto habría que tomarle estrictamente la palabra al gobierno. Dejémonos de temores “populistas”. Es cierto que hay fondos que sistemáticamente quedan sin gastarse año a año en diversas instancias del Estado. El asunto es cómo garantizamos que los procedimientos que se puedan plantear (y los ya existentes) juegan a favor de las poblaciones locales, se desburocratizan y se llega mejor, con los consiguientes controles sociales y políticos que sean del caso.

En éste sentido hay que garantizar que fluyan los recursos sin que se pierda de vista la utilidad de las obras que se elijen para realizar, así como la calidad técnica de las mismas. También se tiene que garantizar que no se genere paralelismos innecesarios de actuación de lo que ya hacen con mucho esfuerzo los gobiernos municipales y regionales. Y, ciertamente, se tendrá que ser muy vigilantes para que las obras no se conviertan en festín de campañas electorales, lo cual siempre será un riesgo y es ciertamente parte del desafío.

Sobre la institucionalidad: hubo una frase muy llamativa en el discurso “dialogar es gastar”, como si fuera una varita mágica el entregar fondos a lo que sea. Efectivamente, una frase así nos podría hacer pensar en lógicas populistas del necesario gasto social, aunque habría que ser flexibles en aceptar cómo escoge cada quien para comunicarse con la población. Más importante es si lo que se nos esta vendiendo como idea y propósito no trasluce un sentido autoritario de la manera de relacionarse con la población o si lo que va a primar es la concertación efectiva de intereses para la decisión y el impulso de las prioridades y alcances de lo que se tenga que hacer en cada caso.

Otro aspecto, aunque más bien implícito, ha sido el reconocer que los hechos de Bagua del pasado 5 de junio dieron por los suelos con el llamado “principio de autoridad” que le corresponde ejercer a quien tiene el poder como gobernante, el cual es un punto muy delicado y necesario de recuperar. No obstante, el tono más autocrítico que esperábamos escuchar no se dio y, más bien, se ha venido reiterando una lógica autoritaria de ejercer dicho principio: persiguiendo dirigentes y ciudadanos de las poblaciones indígenas de la selva; no dando señales muy claras sobre cómo se va a esclarecer los hechos que ocurrieron (ya debió hace rato crearse una comisión independiente que diera cuenta de los mismos); cómo se va a encarar en adelante el desarrollo de nuestra selva.

Una última cuestión que referimos en ésta parte se refiere a la lucha anticorrupción. En países como el nuestro no puede haber mejor índice de desarrollo de nuestra institucionalidad que midiendo el grado de preocupación y medidas efectivas que se realizan en el campo de la anticorrupción. Justamente porque ella nos remite al efectivo cumplimiento de la ley y la normatividad que se ha establecido para un (más o menos) adecuado funcionamiento (y construcción) del Estado democrático. Especialmente en el campo del manejo de las finanzas públicas, aunque no únicamente. Considerando cómo se gobierna: tanto en cómo se ejerce la autoridad del gobierno y cómo nos “dejamos” gobernar. Donde lo elemental debiera ser el gobierno en función del bien común y no su ejercicio en función de unos cuántos intereses de grupo.

Finalmente, sobre la defensa nacional: consideramos que es una cuestión real de preocupación; que está muy bien que se afirme en el deseo de profesionalizar mejor a nuestra fuerza armada, en “ponernos a tono” con la región y darle la “altura” debida. Sin embargo, esperamos que los 32 mil millones de dólares de reservas monetarias que se dijo que tenemos como país, sean razonablemente orientadas al conjunto de necesidades que tenemos. Sin sesgos ni visos de carrera armamentista entre países vecinos.

Necesitamos ante todo una política de defensa y de relaciones exteriores que se oriente de manera inequívoca a la búsqueda de la paz con justicia social. Un temperamento sólo militar podría ser engañoso del real poderío que hay que construir. En función de cómo todos los habitantes de nuestro Perú nos sentimos realmente peruanos, porque tenemos orgullo de vivir en éste territorio que lo sentimos nuestro y, por ende, lo podemos defender. Ello supone en especial que pongamos un peso especial en el tema de la construcción ciudadana en el país, acompañada de cómo encaminamos de mejor manera los temas de la miseria social y racismo que aún arrastramos.

Se están haciendo cosas pero ¿no debiera ser todo ello parte de un acuerdo político más explícito y amplio de todas las fuerzas políticas y sociales en nuestro país?

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 1 agosto de 2009

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Encaminar la “vida buena” desde distintas experiencias (1)

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Resulta a veces difícil aceptar que haya un sentido común o una conciencia generalizada en la población, especialmente de zonas rurales alejadas, que cifran sus expectativas de futuro en “salir” de su comunidad, de ir a alguna ciudad más “desarrollada” (cercana o lejana) con la idea de que encontrarán siempre mejores posibilidades de “superación”. Viendo sobretodo en la educación, el vehículo natural de dicho propósito. Aunque se genere desarraigo y muchas veces alienación y olvido de los orígenes y de la propia identidad.

No es nuevo el punto. Pero no deja de ser significativo plantearse la discusión de cómo lograr que la educación pudiera colaborar en cultivar en los alumnos un mayor sentido de vínculo con los orígenes, la propia identidad y lo local, sin perder de vista una perspectiva de horizontes más amplios y de vocación “universal”, más aún, en un contexto de globalización como el que vivimos en las últimas décadas en todo el mundo. ¿Cómo debiera pensarse o inspirarse un proyecto educativo que tenga pretensiones de tal en realidades cada vez más complejas como diversas? Y no dejarse llevar por la tentación de hacer tabla rasa de las identidades, uniformizando y homogenizando todo proceso.

A mi modo de ver, un punto clave podría estar en cómo nos plantemos y aprendemos a amar lo propio, hasta por un sentido de autoestima. Desde lo más pequeño, de lo local de origen, pasando por la dimensión más de país al cual nos debemos; sabiéndonos ubicar en cómo cuidar del mundo desde el lugar en que a cada uno nos tocara estar. Vivir situados, con “alas y raíces” (aludiendo al título de un libro de M. Giusti), sería una primera gran cuestión.

Lo siguiente pienso que correspondería a cómo se puede lograr y garantizar que la gente fluya (se comunique, viaje, se traslade, etc.) todo lo que quiera y necesite; después de todo, el comercio y los mercados son flujos de mercancías varias. Por ejemplo, el que no se detenga que la gente joven (o no tan joven) pueda salir de su medio local y se “adentre” a horizontes más amplios (según el caso); sin embargo, cómo hacer para que, en ese proceso, no pierda sentido el valor que puede tener apostar por el desarrollo de la localidad de la que se proviene y el compromiso en esa dimensión con los “suyos” de origen. Es cierto que no se trata de incentivar sólo pequeños “chauvinismos” a todo nivel porque, en todo caso, importa (o debiera serlo) el desarrollo de todos los pueblos, de todas las personas. Y porque importan las personas, importan sus culturas y sus formas de realización de vida.(2)

Otro aspecto es cómo logramos un diálogo intercultural que ahora se complejiza en las propias culturas (pequeñas o grandes), en tanto se generan “subculturas” de diverso tipo, como pueden ser de tipo etáreo, profesional, de estrato social, de género y tantas otras que atraviesan en forma transversal a las sociedades en distintas latitudes, tanto por el influjo de los medios de comunicación y la internet, como por la mayor capacidad de movilidad que hemos adquirido las personas (migraciones), aunque ello no pueda ser de igual o parecido acceso a todos.

A la luz de lo anterior cómo es posible que adquiramos un interés sobre valores que puedan llevarnos a su vez a valorar al “otro”, al “diferente” por el solo hecho de ser humano. Cómo es posible aceptar que la construcción de la “vida buena” se puede encaminar desde distintas experiencias. Siendo consciente de que no todo nos puede dar igual o caer en fórmulas de relativismo que nos hagan diluir el sentido de lo bueno en forma universal, sin perder de vista el valor de los “multiculturalismos” existentes de facto o más históricamente.

La tesis que nos proponen filósofos como K. Appiah, acerca del cosmopolitismo no deja de ser muy sugerente y motivadora. Rápidamente me hacía pensar si una fórmula “cosmopolita”, una formación en una lógica de “ciudadanos del mundo” no debiera tener cabida desde las edades más iniciales en la educación de los niños en todo lugar. Que nos ayuden a situarnos en lo que es el mundo hoy, valorando más lo propio. Que nos permita conocernos mejor unos a otros y desarrollar la capacidad de influirnos mutuamente unos a otros. Sabiendo que tenemos que luchar contra la corriente en varios aspectos, como el hecho de vivir en un medio subliminalmente (o de hecho) tan “racista” como el que experimentamos todavía en nuestro Perú(3), poniendo un esfuerzo más grande en aceptarnos mutuamente. ¿Es posible hacernos de “ideas e instituciones que nos permitan vivir juntos como la tribu global en que hemos devenido”(4)?

En apariencia suena tan simple eso de llamar a “preocuparnos por la suerte de todos los seres humanos, tanto los de nuestra sociedad como los de las otras” o el hecho de convencernos que realmente todos “tenemos mucho que ganar de las conversaciones que atraviesan las diferencias”(5). Sin embargo preferimos priorizar nuestras propias “parcelas”, estatus o intereses; tienen mayor peso porque el peso de nuestros individualismos se han ido haciendo lo predominante.

De hecho, los sucesos ocurridos en Bagua, el 5 de junio pasado, nos volvieron a poner en cuestión éstos temas de fondo que estamos señalando. Porque es muy difícil entendernos y asumirnos como ciudadanos del mundo si al interior de países como el nuestro (o entre países con más desarrollo respecto a los que vienen más “atrás”), seguimos tratándonos como ciudadanos de distinta condición o valorando la vida de unos y otros de manera diferente en un sentido de discriminación, casi al estilo de considerar si se tiene alma o no (como se hacía hace unos siglos atrás).

¿Podemos o queremos ser un país integrado donde todos tenemos cabida? ¿Es posible considerar que todos somos valiosos en la construcción de la vida buena y para todos es válido poder acceder a ella? Seguramente podríamos aceptar un poema de Burton que cita Appiah: “Toda fe es falsa; toda fe es verdadera: / la verdad es un espejo hecho añicos, esparcido / en miríadas de fragmentos; y cada uno cree / que su minúsculo fragmento es el todo.”(6) Lo anterior tendría que hacernos un poco más conscientes de que “si no podemos aprender unos de otros qué es correcto pensar, sentir y hacer, la conversación entre nosotros carecería de sentido.”(7) Y, además, aprender a hacerlo constantemente y con humildad.

Guillermo Valera M.

Notas:
(1) El presente artículo basa su reflexión a propósito del Libro de Kwame Anthoni Appia, filósofo Ghanés, a propósito de su libro sobre “Mi Cosmopolitismo”.
(2) Como dice K. Appiah, a propósito de referirse al cosmopolitismo: “En el corazón del cosmopolitismo moderno está el respeto por la diversidad de la cultura, no porque las culturas sean importantes en sí mismas, sino porque las personas son importantes y la cultura les importa.” En: Appiah. Mi cosmopolitismo, p.24.
(3) No quiero ser macabro ni prejuicioso, pero habría que ver qué sentimientos iguales o diferenciados despierta en la población, el criminal que mató a Alicia Delgado (cantante de música folklórica) y el que lo hizo con Marco Antonio Gallego Gonzáles (conocido estilista). Uno de nombre Pedro Mamanchura y el otro de nombre Jorge Luis Glenni Ponce; uno trigueño y andino, y el otro blanco y de apariencia costeña.
(4) K. Appiah, Mi Cosmopolitismo, p.23.
(5) K. Appiah, Mi Cosmopolitismo, p.17.
(6) K. Appiah, Cosmopolitismo, p.31.
(7) K. Appiah, Cosmopolitismo, p.62.

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¿Es posible hacer “alta política”?

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Salió elegido para Presidente del Congreso el Sr. Luis Alva Castro del APRA, para el período agosto 2009 a julio 2010, penúltimo año del gobierno de Alan García. Se repitió una vez más, la alianza del APRA con el fujimorismo, ¿a cambio de qué? No sabemos con precisión, esperemos que no suponga indultos ni sorpresas mayores a lo Rómulo León Alegría o Agustín Mantilla.

Lo cierto es que el APRA (36 congresistas) y el fujimorismo (13 congresistas) no podrían hacer una mayoría, sino contaran con votos de errantes o centrífugas (o como se les prefiera llamar) de parlamentarios que terminan dando aire a un desinflado congreso. Dando mayoría a un gobierno que no lo merece; donde a estas alturas, debieran de primar las fuerzas políticas de la oposición, sea con Unidad Nacional u otra organización política a la cabeza. Sin embargo, se reitera una vez más lo frágil de nuestro sistema de partidos que, más allá de marcar continuidades en nuestro pobre sistema democrático, no logra consolidar posibilidades de juego político que marquen el ritmo de la coyuntura y absorban las variantes que se van dando en ella.

Quizá la confirmación más tremenda en ese sentido la marcó el voto de confianza que tuvo el gabinete de Yehude Simon, cuando fue interpelado por los luctuosos sucesos de Bagua del pasado 5 de junio. Lo lógico hubiera sido que renunciara por cierta decencia política (así el Presidente Alan García les pidiera que se quedaran unos días más), pero prefirieron el trámite del juego del poder y de los amoldamientos que permite nuestra débil institucionalidad democrática

Pero la presente nota no busca hacer juicios reiterativos sobre lo que no nos gusta de la política y de los sinsabores a los que uno corre el riesgo de acostumbrarse. Me preguntaba, por ejemplo, si después de la visita que hizo Ollanta Humala a Mario Vargas Llosa en España (¿el agua y el aceite?) era posible de pensar con mente más abierta y democrática las cosas de fondo que vienen para nuestro país. Me refiero a si gestos como ese serán posibles de realizar por los diferentes políticos para propiciar un nuevo camino de diálogo político. Que permita retomar iniciativas como lo avanzado con el llamado Acuerdo Nacional, firmado hace ya casi una década (en su versión inicial, ratificada después durante el gobierno de transición de Valentín Paniagua).

Podemos considerar que en un país como el Perú es posible hacer “alta política” sin tener que hacer cálculos previos de cuánto ganaré para mis propios (y mezquinos) intereses. Creo que sería interesante pensar en que es posible una conversación política sobre el futuro inmediato de nuestro país que reuniera inicialmente a Alan García, Ollanta Humala, Alejandro Toledo, Lourdes Flores, Henry Pease y Mario Vargas Llosa. ¿Es muy iluso o poco viable?

Los temas a conversar no tienen que ser demasiados. Creo que sería interesante si todos nos pudiéramos poner de acuerdo en: (1) cómo dar continuidad a la regionalización; (2) el manejo informativo que se hace, especialmente de las distintas variables claves en el país (datos de la pobreza, el PBI, el número de trabajadores en el Estado); (3) cómo priorizamos la cultura (y su desarrollo) en medio de las limitaciones que tenemos de recursos. Sólo esos tres temas y la manera más adecuada de encaminarlos o seguirlos encaminando.

Creo que lo anterior daría señales de una buena disposición para preparar en los mejores términos lo que serán las nuevas elecciones del 2010 y del 2011. De acuerdo a lo expuesto, no me anima escuchar cosas nuevas ni viejas en el discurso presidencial por Fiestas Patrias. Sólo aspiro a que se entable posibilidades de convergencia para la mayoría de los peruanos; que se plantee viabilidad a cosas que podemos sacar adelante juntos el conjunto de las fuerzas políticas (sin renunciar a las diferencias que se tienen); que se insista en construir puentes para fortalecer los caminos democráticos con los cuales debemos hacer una debida pedagogía política.

Teniendo en mente el crecimiento ciudadano de nuestra población, donde nadie se sienta ciudadano de segunda ni ninguneado porque no se toma en cuenta sus intereses.

¿Podemos superar el discurso del perro del hortelano, tanto en el sentido de quien lo revivió para la política como en el profundo sentido crítico que despertó en muchas conciencias respetables? No es solo conciliación ni tolerancia lo que reclamo. Es sentido de convivencia con responsabilidad, cariño y disposición de servicio. Ojalá podamos decir, así sea, como deseo, argumento, sentido práctico y decisiones.

Guillermo Valera Moreno
27 de julio de 2009
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¿Nos orientamos hacia el Bien?A propósito de Iris Murdoch (filósofa Irlandesa)

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Hay varios aspectos sobre las que reflexiona Iris Murdoch en su libro “La soberanía del bien” (acopio de tres ensayos escritos en la década de los ‘60s en el siglo pasado), los cuales tomo como base para el presente artículo. Antes que nada debo decir que me llamó mucho la atención la forma cómo inicia el segundo de sus ensayos Sobre ‘Dios’ y el ‘bien’, donde ella menciona que “Hacer filosofía es explorar el carácter de uno mismo, y sin embargo al mismo tiempo descubrir la verdad.” (p.53) Pues, pinta muy bien cuál es la “onda” filosófica de la autora, muy vinculada a una dimensión psicológica y situada en una central preocupación ética.

Realmente es una afirmación muy profunda y, se podría decir, que marca la pauta de una filosofía activa, “protagónica”, de búsqueda del crecimiento personal y asequible a todas las personas en tanto capaces de relacionarse con su entorno de manera autónoma. Creo que en ese “explorar el carácter de uno mismo” ella va descubriendo una situación de hipertrofia del yo que caracteriza a la cultura contemporánea. Nuestra tendencia natural a ser egoístas, a ser desbordados muchas veces en nuestra conducta por energías mecánicas de tipo egocéntrico, a ser asediados en la vida moral por ese “gordo y despiadado ego” que habita en cada uno de nosotros.

Murdock se planteará filosóficamente si “¿Podemos hacernos moralmente mejores?” (p.58), ¿cómo sería el hombre bueno? A partir de ello, como de otras reflexiones, se va a ir generando una pauta de aproximación ética a todo nivel, porque no sólo abarca a la persona como individuo aislado sino a éste en interacción con los demás hombres y mujeres, con la naturaleza, con “Dios”, etc. En ese camino se descubre que podemos generar buenas acciones; se identifica que existen cosas buenas fuera de nosotros; se experimenta que nuestras tendencias egoístas pueden ser superadas y diluidas en nuestra manera de relacionarnos y que la belleza de la naturaleza, el arte (en sus distintas expresiones), etc., nos pueden permitir salir de nosotros mismos (de nuestros egoísmos) y situarnos de otra manera “en relación con”.

Se descubre que uno mismo puede no sólo ser mejor sino aproximarse con mayor finura a la realidad; que el “ser mejores” nos da esa sabiduría para una mirada ética de la realidad y, por tanto, más justa. Pero no sólo eso. Sino que nos capacita para dilucidar una experiencia del Bien absoluto, de lo que para las religiones (y sus seguidores) sería Dios, expresión perfecta que es difícil de nombrar, definir y aproximarse a él.

La autora, por tanto, nos dice que la orientación de la visión hacia el Bien hace posible la ruptura con la deformación que nos produce una mirada de la realidad que sólo se hace desde nuestro ego. En tanto uno aprende a dominar su propio ego, a encaminarlo hacia sentidos amorosos y justos, a desprenderse paulatinamente de las cosas que nos pueden dominar internamente (por ejemplo, los mismos “afectos desordenados”), uno podrá irse situando mejor en la realidad, actuando mejor en ella y aproximándose mejor a la idea de “bien”.

Es importante, por ejemplo, el caso que señala la autora, suponiendo la relación entre dos personas imaginarias (una Madre – M y su Nuera – N). Donde la visión que podría tener inicialmente M de N es bastante prejuiciada, por las aspiraciones que tendría M respecto de N y cómo hubiera deseado M que fuera N para su hijo; si bien no la rechaza directamente vive con las ideas que ella se ha formado de la situación. Por tanto, si M decide hacer un esfuerzo por plantearse una mirada distinta de N, ésta vendrá de un cambio que tendría que operarse en M, de la manera cómo decide ella salir de sus prejuicios (porque se aproxima de mejor manera hacia el “bien” o “Dios”, según sea su experiencia de vida y por las razones que fuera).

En ese proceso se puede descubrir distintos momentos. Primero, como hemos indicado, una mirada marcada por los prejuicios y aspiraciones de M respecto a N (¿cómo yo hubiera querido que sea N?); segundo, una mirada que puede estar deformada más sutilmente, por la propia manera de ser de M y sus valoraciones de lo que en ella se vive y experimenta, deseando encontrar en N lo que en buena medida es M misma (cuestiones identitarias, carácter, etc.). Tercero, la capacidad que logra M de ver a N “tal cual es”, libre de deformaciones limitativas que pueden ser producidos por nuestro desordenado ego. En todo ese proceso no se trata de que M sea más indulgente con N sino que logre verla tal cual es, desde una mirada ética, a la luz del bien (o de Dios). Algo que me quedaba preguntando era que podría haber elementos externos a M y N que pudieran imposibilitar una mirada adecuada de M respecto a N y que tendría que también se parte del esfuerzo de objetivación.

De hecho Murdoch aborda otra entrada del tema (que podríamos emparentar con la última preocupación planteada) cuando se refiere al mito de la caverna de Platón. Allí se trata justamente de situaciones que van más allá de la capacidad de las personas que se encuentran en ella; en éste caso, de aquellas personas encadenadas que viven mirando hacia delante de sí mismas y sólo alcanzan a ver sombras en la caverna, producidas por la acción de un fuego inmenso que está detrás de ellos y delante del cual circulan otras personas y objetos que producen las sombras. Pero los cautivos de la caverna solo ven “sombras nada más”. Hasta que uno de ellos (siempre de manera figurada) logra escaparse y descubrir, primero, que es la acción del fuego lo que produce esas sombras que los cautivos piensan que son la “realidad” (se han acostumbrado a verla así); pero no sólo eso, porque, segundo, ese mismo “cautivo” liberado logra salir de la caverna y descubre que además del fuego existe una luz natural producida por el sol y una naturaleza más amplia a la que conocía en la caverna.

De alguna manera, para Murdoch, desde una visión que le emparenta grandemente con Platón, intenta decirnos también que las personas somos como esos cautivos de la caverna. Vemos la realidad identificada en esas sombras y podemos creer que esa es toda la realidad. Sin embargo, podemos convenir que no es así. De hecho los cautivos están convencidos de ello y viven presos de sus cadenas (de sus egoísmos podríamos decir con Murdoch), con la mirada fija hacia delante y nada más.

Ese esfuerzo por liberarse de las cadenas supondría seguir un camino virtuoso, donde el amor (“¿no es el amor humano corriente una evidencia mucho más obvia de un principio trascendente del bien?”, p.79) sería la energía necesaria que nos ayuda a situarnos entre mi yo (como persona egoísta) y el bien absoluto. A afirmarnos como personas libres, ha hacernos posible un camino (o varios) de descubrimiento de la verdad para llegar al Bien (a Dios)1. Es significativo cómo la autora descubre en el arte (el buen arte), en la belleza de la naturaleza (paisaje, un animal, etc.) o en la bondad (hacer el bien a otras personas), posibles caminos para salir de nuestro propio ego y buscar aproximarnos de mejor manera a la realidad. De romper nuestras cadenas y variar nuestra mirada, desde las sombras hacia el fuego que hay al interior de la caverna y las personas u objetos que producen esas sombras. Aproximándonos de mejor manera a descubrir el bien (el “sol”).

De hecho, Murdoch identifica una serie de medios para intentar ser virtuosos (liberarnos de nuestras cadenas). Indica el esfuerzo puesto en aprender un idioma (el ruso, por ejemplo que es muy difícil y complejo) o en cualquier otra actividad que suponga una conducta de autodisciplina y exigencia que nos ayude a ordenarnos, a establecer prioridades, a saber jerarquizar lo que valoramos en la vida y en nosotros mismos, a encaminarnos en última instancia hacia el bien. También indica la oración; podríamos decir, los ejercicios espirituales ignacianos; otras experiencias de espiritualidad que nos permiten salir de nosotros mismos (de nuestras cadenas de egoísmo) para transitar hacia la realidad que se nos impide ver.

Incluso más. Para darnos la posibilidad de no quedarnos en la caverna y aproximarnos a la luz del bien (sol). Bien que, como ya hemos señalado, se puede experimentar en su luz, en la vida que genera en la naturaleza, pero que es poco factible de mirarlo de frente o descubrirlo directamente. Nos da la luz necesaria para ver de mejor manera la realidad pero no es tan posible aproximarnos directamente a él. Giusti, comentando en su último libro al respecto, también aborda el punto. Me pareció interesante lo que él adiciona respecto a cómo dar a conocer ésta realidad “descubierta” a otros (a los que seguirían cautivos en la caverna), sin ser presa de ellos mismos, ya sea porque no nos crean o porque consideren que están bien en el lugar en que se encuentran. Nos dice, “Liberado así por completo de las ilusiones, habiendo entendido el verdadero sentido de las cosas, el prisionero volvería seguramente a la caverna para tratar de persuadir a sus antiguos compañeros de cautiverio a que caigan en la cuenta del grave error en el que viven. Pero muy probablemente le ocurrirá, como le ocurrió a Sócrates, que sus compañeros, habituados ya a la simulación, lo tomasen por loco, se burlasen de él y tratasen incluso de eliminarlo.”2

Es toda una reflexión filosófica muy dinámica de cómo podemos plantearnos, desde lo que cada uno hace y es, caminos hacia la “vida buena”, aprendiendo a descubrir la realidad con un sentido de bien. No sólo como ideas sino como sentido profundo de experiencia.

Guillermo Valera Moreno

(1) A pesar de que Murdoch va a decir que “Uno no puede sino estar de acuerdo en que de algún modo el amor humano es la más importante de las cosas; y sin embargo normalmente es demasiado posesivo –profundamente- y demasiado ‘mecánico’ como para ser un lugar de visión. He aquí una paradoja sobre la naturaleza del amor mismo. Que el amor más elevado es en algún sentido impersonal es algo que puede realmente verse en el arte” (p.79).
(2) Miguel Giusti. “El soñado bien, el mal presente. Rumores de la ética”, p. 98. Fondo Editorial de la PUCP. Lima, 2008
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“Yo compartí algunos años con ellos” (TESTIMONIO)

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Era el año 1948, el Sub-teniente Erasmo Ninamango, apenas egresado de la Escuela de Maestros Armeros del Ejercito, es enviado al campamento de construcción de la carretera Olmos-Río-Marañón, en Pucara-Jaén-Cajamarca; al llegar lo hacen responsable de los talleres de Mantenimiento General de todos los equipos mecánicos; por haber estudiado en el Instituto Tecnológico José Pardo, estaba preparado para asumir el reto e imparte clases de mecánica a sus inexpertos ayudantes.

Esta carretera era de avanzada hacia Mesones Muro, por lo que es cambiado al entonces Campamento El Milagro, hoy El Valor, a 6 km. de Bagua, lugar de los penosos acontecimientos del día 5 de junio del 2009. Es en este lugar donde yo de 7 años tengo mis mayores vivencias con los Aguarunas, durante los 4 años en los que pude vivir cerca de ellos.

En este campamento mi papá conoce al jefe Aguaruna Caica, los hombres aguarunas llegaban al campamento caminando durante muchas horas por la ceja de selva, cargando ellos mismos su saquillos de maní, yuca, mango, plátanos, para cambiarlos por fideos, arroz, pan, biscochos, etc. Eran personas muy fuertes, de buena estatura, tranquilos, aunque ya entonces se les percibía silenciosos y algo resentidos por haber sido engañados, maltratados y cada vez más replegados a otros lugares más adentro, sus tierras eran “colonizadas, para ser sembradas”, para luego apropiarse de ellas, hasta dejarlos sin nada, estamos hablando de los años 60; han pasado muchos años y todo sigue igual.

Con el transcurso del tiempo, mi papá Erasmo, se hizo muy amigo del jefe Aguaruna Caica, que por ese entonces tendría unos 40 años, varias esposas y muchos hijos, el además era él profesor bilingüe de su comunidad y su hijo mayor de 9 años se llamaba Crispin.

Caica lo invita a conocer su comunidad, que quedaba aproximadamente a 12 horas de camino, en plena ceja de selva, en el camino todo era árboles, barro, agua, por delante iban varios guías aguarunas, abriendo y despejando el camino, donde encontraban una caída de agua, descansaban, la yuca la chancaban, le echaban agua y tenian una bebida fortificante y energizante, comían su plátano sancochado y continuaban su camino, cruzando el río Marañón, subiendo y bajando cerros hasta llegar al caserío.

El caserío donde ellos vivían constaba de 30 chozas de forma redondeada y techo cónico, Caica como el jefe dormía alrededor del palo central y sus mujeres e hijos lo hacian alrededor, en cada una de estas construcciones vivían hasta diez familias, en malas condiciones de vida para cualquier ser humano.

Al llegar los reciben con gran algarabía, mi papá era su visitante ilustre y el se sentia muy privilegiado de serlo, le invitan a comer sopa de yuca, plátano sancochado, mazato y agua de hierbas, cantan y danzan con sus mejores ropajes.

Para entonces comían mucho pescado, tenían en crianza sajinos, cuyes, gallinas, pavo reales, algunas verduras y frutas como papaya y piña.
Los aguarunas cuando son amigos, comparten lo mucho o lo poco que tengan, en base a esa gran amistad que fue creciendo con el tiempo, Caicat le pide que se lleve a Lima a su hijo Crispin, para que estudie y retorne con los conocimientos necesarios para ayudar a su comunidad.

Al llegar a Lima, sale en un periódico de entonces la noticia de que el hijo de un jefe aguaruna había sido traído a Lima para estudiar.

Crispin, hijo de Caicat, vive con nosotros, es parte de nuestra familia y va a un colegio estatal, donde es objeto de burlas, sus compañeros de aula le ponen de sobrenombre El Salvaje, esto lo encolerizaba mucho y ocasionaba peleas continuas con ellos; en casa Crispin era tranquilo, acomedido, le gustaba jugar fútbol con mis hermanos, salir a conocer Lima, tuvo que poner mucho esfuerzo para aprender en una lengua y en una sociedad que no era la suya. Al retornar a su mundo, Crispin es el nuevo profesor bilingüe de su comunidad.

Para entonces el campamento se traslada en gran parte a Montenegro, más lejos y en plena selva, cerca de Nazareth donde había que ir en canoa o caminando, muchos de sus paisanos hacían y hacen todavía el servicio militar, motivo por el cuál en este momento no se han enfrentado a sus mismos hermanos.

Han pasado 61 años, quizás Caicat y Crispin ya murieron, pero nosotros nunca los olvidaremos, nos enseñaron a compartir, a amar la naturaleza, a cuidar el aire, la tierra, el agua, a nadar en el río y sobretodo a respetarnos unos a otros con nuestras diferencias, a ser hermanos, a disfrutar de la vida sin tener que consumir más de lo necesario.

Durante muchos, muchísimos años los hemos olvidado, excluido, discriminado y todavía no entendemos que ellos son tan peruanos como nosotros, merecen ser escuchados, respetados y sobretodo ser considerados seres humanos valiosos.

La violencia es un poder de baja calidad, la violencia produce resistencia. Sus víctimas o supervivientes quedan al acecho, para en la primera oportunidad replicar. La principal debilidad de la fuerza bruta o la violencia es su absoluta inflexibilidad.

Soledad Ninamango
24 de junio de 2009

Nota: el relato presentado se hizo en la “ORACIÓN SOLIDARIA por el conflicto en la Selva” que se convocó por la Mesa de Movimientos Laicales (MML). Soledad Ninamango pertenece al MIAMSI (Movimiento Internacional de Apostolado en los Medios Sociales Independientes).
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