Puede parecer fuera ya de propósito el seguir conmemorando la entrega del Informe de la CVR (Comisión de la Verdad y la Reconciliación), ocurrida hace seis años. Podría pensarse que ya tuvo su momento e hizo la noticia que hizo, tuvo el impacto que tuvo y cumplió su papel; pasó ya su tiempo de agenda. Otros pueden decir o pensar que se sigue avalando la violencia que cometieron los “senderistas”; que se aprovecha el tema para atacar a las fuerzas armadas cuando lo que habría que hacer es el rendirles un homenaje incondicional por su labor cumplida hacia el país en esos años difíciles de “guerra interna”.
Más allá de las tareas aún pendientes para con quienes fueron víctimas, especialmente en la población civil, pasando por integrantes de las fuerzas armadas y policiales, así como de los propios senderistas y emerretistas caídos (porque no son ningunos parias), todos peruanos, se puede apreciar que no hemos terminado de responder a la pregunta de por qué fuimos capaces de caer en una carnicería de confrontación como la que tuvimos (1980 – 2000) y, menos aún, de cuánto hemos aprendido de aquella historia que corre el peligro de quedar como anécdota incómoda, a la cual no se le puede levantar ningún altar o museo de la memoria que genera movimientos telúricos en los más altos niveles del poder eclesial, militar y político.
La conmemoración en torno al “ojo que llora” (como ya se va volviendo tradición en Lima) no es porque nos guste el sufrimiento, aunque estamos convencidos que de él aprendemos muchas lecciones de la condición humana y nos enseña a cómo vivir mejor eso que decimos o tildamos como amor, verdad o justicia. Esa celebración que para mí ha ido adquiriendo carácter casi religioso válido y querido es porque se trata de una de esas cosas que siento llena de sentido para el conjunto de mi ser y quiero, además, que sea uno de esos referentes que tenga ese papel en mi vida toda, como tantos otros, aunque de manera muy especial (como lo pueden ser mis propios hijos).
Porque, entre otras cosas, nos recuerda y nos enseña el valor de la vida humana y todo lo que puede movilizar, todo lo que puede ser verdad eso que la “fe mueve montañas” o aquello del “grano de mostaza”. Poco a poco se fue develando la serie de barbaridades a las que estuvimos sometidos desde diferentes ángulos y con diversos grados de responsabilidad en lo que fue una etapa oscura para nuestra patria, marcada por la desesperación y la desesperanza, de tanta dinamita o ametralladora con la que se afrentó vidas e ideales signados por la violencia (querida o no).
Yo también me siento responsable de lo ocurrido. No voy a discutir si por acción o por omisión o por contemplación o por falta de fuerzas para que se hiciera algo distinto. Porque de verdad a quienes militamos desde la Izquierda Unida nos faltó la suficiente capacidad e inteligencia para que encamináramos las cosas por rumbos diferentes. Pero ello es historia pasada y ahora nos interesa el cómo hilamos esa memoria con el futuro inmediato y la proyección de vida que queremos para nuestro país en los siguientes años. Contando con cada uno de todos los peruanos, incluidas como hemos dicho las fuerzas armadas y policiales, los fujimoristas, los senderistas, etc. (ojo que no digo ex – fujimoristas ni ex – senderistas o etcétera), aunque reconozco que hay un límite y unos mínimos para encaminar entendimientos que no pueden estar ajenos a los derechos humanos, al pluralismo y a la justicia (en todos los sentidos pertinentes que puede tener).
No pretendo establecer “poses” ni falsas polémicas con algunas de las expresiones que planteo. Sólo afirmar cuestiones que me parecen elementales y fundamentales, como que todas las personas cuentan y son sujeto de derechos; a todos nos cabe la posibilidad de un esfuerzo permanente de construirnos como ciudadanos. Todas las personas merecen ser tomadas en cuenta para que no haya más Chunguis ni Putis, ni tampoco “Baguasos” o similares variantes.
Como los conflictos no van a desaparecer porque tomemos en consideración lo anterior (peor aún si no lo consideramos), es necesario, de otro lado, dotarnos de reglas de juego básicas y procedimientos acerca de cómo debemos aproximarnos a los diversos tipos de conflictos existentes. Tanto desde el Estado, así como lo que podemos esperar los ciudadanos desde la sociedad civil actuante. Frente a multitud de casos, en especial los que afectan grandes intereses económicos (como es el tema de las empresas e inversiones mineras) que son los que suelen generar mayores repercusiones, aunque todos son dignos de ser tomados en cuenta.
Procedimientos que a la base implican reconocimiento del otro como persona(s) igualmente respetable(s); sujetos de derechos; peruanos con quienes tenemos tareas mayores a las que nos confronta eventualmente una circunstancia o desavenencia. Pero donde también todos podamos beneficiarnos de las soluciones que construyamos y tengamos que construir. Restituyendo derechos y restañando heridas donde ello sea el caso. Donde ejemplos u oportunidades para el Estado hoy se sigue teniendo en cómo se aborda las tareas de las Reparaciones a las víctimas de la violencia política, sin olvidar cómo recomponemos relaciones con quienes fueron protagonistas más directos de dicha confrontación.
Quizás corresponda también pensar todos éstos puntos desde las distintas actividades en las que cada uno pueda estar o encontrarse. Velando y promoviendo iniciativas diversas que colaboren a integrar en una propuesta programática más amplia lo que tenemos entremanos y a cultivar nuestros sentidos de vida haciéndonos responsables de ello mismo. ¿Es posible el perdón y la reconciliación de todos los peruanos? Yo creo que sí y hay que construirla para todos.
Guillermo Valera Moreno
Viernes 28 de agosto de 2009