Archivo del Autor: Guillermo Gabriel Valera Moreno

Azar y voluntad en la familia

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Aunque tiene su importancia mantener como referencia de familia aquella que la compone papá, mamá e hijos, dentro de relaciones armoniosas, cada vez es menos común encontrarla en la realidad que vivimos, por diversas razones sobre las que no nos detenemos ahora. Sin embargo, considero que toda familia puede ser un núcleo privilegiado para poner en juego el amor. Por el nivel de cercanía, de confianza, de complementariedad, de gratuidad y tantas cosas positivas que hay que aprender a construirlas, porque no vienen por sí solas ni se dan de modo espontáneo.

Por eso mismo, una familia puede, por diversas razones o motivos, ser un espacio amoroso o no tanto; conflictivo o comprensivo; de acogida o más bien de rechazo. Normalmente presente de modo contradictorio y entremezclado. Depende cómo se construya ésta y de qué condiciones disponga. Cómo es su comprensión cultural y posibilidad funcional de desarrollo.

Porque un ámbito familiar podría terminar siendo también una suerte de infierno, insoportable, no deseado. De todos modos, es un espacio en el que muchas personas (buena parte), se desenvuelve de modo cotidiano, suele ser muy significativa para su crecimiento, y es referencialidad de vida para las decisiones que en la vida nos tocará establecer.

Sin embargo, no elegimos la familia que nos cobijó de niños; podemos más o menos elegir en libertad la familia que formamos al casarnos con nuestra pareja. Pero, en general, hay una serie de factores que no controlamos. Descubrir ello, siento que puede ayudar a situarnos mejor en la familia que nos tocó vivir. De qué modo puedo yo contribuir a construir una familia en los mejores términos desde esa realidad. ¿Cómo vivir los valores evangélicos desde la realidad que participo?

Seguro que no es fácil responder una pregunta así para todos ni de forma parecida. En el fondo se trata de descubrir la presencia del amor de Dios desde lo que me toca (o intentarlo sin cansancio), sabiendo que es un aprendizaje de casi todos los días y sobre lo que vamos haciendo un camino, recogiendo la riqueza de otras experiencias, de los medios que han dispuesto, pero recreando lo que a uno le corresponde de propio.

Por ejemplo, uno de los valores que nos enseñó Jesús (y es parte vital de nuestro cristianismo) es el “amor a los enemigos”. Y uno podría preguntarse, en una familia ¿quiénes son mis enemigos, a quiénes termino percibiendo como tales? Efectivamente, no debiera de haberlos, como quizás en toda relación humana no debiera haber enemigos, pero nos los terminamos creando o “apareciendo”. Por tanto, ello nos lleva a mirar cómo manejamos las diferencias (y la diversidad) dentro de la familia; cómo afrontamos los conflictos, los cuales nos pueden ser más o menos adversos. Más aún, si entre las familias de una pareja emergen rivalidades o al interior de una misma familia cosanguínea. O cómo superamos el enorme peso y sentido patriarcal (y machista) tan arraigado en las familias.

En mi propia experiencia están presentes y muchas veces en tensión todos los puntos que menciono, no soy ajeno a ello. Siempre me tengo que estar planteando cómo llegar mejor a (y construir) mi relación de pareja, con mis hijos, a mi familia más extensa… Porque muchas veces no coincidimos en intereses o expectativas, o realidades diversas. También porque yo puedo tener el riesgo o propensión de ser un tanto impositivo de mis propias ideas u opiniones. Los temas de los ingresos y manejo de los recursos es sensible a recurrentes tensiones. En fin, hay diversas causas que con facilidad se convierten en diferencia, tensión, distancia y, a veces, en rupturas.

Por ello, valores como amar sin esperar nada a cambio; no juzgar (¿chismes?); poner la confianza en Dios amor y no en el dinero o nuestro egoísmo, son elementos que tienen que ponernos atentos a cómo vivimos nuestro ser familia, cómo la construimos. Qué duda cabe, por ejemplo, que el amor de madre o padre hacia los hijos es algo que se recibe con absoluta gratuidad (cuando se recibe por cierto); desde el cual podemos aprender lo que es el amor y lo que significa amar. El asunto es cuando no ocurre así o uno ha crecido en condiciones algo distintas. ¿Cómo amamos, cómo aprendemos a amar?

Allí lo que queda es la escuela u otros espacios desde los cuales uno pueda conocer lo que significa amar y hacer la experiencia de amar. Cuestión sin la cual será muy difícil entender el significado de Dios en la vida de cada uno y acogerlo. El hogar es un lugar privilegiado para ello, es un espacio comunitario natural de ello; pero hay que construirlo hacia ello y posibilitarlo para los hijos más allá de los altibajos (o rupturas) que pueda haber de la relación de pareja (papá – mamá) que lo sustenta.

Cuidándonos de la influencia perversa que puede tener en cada uno el consumismo, la sociedad de consumo en la que vivimos, así como el fuerte individualismo al que nos somete el mercado capitalista y nos induce a quitarle sentido a las relaciones de solidaridad, vecindad, convivencia comunitaria, entre otros tantos aspectos.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 11 de julio de 2015

Ser comunidad es agradable

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Conversando sobre la importancia de la comunidad, veíamos que la existencia de cada comunidad pequeña da lugar a la existencia de un Núcleo CVX, el cual es posible si existen y funcionan las comunidades que lo sustentan. De modo equivalente, cada comunidad pequeña sólo puede tener vida si así lo permiten sus integrantes, ya que una comunidad la conforman sus miembros; no es una definición en abstracto, no existe al margen de sus integrantes; depende de cada uno y de todos, porque todos son siempre importantes y necesarios.

No existe comunidad al margen de sus integrantes. Para ello, una cosa elemental es que la comunidad tenga vida regular a través de sus reuniones y de cómo se desempeñan sus integrantes en la misión que cada uno va asumiendo en su vida y desde el compromiso comunitario, desde el discernimiento que va creciendo en la experiencia recurrente de los ejercicios espirituales, la oración diaria y tantos o varios detalles más.

Es por eso muy necesario que todos nos hagamos responsables de todos de alguna manera; de manera especial de alguien o de algunos, pero a todos nos importa qué pasa con cada integrante y, saber de la suerte de cada uno, de las circunstancias de cada uno, es algo que va más allá del grado de amistad que podamos sentir entre unos y otros, la cual siempre será relativa al nivel de empatía y circunstancias que nos acercan mejor a unos o a otros. Por eso, el preguntarse de manera recurrente por la vida de cada miembro, sus procesos y circunstancias es tan positivo. Mejor aún si ello va formando parte de una práctica de la revisión de vida con mayor profundidad, la misma que nos va haciendo más responsables unos de otros, sin reemplazar ni sustituir la individualidad y responsabilidad personal de cada uno.

Por eso, es bueno constatar que hacer comunidad pasa por enamorarse de la misma comunidad; de lo que significa y debe serlo en la vida de cada cual. Enamorarse de Dios desde un espacio de referencia que debe ser vital para el crecimiento de mi vida y la de todos, si le damos el lugar que requiere. Enamorarse de alguien y de algo que nos ayuda a construir sentidos en las cosas que hacemos y nos permite ir conociendo la presencia del amor de Dios en nuestras vidas, e integrándola; nos permite aprender a discernir lo que puede ser de Dios y lo que “bajo careta de bien” no lo resulta ser, o no tanto como aparenta.

Y supone esfuerzo. Poner cada uno de su parte. Ninguna comunidad surge, camina hacia adelante, se hace de Dios, si sus integrantes no ponen los medios adecuados para que camine y salga adelante. Con la conciencia de que nunca van a estar resueltas las dificultades de modo concluyente y que la comunidad la hacemos y construimos durante toda la vida, el amor lo aprendemos y maduramos durante toda la vida. Y eso cuesta. La comunidad nunca puede estar en “piloto automático” (o peor aún, sin “piloto”) porque pierde fuerza, se debilita y se nos puede diluir sin darnos cuenta (o sin querer aceptarlo).

Por tanto, todos (cada uno) debemos hacernos responsables de los integrantes de mi comunidad (quizás en especial de alguno/s); debemos aprender a enamorarnos de nuestra comunidad, hallando su sentido pleno en nuestra vida; vivir nuestra fe en comunidad (y su sentido de misión) cuesta, nos supone esfuerzo. No lo olvidemos. Pues ello nos sitúa en el camino de la corresponsabilidad, donde no necesitamos que nos digan que es necesario formarnos, hacer Ejercicios Espirituales, asistir a nuestras reuniones, hacernos y sentirnos parte de la misión de Dios (y algunos etcéteras). Porque simplemente lo asumimos como parte de nuestra vida.

Hablamos de “corresponsabilidad”, como conversábamos con David Uzcata (Coordinador del Núcleo CVX El Agustino), diferente a lo que puede ser un colaborador o un participante. Veíamos que en lo primero (la corresponsabilidad), cada uno nos hacemos responsables de lo que nos corresponde. Tanto de nuestra vida, nuestra misión, de la marcha comunitaria, de los compromisos que decidimos asumir, de nuestra propia fe y manera de amar a los demás. Obramos en razón del llamado profundo que sentimos de Dios en nuestras vidas y que nos permite conducirnos en confianza, aunque sabiéndonos pecadores.

Veíamos que un “participante” es más bien alguien que recién inicia una experiencia en comunidad (o antes incluso) y participa de las actividades como una suerte de invitado, siendo su rol únicamente el de hacerse parte de una actividad, asistir a la misma y poco más (incluida la reunión comunitaria si ya es parte de alguna de ellas). Un “colaborador” veíamos que era diferente de un participante en cuanto su nivel de involucramiento iba más allá, colaborando en tareas de organización, difusión u otras puntuales responsabilidades; sin sentir aún a la comunidad como plenamente suya o como parte integrada a su propio proceso personal.

Participante, colaborador, corresponsable… Distintos grados de inserción en el proceso y la vida de una comunidad laical. Donde realmente, cuando nos hacemos “corresponsables” podemos decir que ya somos parte adecuada de una CVX (podemos decir, de una comunidad en general), sin lo cual será siempre una experiencia limitada o poco madura al crecimiento que queremos darnos en el siempre retador propósito del seguimiento de Jesús, cuestión muy agradable.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 5 de julio de 2015

Quiénes somos, cómo amamos

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Es interesante plantearse la pregunta de por qué, si llevo mucho tiempo siguiendo (o buscando seguir a Jesús), uno a veces siente que su vida no cambia. Si vamos haciendo un camino sincero, como seguro se trata, lo que debemos decir es que nuestra vida ha ido cambiando, sin que nos demos cuenta, hemos ido creciendo sin que nos percatemos con tanta evidencia, como la que nos ocurrió de cuando niños y pasamos a jóvenes y adultos. Quizás el crecimiento físico es más evidente que otras cosas, pero las personas que nos rodean pueden o podrán dar fe de aquello con algunos datos más objetivos.

También es real que cuando crecemos en bondad y conocimiento, sea la propensión de cada uno la de confiar más en sí que en el prójimo, menos aún, en Dios. A pesar de que es a Dios a quien damos gracias de los bienes recibidos, y es por él que vamos haciendo un camino de vida. Pero si perdemos confianza en el otro, en el ajeno, en el “menos que uno”, en el débil o pobre, seguramente pasamos a creernos buenos y cumplidores (por mérito propio), creciendo en uno una ceguera (miopía, catarata, etc.) que nos impide situar lo importante.

En uno y en otro caso hay que confiar en Dios, en su amor infinito. Partiendo por comprender mejor el sentido de su amor, el cual es gratuito. Por tanto, que nos llama a brindarlo de manera parecida. Amar, es amar con gratuidad; como se dice, “sin esperar nada a cambio”. Disponible para entregarlo todo. Porque no basta cumplir con normas como los mandamientos, en el caso de los cristianos, o la Torá o el Corán, u otras referencias.

Hay que hacerlo por supuesto, pero allí no se agota lo principal, si no estamos dispuestos a desprendernos de todas nuestras riquezas que generan anclas o nos pueden distanciar de la gratuidad del amor. Es el caso del joven rico que se acerca a Jesús con deseos de seguirlo mejor y se encuentra que sus riquezas son lo más importante en su vida y se retira apenado. Diversas son nuestras riquezas y no sólo las monetarias. Las intelectuales, del conocimiento o de la información suelen ser otras que empiezan a hacerse cada vez más evidentes.

Todo ser humano es alguien capaz de crecer, cambiar, desarrollarse en diversos sentidos. El punto es de qué modo lo consideramos y de qué medios nos valemos para ello. Desde cosas tan simples como la oración diaria que nos podemos dar, el discernimiento de cómo vivimos en ese día a día. No para ser bueno; no para sentirme mejor que los demás. Se trata de aprender a descubrir la presencia del amor de Dios en la vida de uno, en la vida de los demás, en la naturaleza, en la tecnología. Descubrir el amor gratuito en las relaciones que vamos construyendo o de las que nos vamos haciendo parte.

Confiando y sintiendo esperanza de que Dios puede “hacer grandes maravillas en mí”, empezando por aceptar que mi propia vida ya fue un gran acto de amor permitido, por el cual crecimos y llegamos a donde esta cada cual. Nada es fruto de un simple azar. No hemos aprendido a cultivarnos en esa dimensión y lo que significa en cada vida humana, por lo que quizás a veces desconfiamos o nos creemos poco amados o considerados. Aún así fuera, tenemos las personas la posibilidad de aprender a valernos por uno mismo y se nos ha dado esa posibilidad a todos, cosa que debiéramos poder asumir en las condiciones que nos corresponde a cada uno. Claro, distinto es el hecho de una persona con dificultades para ello, las cuales, no tengamos duda, siempre serán los preferidos de Dios. Y todos estamos invitados a dar fe de ello.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 13 de junio de 2015

Apuntes sobre la Mesa de Movimientos Laicales (MML)

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Origen e integrantes

El encuentro de organizaciones laicales afines como es la Mesa de Movimientos Laicales (MML) no es nueva. De hecho, ha habido diversas experiencias anteriores de encuentro de organizaciones locales afines. Algunas de ellas tuvieron afinidades más ideológicas o sociopolíticas; otras, el deseo de participar mejor en las reuniones que se convocaban por la CEMA (Conferencia Episcopal de Movimientos Apostólicos); en algún caso, la organización de los cursos o semana de Adviento; entre otros. Sin embargo, el año 2006, Después se tomaría una nueva iniciativa que ha perdurado de modo importante y que hemos ido valorando crecientemente.

Se empezó con un curso de formación (febrero 2006), organizado por tres movimientos (EDOP, MPC y CVX) y el IFC (Instituto de Fe y Cultura), gestado desde los meses previos. Dicha experiencia significó una marca especial en nuestro quehacer. Se convirtió en la principal actividad durante los años sucesivos. Además, nos dio una pista clave (la formación) y de mucha utilidad, donde todos teníamos interés común de desarrollar juntos.

Se dio lugar a una labor en red cuya riqueza también fue el intercambio de experiencias. Sentir que se podía ser un buen referente de iniciativas y factor inspirador para las propias organizaciones componentes, pese a que no fuera un ente regular o muy constante en sus reuniones, ni muy sólido en su organización. Se fue creciendo y haciendo que la Mesa de Movimientos Laicales – MML, abarque hoy a 9 organizaciones (CHC, CVX, EDOP, JOC, MANTHOC, MIANSI, MPC, MTC, UNEC), particularmente como presencia más limeña. Se estuvo siempre abierto a la participación de otros movimientos, aunque no todos decidieron su incorporación.

Iniciativas diversas

En su trayecto, se dio lugar a iniciativas diversas: (a) El eje de la formación: fue lo más importante, como apuesta sistemática y necesaria de la formación laical, ya fuera cursos, conversatorios, charlas diversas; participación en iniciativas de formación de otras entidades como el IBC y el IFC (sobre los cursos anuales, hay detalle aparte). Ponemos de relieve también el curso de formación de acompañantes que se ha iniciado desde el 2014, a iniciativa de EDOP.

(b) Difundir ciertos mensajes que se consideraron importantes, como aspiración a ser una “iglesia laical”, en tanto Iglesia concebida como “pueblo de Dios”, como nos lo recordó en profundidad el Concilio Vaticano II. La aspiración a trabajar desde los pobres y excluidos, con quienes nos anima un sentido de esperanza en que otro mundo es posible de verdad. Reflexiones y aportes al documento de Aparecida, entre otros.

(c) Compartiendo preocupaciones comunes para nuestro país y nuestra Iglesia. Siendo lo propio de nosotros el opinar como laicos o desde esa perspectiva. Teniendo la aspiración de renovar la política en nuestro país y el mundo de hoy. Convencidos que la política no puede seguir siendo sinónimo de coima, robo, aprovechamiento, factor de venganza y tanto mal acumulado. Persuadidos que nos toca recuperar la política como factor de bien, como sentido de servicio a todas las personas y como búsqueda de la mejor convivencia posible.

(d) Compartir nuestra fe y modo de vivirla según carismas diferentes. Donde compartir una Eucaristía anual entre todos se convirtió en un gesto de convergencia y compartir, aprovechando el inicio del adviento en cada año. Aspirando a que sea fuente fecunda en el conjunto de nuestras labores a todo nivel; que nos ayuden a profundizar nuestra propia fe y a integrarla mejor en el conjunto de nuestra vida. Para mejor amar y servir.

(e) Acciones de solidaridad diversas: fondos para una casa de ancianos en algunas navidades; solidaridad con el P. Gastón Garatea frente a su impedimento de oficiar misa en la Arquidiócesis de Lima. Carta de solidaridad para los profesores de Teología de la PUCP que habían sido afectados en su normal desempeño académico por el Arzobispado de Lima

Cursos que hemos realizado anualmente

1. “Bases para una Iglesia laical hoy en el Perú” (2006)
2. “Bases para una Iglesia laical: La identidad del discípulo” (2007)
3. “Laicos y Aparecida: desafíos” (2008)
4. “Transformar desde adentro: Los laicos ante un mundo en cambio” (2009)
5. “Una Iglesia abogada de los pobres: Responsabilidad política del Laico/a” (2010)
6. “Renovar la política, tarea de todos” (2011)
7. “Reflexionar la vida con Vaticano II” (2012)
8. “Desafíos actuales para el ser humano hoy” (2013)
9. “La alegría del evangelio en nuestra vida” (2014)

Algunos de estos cursos dieron lugar a algunas publicaciones (impresos o DVDs) en razón de buscar una mayor difusión de los temas abordados y su aprovechamiento para la formación en cada organización.

Elementos significativos y de proyección

° Compartir miradas distintas de ser comunidad y de vivir la fe, siendo que todos nos reclamamos seguidores de Cristo, con énfasis en aspectos variados.

° Reconocer problemáticas comunes como la importancia del acompañamiento comunitario a todo nivel; profundizar en nuestra oración y vida de fe; integración fe y vida, fe y compromiso político; funcionamiento y continuidad de nuestras comunidades.

° La necesidad de renovar nuestras prácticas comunitarias y hacerlas más cercanas a los jóvenes y a los pobres. Explorar nuevas prácticas de lo comunitario desde la diversidad y los nuevos modos de ser Iglesia en el mundo que buscamos construir creativamente.

° Valorar referencialidades vitales como son el día del Trabajo; el día del Maestro; Pentecostés y el Adviento; otras fechas. Compartir alguna de las actividades (o asamblea) que normalmente desarrolla cada movimiento, abriéndola de modo común para todos, como una manera de integrarnos mejor y aprender de lo que hace el otro.

° La vida como testimonio: saber ser actores y vivir con convicción; aprender a mirar con otros ojos; asumir nuestra responsabilidad social frente a los problemas que se dan en nuestro país; ser críticos de nuestro propio actuar.

° Saber comprometernos con el cambio: expresado en la opción preferencial por el pobre, la defensa de la vida y el reclamo de la justicia; en saber involucrarnos con la realidad de los más necesitados.

° Cuidar la casa de todos que es la tierra. Construir desde el trabajo con jóvenes y la interculturalidad Saber vincularnos con todos aquellos que trabajan solidariamente.

° Tomar atención a los nuevos aires en nuestra Iglesia, a propósito del Papa Francisco, lo cual nos lleva a pensar y actuar más en grande.

° Tomar en cuenta otras experiencias similares de éstas mesas laicales en Ayacucho, Chiclayo, Arequipa y otras regiones, lo cual es un factor más de alegría y motivación.

Guillermo Valera Moreno
Lima, 23 de mayo de 2015

Nota: El presente documento cuenta con los aportes de diversos integrantes de la Mesa de Movimientos Laicales, entre los que destaco los hechos por Gino Huerta.

Alegría y servicio en la familia

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Al hablar de la familia, referirse a las bodas de Caná, como parte de la vida de Jesús, es todo un símbolo de la alegría del evangelio. Por lo que representa de significado todo matrimonio que recién se inicia, la importancia de la celebración y la presencia suficiente de sus diversos componentes que colaboran a ello culturalmente (como es el vino en éste caso). Se dice que dicha escena es el primer signo milagroso en la vida pública de Jesús.

Allí se pone en juego también esa relación tan cercana que suele haber entre madre – hijo e hijo – madre, dando lugar a esa secuencia rítmica de “se acabó el vino”, “ya no tienen vino” / “no ha llegado mi hora” / “hagan lo que él les diga” / “llenen de agua éstas tinajas” … hasta llegar a la sorpresa del encargado de la fiesta “tú has guardado el mejor vino hasta ahora”.

Sin embargo, siendo la familia motivo de alegría, no hemos de olvidar que Jesús también será crítico de ella en otros momentos; como también lo fue de la ley, del templo, de los Escribas y Fariseos.

Los tiempos que vivimos, más aún, inspirados en Pentecostés, nos invitan a darnos profundidad de vida. Por tanto, es prudente preguntarse cómo hacemos y vivimos el evangelio desde nuestras familias, sea la realidad que ella estuviera atravesando o en la que estuviera anclada. Porque es importante saber y buscar articular una sinfonía con todas sus expresiones y diversidad, con todas las voces (todas) que las componen, desde un carácter plural y tolerante, por tanto, armónico. Preguntándonos cómo ser vida en la familia a partir de los evangelios; luz y fuerza; alegre noticia. Como hechura vinculante de Dios en el mundo.

Aparecida nos habla de la familia como “uno de los tesoros más importantes de los pueblos” y “patrimonio de la humanidad entera”, “afectada por difíciles condiciones de vida” que la amenazan. Por tanto, “llamados a trabajar para que esta situación sea transformada, y la familia asuma su ser y su misión en el ámbito de la sociedad y de la iglesia” (432). Entendida desde las características peculiares de Latinoamérica, con mucha migración, pobreza, desigualdad y explotación indiscriminada. Donde aún no nos miramos todos como iguales, menos como hermanos.

Se le ha nombrado a la familia como “Iglesia doméstica”, lo cual adquiere sentido en una doble labor, tanto hacia adentro, como hacia afuera. Aunque a veces la familia se la ve o se le agota con una mirada de lo que ocurre en ella “puertas para adentro” (o sea, la comunicación entre esposos, educación de los hijos y colaterales), ella está invitada también a asumir el reto de “ponerse al servicio de la acción misionera en medio del mundo”, al servicio de la construcción del reino de Dios.

Si lo anterior es verdad, toda familia (cual sea ésta) debiera sentirse llamada (o descubrir su llamado) al discernimiento y construcción de un estilo de vida evangélico. Signado por actitudes de solidaridad, austeridad, servicio y vida sencilla; opciones principales por la justicia, la defensa de la naturaleza y el respeto de los derechos humanos.

De otro lado, debiera sentirse invitada (cada familia) a descubrir la presencia de Dios desde la propia historia familiar, en los dones recibidos, en el amor y servicio. Nadie nos tiene que decir en qué está presente Dios (también nos pueden colaborar en ello), pero cada uno debiera poder descubrirlo. Por cierto, buscando cada familia, preguntándonos nuevamente, de qué modo nos hacemos instrumentos específicos del amor de Dios y de su reinado. Cada quien con lo que tiene entre manos y la característica peculiar de familia que pueda tener, y de modo agradecido.

Dicha reflexión será muy útil vincularla a la reflexión comunitaria que vamos construyendo. Por ejemplo, desde el FODA de la familia (Fortalezas, Oportunidades, Debilidades, Amenazas) que podemos compartir y vamos aproximando. Sabiendo que es una realidad muy compleja y que la vivimos de muy diversas maneras. En la que todos estamos involucrados de una u otra manera, directa o indirectamente. Podemos no llegar a ser padre o madre, pero todos somos hijos e hijas y ello nos identifica, nos homogeniza, nos iguala. Nos hace uno, también, en Jesús (hijo de Dios).

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 5 de junio de 2015

Algunas palabras para un amigo

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Hay quienes más allá de los “ruidos” en torno a su persona (buenos o no tanto) dejan huella en sus expresiones y experiencia de vida. Seguramente a quienes vivimos su “pasión y muerte”, sin saber cuándo concluiría, nos dejó mucha marca, nos afectó más allá de lo que puede ser la amistad y cercanía de alguien que se llega a conocer sin haberlo visto físicamente. Creo que ello fue también mi experiencia con Monseñor Oscar Romero.

Lo conocí por folletos que nos llegaban al Centro Federado de Ciencias Sociales de mi alma mater (la Cato), por allá en la segunda mitad de los 70s, siendo estudiante de Sociología. Había mucha afluencia de ideas, movimientos sociales e inquietudes diversas sobre el devenir de nuestro país y la globalización que se dejaba sentir cada vez más de modos distintos.

Nos empezamos a enterar de un obispo conservador que, tocado por la muerte de un sacerdote muy amigo suyo (Rutilio Grande, SJ), había empezado a reaccionar sobre el contexto de cosas que se vivía en El Salvador, república centroamericana un tanto lejana, aunque convertida en muy cercana por la revolución Sandinista en Nicaragua, cuestión que nos obligaba a estar más al tanto de lo que transcurría en esas zonas, extendido a Guatemala, Cuba, México y otros.

Admirados de cómo ese proceso de conversión se personifica en alguien de quien quizás se esperaba poco y, de pronto, se empieza a abrir un amplio horizonte que no es otra cosa que hacerse sensible al sufrimiento de su pueblo, a las injusticias que rodean su situación y al descontrolado poder de quienes usurpan y explotan indignamente a la población local. Una reacción muy evangélica después de todo. No es que el obispo conservador se hizo de “izquierda”. Se trata de una reacción humana y un deseo de no ser ciego a las realidades que le toca poner en cuestión, a ser solidario con el pobre que sufre, más aún, injustamente.

En lo que a mí me toca, poco tiempo después del asesinato de Monseñor Romero, estando ya por culminar mis estudios en la PUCP, me tocó ir a trabajar a San Ignacio, Cajamarca. Lugar de confluencias y hermosura. Pues, allí, llegué para iniciar (junto a otros, 1982) las labores del Cenecape “Oscar Arnulfo Romero”, entidad que se constituyó de modo acertado entre la parroquia local y el Ministerio de Educación. Fue, pues, muy inspirador y motivador, sabiendo de quien se trataba, acompañando una labor que, en mi caso, abarcó 3 años.

Fueron acciones de proyección hacia el campo (y también en la ciudad misma), en torno a la salud (promotores y botiquines de salud), tecnificación agrícola (especialmente en torno al café) y pecuaria; a ello se sumó labores de corte y confección (sobre todo con mujeres); labores de organización campesina, así como las acciones de pastoral que abarcaban al conjunto. ¡Qué tales viajes y recorridos aquellos! Hacia los diversos caseríos de la provincia, a lomo de mula y por varios días.

Ese pequeño recorrido me hace vincular dichas vivencias con el valor que puedo asignar a la oración. Porque fue también un aprendizaje y saber valorar el descubrir a Dios en todas esas experiencias, engranando eso que Jon Sobrino nos invita a tomar en cuenta, sobre el vivir una oración encarnada en la realidad. Estableciendo esa interacción de reflexión – acción y de oración y praxis. Como forma de tomarle pulso a lo que vivimos y darle profundidad.

Donde aprendimos también a ir situando a Jesús como nuestro referente, más allá de todas las inconsecuencias y desencuentros por los que cada uno suele pasar. Valorando en todo ello la necesidad y el deseo de ser parte de una comunidad desde la cual doy sentido más amplio a mi vida de fe y aprendo a acompañarme por otros, a confiar mi vida y mi fe a otros. En ello también Monseñor Romero nos deja su ejemplo.

Porque todos podemos preguntarnos acerca de ¿qué nos dice de nuestra propia realidad y sentido de compromiso? Convencidos de que todos tenemos capacidad de cambiar para obrar el bien (también para lo contrario). Si nos ayudamos del discernimiento, podemos obrar más cercanamente la voluntad de nuestro Padre grande. Todo ello, para preguntarnos también sobre ¿cómo nos enriquece nuestra oración (o podría hacerlo)?

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 4 de junio de 2015

Acuerdo Nacional – necesario y referencia válida

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No deja de llamar la atención que una entidad que surgió en la transición política del “fujimorismo” a una renovada democracia en los años 2000 – 2002, se pueda haber convertido en un capital político que cada vez valoramos más todos los peruanos y nos permite contar con un foro permanente para hacer viable políticas de Estado. Nos referimos al aún llamado así “Acuerdo Nacional”.

Es normal que entidades de éste tipo se constituyan para ayudar a las transiciones políticas, de modo especial cuando se ha tenido una larga (o no tan larga, según como se le vea) dictadura militar o civil, o cosa equivalente como lo que nos tocó vivir con el llamado “fujimorismo”. En Chile, Argentina, Uruguay y otros países se vivió a su modo la transición de experiencias de gobiernos dictatoriales o autoritarios. España es un caso muy referencial después de los 40 años de la dictadura Franquista. En el caso de Perú se trata de una reincidencia ya que nos tocó vivir en tiempos diferentes una dictadura militar (en los años ‘70s) y una posterior cuasi dictadura civil – militar (en los años ‘90s).

Suele ser que, cuando se estabiliza el funcionamiento del sistema político, las “comisiones” o fórmulas que ayudaron a la transición pasaban a quedar sin efecto. En el caso del Perú, alrededor del año 2000 se gestó una instancia (el Acuerdo Nacional) que se continuó valorando como un espacio de diálogo político, confluyente de la mayor parte de fuerzas políticas y, desde la cual, se logró gestar consensos muy significativos a diverso nivel, en especial, con la formulación de políticas de Estado que pudieran ser referenciales a todos los actores sociales y políticos, pese a no ser de carácter vinculante.

En ese sentido, el Acuerdo Nacional pasó a complementar de modo muy interesante a organismos como el Congreso de la República, como ámbito para el necesario diálogo sobre problemas nacionales claves y desde el cual se siguió trabajando necesarios puntos de concordancia sobre temas diversos. Permitiéndose que prime en él un interés por dar salidas adecuadas a temas de común interés y puntos que requieren de horizontes de mediano y largo plazo, como sana proyección de políticas estatales y de gobierno.

Ya son 34 las políticas de Estado que se encuentran consensuadas y, quiérase o no, son una referencia ineludible para plantearse la gestión de gobierno en nuestro país. Por ello, entre otras cosas, sería muy importante (y deseable) que para las siguientes elecciones generales del 2016, todas las fuerzas políticas pudieran alinear sus respectivos planes de gobierno en torno a dichas 34 políticas. Ellas no agotan la realidad del país (ni su problemática) pero son un marco desde el cual nos debiéramos acostumbrar a debatir. Centrando la atención no tanto ya en qué es lo que hay que hacer, sino el cómo debiéramos hacerlo, entendiendo que existe concordancia sobre unos mínimos recogidos en las políticas de estado en mención.

Al propio Estado (desde el gobierno de turno) le cabe la responsabilidad por poner el máximo de atención en cómo se viabiliza su cumplimiento, gestión, recursos, acuerdos complementarios y otros para que las cosas avancen en la misma dirección, entendiendo que no es una “camisa de fuerza” pero es algo muy necesario para alimentar un norte común desde nuestra propia historia. A la sociedad civil también nos corresponde tomar responsabilidad directa en dicho propósito, tanto para recordar su cumplimiento, alimentar el desarrollo de las actuales políticas ya establecidas, aportar al desarrollo eventual de nuevas y ejercitarlas desde los espacios en los que nos movemos cotidianamente (la familia, la escuela, el trabajo, las universidades, el barrio, entre otros).

Ojala, desde el Ministerio de Educación en especial, haya un interés más directo en incorporar dichas orientaciones, metodología y significado de instancias como El Acuerdo Nacional en la manera como debemos construir la política, su quehacer y el interés público y de país que corresponde, superando esa mirada tan negativa de robo y corrupción a la que está tan asociada la política (y con razón).

De alguna manera, el Acuerdo Nacional es algo que a todos nos compete (o debería). Cada uno podrá revisar lo que le puede corresponder y colaborar en dicho propósito. Una gran cuestión es hacer del Acuerdo Nacional una referencialidad válida y hasta un pretexto para las decisiones y proyectos que nos corresponda encaminar. Alimentando desde ello un marcado sentido de solidaridad para encaminarlo y un sentido de indignación para exigir su cumplimiento.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 6 de mayo de 2015

Coherencia y compromiso

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Resulta a veces difícil de entender la relación que puede haber entre decir una cosa y hacerla, buscando establecer coherencia. Algo similar se da entre la fe que uno puede profesar y la manera cómo la hace vida. No basta saber que es importante amar, que hay que amar y que si todos nos amáramos en el mundo, nuestro mundo sería otro, algo diferente; es vital que empiece por preguntarme cómo yo amo a mi pareja, cómo yo amo a mis hijos/as, a mis vecinos, a mis compañeros/as de trabajo o estudio… cómo me amo a mí mismo.

Caer en la cuenta de la vida que llevo con relación a lo que digo y hago, lo que planteo (sugiero o exijo) que los demás sean o hagan y lo que yo realmente soy y hago. No es sólo un tema de buenas o malas intenciones, porque desde la persuasión con la que muchas veces vivimos que uno por naturaleza ama y procura hacer el bien, creemos que todo lo que sale de nuestra voz, pensamiento o acción ya es bueno o tiene un sentido de amor o verdad. Hay que discernir todo ello porque nos equivocamos a cada rato en éstas cosas y, muchas veces no nos damos ni cuenta.

Para ello, siempre será muy importante conocernos mejor a nosotros mismos, cada uno a sí mismo. Es una buena forma de ayudarse a situar la vida en la que estamos inmersos y trabajar sobre lo que pueden ser nuestras recurrencias, positivas o negativas. Las primeras para aprovecharlas mejor y las segundas para procurar manejarlas en un sentido positivo también, cuestiones que nos ayudaran normalmente a crecer. A saber también que ese crecimiento no sólo es tarea o capacidad de uno, porque también lo es de muchas personas que nos ayudan (sin darnos cuenta) a ese propósito.

Ello nos dará riqueza interior y nos abrirá de mejor manera a saber valerse por uno mismo, a pensar mejor por uno mismo, a saber discernir y tomar mejores decisiones, asumiendo un mayor sentido de responsabilidad y compromiso. A veces podemos pensar que tener “buenas ideas” es suficiente para encaminar iniciativas, para que otros las hagan y nos den la razón de lo acertados que estábamos. Y va uno por ahí regando “chispazos” (como diría el Tío Porfirio, jesuita tan entrañable en la educación de mi niñez), buenos propósitos, posibilidades… donde bastaría con decirlas sin que uno se involucre realmente, salvo para reclamar los “resultados”.

Necesitamos darnos profundidad en la vida. Parte de eso significa asumir responsabilidad directa sobre lo que yo creo en la vida que me toca. En todo ello, si queremos enseñar a nadar, tenemos que meternos al agua y mojarnos. Si queremos escalar en un lugar de altura, tenemos que prepararnos para ello y hacernos parte del propósito yendo a escalar, salvo que no tengamos condiciones para ese caso y sólo nos corresponda dar recomendaciones sobre lo que podemos conocer al respecto y presentarlo con la humildad correspondiente. Sentando compromiso desde lo que uno puede aportar, liderando desde lo que se puede aportar, conocer y desear aprender, en horizontalidad de condiciones.

El P. Carlos Cabarruz sj nos orienta de modo interesante en varios de estos puntos (a propósito de sus talleres en Lima, enero 2015) y nos ayuda a enlazarlo con dimensiones de nuestra espiritualidad ignaciana que son vitales, tales como la pausa y oración diaria, los ejercicios espirituales, el sentido de nuestra vida comunitaria, la revisión de vida y otra serie de elementos. Parte de ellos, nos los compartía recientemente con las CVX de El Agustino Manuel Alomía, con una capacidad de educador muy gratificante, invitándonos a valorar lo que hacíamos cada día, a procesarlo, a darnos espacio para respirar y de ser conscientes incluso de nuestra propia respiración y el bien que nos hace. Tantos elementos sencillos desde los que debemos volver una y otra vez.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 3 de mayo de 2015

Sueños de Papa y propios

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La última carta del Papa Francisco a la VII Cumbre de las Américas (reunión de presidentes de todo el continente), realizada en Panamá, nos vuelve a recordar temas vitales como “la inequidad, la injusta distribución de las riquezas y de los recursos, (lo cual suele ser y) es fuente de conflictos y de violencia entre los pueblos”. Un tema así lleva al Papa a volvernos a preguntar sobre el “gran reto de nuestro mundo (el cual) es la globalización de la solidaridad y la fraternidad en lugar de la globalización de la discriminación y la indiferencia”.

Un tema tan delicado no se queda en un saludo formal; supone exigencia de lograr “una distribución equitativa de la riqueza”. Porque no basta, y hace rato se ha demostrado falaz e insuficiente, la “teoría del “goteo” o “derrame” (cf. Evangelii gaudium 54)”. Porque “no es suficiente esperar que los pobres recojan las migajas que caen de la mesa de los ricos”.

También aborda lo relativo a los migrantes y las poblaciones indígenas, situándolo en el modo como lo vivimos en nuestro continente, señalando que “Sin una auténtica defensa de estas personas contra el racismo, la xenofobia y la intolerancia, el Estado de derecho perdería su legitimidad”.

En realidad, nos vuelve a recordar y “al más alto nivel” cuestiones que tienen que centrar el sentido de nuestra práctica cristiana, sea católica, “evangélica” y de otras vertientes tan presentes en nuestro continente, en sus diversos países. Es muy importante que temas como el mencionado no sólo tiendan a diluirse entre otra serie de aspectos que logran mayor impacto periodístico, como ha sido el avance muy importante que se ha dado para el restablecimiento de las relaciones de EE.UU. y Cuba.

De hecho, no son temas que se puedan resolver en una “Cumbre”; no es suficiente la buena voluntad y consenso que aún hay que construir al respecto; hay un tema de confluencia de intereses y de cómo se mueve la rueda del dinero y los negocios a nivel mundial, incluyendo tráfico de armas, narcotráfico y una serie de submundos de negocios negros existentes. ¿Es posible pensar en otro tipo de sistema económico que no se guíe por la maximización de la ganancia para unos pocos? ¿Es posible un sistema que incluya a todos y todas en su realización como personas, como un asunto “no negociable”?

¿Es posible vincular lo que cada uno hace en su vida cotidiana con dichas aspiraciones? Ya que garantizarlo no es sólo responsabilidad de nuestros gobernantes, aunque también hay que exigírselos y colaborar a un proyecto o proyectos políticos que respeten esos propósitos. Ojala ello no fuera un tema que distinga a izquierdas de derechas. Pero, ¿cómo establecer acuerdos comunes a dichos propósitos que no se queden como simple saludo a la bandera? En todos está la posibilidad de ayudar a pensar y vivir solidariamente a dicho propósito.

De alguna forma, es una manera fiel de plantearse con radicalidad el seguimiento de Jesús y de vivir al modo de Jesús. Lo cual cruza transversalmente a toda la sociedad y a todas las personas. Porque a todos nos demanda un sentido de responsabilidad en hacer un mundo mejor para todos, donde todos podamos vivir con esperanza y alegría.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena, 12 de abril de 2015

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Familias y el desafío de lo diferente

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Fue agradable reunirnos a conmemorar nuestro día mundial CVX. Allí, en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (y con la presencia agradecida del mismo rector, Ernesto Cavassa SJ), alrededor de 130 personas que fuimos llegando a esa celebración eucarística que ya se ha hecho tradicional y es motivo de integración, pasar un buen momento y profundizar sobre algún tema que se ve pertinente, ésta vez en torno a la familia y cómo nos habla a todos en distintos tonos.

Especialmente desde el sentido de saber acogernos unos a otros, desde realidades diversas, aceptando que las experiencias nos conducen por caminos no siempre deseados o descubrimos posibilidades más amplias o nos dejamos llevar por afectos desordenados o poco discernimiento. Queríamos empezar un camino sobre la familia, aprendiendo a escuchar y contemplar las diversas realidades.

Como fuera, como para toda realidad que queremos que sea signada por el amor de Dios, toda realidad familiar, la que fuera. En la medida que refleje ese sentido amoroso que nos enseñó Jesús será una experiencia que se aproxima al camino que nos queremos trazar, camino y propósito, finalidad y sentido de realización.

Hubo varias entradas de reflexión, en especial, la consideración a la diversidad y nuestro sentido de apertura e inclusión. La referencia a María y el hecho de la concepción de Jesús como un hecho de escándalo por la manera como se produce y que, de alguna manera, supone otra forma de solidaridad con quienes muchas veces son excluidos por ser madres solteras u otras formas equivalentes. La invitación a saber discernir nuestro ámbito familiar, a cómo crecer en ello y cómo expandir ese crecimiento a las realidades diversas.

En las peticiones pedimos en especial por los más jóvenes y sus familias; para que todos sepamos confiar y valorar los espacios de la familia. De mi parte, conté que hace unas semanas, por razones laborales, estuve por Santa María de Nieva, al norte del departamento de Amazonas (una zona de selva). Tuve ocasión de conocer el centro poblado que hay a la otra banda del río de ese lugar, de nombre Juan Velazco Alvarado, donde resulta que las familias católicas son una minoría religiosa (sólo 20%), ya que la mayoría religiosa son las familias evangélicas nazarenas y las familias con creencias religiosas autóctonas (awajun y wampis).

Cuestión que me hizo pensar en los desafíos que tenemos como CVX (en general desde cualquier movimiento laical), respecto a cómo dialogar desde la familia con la diversidad cultural que existe en nuestro país. ¿Cómo desde nuestras propias familias podemos acoger sentidos de interculturalidad y diálogo con los diferentes a nosotros? Contemplando y sintiéndonos parte de todas ellas, sabiendo que lo importante es el crecimiento del amor y el sentido de bien desde todo tipo de realidad. Superando prejuicios, racismos diversos y pidiendo a nuestro Señor que nos de la gracia de hacernos parte de esos propósitos.

De otro lado, porque suele estar presente, hicimos mención a temas de infidelidad (o cosas equivalentes) que generan rupturas lamentables de familias y parejas. Siempre uno se pregunta ¿qué pasó?, ¿por qué tienen que darse de ese modo desgracias familiares, las cuales muchas veces se tornan irreconciliables y definitivas? Más aún, los hijos son los que más sufren o se ven afectados de situaciones que no provocaron y que no entienden.

Sin pretender juzgar situaciones, pedimos al Señor que nos ayude a afrontar de la mejor manera y con su sabiduría situaciones tan delicadas que atraviesan a muchas familias. Que nos dé a todos la fuerza y sabiduría necesarias para saber optar por reconstruir o encaminar mejores posibilidades, desde su propia inspiración amorosa, reconociéndonos también pecadores y deseosos de seguir su camino a pesar de todo, con fe y esperanza. Pidiendo por todas aquellas familias que pasan tantas amarguras o se han roto por tan diversas razones.

Nada de lo anterior puede estar exceptuado de la dimensión de la alegría. Y es como quisimos concluir en ese ágape de compartir dinámicas de integración, bocaditos y líquidos complementarios. Recordando también la solidaridad con los que han sido recientemente golpeados por las lluvias y huaycos en la ruta de la carretera central. O el respeto por nuestra “madre tierra” y su constante cuidado.

Guillermo Valera Moreno
Pueblo Libre (Lima), 29 de marzo de 2015

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