Ser comunidad es agradable

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Conversando sobre la importancia de la comunidad, veíamos que la existencia de cada comunidad pequeña da lugar a la existencia de un Núcleo CVX, el cual es posible si existen y funcionan las comunidades que lo sustentan. De modo equivalente, cada comunidad pequeña sólo puede tener vida si así lo permiten sus integrantes, ya que una comunidad la conforman sus miembros; no es una definición en abstracto, no existe al margen de sus integrantes; depende de cada uno y de todos, porque todos son siempre importantes y necesarios.

No existe comunidad al margen de sus integrantes. Para ello, una cosa elemental es que la comunidad tenga vida regular a través de sus reuniones y de cómo se desempeñan sus integrantes en la misión que cada uno va asumiendo en su vida y desde el compromiso comunitario, desde el discernimiento que va creciendo en la experiencia recurrente de los ejercicios espirituales, la oración diaria y tantos o varios detalles más.

Es por eso muy necesario que todos nos hagamos responsables de todos de alguna manera; de manera especial de alguien o de algunos, pero a todos nos importa qué pasa con cada integrante y, saber de la suerte de cada uno, de las circunstancias de cada uno, es algo que va más allá del grado de amistad que podamos sentir entre unos y otros, la cual siempre será relativa al nivel de empatía y circunstancias que nos acercan mejor a unos o a otros. Por eso, el preguntarse de manera recurrente por la vida de cada miembro, sus procesos y circunstancias es tan positivo. Mejor aún si ello va formando parte de una práctica de la revisión de vida con mayor profundidad, la misma que nos va haciendo más responsables unos de otros, sin reemplazar ni sustituir la individualidad y responsabilidad personal de cada uno.

Por eso, es bueno constatar que hacer comunidad pasa por enamorarse de la misma comunidad; de lo que significa y debe serlo en la vida de cada cual. Enamorarse de Dios desde un espacio de referencia que debe ser vital para el crecimiento de mi vida y la de todos, si le damos el lugar que requiere. Enamorarse de alguien y de algo que nos ayuda a construir sentidos en las cosas que hacemos y nos permite ir conociendo la presencia del amor de Dios en nuestras vidas, e integrándola; nos permite aprender a discernir lo que puede ser de Dios y lo que “bajo careta de bien” no lo resulta ser, o no tanto como aparenta.

Y supone esfuerzo. Poner cada uno de su parte. Ninguna comunidad surge, camina hacia adelante, se hace de Dios, si sus integrantes no ponen los medios adecuados para que camine y salga adelante. Con la conciencia de que nunca van a estar resueltas las dificultades de modo concluyente y que la comunidad la hacemos y construimos durante toda la vida, el amor lo aprendemos y maduramos durante toda la vida. Y eso cuesta. La comunidad nunca puede estar en “piloto automático” (o peor aún, sin “piloto”) porque pierde fuerza, se debilita y se nos puede diluir sin darnos cuenta (o sin querer aceptarlo).

Por tanto, todos (cada uno) debemos hacernos responsables de los integrantes de mi comunidad (quizás en especial de alguno/s); debemos aprender a enamorarnos de nuestra comunidad, hallando su sentido pleno en nuestra vida; vivir nuestra fe en comunidad (y su sentido de misión) cuesta, nos supone esfuerzo. No lo olvidemos. Pues ello nos sitúa en el camino de la corresponsabilidad, donde no necesitamos que nos digan que es necesario formarnos, hacer Ejercicios Espirituales, asistir a nuestras reuniones, hacernos y sentirnos parte de la misión de Dios (y algunos etcéteras). Porque simplemente lo asumimos como parte de nuestra vida.

Hablamos de “corresponsabilidad”, como conversábamos con David Uzcata (Coordinador del Núcleo CVX El Agustino), diferente a lo que puede ser un colaborador o un participante. Veíamos que en lo primero (la corresponsabilidad), cada uno nos hacemos responsables de lo que nos corresponde. Tanto de nuestra vida, nuestra misión, de la marcha comunitaria, de los compromisos que decidimos asumir, de nuestra propia fe y manera de amar a los demás. Obramos en razón del llamado profundo que sentimos de Dios en nuestras vidas y que nos permite conducirnos en confianza, aunque sabiéndonos pecadores.

Veíamos que un “participante” es más bien alguien que recién inicia una experiencia en comunidad (o antes incluso) y participa de las actividades como una suerte de invitado, siendo su rol únicamente el de hacerse parte de una actividad, asistir a la misma y poco más (incluida la reunión comunitaria si ya es parte de alguna de ellas). Un “colaborador” veíamos que era diferente de un participante en cuanto su nivel de involucramiento iba más allá, colaborando en tareas de organización, difusión u otras puntuales responsabilidades; sin sentir aún a la comunidad como plenamente suya o como parte integrada a su propio proceso personal.

Participante, colaborador, corresponsable… Distintos grados de inserción en el proceso y la vida de una comunidad laical. Donde realmente, cuando nos hacemos “corresponsables” podemos decir que ya somos parte adecuada de una CVX (podemos decir, de una comunidad en general), sin lo cual será siempre una experiencia limitada o poco madura al crecimiento que queremos darnos en el siempre retador propósito del seguimiento de Jesús, cuestión muy agradable.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 5 de julio de 2015

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Un pensamiento en “Ser comunidad es agradable

  1. Rubén Paredes

    Buena aproximación a las cuestiones con las que nos encontramos en el crecimiento como comunidad y descubrimiento de la vocación a la que Dios nos invita.
    Un saludo desde CVX Chiclayo! 🙂

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