Quiénes somos, cómo amamos

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Es interesante plantearse la pregunta de por qué, si llevo mucho tiempo siguiendo (o buscando seguir a Jesús), uno a veces siente que su vida no cambia. Si vamos haciendo un camino sincero, como seguro se trata, lo que debemos decir es que nuestra vida ha ido cambiando, sin que nos demos cuenta, hemos ido creciendo sin que nos percatemos con tanta evidencia, como la que nos ocurrió de cuando niños y pasamos a jóvenes y adultos. Quizás el crecimiento físico es más evidente que otras cosas, pero las personas que nos rodean pueden o podrán dar fe de aquello con algunos datos más objetivos.

También es real que cuando crecemos en bondad y conocimiento, sea la propensión de cada uno la de confiar más en sí que en el prójimo, menos aún, en Dios. A pesar de que es a Dios a quien damos gracias de los bienes recibidos, y es por él que vamos haciendo un camino de vida. Pero si perdemos confianza en el otro, en el ajeno, en el “menos que uno”, en el débil o pobre, seguramente pasamos a creernos buenos y cumplidores (por mérito propio), creciendo en uno una ceguera (miopía, catarata, etc.) que nos impide situar lo importante.

En uno y en otro caso hay que confiar en Dios, en su amor infinito. Partiendo por comprender mejor el sentido de su amor, el cual es gratuito. Por tanto, que nos llama a brindarlo de manera parecida. Amar, es amar con gratuidad; como se dice, “sin esperar nada a cambio”. Disponible para entregarlo todo. Porque no basta cumplir con normas como los mandamientos, en el caso de los cristianos, o la Torá o el Corán, u otras referencias.

Hay que hacerlo por supuesto, pero allí no se agota lo principal, si no estamos dispuestos a desprendernos de todas nuestras riquezas que generan anclas o nos pueden distanciar de la gratuidad del amor. Es el caso del joven rico que se acerca a Jesús con deseos de seguirlo mejor y se encuentra que sus riquezas son lo más importante en su vida y se retira apenado. Diversas son nuestras riquezas y no sólo las monetarias. Las intelectuales, del conocimiento o de la información suelen ser otras que empiezan a hacerse cada vez más evidentes.

Todo ser humano es alguien capaz de crecer, cambiar, desarrollarse en diversos sentidos. El punto es de qué modo lo consideramos y de qué medios nos valemos para ello. Desde cosas tan simples como la oración diaria que nos podemos dar, el discernimiento de cómo vivimos en ese día a día. No para ser bueno; no para sentirme mejor que los demás. Se trata de aprender a descubrir la presencia del amor de Dios en la vida de uno, en la vida de los demás, en la naturaleza, en la tecnología. Descubrir el amor gratuito en las relaciones que vamos construyendo o de las que nos vamos haciendo parte.

Confiando y sintiendo esperanza de que Dios puede “hacer grandes maravillas en mí”, empezando por aceptar que mi propia vida ya fue un gran acto de amor permitido, por el cual crecimos y llegamos a donde esta cada cual. Nada es fruto de un simple azar. No hemos aprendido a cultivarnos en esa dimensión y lo que significa en cada vida humana, por lo que quizás a veces desconfiamos o nos creemos poco amados o considerados. Aún así fuera, tenemos las personas la posibilidad de aprender a valernos por uno mismo y se nos ha dado esa posibilidad a todos, cosa que debiéramos poder asumir en las condiciones que nos corresponde a cada uno. Claro, distinto es el hecho de una persona con dificultades para ello, las cuales, no tengamos duda, siempre serán los preferidos de Dios. Y todos estamos invitados a dar fe de ello.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 13 de junio de 2015

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