En la madrugada
A quién ladra,
de madrugada,
si no hay nadie;
solo a sí mismo.
Quizás para no estar solo,
acompañado de su “guau, guau”
Para abrigarse y no volverse sordo.
A quién ladra,
en fría helada.
Falto de molicie
y ningún cinismo
Tal vez para su consuelo,
olvidar su dolor y no más “alálau”;
para soliviantarse, no verse acabado
A quién ladra;
Tal vez algún alma,
a Su propio fantasma.
A la noche, a la luna, al frío
Posible que nadie sepa
su propia cólera y su soledad.
Para llamar a otros que ya no están
A quién ladra;
quizás una lágrima,
alimentar a su calma;
obviar su destino y martirio.
Después de ladrar aquella noche se quedó aullando hasta cansarse.