“Nadie pudo desear más ardientemente entregarse que él.
De niño se dio a Dios, de joven al mundo; y en ambos casos se
sintió engañado y traicionado… La esencia de su ser
permanece intacta, inconmovible, innacesible.”
Henry Miller, El tiempo de los asesinos.
“El principal objetivo de la escritura para Rimbaud es afirmar
su independencia de la manera más irritante posible”
George Izambard
Se ha transmitido a modo de anécdota que, después de conocer en persona a Arthur Rimbaud (Charleville, 10 de octubre de 1854 – Marsella, 10 de noviembre de 1891), Víctor Hugo le otorgó el apodo de “el Shakespeare niño”. Posiblemente, más de algún seguidor de Hugo calificaría la comparación con el cisne de Avon como exagerada o demasiado atrevida. Sin embargo, en poco tiempo, el joven Rimbaud demostraría que su producción poética poseía un gran valor literario que le hacía merecedor del apodo que le fue otorgado por el Padre de la Literatura Francesa.
Recientemente se cumplieron 127 años de su muerte, tiempo que ha permitido acercamientos a su obra desde distintos enfoques teóricos o valoraciones estéticas. La conclusión, sin embargo, ha sido unánime: Rimbaud se ha convertido en un referente de la poesía universal. Pero uno de los motivos por el que la crítica mostró más interés por el poeta de Charleville es su polémica vida. Por ello, suele aceptarse que sus escritos nacen, curiosa y armoniosamente, de la confluencia entre su mitología literaria particular (Villon, Musset, Hugo, Baudelaire, etc.) y su desenfrenada historia personal. En el presente texto, a manera de homenaje, repasaremos los aspectos más importantes de la vida y la obra de Arthur Rimbaud.
- L’enfant terrible y “El barco ebrio” (1871)
Arthur Rimbaud nació, como ya se mencionó, en la provincia francesa de Charleville. Tuvo una infancia y adolescencia muy particulares. Su padre, capitán de infantería, fue un hombre que no pudo adaptarse a la vida familiar ni doméstica, ni a la permanencia en un solo lugar. Antes del nacimiento de su última hija, los padres se separaron y la madre se convirtió en un ama de casa autoritaria dominada por decisiones arbitrarias. A raíz de esto, el joven Rimbaud, antes de ser capaz de reaccionar contra cualquier institución física o simbólica (entiéndase, la religión, la sociedad, la misma literatura), sintió la necesidad de alzarse contra su familia y la presión que ejercía sobre él (Buenaventura 1985: 20). Debido a su alma ansiosa de aventura, trató de escapar constantemente de este ambiente hostil durante su época escolar. Con dieciséis años, hacia finales de agosto de 1871, lo consiguió al escribir “El barco ebrio”, poema que le granjeó el reconocimiento entre sus pares literarios y que, en especial, le otorgó la atención absoluta de uno de los grandes poetas de la época: Paul Verlaine.
Por esos años, Rimbaud sostuvo una correspondencia periódica con Verlaine, a quien contactó por consejo de su amigo Charles Bretagne. A él le envió ese poema poco tiempo después de concluirlo. Maravillado, Verlaine le respondió y le pidió que fuese a verlo a su casa en París, para lo que le mandó un boleto de tren. Sin pensarlo, Rimbaud aceptó, pues, en esta famosa ciudad se encontraría libre del control de su madre y, bajo la protección de Verlaine, podía dedicarse a su trabajo poético o participar de la bohemia parisina. A partir de este momento, el poeta adolescente adoptaría un modo de vida díscolo carente de disciplina o metas inmediatas. Rimbaud se convertiría en el símbolo del niño terrible (l’enfant terrible) dentro de los cenáculos parisiennes.
Respecto a “El barco ebrio”, este es un poema que, desde su título, muestra la irreverencia y el desenfado propio de su lirismo juvenil. Este poema, como comenta Graham Robb, genera la sensación de narrar una heroica aventura infantil y artística. Sin embargo, es posible considerar que no lo compuso pensando solo en sí mismo (yo es otro, diría alguna vez como máxima de su obra literaria), sino en su padre, ese hombre que se había deshecho de los lazos familiares cuando Rimbaud era muy niño y al que no podía recordar. Precisamente, debido a eso, su padre era la única figura de “autoridad” contra la que no se había sublevado y, curiosamente, conservaba para él una especie de pureza simbólica. El poema y sus visiones sobre el barco ebrio, en ese sentido, eran una representación de las historias imaginadas de un niño sobre su ausente padre (2000: 121):
Según iba bajando por Ríos impasibles,
me sentí abandonado por los hombres que sirgan:
Pieles Rojas gritones les habían flechado,
tras clavarlos desnudos a postes de colores.
Iba, sin preocuparme de carga y de equipaje,
con mi trigo de Flandes y mi algodón inglés.
Cuando al morir mis guías, se acabó el alboroto:
los Ríos me han llevado, libre, adonde quería. (2010: 25)
Asimismo, el texto manifiesta sentimientos de vacío y de estar perdido, por lo que se le ha considerado como un testimonio de su “desamarro” moral o un anticipo de su actitud de niño terrible y su futura muerte (Carré 1974: 45). En la actualidad, “El barco ebrio” es un texto que posee innumerables interpretaciones y lecturas críticas. No obstante, la calidad y riqueza del poema, pese a todo lo que se ha dicho sobre él, no se han desgastado.
- Una temporada en el infierno, 1873
Una temporada en el infierno es el único libro que Rimbaud publicó en vida o por propia voluntad. Poema largo escrito en prosa, según cuenta la leyenda Rimbaud lo terminó de escribir en una noche febril, encerrado en un granero en Charleville (Farfán 2004: 13). Y lo que acrecienta más el carácter mítico de este libro son las condiciones de su publicación. Se sabe que Rimbaud entregó el manuscrito a una imprenta para que tiraran no más de cien ejemplares. El mismo poeta recogió seis o siete ejemplares, los cuales fueron entregados a familiares o amigos cercanos. El resto se quedó en el sótano de la imprenta hasta que fueron redescubiertos a finales del siglo XIX.
Para entender este largo poema es interesante detenerse en las experiencias que vivió Rimbaud durante el periodo previo a su escritura, es decir, no solo en su escandalosa relación con Paul Verlaine, sino en el consumo indiscriminado de hachís y opio. Graham Robb define este hecho como una de las motivaciones fundamentales en la composición del libro (2001: 245). Su carácter profano y su potencia alegórica se condensan en las imágenes oníricas que representan un mundo imposible, tan cercano al estado de la alucinación que generan estas sustancias referidas por Robb. Así podemos abordar este breve pasaje de “Noche del infierno”, poema en el que puede identificarse un paralelismo con el descenso de Dante, aunque bajo la impronta inequívoca del hastío por los “elevados” valores de la sociedad burguesa:
¡Y todavía resiste la vida! ¡Si la condenación es eterna! Un hombre que ansía mutilarse está bien condenado, ¿no es así? Yo me creo en el infierno, entonces estoy en él. Es la ejecución del catecismo. Soy esclavo de mi bautismo. Padres, habéis hecho mi desgracia y la vuestra. ¡Pobre inocente! El infierno no puede atacar a los paganos. ¡Y la vida resiste! Más tarde, las delicias de la condenación serán más profundas. Un crimen de prisa para sepultarme en la nada por causa de la ley humana. (citado en Farfán 2004: 13)
En ese sentido, como observa Enid Starkie (2000: 154-164), Rimbaud recoge muy bien las propuestas estéticas de Charles Baudelaire, aunque las llevará a un límite personalísimo: no es solo la búsqueda de ese instante de eternidad en la experiencia moderna, sino la búsqueda de una ruptura significativa, de un más allá de la sensibilidad moderna (o la razón), de una transformación a través de la videncia. Por ello, Una temporada en el infierno es uno de los libros más significativos e influyentes de la modernidad poética, cuyos alcances trascienden incluso el ámbito literario. No en vano el crítico alemán Hugo Friedrich dedica un capítulo entero a su obra en su clásico libro Estructura de la lírica moderna (1958), pues lo considera, junto con Baudelaire y Mallarmé, uno de los tres pilares de la poesía moderna.
- Iluminaciones, 1886
Las Iluminaciones aparecieron por primera vez como conjunto en la revista simbolista La Vogue en 1886. Los lectores de esa época seguramente ignoraban el largo tramo que habían recorrido esos poemas para verse publicados. Compuesto en su mayoría por poemas en prosa, se trata de un libro con una unidad temática difícil de aprehender, ecléctico en su forma, difícil de organizar en sus primeras ediciones, como bien lo atestigua el prólogo de Verlaine para la edición de Varnier, también de 1886: “No existe una idea central, o, por lo menos, ninguna que hayamos conseguido descubrir” (citado en Starkie 2000: 284).
La fecha de composición de este libro sigue siendo aún un misterio. Por un lado, Paul Verlaine defendía que estos poemas se habían escrito entre 1873 y 1875, mientras Rimbaud vagabundeaba por Europa (Starkie 2000: 288). Esta hipótesis, en principio, no fue tomada en serio por la crítica, pues consideraban que Verlaine había sido muy impreciso con los datos proporcionados para las ediciones posteriores a La Vogue. Con los años, sin embargo, ha adquirido una nueva relevancia. Por otro lado, Ernest Delahaye, amigo de Rimbaud desde la juventud y su primer biógrafo, creía más bien que las Iluminaciones se escribieron entre 1872 y 1873 (Starkie 2000: 289). Ambas perspectivas constituyen una de las controversias centrales respecto la obra de Rimbaud, pues ponen en discusión el orden en el que el poeta de Charlesville compuso sus dos obras más emblemáticas: Una temporada en el infierno y las Iluminaciones. Además, nos permite cuestionar la hipótesis de que Rimbaud abandonó la literatura luego de escribir Una temporada en 1873.
Enid Starkie, a partir de algunas ideas con las que Bouillane Lacoste discutía la propuesta de Delahaye, formula que este libro se escribió en diversas etapas: primero, entre 1872 y 1873, con la interrupción debido a la escritura de Una temporada en el infierno; segundo, entre 1973 y 1975, en sus escarceos europeos, tal como defendía Verlaine (2000: 290: 291). Lo interesante de esta hipótesis es el análisis que hace Starkie a partir de los temas, aunque dispersos, afines en cuanto al orden de aparición de los poemas. Los primeros, según observa acertadamente, presentan una clara inclinación hacia el misticismo y la videncia; los últimos, más bien, una veta intelectual y filosófica (2000: 291). Aunque es cierto que el corpus carece de cierta unidad, no es difícil advertir que la constante de los poemas es presentarnos pequeñas divagaciones místicas e imágenes insólitas, como revelaciones que el poeta nos muestra a través de sus ensoñaciones; lo onírico y lo alucinatorio constituyen su principal material. Así parece reconocerlo Hugo Friedrich: “El dramatismo de estos poemas consiste en desmenuzar el mundo para que el desorden sea la epifanía sensual de misterio invisible” (1958: 129).
- Oriente y más allá de las letras
A los diecinueve años, Rimbaud dejó de escribir. “El período literario se ha cerrado”, expresa el biógrafo Jean Marie Carré cuando relata la etapa de la vida del joven después de separarse totalmente de Verlaine (1974: 111). A partir de este momento, Rimbaud entró en un estado tanto de inestabilidad intelectual como personal. Se dedicó a recorrer Europa, de sur a norte, de este a oeste. Con el pasar del tiempo, el poeta se deslindó totalmente del mundo de las letras y, en cambio, se dedicó a estudiar lenguas y ciencias. Aprende español, compra una gramática árabe, intenta ser autodidacta del ruso, italiano, indostán, etc., cualquier idioma que le pudiese ser útil para los viajes que pensaba emprender.
De este modo, en 1876, tras años de errar por tierras europeas, decidió dirigirse hacia el Oriente, un territorio lleno de exotismo en el imaginario occidental, que le había encandilado desde su época de creador, como se puede detectar en Iluminaciones. Desapareció de su continente y viajó a Java, una de las islas más importantes de Indonesia, como parte del ejército colonial neerlandés. Posteriormente, a Chipre. En 1880, se estableció en Adén, Yemen.
¿Qué hizo exactamente Rimbaud en este periodo? En Adén, trabajó como empleado en la Agencia Bardey. Luego abandonó el puesto y se transformó en mercader de camellos. No mucho tiempo después, optó por convertirse en traficante de armas y se encargó de proveer a pequeños colectivos que estaban siempre en conflicto en la región. Rimbaud no dudó en rechazar cualquier recuerdo de su etapa juvenil y no la comentó a ninguna de las personas que estuvieron junto a él durante su nueva vida. Si alguien descubría este pasado, como sucedió con su amigo Alfred Bardey, en abril de 1884, Rimbaud se negaba a hablar y tomaba la noticia de la peor forma posible. Incluso, cuando se enteró de que en París seguían hablando de él y de su poesía, reaccionó con histrionismo e incomodidad ambigua.
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En 1891, Rimbaud volvió a Francia, a la ciudad portuaria de Marsella, donde falleció a los 37 años por la complicación de un carcinoma que desarrolló en su pierna derecha. Nos dejó una obra breve y dispersa, pero fulgurante, la cual no ha dejado de llamar la atención de la crítica, a la par que incrementa su legión de lectores. Perteneciente a la misma estirpe de los proscritos Françoise Villon y Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud ha influenciado notablemente en la literatura del siglo posterior, como por ejemplo en Guillaume Apollinaire, Raymond Radiguet, André Breton, Jean Genet o Pierre Michon. Irónicamente, su silencio intencionado de años generó un efecto contrario al que esperaba: su voz no se apagó, sino que se instaló el centro de la tradición poética como atrapada en una caja de resonancia. Sus versos, 127 años después, aún resuenan. Por ello su obra es un hito ineludible en la poesía moderna.
Elaborado por Paloma Torres y Armando Alzamora
Bibliografía
BUENAVENTURA, Ramón.
1985 Arthur Rimbaud. Esbozo biográfico. Madrid: Ediciones Hiperión.
CARRÉ, Jean Marie.
1974 Vida de Rimbaud. Traducción de Judith Coin. Buenos Aires: La Pléyade
FARFÁN, Miguel
2004 “Rimbaud, el mito: a 150 años de su nacimiento”. El Comercio, en El Dominical, Lima, 24 de octubre de 2004, p. 13.
FRIEDRICH, Hugo
1958 “Rimbaud”. Estructura de la lírica moderna. Barcelona: Seix Barral, pp. 87-146.
RIMBAUD, Arthur
2010 El barco ebrio y otros poemas. Ilustraciones de Alicia Martínez. Traducción de
Carmen Morales y Claude Dubois. Madrid: Nórdica Libros.
ROBB, Graham.
- Rimbaud. Barcelona: Editorial Tusquets.
STARKIE, Enid
2000 Arthur Rimbaud. Madrid: Siruela.
VINCENT, Manuel.
2010 “Arthur Rimbaud: Yo es el otro”. El País. Madrid, 28 de abril. Consulta: 27 de octubre de 2017.
<https://elpais.com/diario/2010/08/28/babelia/1282954362_850215.html>