La otra vez, casi después de tres décadas, pase por un parque. De niño, en vacaciones de verano, a veces solía ir junto a mi madre y mi bisabuela. Al mes iríamos unas tres o cuatro veces y si no, dábamos vueltas por las calles y otros parques. Está como a seis cuadras de donde nos quedábamos y a menos de tres cuadras del malecón. La hora de ir sería entre las tres y la cinco de la tarde, cuando el sol ya no quemaba tanto. A diferencia de los otros, en este uno se podía recostar. Ambas se recostaban y se quedaban así tal vez cerca de una hora o un poco más. Mientras tanto, no muy lejos, andaba mirando hormigas o a qué árbol de mimosa se podría subir. También estaba atento a que pase al señor que vendía helados en su clásico triciclo. Ahora en los alrededores hay más edificios de departamentos de veinticuatro a veintiséis pisos. En ese tiempo solo había casas de a lo más dos pisos o hasta tres con el semisótano incluido. En todos esos altos edificios lo más seguro es que haya muchos con canes como compañía. Pusieron bancas alrededor y dentro de sus vías, lo que antes no existía. Del parque, que es triangular, hay un espacio de al menos una décima parte del tamaño total, destinado, concretamente, a los que emiten ladridos. Tener ese espacio tampoco garantiza que esas mascotas estén únicamente en ese lugar, pues se les puede encontrar en cualquier parte del espacio total. Bien por los buenos criadores de perros quienes de forma responsable recogen las excreciones de sus animales y las depositan donde se debe. Lo más seguro es que no todos son lo suficientemente responsables. Ahora es difícil encontrar un lugar donde estar recostado, no hay seguridad de encontrar un espacio limpio de heces y orinas. Se hace forzoso usar las bancas. En todo estos cerca de tres decenios, como ya lo dijimos, y no solo en ese lugar, los grandes edificios de viviendas han aumentado, pero no con ellos el tamaño de los desagües ni alcantarillas. Tal vez, en algún momento, de tanto estar sobrecargados, colapsen y exploten hasta llegar a generar una crisis de salud pública. Alguna vez, quién sabe, el virus de la rabia evolucione, se vuelva más agresivo. Y qué penoso, por otra parte, depender de algún animal para tener emociones medianamente estables. Hasta lindar con la idolatría. A ese ritmo, los parques ya no serán para las personas. Y el mar, qué será del mar.