Pesadilla despierta del futuro

Muchas advertencias fueron dadas en sueños, las cuales al principio no entendía. En un futuro, por un sueño, su conciencia reaccionó a lo que le rodeaba. Lo que antes veía como normal se le hizo una carga difícil de llevar. Entre otras situaciones, como el así llamado “trabajo” más antiguo del mundo, ahora se acompañaba con animales. Preferentemente canes, aunque estaban presentes más especies en su lujuria. En ese tiempo, ya estaba normalizada la zoofilia. Se habían equiparado los derechos humanos con los derechos animales. Todas las mascotas recibían un trato como si de un humano se tratase: fiestas de cumpleaños, herencias, uso de vestidos, pañales, funerales y entierros. Como tantos otros que intentaron reaccionar ante tales hechos, se les ridiculizaba y, si seguían en su empeño, se les reprimía; luego se los criminalizaba. Porque no había ninguno que no participase en sus costumbres: como un inmoral queriendo dar ejemplo a un amoral, o viceversa. Otra de las “normalidades” era la normalización y sindicalización de quienes, antes, eran criminales. Los perros y los delincuentes ahora eran los preferidos; no se les podía tocar para educar e intentar enderezar a ninguno. Ser encarcelado se veía hasta como honroso, pues de él se salía menos “sano”, más avivado con nuevas mañas. Los malhechores en la calle tenían su cuota de hacer sus maldades, pero, claro, no podían sobrepasar sus malas ganancias; estaban controlados por el Estado, que desde siempre tuvo el monopolio del poder. Como los criminales estaban sindicalizados, pagaban sus impuestos, su cuota del “mercado” de la “labor” delincuencial. Era lo único que no había cambiado: el Estado, el primer abusivo y ladrón. Lo aborrecible de la zoofilia no era únicamente algo de “trabajadores” del sexo; también era avalado en las neo-familias, incluso con matrimonios con sus animales de su preferencia. Era una sociedad inmoral en camino a la completa amoralidad. 

             Se remordía de las aberraciones que había hecho y veía hacer, quería hacer algo contra ello, pero estaba controlado. Habría que intentar ser todo lo antisocial, paria, ermitaño y asceta que se pueda; de otro modo, se sería un salvaje empoderado, un delincuente déspota ilustrado. No había confianza, si la traición, la mentira era lo común. Ser marginado por hacer lo correcto. Tal vez los sueños eran el único espacio real. Recurrir a las pocas obras literarias que se podían conseguir como contrabando. Sí, los libros en ese mal futuro eran solo de gente con poder y dinero. Todo lo demás era basura y aberraciones. Un mundo donde se era “adulto” desde las más tiernas infancias. A nadie le importaba ninguna condición más que la de su propio placer. Estaban muertos solo para morir de nuevo.