Torre
Es la pieza después de la reina con más valor. Puede estar en cualquier escaque ya sea oscuro o claro. Si todas las piezas se movieran de la misma manera, no habría ninguna gracia. Imagine si se cumpliese el deseo de alguien, aunque seguro fuese por alguna muy buena razón, que “…un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil.”; el juego tal vez ya no se llamaría ajedrez. Los movimientos de cada una de las piezas parecería querer representar su fuerza y su alcance tanto en defensa como en ataque. Obviamente una reina sabe más de los asuntos de estado por estar, en principio, en la corte y, luego, ser la que está solo por debajo del rey. Las piezas aquí mencionadas parecen no representar a las torres de los castillos, durmientes, quietos y solo para defensa, sino a los que se usaban en épocas antiguas hechas de madera y movibles con ruedas que servían para el asedio de ciudades amuralladas. Aun tomando las dos posibilidades, ya sea para la defensa o para el ataque, la función de una torre era vital para el desarrollo y desenlace de una batalla. Podría decirse que están hechas para el conflicto, pues, cualquiera de éstas se podrían eliminar entre ellas; en cambio, dos alfiles que van por colores distintos, están en dimensiones distintas, no se tocan jamás. No hay miramiento, a diferencia de la cierta moral de bishop que deben tener los alfiles, entre las torres ni así con las demás otras piezas. Podría ser lo alejado de sus posiciones lo que y por lo que las torres representan luego de la reina; su potencia y alcance de ataque. Unas, las reinas, saben más de lo que podrían saber las torres, objetos solo mecánicos. Los alfiles están como guardaespaldas del rey y la reina respectivamente, para tal vez para antes o después de alguna guerra ser los últimos y únicos medios de tratado posible. Si quedan dos torres se eliminan, los alfiles de distintos colores solo se rozan en el peor de los casos. Para defender alguna posible coronación, no podría haber mejor pieza que la aquí tratada, pues, un peón por coronarse, podría no tener un alfil del color necesitado para defenderlo. Por la misma suma de los puntos relativos no podría haber mejor combinación de ataque que dos torres juntas y mejor si fuese una torre y la reina o dos torres y una reina. Parece de necesidad que de cada una de las piezas a excepción de la reina del rey y de los peones se tenga un par, formalmente no podría haber dos reinas o dos reyes en cada bando ni tampoco un par o un único peón, de los otros su fuerza y razón de ser radica en ser dos. La torre es en la que se contienen los peones, de ella éstos podían arrojar dardos o alguna otra arma arrojadiza, las guerras sin la existencia de torres tendrían que haber sido necesariamente distintas o hasta inconcebibles, pero lo que ambos conservan en común es que pueden ser sacrificadas por mero placer de un general o verdadera estrategia de batalla. Sin importar su valor, dadas las circunstancias, ambas no dejan de ser solamente herramientas así unos con carne y huesos y los otros de madera e inertes. Una torre de asedio no sería el lugar de un caballero o el de un obispo, sino es uno de los lugares naturales de un soldado raso.