El próximo año, cuando se haya concluido el segundo gobierno del señor Alan García, se podrá decir que las cuestiones fundamentales de su gobierno fueron: (1) el haber mantenido el proceso democrático sin interrupción (se habrá concretado una nueva transferencia de poder, cuestión histórica para el caso de nuestro país); (2) el haber continuado una pauta de manejo económico bajo las reglas de mercado que aseguran la tranquilidad de los inversionistas (a pesar de que no se traduzca aún así para la mayoría de los hogares peruanos); (3) el haber elevado la inversión pública y descentralizada del Estado (lo cual no significa tener un norte claro de hacia dónde puede ir nuestro país, la economía o el proceso de regionalización).
Al menos esas tres cuestiones las podemos ver ya configuradas desde hoy, las cuales podrían ser muy bien las que cierren los broches de un gobierno signado por la estrella del “mal menor” con la que fue elegido y de la cual nunca se recuperó para intentar ir “más allá” de los intereses de los grandes grupos de poder económico y de intentar una acción más creativa que la de ser un buen guardián del llamado “perro del Hortelano”.
Puede sonar exagerado e injusto. Sin embargo, se podría estimar que más pesa en el interés del señor García su proyección hacia el 2016 que la de atender los temas claves que podrían ayudar a sentar bases significativas para lo que será la celebración del bicentenario de nuestra República (2021). No es posible alegrarnos de ser un país que tiene los niveles de desigualdad tan escandaloso como los que figuran en nuestras estadísticas; a pesar de haber venido creciendo económicamente y estar remontando paulatinamente, al menos desde los últimos tres gobiernos, el problema de la pobreza (estamos en 35%). Sin embargo, ese es un promedio que no se traduce de manera horizontal en la realidad de las zonas más abandonadas de nuestra patria que, en general, tienen que ver con las zonas rurales de nuestra sierra y selva, donde mantenemos niveles de pobreza de sumo escándalo (dos tercios o más del total de la población).
Tratar de diluir temas como el de la corrupción, los derechos humanos, los tributos, la seguridad ciudadana, la calidad educativa o los salarios de los trabajadores (por mencionar algunos de ellos), pareciera no ser propio de una política consistente. Intentar gobernar con actitudes del “criollo” que azuza temas para dar golpes al adversario y hacer reír a la platea no parece ser lo más aconsejable. Lo decimos porque, en su discurso del pasado 28, hubo varios temas que se les trató con dicha lógica, como, por ejemplo, cuando se refirió el señor García a los extremistas de la selva que serían muchas veces los mismos depredadores de los recursos de la amazonía (como se ve que se olvidó ya de lo sucedido en Bagua en junio del año pasado), o cuando se refirió al tráfico de tierras con los encargados de otorgar los títulos de propiedad (COFOPRI), donde se daba la impresión que las comunidades campesinas tendrían principal responsabilidad.
Peor aún, la mención del caso de los Petroaudios, donde solo se repitió la lavada de manos respecto al Poder Judicial, al cual, sin salvarle la responsabilidad que tiene en la sanción cabal de lo sucedido (ya casi dos años), no deja de ser un poco majadero el querernos hacer pensar que se trata de solo un problema judicial y no político, donde las responsabilidades llegaron al mismo presidente del país y lo único que nos ha enseñado al respecto es la habilidad de hacer de avestruz (escondiendo la cabeza del problema), mientras el tema cae en el olvido. Y ya podríamos haberlo olvidado un poco más si es que no se actualizaba el escándalo, debido en éste caso a pugnas internas en el Apra, cuestión que a servido para afectar las aspiraciones electorales del candidato Castillo para las próximas contiendas presidenciales.
Por eso y otros aspectos más, la aspiración tenida por varios de que el último mensaje presidencial de Alan García por Fiestas Patrias, fuera una ocasión para un “lúcido examen de conciencia nacional” (a decir del Padre Gustavo Gutiérrez) quedó bastante rezagado. No es sólo una crítica la que establecemos aquí, porque llama la atención que ni siquiera se haya sido coherente con las aspiraciones a mantener un curso democrático de conveniencia. Uno pensaría que lo mejor hubiera sido asumir una actitud modesta de reconocer los avances y límites de lo actuado en lo que va del gobierno, marcando una pauta de continuidad en lo que ha sido la década actual respecto a la que nos tocó vivir en la anterior (la década de los noventas), con lo cual se hubiera dejado el último año para entrar en una “cura de silencio”, como gesto de imparcialidad y sentido de estadista. Pero se ve que aún nos queda grande el saco de “estadista” (me refiero al actual presidente), habiendo aún muchos trueques de poder que se mantienen vigentes, ya sea por estilo o por miopía (es el caso de la alianza que el Apra muestra en forma reiterada con el Fujimorismo ¿por alguna razón en especial?).
Otro punto digno de mención es el tema del gas en el discurso presidencial, el cual desnudó las opciones más de fondo del actual gobierno y la intolerancia con que se han manejado de manera sistemática. Custión que se ha reiterado normalmente en buena parte de los conflictos que se le han presentado al gobierno en torno a grupos de inversión en el país, especialmente los relativos a actividades mineras y energéticas. En el Hemiciclo y en la propia secuencia del discurso presidencial, en vez de optarse por un tono conciliador y comprensivo de los desencuentros de intereses que se pueden plantear sobre ese y otros puntos, la lógica de la bancada Aprista fue tildar de “terroristas” a quienes expresaron un temperamento discordante. Nunca ha estado el Apra más distanciado del tono concertador de la que alguna vez hizo se gala con propuestas como la del “Congreso económico” o lo que pudo construirse en no hace más de una década con el llamado Acuerdo Nacional, del cual ya ni se hace memoria o valoración alguna.
El gobierno juega como quien se siente un equipo “fuerte” (sin serlo), aunque es cierto que no hay tampoco un rival sólido al frente (se podría decir que se siente como la selección de futbol de Alemania frente a una selección débil como podría ser la de Guatemala), lo cual en buena medida es también real, ya que seguimos sin un vertebrado sistema de partidos y la fragmentación política es lo que sigue y seguirá predominando en el curso político inmediato. Pese a todo, el presidente García no logra ir más allá del tercio de aprobación del país.
Tenemos desafíos grandes para adelante. Dentro de ellos, además de comprometernos con la vida pública de nuestro querido país, a todos nos corresponde también el seguir construyendo un Perú, con una clara determinación hacia un cambio cualitativo, tal como nos lo recordara el Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, Miguel Cabrejos Vidarte, en su última comunicación pública (“NUESTRA PATRIA, EL PERÚ, ES UN DON”), sabiendo acoger a todos como Jesús, quien nos enseñó a acoger sin excluir a nadie, sabiendo ser mansos como palomas y astutos como serpientes, para saber actuar como corderos en medio de lobos.
Guillermo Valera M.
31 de julio de 2010 Sigue leyendo