Archivo por meses: agosto 2009

Porque lo humano nos importa para todos

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Puede parecer fuera ya de propósito el seguir conmemorando la entrega del Informe de la CVR (Comisión de la Verdad y la Reconciliación), ocurrida hace seis años. Podría pensarse que ya tuvo su momento e hizo la noticia que hizo, tuvo el impacto que tuvo y cumplió su papel; pasó ya su tiempo de agenda. Otros pueden decir o pensar que se sigue avalando la violencia que cometieron los “senderistas”; que se aprovecha el tema para atacar a las fuerzas armadas cuando lo que habría que hacer es el rendirles un homenaje incondicional por su labor cumplida hacia el país en esos años difíciles de “guerra interna”.

Más allá de las tareas aún pendientes para con quienes fueron víctimas, especialmente en la población civil, pasando por integrantes de las fuerzas armadas y policiales, así como de los propios senderistas y emerretistas caídos (porque no son ningunos parias), todos peruanos, se puede apreciar que no hemos terminado de responder a la pregunta de por qué fuimos capaces de caer en una carnicería de confrontación como la que tuvimos (1980 – 2000) y, menos aún, de cuánto hemos aprendido de aquella historia que corre el peligro de quedar como anécdota incómoda, a la cual no se le puede levantar ningún altar o museo de la memoria que genera movimientos telúricos en los más altos niveles del poder eclesial, militar y político.

La conmemoración en torno al “ojo que llora” (como ya se va volviendo tradición en Lima) no es porque nos guste el sufrimiento, aunque estamos convencidos que de él aprendemos muchas lecciones de la condición humana y nos enseña a cómo vivir mejor eso que decimos o tildamos como amor, verdad o justicia. Esa celebración que para mí ha ido adquiriendo carácter casi religioso válido y querido es porque se trata de una de esas cosas que siento llena de sentido para el conjunto de mi ser y quiero, además, que sea uno de esos referentes que tenga ese papel en mi vida toda, como tantos otros, aunque de manera muy especial (como lo pueden ser mis propios hijos).

Porque, entre otras cosas, nos recuerda y nos enseña el valor de la vida humana y todo lo que puede movilizar, todo lo que puede ser verdad eso que la “fe mueve montañas” o aquello del “grano de mostaza”. Poco a poco se fue develando la serie de barbaridades a las que estuvimos sometidos desde diferentes ángulos y con diversos grados de responsabilidad en lo que fue una etapa oscura para nuestra patria, marcada por la desesperación y la desesperanza, de tanta dinamita o ametralladora con la que se afrentó vidas e ideales signados por la violencia (querida o no).

Yo también me siento responsable de lo ocurrido. No voy a discutir si por acción o por omisión o por contemplación o por falta de fuerzas para que se hiciera algo distinto. Porque de verdad a quienes militamos desde la Izquierda Unida nos faltó la suficiente capacidad e inteligencia para que encamináramos las cosas por rumbos diferentes. Pero ello es historia pasada y ahora nos interesa el cómo hilamos esa memoria con el futuro inmediato y la proyección de vida que queremos para nuestro país en los siguientes años. Contando con cada uno de todos los peruanos, incluidas como hemos dicho las fuerzas armadas y policiales, los fujimoristas, los senderistas, etc. (ojo que no digo ex – fujimoristas ni ex – senderistas o etcétera), aunque reconozco que hay un límite y unos mínimos para encaminar entendimientos que no pueden estar ajenos a los derechos humanos, al pluralismo y a la justicia (en todos los sentidos pertinentes que puede tener).

No pretendo establecer “poses” ni falsas polémicas con algunas de las expresiones que planteo. Sólo afirmar cuestiones que me parecen elementales y fundamentales, como que todas las personas cuentan y son sujeto de derechos; a todos nos cabe la posibilidad de un esfuerzo permanente de construirnos como ciudadanos. Todas las personas merecen ser tomadas en cuenta para que no haya más Chunguis ni Putis, ni tampoco “Baguasos” o similares variantes.

Como los conflictos no van a desaparecer porque tomemos en consideración lo anterior (peor aún si no lo consideramos), es necesario, de otro lado, dotarnos de reglas de juego básicas y procedimientos acerca de cómo debemos aproximarnos a los diversos tipos de conflictos existentes. Tanto desde el Estado, así como lo que podemos esperar los ciudadanos desde la sociedad civil actuante. Frente a multitud de casos, en especial los que afectan grandes intereses económicos (como es el tema de las empresas e inversiones mineras) que son los que suelen generar mayores repercusiones, aunque todos son dignos de ser tomados en cuenta.

Procedimientos que a la base implican reconocimiento del otro como persona(s) igualmente respetable(s); sujetos de derechos; peruanos con quienes tenemos tareas mayores a las que nos confronta eventualmente una circunstancia o desavenencia. Pero donde también todos podamos beneficiarnos de las soluciones que construyamos y tengamos que construir. Restituyendo derechos y restañando heridas donde ello sea el caso. Donde ejemplos u oportunidades para el Estado hoy se sigue teniendo en cómo se aborda las tareas de las Reparaciones a las víctimas de la violencia política, sin olvidar cómo recomponemos relaciones con quienes fueron protagonistas más directos de dicha confrontación.

Quizás corresponda también pensar todos éstos puntos desde las distintas actividades en las que cada uno pueda estar o encontrarse. Velando y promoviendo iniciativas diversas que colaboren a integrar en una propuesta programática más amplia lo que tenemos entremanos y a cultivar nuestros sentidos de vida haciéndonos responsables de ello mismo. ¿Es posible el perdón y la reconciliación de todos los peruanos? Yo creo que sí y hay que construirla para todos.

Guillermo Valera Moreno
Viernes 28 de agosto de 2009 Sigue leyendo

Pensar el Perú y nuestras tareas con un profundo sentido de justicia

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¿Es posible pensar en un reagrupamiento de fuerzas políticas que puedan entenderse y garantizar un proyecto nacional de desarrollo donde nos incluyamos todos los peruanos? Es todo un desafío si empezamos por ubicar puntos que son claves para ese entendimiento como es el hecho de que nos pongamos de acuerdo en construir un Estado que funcione y genere procedimientos para que veamos en él un ente que es útil en el respeto y la atención de las necesidades de la población, siendo conscientes de la escasez de recursos que contamos y, por tanto, de la prioridad adecuada que debemos darnos en su uso eficaz.

Avanzamos a otro punto como el de la anticorrupción, aspecto que es identificado como un mal endémico a todo nivel pero que resulta de muy difícil asunción porque todavía vemos en el Estado y en el manejo de las empresas un “todo vale” como justificatorio de la consecución de objetivos de distinta naturaleza, particularmente el “hacer plata fácil” y generando todos los atajos posibles. Si a ello añadimos el tema del narcotráfico podemos complejizar más el asunto, aunque es necesario no perderlo de vista por los millones que éste mueve y suele ser un tema que no termina de abordarse en su real dimensión.

Nuestros recursos naturales, el medio ambiente y el manejo consistente de su explotación y equilibrado beneficio para el país es otro tema que no hemos terminado de sincerar. A veces se ha visto como un asunto de grandes intereses y empresarios que quieren beneficiarse de ellos y es parte del tema. Pero más importante aún es que no hemos logrado establecer una clara conciencia y tratamiento de lo que ello puede significar al derrotero de nuestro país. ¿Es tan difícil ponerse de acuerdo en que la transparencia y la justicia de los contratos de inversión tienen que tener reglas de juego que supongan un reparto de los beneficios acorde a estándares internacionales, tanto en lo que puede referirse a aspectos medioambientales como a distribución de los ingresos que se generan?

Junto a la reforma administrativa del Estado, la lucha anticorrupción y el manejo justo de nuestros recursos naturales, podemos seguir señalando otra serie de cuestiones (como ya lo hemos hecho en otras ocasiones) como lo referente a la regionalización, el flujo confiable y accesible a la información llamada “oficial” o lo relativo al manejo de la dimensión de la cultura. Todos ellos aspectos que ni siquiera nos sitúan en temas aún más urgentes como puede ser la pobreza, la educación, la salud y la vivienda de la población. No porque los olvidemos sino porque ya parecen como obvios; son casi una cuestión previa y de dignidad de todo lo anterior; por tanto, necesarios de ser entendidos como políticas públicas a la luz de pensar un futuro de más largo aliento.

Lo señalado, necesitamos también verlo a la luz del contexto de globalización cada vez más interdependiente que vivimos. Aunque vale la pena precisar que éste será más “dependiente” para unos que para otros, según cómo nos situamos en la relación de fuerzas internacionales y en los llamados equilibrios de poder que se continúan tejiendo en beneficio de todavía muy pocos sectores de la población mundial. Cuestión en la que no tienen la culpa las empresas (grandes, medianas o pequeñas) sino los empresarios que las piensan y las encaminan de una manera u otra, enmarcados en procesos de acumulación capitalista que muchas veces enjaula otras posibilidades de dirección u alternativas que se quiera tener.

Sin embargo, no habrá que perder de vista que vamos hacia un mundo que ya encontró sus fronteras y límites y no puede prescindir de ellas, donde (como se ha dicho ya hace mucho tiempo) no podemos plantearnos una lógica de convivencia sin obligarnos (cada vez más) a tomar en cuenta al vecino y al de más allá. Todos somos parte de la llamada “aldea global” y nadie puede escapar a ello. Por cierto, tampoco nuestro país. Lo que podemos apreciar en ello es que esa variable globalización es algo que nos condiciona crecientemente. Por tanto, lo lógico sería darnos cuenta que nos corresponde pensar en cómo generamos capacidades efectivas de desenvolvernos de la mejor manera dentro de ella, pero poniendo siempre por delante nuestra capacidad de convivir todos y no sólo unos cuantos que logran la suerte de ser favorecidos en sus actividades económicas de encorsetados mercados, cada vez menos “libres” pese a quien le pese.

Lo anterior me lleva a otro aspecto. Es el de la creciente incertidumbre en la que nos empezamos a acostumbrar a vivir. La misma que tiende a crecer proporcionalmente a cómo se aborda o no la solución de los problemas globales y específicos que afectan a la gente y la manera como se viven de manera singular en cada país y, por supuesto, en nuestro país. ¿Acaso tenemos que resignarnos a que el mundo sea de unos cuantos jerarcas económicos, militares o políticos? La incertidumbre es algo que no se puede ocultar como el sol con un dedo. Más aún, cuando ésta toca directamente un tema como el de la confianza. Confianza con la que podemos vivir en un mundo donde no todos tenemos la capacidad de vivir seguros en todos los aspectos.

Si eso es así, ¿cómo podemos darnos derroteros que concentren nuestras fuerzas en pensar de manera común, eficaz y solidaria la política y el país para los siguientes 20 ó 30 años (o quizás más), sin perder de vista el muy corto plazo y las prioridades que ello puede suponer? Estamos convocados a sumar fuerzas en esos grandes propósitos y a dejar de lado, cada quien lo que corresponda y sea necesario. Todo lo que permita o haga permisible el saber ponernos de acuerdo y hacer realidad el sentido del diálogo para hallar derroteros justos.

No se trata de quién tiene la razón en las mejores propuestas. Simplemente se trata de empezar a darnos cuenta que todos podemos necesitarnos para los propósitos de convivencia que necesitamos darnos si queremos superar la política del darwinismo que podríamos decir definió nuestro siglo XX. ¿Podemos dar un salto cualitativo? Nos podría ayudar a sentirlo un poco más el sentir los hijos de todos como nuestros propios hijos e hijas, a quienes siempre querremos darle lo mejor de nosotros mismos. Tenemos mucho por cambiar y hacer. Parte de ello es pensar en cuál es el proyecto nacional que corresponde darnos hoy para el Perú del siglo XXI, con un profundo sentido ético que no es otra cosa que un profundo sentido de justicia.

Guillermo Valera Moreno
13 de agosto de 2009
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¿Podemos hablar de profetismo?

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Quiero ubicar el tema del profetismo en la presentación que hago a continuación, estableciendo un recorrido sobre cómo fue entendido este en el Antiguo Testamento (AT) y los elementos que nos pueden ser inspiradores para ubicarlo con un sentido actual.

Lo primero que debemos mencionar es que suele haber existido en todo tiempo personas que han sentido una especial inspiración de Dios o de un ser trascendente, en nombre de quien se ha buscado “hablar” o transmitir un mensaje a un determinado grupo de personas, un pueblo, etc. Algunos han pasado por “adivinos”, “futurólogos” u otras acepciones.

En nuestro caso no nos referimos a ellas. Cuando hablamos de profetas queremos referirnos a personas que han sido capaces de leer sus propios “signos de los tiempos”, mirando el futuro para leer el presente (y no al revés). Son personas efectivamente inspiradas por Dios pero que las distinguía su profunda experiencia de Dios, conjugada con un conocimiento muy importante de su realidad y una capacidad para ver y denunciar lo que podía estar ofendiendo a Dios o contradiciendo una auténtica vivencia de fe. Por esto último entendemos la existencia de una vida justa, de una vida buena para todos y una práctica del culto coherente con lo anterior.

Entendido el punto último, debemos decir que en la Biblia, en el Antiguo Testamento (AT), se hace referencia al profetismo, a una etapa que se da históricamente, y de manera especial, entre los siglos VIII y V antes de Cristo. Pese a que no todos los nombres que figuran como tales lo fueron de manera real o que a veces (como es el caso de Isaías) a un autor se le atribuyen escritos de distinta procedencia o siglos. A ello, debemos añadir todos los retoques y modificaciones que con el paso del tiempo pudieron ser objeto los textos y que, ahora, se pueden evidencia mejor con los diversos estudios exegéticos que se ha hecho de los mismos. Esos retoques y forma de haber sido recogidos los escritos tienen también que ver con las comunidades de fe que procesaron de manera cercana los hechos, experiencias y vivencias religiosas que se decidieron “guardarse”; esa fue la manera concreta como la fuimos recogiendo y heredando como documentos.

Ahora bien, en estos siglos en los que se sitúa buena parte del AT ¿qué preocupaciones nos transmiten los profetas? Principalmente podríamos ubicarlo en un ejercicio de denuncia de una serie de injusticias de las que era objeto el pueblo de Israel, ya fuera por los latifundistas y ricos de entonces; por las malas autoridades políticas; no sólo fue de denuncia sino también de anuncio; esto último se suele vincular al enorme sentido de esperanza que buscan los profetas transmitir, en un sentido de redención y, en especial, de la venida de un Mesías (rey) que salvaría al pueblo de su situación de opresión.

En especial me detengo en la tarea de denuncia porque me resultaba algo muy radical en la concepción de compromiso de fe y religiosidad en el conjunto de sus autoridades. Especialmente lo relativo a la mispat, la cual era el conjunto de normas de “reglas de juego” en las que descansaba el “recto ordenamiento de la sociedad”, el mismo que no solo involucraba un cumplimiento adecuado de las leyes sino el “compromiso con el prójimo, especialmente con el más necesitado” (Sicret p.298, cap. Miqueas). Ello tenía que ver con la prohibición de oprimir, perjurar o sobornar; con amar la bondad (heded), conducta compleja que involucraba el respeto, la benevolencia, la generosidad y la fidelidad, siendo una actitud interna que posibilitaba la práctica del derecho.

Este sentido de la heded era clave, en tanto supone actividad, sentido comunitario y estabilidad, encaminados en los deseos de Dios que “surgen del deseo divino de que su pueblo goce de libertad, de unas leyes y una tierra” (p.299). Todo ello debía además de acompañarse de una postura humilde y atenta.

Por tanto, no es tampoco extraño que hayan estas voces (a veces muy radicales como la de Miqueas) que identifican que la raíz de todos los males esta en la codicia y el dinero, así como en el olvido de Dios y de las exigencias de la Alianza. Eran tal las denuncias de algunos poderosos que no se esperaba su conversión sino su castigo, el mismo que debía suponer la “salvación para los débiles y oprimidos”.

Por ejemplo, se les acusa de que “comen la carne de mi pueblo / y le arrancan la piel / y le rompen los huesos…” (Miq.3,3). El pueblo vale para los poderosos en la medida en que pueden aprovecharse de él. Pero llegarán tiempos difíciles también para éstos “en los que clamarán a Dios y el los escuchará”; señalando frases tan hondas como que “los poderosos se agarrarán a Dios como a un clavo ardiendo” y “Dios callará, ocultará su rostro”.

Estos y otros puntos me conducían a reflexionar sobre cómo ubicarnos en nuestro propio contexto de realidad. En particular, quiero tomar el tema del latifundismo (la tierra, el territorio) para buscar algunas aproximaciones. El tema del latifundismo es uno de los más fustigados, justamente por contradecir los designios de justicia de Dios (la mispat). Isaías señala “que añaden casas a casas / y juntan campos con campos / hasta no dejar sitio” (Is. 5,8-10). Esta el caso de la viña de Nabot (1 Re 21) o cuando Nehemías señala que no solo “nuestros campos y viñas están en manos ajenas” sino que además les arrebatan a sus hijos como esclavos y les añaden impuestos, siendo que el “problema capital es la tierra”. En general se recoge una condena generalizada de los profetas contra el latifundismo, hecho además “en nombre de Dios”. “Condena, escepticismo, búsqueda de soluciones, exhortación a la esperanza, son las actitudes fundamentales ante el problema del latifundismo” (Sucre, p.269).

En términos actuales yo me preguntaba ¿cuáles son nuestros “latifundios” en el Perú y en el mundo que vivimos? Pensar que en muchos países aún los existen en forma literal; como fue la experiencia de nuestro país, la misma que se mezcló y conoció con lo que fue el gamonalismo. Nosotros, al menos, tuvimos la experiencia de una reforma agraria que, sin ser una solución muy consistente, replanteó el tema de la distribución de la tierra. Sin embargo, hoy asistimos a otra forma de posesiones y formas de explotación económica que han hecho de la rentabilidad capitalista el nuevo “Dios” y “máximo objetivo”, siendo su paraíso terrenal lo que conocemos como mercado, casi llevado a la condición de santidad por quienes se sienten dueños del “nuevo orden internacional” que impera, dominado por lo que conocemos como las empresas transnacionales (ET).

¿Actúan las ET, el mercado y la búsqueda de rentabilidad de acuerdo a los designios de justicia y amor al que Dios nos llama a construir en la sociedad que vivimos? ¿Se respetan los derechos de las personas y se garantiza su posibilidad de vida y capacidad de realización para todos? Lo que tenemos que reconocer es que hay muchos abismos que no hemos superado en ese y otros sentidos (por ejemplo, interculturalidad o el propio diálogo interreligioso).

Lo vivimos de muchas maneras y un caso que nos volvió a “despertar” y a resignificar lo que venimos siendo y viviendo fue lo sucedido el pasado 5 de junio en Bagua. Con los justos reclamos de las poblaciones indígenas (y ciudadanos) frente a la amenaza y voracidad de empresas extractivas diversas (petroleras, mineras, madereras, etc.) que poco les interesa la vida del otro sino es el maximizar sus respectivas ganancias. Allí uno dice, ¿cómo hacer de nuestra Iglesia una Iglesia más profética? Que no hable con debilidad o limitadamente sino que ponga el dedo y la mano “en la llaga”. ¿Cómo hacemos conciencia y recuperamos para todos, algo que es propio al ser de todo cristiano, nuestro don profético y podemos hacer actual y efectiva la llamada a realizar la utopía del reino de Dios?

Llevándonos a tomar posturas decididas y comprometidas; donde no quepa inhibición posible, así nos acarree incomprensiones o persecuciones (como lo señala José Castillo). Cómo cultivar un auténtico sentido por la justicia, como rasgo distintivo de nuestra institucionalidad eclesial (nuestra “mispat”); como decían los profetas, con fortaleza, valentía, cualidad de soldado y energía espiritual procedente de Dios (y no de nuestgros apetitos mezquinos que tanto abundan).

Felizmente tenemos motivos de esperanza y luces proféticas recogidas en casos como la teología de la liberación de la liberación, de los Luther king, de la organización y conciencia creciente en la población, en nuestras comunidades cristianas sensibles al cambio, entre otros. Todos estamos invitados a mirar con los ojos de Jesús, a oír con los oídos de Jesús, a sentir con el corazón de Jesús. A ser profetas individual y comunitariamente.

Guillermo Valera Moreno
Ensayo realizado el 6 de julio de 2009 para el curso de Biblia 1 (profesor Luis Ascenjo), Diplomado de Religión y Cultura – UARM.
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Hay cosas comunes sobre las que se puede avanzar. A propósito del discurso Presidencial del 28

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Se discute si un discurso presidencial de fiestas patrias debiera ser político, una relación gerencial de lo actuado o sólo un gesto de saludo al país en su aniversario. Creo que hay momentos en el año que se marcan por la necesidad de hacer un balance de lo actuado, desde los propósitos establecidos por el gobernante de turno y ese es el motivo del discurso presidencial en fiestas patrias. Así sea sólo por un asunto de costumbre, es algo positivo que se haga. El mismo no puede ser menos que político porque son responsabilidades políticas las que se ponen en la balanza valorativa de los avances y cumplimientos propuestos por el Presidente y partido de gobierno, al inicio y en el transcurso del mismo.

Otro aspecto que se ha discutido es el tipo de discurso al que hemos asistido. Si este se pareció más al de inicio de un gobierno, por los ofrecimientos y algunas tareas de largo plazo que se planteó. O si el largo balance con cierto detalle de lo hecho en los diversos sectores no dejaba de ser más que un listado aburrido de obras que todo gobierno ensaya desde su posición y si no debiera obviarse para felicidad de los oyentes. Y, sobretodo, se han marcado ciertas grandes ausencias que se esperaba estuvieran un poco más (o realmente) visibles. Ellas son especialmente lo relativo al desarrollo del diálogo como mecanismo constitucional clave de toda democracia y que no puede ser “optativo” según cada situación, sino una metodología de funcionamiento del mismo. Y lo relativo a la lucha anticorrupción, cuestión que se perdió en señalamientos sensacionalistas de crear una nueva cárcel en la selva con dicho propósito.

No hay caso que no superamos las tradicionales formas de hacer política, basadas en ofrecer lo que sea con tal de recoger aplausos y, a través de ello, buscar el convencimiento. Sin importar mucho lo que se ofreció en discursos anteriores. Si no, tendría que haberse dado cuenta de por qué no se creó el Ministerio de la Cultura anunciado el año pasado. O tendría que haberse hecho un balance más estricto en función del programa inicial de gobierno ofrecido por el APRA en el 2006.

Sin embargo, volvamos al discurso político del 28. De él, quiero brevemente llamar la atención sobre cuatro puntos que se deslizaron y me parecen relevantes: la Reforma del sistema político; la distribución con inclusión; institucionalidad; y, defensa nacional.

Sobre la Reforma del sistema político: Se plantearon dos puntos muy interesantes, acerca de la renovación parlamentaria a mitad del período de gobierno y la segunda vuelta en las elecciones regionales; por los plazos que existen por ley diera la impresión que ella es una agenda más para el próximo gobierno, dado que no tendrían una aplicación práctica en el periodo del presente gobierno. De todos modos no deja de ser importante que se levante dichos aspectos, como una manera de recordarnos la necesidad imperiosa que tenemos de una reforma más amplia del Estado (que incluya, es lógico, una reforma constitucional).

Sin embargo, dicho debate ha querido pasar desapercibida una discusión más inmediata que tenemos pendiente de ajustar. Me refiero a la continuidad del proceso de regionalización que ha quedado inconclusa y que no puede remitirse sólo a los creados 25 gobiernos regionales; más aún cuando el 2010 tendremos nuevas elecciones regionales. Es un tema que tiene que retomarse y empezar a dársele un norte que permita el acuerdo de las diferentes fuerzas políticas.

Otro tema es el relativo a las funciones del Presidente del Consejo de Ministros: ¿Debe tener mayores prerrogativas para ser un jefe de gobierno? ¿Cómo establece un equilibrio de poder con el Presidente de la República y hace viable niveles de gobierno más cotidianos y en determinadas áreas? ¿Sólo es un referente para crear la impresión de “solucionador de problemas” o realmente puede actuar con la debida autoridad para resolver conflictos y proponer iniciativas de gobierno dentro de los cauces que se establecen por el Estado? Es un tema que ha adquirido mucha relevancia por los diversos conflictos existentes y que han tenido que afrontar los que han estado en ese cargo, pero también es una necesidad relativa a cómo hacer que funcione mejor el gobierno.

Sobre la distribución con inclusión: me ha parecido muy importante la preocupación del gobierno sobre cómo hacer que el gasto público llegue más y mejor a la población de menores recursos o la más alejada (a lo cual se ha añadido a los jóvenes). Creo que en ese punto habría que tomarle estrictamente la palabra al gobierno. Dejémonos de temores “populistas”. Es cierto que hay fondos que sistemáticamente quedan sin gastarse año a año en diversas instancias del Estado. El asunto es cómo garantizamos que los procedimientos que se puedan plantear (y los ya existentes) juegan a favor de las poblaciones locales, se desburocratizan y se llega mejor, con los consiguientes controles sociales y políticos que sean del caso.

En éste sentido hay que garantizar que fluyan los recursos sin que se pierda de vista la utilidad de las obras que se elijen para realizar, así como la calidad técnica de las mismas. También se tiene que garantizar que no se genere paralelismos innecesarios de actuación de lo que ya hacen con mucho esfuerzo los gobiernos municipales y regionales. Y, ciertamente, se tendrá que ser muy vigilantes para que las obras no se conviertan en festín de campañas electorales, lo cual siempre será un riesgo y es ciertamente parte del desafío.

Sobre la institucionalidad: hubo una frase muy llamativa en el discurso “dialogar es gastar”, como si fuera una varita mágica el entregar fondos a lo que sea. Efectivamente, una frase así nos podría hacer pensar en lógicas populistas del necesario gasto social, aunque habría que ser flexibles en aceptar cómo escoge cada quien para comunicarse con la población. Más importante es si lo que se nos esta vendiendo como idea y propósito no trasluce un sentido autoritario de la manera de relacionarse con la población o si lo que va a primar es la concertación efectiva de intereses para la decisión y el impulso de las prioridades y alcances de lo que se tenga que hacer en cada caso.

Otro aspecto, aunque más bien implícito, ha sido el reconocer que los hechos de Bagua del pasado 5 de junio dieron por los suelos con el llamado “principio de autoridad” que le corresponde ejercer a quien tiene el poder como gobernante, el cual es un punto muy delicado y necesario de recuperar. No obstante, el tono más autocrítico que esperábamos escuchar no se dio y, más bien, se ha venido reiterando una lógica autoritaria de ejercer dicho principio: persiguiendo dirigentes y ciudadanos de las poblaciones indígenas de la selva; no dando señales muy claras sobre cómo se va a esclarecer los hechos que ocurrieron (ya debió hace rato crearse una comisión independiente que diera cuenta de los mismos); cómo se va a encarar en adelante el desarrollo de nuestra selva.

Una última cuestión que referimos en ésta parte se refiere a la lucha anticorrupción. En países como el nuestro no puede haber mejor índice de desarrollo de nuestra institucionalidad que midiendo el grado de preocupación y medidas efectivas que se realizan en el campo de la anticorrupción. Justamente porque ella nos remite al efectivo cumplimiento de la ley y la normatividad que se ha establecido para un (más o menos) adecuado funcionamiento (y construcción) del Estado democrático. Especialmente en el campo del manejo de las finanzas públicas, aunque no únicamente. Considerando cómo se gobierna: tanto en cómo se ejerce la autoridad del gobierno y cómo nos “dejamos” gobernar. Donde lo elemental debiera ser el gobierno en función del bien común y no su ejercicio en función de unos cuántos intereses de grupo.

Finalmente, sobre la defensa nacional: consideramos que es una cuestión real de preocupación; que está muy bien que se afirme en el deseo de profesionalizar mejor a nuestra fuerza armada, en “ponernos a tono” con la región y darle la “altura” debida. Sin embargo, esperamos que los 32 mil millones de dólares de reservas monetarias que se dijo que tenemos como país, sean razonablemente orientadas al conjunto de necesidades que tenemos. Sin sesgos ni visos de carrera armamentista entre países vecinos.

Necesitamos ante todo una política de defensa y de relaciones exteriores que se oriente de manera inequívoca a la búsqueda de la paz con justicia social. Un temperamento sólo militar podría ser engañoso del real poderío que hay que construir. En función de cómo todos los habitantes de nuestro Perú nos sentimos realmente peruanos, porque tenemos orgullo de vivir en éste territorio que lo sentimos nuestro y, por ende, lo podemos defender. Ello supone en especial que pongamos un peso especial en el tema de la construcción ciudadana en el país, acompañada de cómo encaminamos de mejor manera los temas de la miseria social y racismo que aún arrastramos.

Se están haciendo cosas pero ¿no debiera ser todo ello parte de un acuerdo político más explícito y amplio de todas las fuerzas políticas y sociales en nuestro país?

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 1 agosto de 2009

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