Archivo del Autor: Guillermo Gabriel Valera Moreno

Podemos dialogar, convivir y hacer país

[Visto: 1702 veces]

Diera la impresión que los hechos que ocurrieron el pasado 5 de junio en Bagua, marcaron una toma de conciencia mayor sobre la complejidad de nuestro país, aunque esta vez nos dejó la paradoja de acercarnos más unos a otros y sentirnos más país en el fondo. No en todos se ha dado tal situación y no dejaremos de tener nuestro tercio de incongruentes y desafectos por otras cosas más “racionales”.

Es importante que se haya abierto con mayor importancia diversas instancias de diálogo que, esperamos, no sean sólo una herramienta política para salir al paso de una coyuntura política “explosiva”, sino que se convierta realmente en una institución de primer orden en nuestro país. Que decir para resolver conflictos. Esperemos sea, y sobretodo, para buscar entendernos sobre el país que queremos construir para todos los Peruanos sin excepción, así unos lo tengan que seguir desde la cárcel (y merecidamente).

De allí que discrepe de posturas de tildar de “sidosos” o de “cáncer” a determinadas posturas políticas, más aún cuando son reales opciones de gobierno (al menos la intención del voto así lo empieza a indicar) y tenemos que partir de un entendimiento básico de que en la mesa de la democracia nadie puede “sobrar” y será un desafío el que alguien importante en la política quede “autoexcluido”. Necesitamos entendernos, aunque sin perder de vista que no todo lo que crece en la pradera sea trigo, maíz, papa o frutales.

Por qué no partir de pensar que podemos trabajar por un gran Frente Nacional y Democrático, donde se pueda debatir con toda clase de sanos y “enfermos”. Me dirán que es utópico e irreal. Quizás se tenga razón. Pero ¿quiénes podrían sentirse llamados a un gran Frente que nos permita construir la “vida buena” para todos los peruanos, de costa, sierra y selva, especialmente sensible a los problemas de los más débiles, de firmeza ambiental, de explotación inteligente de nuestros recursos naturales, de capaz negociación con las fuentes de inversión económica, de profundo sentido ético.

Hasta allí hemos reducido seguro los posibles convocados. Me pregunto y lanzo una hipótesis voluntarista a modo de pregunta ¿es posible sentar en una misma mesa a Lourdes Flores, García Belaúnde, Mario Vargas Llosa, Castañeda Lossio, Alejandro Toledo, Susana Villarán, Agustín Haya, Ollanta Humala, Javier Diez Canseco, por señalar algunos nombres? Suena todavía utópico, especialmente si vemos que hasta hace unos días parecía que se había recompuesto una alianza de gobierno entre APRA – Fujimorismo – PPC.

Sin embargo, es necesario el diálogo. A propósito, según el diccionario de la RAE, el término “diálogo”, hace referencia normalmente a la “Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos” o la “Discusión o trato en busca de avenencia” (dígase convenio, transacción, conformidad o unión). ¿Podemos llegar a establecer avenencia entre fuerzas políticas disímiles pero convencidas en la afirmación de un sistema democrático que garantice el pan, el trabajo, la producción, los derechos y la dignidad de todos los peruanos? Pues, no nos queda mucho margen de juego y estamos, de algún modo, obligados a buscar caminos concretos para alcanzarlo, como clave para los siguientes años.

Lo que sucedió en Bagua no puede pasar desapercibido ni diluirse en las agendas públicas de la coyuntura. Estamos ante un tema muy de fondo que nos exige pensar cómo queremos vivir en nuestro país, tanto nosotros como nuestros hijos y los que vienen después. ¿Podemos hacernos más responsables? La verdad que no me haría mucho problema si pensando en candidaturas se tuviera que optar por un espectro moral amplio. Vuelvo a las simples hipótesis, señalando que esa opción pudiera estar encabezada –por ejemplo- por un Mario Vargas Llosa. Sí, así como se lee. No es renunciar a los principios y sé que podría plantearse una situación del “agua y el aceite” entre Vargas Llosa con Humala. Pero ¿podremos convencernos que podemos hacer cosas mejores sin claudicar a nuestros pequeños terrenos y techos “ideológicos”?

Requerimos demostrarnos que podemos gestar la convivencia entre todos los peruanos, incluso con los que no “nos gustan”, especialmente con ellos. Con los que son minoría, especialmente con ellos (¿si no de qué democracia podemos hablar?), construyendo nuestras propias posibilidades sin pedirle permiso a nadie y pensando en abrir horizontes que nos den consistencia como país, en un país para todos. Será posible si realmente queremos hacerlo posible. ¿Qué piensan?

Guillermo Valera Moreno
Sigue leyendo

¿Cómo entendemos las instituciones? (*)

[Visto: 1306 veces]

Si uno cree que el mercado es una institución absoluta cuando hablamos de economía y que nada puede interponérsele sin caer en su distorsión y mal manejo de la economía, no debiera después extrañarle por qué no existe solidaridad y respeto por los derechos entre las personas. Diera la impresión de que éstos sólo son válidos cuando lo afectan a uno directamente y se relativisan conforme uno se aleja del epicentro de la dificultad económica, la pobreza o problemas mayores.

Si uno enseña en un colegio, academia, universidad o centro educativo que se quiera, que los negocios están por encima del sentido humano, no es raro que se piense que “lo demás es lo de menos”, así se ponga en juego vidas de ciudadanos y niños, por más escondidos que se encuentren en la tupida selva de nuestro país (y de tantos otros). Uno puede terminar pensando que existen las leyes para ser cumplidas según convenga al dueño de los negocios o del capital. Sin detenerse a pensar en serio que la vida de muchas personas de un lugar (pequeño o grande) se tiende a ponerse en juego cada vez que se va a invertir en poner en funcionamiento desde una panadería, una granja de pollos, una empresa constructora, una pesquera, la extracción de minerales, petróleo o gas o una actividad maderera. Por cierto, algunas inciden más que otras.

Si entendemos que la institucionalidad hace alusión a las reglas de juego que se establecen para la convivencia, se entiende que tiene que ser la convivencia de todos y no la de unos pocos. Cada vez es menos sostenible argumentar que las reglas de juego puedan ser válidas al margen de los derechos de todos y de la satisfacción de las necesidades básicas de todos. Más aún desde que caímos en la cuenta de que vivimos en un mundo globalizado y que los problemas y la manera de darles solución puede afectarnos a todos. Desde problemas más obvios como puede ser el calentamiento global como otros aspectos.

Las reglas de juego no pueden ser teóricas o jugar la ley del embudo: la parte más ancha de favorecimiento para quienes tienen el poder económico o político y la parte más angosta para la gran mayoría que se le burla sus derechos y se le violenta cada vez que se quiere expoliar sus riquezas o lo poco que tiene. Y si de reglas de juego se trata en relación con lo sucedido en Bagua, no olvidemos que se ha estado debatiendo por cuestiones previas a lo que dicen los mismos decretos (en muchos aspectos también cuestionables). Simplemente se pasó por alto la debida consulta de la que debieron ser objeto las poblaciones indígenas respecto al uso de sus tierras y recursos naturales. ¿Cuántas veces tenemos que recordar que no vivimos en espacios deshabitados? Por más pequeñas en número que sean las poblaciones que habitan algunas zonas no se les puede avasallar. ¿De qué manera tenemos que convencernos que todo gobierno en primer lugar se debe a su población, en segundo lugar a su país y en tercer lugar a su desarrollo autónomo? Sólo después de ello y sobre la base de resolver lo anterior es que se puede negociar las mejores condiciones para el país de la inversión extranjera y de donde fuera.

Entendamos que hacer negocios como país no significa ponerlo en subasta y rematarlo al mejor postor. Necesitamos una clase empresarial y polìtica que mire más allá de su nariz y no se convierta en avestruz cuando se presentan las dificultades. Parasitando del Estado cuando le conviene y discursiando sobre el mercado y las bondades de la inversión privada por simple ideología sin brújula, la misma que se repite con los alcances que puede hacerlo un loro pero sin la inteligencia que se nos ha dado para empezar por sentirnos peruanos. En realidad, la primera clave de institucionalidad por la que tenemos que empezar en por sentirnos peruanos; la segunda es reconocer en términos prácticos los derechos a todos los peruanos por igual (en todas sus consecuencias), reconociéndonos efectiva ciudadanía; lo tercero, teniendo cabal sentido de emprendedurismo, creativo y con sentido comunitario y de peruanidad; cuarto, respetando en todas sus conseuencias el sistema democrático. ¿Cuándo haremos que la solidaridad (subordinando el mercado a ello) sea una de nuestras principales instituciones? Después podemos seguir conversando de lo demás.

Guillermo Valera Moreno (guillovalera@hotmail.com)

(*) Escrito a propósito del artículo “Bagua, AFP y debilidad institucional”, de Daniel Córdova, Director de la Escuela de Postgrado – Universidad del Pacífico: http://gestion.pe/impresa/noticia/bagua-afp-debilidad-institucional/2009-06-11/5127 Sigue leyendo

Un minuto de silencio

[Visto: 1903 veces]

Tímidamente, el pasado domingo (7 de junio) el gobierno declaró esa fecha de luto nacional por los lamentables hechos ocurridos en la selva norte (Bagua y otros puntos aledaños). Al comienzo dio la impresión de que se tomaba en serio el tema y que, por supuesto, abarcaba a todos los muertos habidos (policías, indígenas Awajun, etc.).

Un evento que hubiera correspondido tomar en cuenta para ello fue, por ejemplo, el partido de fútbol jugado entre Perú y Ecuador. Estábamos de luto. ¿No debió hacerse un minuto de silencio por todo ello? Al parecer hubo otras complicaciones que ni siquiera se entonaron los himnos respectivos de los dos países. Sin embargo, tampoco se vio banderas a media asta en las principales entidades públicas. Hubiera sido más que pertinente, incluso en los siguientes días.

Un amigo el sábado 6 (al día siguiente de los lamentables hechos), me comentaba: “Hoy tuve un almuerzo campestre de la Cámara de Comercio española. En un momento dado el director de Edelnor pidió un minuto de silencio por los muertos allá. Extraña vida esta donde los extranjeros se sienten más conmovidos que nuestros políticos por la muerte ajena”. Y no le falta nada de razón porque nos sentimos extraños en nuestro propio país; no sentimos como peruanos o, mínimamente cercanos, a poblaciones como las indígenas o a los mismos integrantes de la tropa policial (o militar podríamos decir por extensión).

Claro, nos conmociona unas muertes tan violentas pero no significan tanto como para asumir responsabilidades políticas. Recién después de 4 días ha empezado ha haber una tenue reacción al interior del Gabinete ministerial; ya alguien tiene algo más de vergüenza y decide renunciar a su cargo (la Ministra de la Mujer), como gesto de inconformidad. No obstante, rápidamente, las primeras reacciones son las de descalificar a quien tiene ese gesto, acusándola de no haber hecho bien su trabajo. Casi como si se nos dijera, “acá no pasa nada y no vamos a permitir que se nos desestabilice”.

Pareciera que la autoridad fuera sinónimo de cerrazón; establecer el orden sería no dar lugar a otras opiniones, salvo las que me den la razón; explicar las cosas sería ordenar toda la información en función de justificar “a mi favor” los hechos ocurridos. Sin embargo, lo ocurrido nos traspasa tanto que se ha convertido en responsabilidad de todos (así algunos no lo quieran ver así) y, con mayor razón, en responsabilidades al más alto nivel.

Volviendo a nuestro minuto de silencio, me preguntaba si no sería adecuado que en todos los actos importantes de nuestras actividades en los siguientes días, ¿no debiéramos guardar un minuto de silencia al iniciar nuestras actividades como símbolo de respeto por las personas que enlutaron, en solidaridad por lo acontecido, como reflexión sobre algo que no debiera volver a pasar? Un minuto de silencio por nuestra responsabilidad pasiva en los hechos y por la impotencia que sentimos de que las cosas no se hagan mejor (y no colaboremos más activamente a que se hagan mejor).

Hechos tan significativos como los acontecidos nos traen a la memoria lo recogido en la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Ya repetimos varias veces “Nunca Más”. ¿Será ello una rutina más en el curso de nuestras vidas o tenemos la capacidad de darle valor ético profundo solventado en la justicia que corresponde a cada situación? Hagamos todos, desde donde estamos, pedagogía constructiva con quienes nos rodean y para nosotros mismos, para gestar una cultura sana de paz, integración, verdad y justicia.

Guillermo Valera Moreno Sigue leyendo

Actualidad de la tendencia del ser humano hacia el pecado

[Visto: 6109 veces]

Dirijo este escrito a un público adulto, buscando situar una explicación de la actualidad y sentido de una vida religiosa a partir de clarificar el significado del pecado en la humanidad y para cada persona.

En realidad, parto de considerar que toda persona tiene una dimensión de fe y religiosidad que le es consustancial y que se conecta al sentido de la vida, su identidad y sus aspiraciones y realización. Nadie escapa a ello y lo vamos descubriendo a lo largo de toda nuestra vida. Sólo que hay marcadas diferencias entre nuestra condición de niños, jóvenes y adultos. En tanto nos vamos haciendo personas autónomas y capaces de valernos por nosotros mismos en libertad.

Por la psicología hemos descubierto que hay características inherentes a toda persona también, como es la existencia de su ego; pero también su característica relacional (socializadora) que le hace entrar en relación con todos los individuos que le rodean (al menos potencialmente). Esas tendencias al “ego” y “relacional” no son ni buenas ni malas; existen y nos permiten obrar de acuerdo a la educación / formación que hemos recibido.

Sin embargo, muchas veces se ha marcado nuestra tendencia al ego como propensión al “pecado”, a lo malo, cuando no necesariamente tiene que ser así. Por oposición, se podría decir, que nuestra tendencia relacional (con el otro, la naturaleza, Dios, etc.) podría considerarse como vinculado a lo bueno, aunque tampoco necesariamente es así. Una y otra nos pueden ayudarnos a orientarnos hacia el bien; encaminarnos a hacer cosas buenas; y a considerarse buenas en sí por los resultados que nos provocan. Pero son procesos que se ponen en juego en cada persona, desde su propia situación particular y contexto que le ha tocado vivir.

Ya sea desde una lógica humanista o religiosa creyente en Dios, aspiramos al bien en tanto nos permite vincularnos de mejor manera con los demás y generar relaciones de armonía y convivencia adecuadas. Pero, siempre y cuando, lo hayamos aprendido, identificado; que así como yo quiero satisfacer mi hambre, es necesario que todos los seres humanos lo hagan. Cuando ello no ocurre se generan diferencias a diverso nivel y se puede uno encerrar, con suma facilidad, en la propia comodidad y olvidar al “vecino”. ¿Qué tiene que ver esto con la tendencia humana hacia el pecado?

Desde la reflexión que nos plantea, por ejemplo, Gen. 2-3 y el llamado “pecado original”, uno podría decir superficialmente que estamos “marcados” por un estigma que simbólicamente se explica por lo que sucedió en el PARAISO TERRENAL. Ello, muchas veces nos ha dado la idea de que lo que ha marcado la relación entre Dios y el hombre ha sido el pecado y, por tanto, el castigo por ello.

Sin embargo, diversos autores como Horacio Simian-Yofre(*), nos ayudan a situarnos de otra manera frente a tan diversos sentidos comunes que nos hemos dado en la interpretación de la vida y del pecado en la relación con Dios. Por ejemplo, este autor nos hace ver que Dios se fijó en una serie de personajes, en muchos momentos, que no eran muy “santos”. Es el caso de Jacob, personaje ambigüo que engaña a su hermano y, sin embargo, Dios lo elige. Moisés mismo no fue del todo fiel; David cometió crimen y traición a un súbdito fiel. Y así, otros tantos personajes. Israel como pueblo, no era tan santo por elegido que fuera; allí esta el relato del becerro de oro como expresión de los ídolos con los que competía su relación con Yavé.

Esto ocurre, entre otras cosas, porque Dios nos da a conocer que no hace depender su relación con el hombre según qué tanto éste le ame o le sea fiel. Su amor es anterior y está por encima de las circunstancias en que éste se concreta a modo de diálogo. Como dice José Castillo, todo empezó “con una promesa” y ella va a ser una constante que se va a ir renovando en distintos momentos históricos, pero como sentido de purificación de dicha relación amorosa. Porque lo que marca esa relación es el amor de Dios hacia el mundo y hacia las personas. En ese proceso Dios nos está enseñando a amar y a hacer de ello el centro de nuestra vida, lo que le da sentido y finalidad.

Lo que ocurre es que tenemos distintas maneras de aproximarnos en la experiencia espiritual que se teje en distintos momentos entre Dios y el hombre. Por eso, porque la biblia busca transmitir la experiencia comunitaria de Dios de quienes vivieron a lo largo de muchos siglos (antes de Cristo) y su comprensión, ésta se muestra muy marcada por una lógica de las faltas que se cometían, antes que valorar la gratuidad del amor de Dios en la vida de las personas. Además, porque el conocimiento y la experiencia de vida de las personas estaba muy fusionada con un ambiente muy sacralizado.

Pero nada de lo anterior significa que los relatos de la biblia, especialmente del Génesis, intentaran ser algo histórico (verificable), ni que pretendieran ser la explicación última de la relación espiritual que nos corresponde establecer en cada época, incluyendo nuestro hoy. Porque temas como el “pecado original”, tomado a la letra no hace sino ubicarnos en una lógica infantil; si somos adultos, será poco satisfactoria. Tampoco se trata de rechazarla como metáfora de la relación de Dios y los hombres y cómo fue interpretada y visibilizada hace 25 siglos. Pero no tiene por qué ser la que exactamente nos tenga que explicar la experiencia de un Dios, esencialmente amoroso, en todo momento y que, por lo tanto, el tema del paraíso (por seguir con nuestro ejemplo) pudo estar marcado más por un aprender a “caminar solos” desde nuestra libertad, aprendiendo a establecer límites y a diferenciar lo bueno de lo que no. Como dice también Simon-Yofre podría ser que “JHWH sabe que la última razón de la rebeldía es la debilidad de una libertad contingente, la del ser humano cuando se aleja de su fuente de energía, la divinidad” (p.425). El amor, podríamos decir, desde una perspectiva sólo humanista.

Tan poco visible era la expresión amorosa de Dios hace 20 siglos que Dios tuvo que obligarse a enviar a su propio hijo, cuya misión central fue revelarnos el amor del Padre y promover su reinado entre los hombres. Dios – amor no era para nada obvio; se había convertido en Leyes, cumplimiento, instituciones vacías, en el hombre subordinado al sábado. Han pasado más de 20 centurias y ¿cuánto hemos aprendido de ello? En nuestra experiencia de vida hoy ¿cuánto pesa el pecado y cuánto pesa el amor como preocupación central; no sólo qué le da más centralidad sino desde dónde explicamos a Dios y qué imágenes de Dios construimos?

Siendo conscientes que, además, no vivimos en un mundo sólo cristiano sino de muchas religiones. ¿Puede ser Dios = amor? Si es así, ¿el amor (o Dios) puede ser sólo una idea de perfección, de bien, de verdad, o se requiere una experiencia personal y profunda que nos lleve a expresarlo en mi relación con los demás? Sea como este marcada nuestra experiencia, no debemos olvidar que aprendemos a amar porque alguien ya nos amó: nuestros padres, familia, profesores, etc.; si nuestra profundidad nos lo permite ver, tendremos que decir que también Dios nos amó antes que nosotros a Él.

En ese contexto de cosas y de significación, el pecado no se relativiza ni pierde actualidad. Creo que todos lo vemos muy presente en la muerte, el dolor, la pobreza, los sufrimientos, etc. Pero no es lo que define la relación de Dios con el hombre ni es lo más importante en la relación que debemos establecer con Él. Más bien, porque aprendemos a amar y orientarnos al bien, es que tenemos fe de que nunca el pecado será lo determinante, por más contradictoria que aparezca la realidad que vivimos. Es más, estamos llamados a obrar el bien desde el amor y el servicio.

Así sea sólo desde una ética humanista “que prescinden de la existencia y autoridad de un ser divino, ignoran el concepto de ‘pecado’ y establecen criterios de bien y mal existenciales, (…) en función de principios de convivencia social” (Simon-Yofre, p.431). Porque la defensa de derechos en un sentido estrictamente laico es clave para obrar el reinado de Dios en el mundo actual. Porque requerimos hacerlo desde un sentido dialogal y de concertación para avanzar todos y no sólo unos cuantos en ese mismo propósito.

Por tanto, creo que debemos entender la tendencia del ser humano hacia el pecado no como algo inevitable y “natural”. Construimos el bien o el mal de acuerdo hacia donde decidimos orientar nuestra vida personal, la de nuestros hijos, la de nuestra sociedad, la de la humanidad. ¿Tenemos capacidad para imprimir en todo ello la marca y energía del amor (de Dios)? Cada uno tiene que responder cómo se siente llamado a caminar en la vida.

Guillermo Valera Moreno

(*) Horacio Simian-Yofre: “Pecado del hombre, justicia divina”. En: Estudios Bíblicos Mexicanos Nº4, pp. 417 – 435. Departamento de Publicaciones de la Universidad Pontificia de México A.C. México, noviembre de 2005. Sigue leyendo

¿País de todas las sangres?

[Visto: 5046 veces]

“Los indefensos indígenas resultaron ser unos grandes asesinos”, parecería ser la gran conclusión del Gobierno, frente a los luctuosos hechos que resultaron de un pésimo manejo de reclamos que eran recurrentes para las comunidades nativas de la selva. Lo sucedido en Bagua (Amazonas), el 5 de junio, quedará grabado como un día del desencuentro en nuestro país, donde el diálogo de las balas y las bombas lacrimógenas tiene que convencernos que sólo pueden aspirar a producir inútil sangre derramada y luto normalmente para quienes no participan del poder.

Seguimos sin entendernos entre las distintas sangres que conforman nuestra denostada patria, en un mundo globalizado que cada vez nos deja menos margen para aceptar que se ningunee la diferencia y a los diferentes. Pero, la experiencia del poder, a veces puede hacer “tropezar con la misma piedra”. Eso sucedió ahora con el presidente García, que pensó que imponer la “autoridad” podría ser más fácil en una zona lejana de Lima metropolitana y el Callao.

Cómo se ve que no hemos superado muchos de nuestros prejuicios. Seguro pasó desapercibido, pero se volvió a reflejar en hechos como que varios de los cadáveres de los indígenas Awajun caídos en la confrontación yacieran regados “a un lado de la pista” (la marginal de la selva, donde ocurrió la principal “batalla”), hasta horas de la noche (muchas horas después de ocurridos los hechos). Por más “enemigos” del Gobierno o del Estado peruano que se les pudiera considerar, estábamos frente a peruanos como todos. Es un detalle quizás insignificante pero que también nos habla de cómo nos relacionamos. Y casualmente se dejó un número de tres cadáveres tirados para que algún incauto periodista pudiera hacerla coincidir con la cifra oficial de muertos civiles que inicialmente diera el gobierno.

Genera tremenda indignación que problemas como consultar debidamente a las organizaciones de comunidades de la selva sobre asuntos que les afectaban con relación al manejo de sus recursos forestales, tierras, agua y otros no pudiera lograrse “civilizadamente”. Y no porque no lo quisieron los “pueblos indígenas” (como internacionalmente se les reconoce conceptualmente) sino porque se pensó que se les podía “mecer” desde el poder central y ganarles por cansancio u olvido. Sin medir el grado de irritación que se fue generando en las bases mismas de sus organizaciones, las mismas que no estaban dispuestas a aceptar cualquier actitud o decisión del presidente de la república o del Congreso.

Buena manera de compensar a los otrora valerosos guerreros del Cenepa; no me refiero al falso “general victorioso” que hace más de una década se promocionó, sino a los mismos Awajun que en Bagua cayeron e hicieron caer a inocentes policías que seguían sólo órdenes de un poder inefable y con una autoridad muy contrarestada. Porque como algún expresidente diría hace varios lustros, ellos son nuestras efectivas “fronteras vivas” y tenemos que saberlo reconocer en todas sus consecuencias.

¿Quién esta defendiendo intereses extra nacionales? Los pueblos indígenas que han reclamado sus justos derechos o aquellos que defienden con mayor habilidad de boy scout (“siempre listos”) a los intereses de las grandes empresas transnacionales y la voracidad del mercado, por encima del sentido común y la integridad de un desarrollo como país que nos incluya a todos y no sólo a unos cuantos o a unos “pocos muchos”. No estamos contra la inversión privada razonable pero tampoco nos pueden contar los cuentos del “perro del hortelano”, como muy bien nos lo ha recordado Fernando Eguren, donde uno se encuentra expresiones como la siguiente: “Hay millones de hectáreas para madera que están ociosas, otros millones de hectáreas que las comunidades y asociaciones no han cultivado ni cultivarán, además cientos de depósitos minerales que no se pueden trabajar y millones de hectáreas de mar a los que no entran jamás la maricultura ni la producción.” Como si tuviéramos un país cuyo destino inmediato es la subasta.

Estamos todos, como sociedad, obligados a recapacitar. Nadie puede sentirse ajeno o irresponsable de lo sucedido. Ojalá nos de mejores pautas de convivencia y justicia. Que lo dominante no termine siendo “¿Quién tuvo la culpa?”; “Castigo para los culpables”; “Nada con los indios”. Necesitamos personas razonables y decisiones razonables.

Guillermo Valera M.
Sigue leyendo

El amor nos hace crecer

[Visto: 3001 veces]

Podría sonar redundante hablar de evangelizar nuestra afectividad, en el sentido de amarla, y sin embargo no es para nada obvio. Asumir que Dios nos ama o tener la experiencia profunda de sentirnos amados no suele ser muy común, más aún si hemos pasado por experiencias negativas que han dejado huella negativa en uno, ya fuera de pequeños o en nuestra misma vida adulta.

Al respecto, recuerdo mucho de un hecho que me ocurrió hace dos años, siendo acompañante en Ejercicios Espirituales ignacianos (de ocho días). Hubo una madre soltera que me tocó acompañar y que me contaba situaciones muy dolorosas de su vida; tan así que nuestras primeras entrevistas estuvieron muy marcadas por ellas y siempre lloraba y se lamentaba del “desamor” en su vida. Fue en la tercera o cuarta entrevista que, estando ella sollozando, se me ocurrió decirle que debía tener la plena seguridad que, por encima de cualquier experiencia dolorosa que le hubiera tocado vivir, Dios la amaba y la quería incondicionalmente, por ser ella una persona como todos, con nuestros límites y virtudes. Realmente me impactó el cambio que, de pronto, se operó en ella, pues le cambió radicalmente el rostro y su actitud en pocos segundos; hacia delante fue ya muy diferente. Entre otras cosas, ya no volvió a llorar en las entrevistas y le acompañó una paz muy significativa en lo que siguió como proceso de ejercicios.

Otra cuestión que me venía a la mente era el tema del amor y el enorme desafío que implica. Si bien, se trata de algo muy simple de señalar y no es nada complicado afirmar “amémonos los unos a los otros”, “amemos si esperar nada a cambio”, “amemos a nuestros enemigos”, etc., no deja de ser algo bastante complejo; pues es un asunto que “no es fácil” y podríamos decir que el “amor siempre cuesta”. Así nos lo hacía ver un sacerdote amigo, en una reunión de comunidad (participo en CVX – Comunidades de Vida Cristiana) cuando hace poco abordamos un tema vinculado. Sobretodo porque el amor muchas veces puede venir relacionado a un tema de sentimientos o a la relación de pareja y éste es un tema y una experiencia más amplio a esos aspectos. Claro, siempre será una pregunta a tomar en cuenta ¿cómo hacemos para tener al amor en el centro de nuestras vidas y no sólo como una cuestión teórica sino de experiencia de vida?

Aunque parezca que no, en primer lugar se trata de cómo hacemos conciencia y experiencia de “sentirnos amados”, de sabernos amados. Como dice K. Flaherty (1), saber “aceptar, nombrar y caminar con Cristo” aprendiendo a “amar como Él nos amó” (p.216). No se muy bien por qué pero nos cuesta aceptar que aprendemos a amar desde la experiencia del amor que recibimos de otros, a pesar que podría considerarse una verdad de Perogrullo; más aún, si confirmamos que situaciones como el amor de nuestros padres fue lo que posibilitó el que viniéramos al mundo; sus cuidados, el que creciéramos adecuadamente y recibiéramos una educación; así, hasta llegar a lo que somos hoy. Cómo no reconocer en la creación que nos rodea y la historia que nos precede y en tantas cosas, la “mano” del creador (de Dios, de alguien “superior” a nosotros, etc.). Sin embargo, muchas veces preferimos pensar que las cosas son como son por cuestiones voluntaristas de uno o de las personas en general, sin incorporar esa dimensión de gratuidad fundamental a la experiencia humana. Más aún por la capacidad que se nos ha dado de pensar y decidir; el ejercicio de nuestra libertad; la propia capacidad de amar; entre tantas otras cosas.

Es de mucha significación lograr “una mayor aceptación de nuestra propia afectividad, nuestras emociones y sentimientos” (p.217), asumiéndonos en todo lo que somos y lo que ello comprende el saberse parte de una cultura, historia y ámbito social y familiar concreto. Aprendiendo a “ser amigos de la persona que somos” (p.218) y aprendiendo a salir de uno mismo. Incluso, personas como Jesús, crecieron entre familiares concretos, en un pueblo específico, con su propia historia y contexto social. Como todos y a su modo, lucho por crecer, integrarse, asumió riesgos, tuvo traumas y heridas, algunos complejos. Aprendió a escuchar, a orar, a discernir, a hablar. A ser sensible a los problemas de su tiempo. Creció en su propia afectividad, integrada a su fe y realidad local de Nazareth.

El ámbito de nuestra afectividad no es fácil, ya que nos cuesta ver y, más aún, escudriñar en ella; ir a nuestras raíces (¿por qué soy como soy?), conocerse uno lo mejor posible para saber como “conducirse” y “gobernarse a sí mismo”. Es un proceso que puede durar toda la vida y que, conforme vamos madurando en ello, se va logrando una integración psicológica y mayor sabiduría. No hay que asustarse de ser (más o menos como todos) una “persona limitada y sufrida que también ha hecho sufrir a otros: (así) Dios me ama y me llama a caminar” (p.226). Aprender a amar empezando por amar “a la persona más difícil de amar que está dentro de nosotros”. Tenemos que saber sentirnos desafiados sobre cómo vivimos la vida; conscientes de no requerir de mérito alguno para saberse amado por Dios; muriendo a nuestros propios egoísmos y amando desde nuestra relación con Dios. Sabiendo preguntarme en toda situación ¿qué haría en ella Jesús?

Se trata de estar atentos: no siempre vemos ni oímos como corresponde. Necesitamos de “la gracia combinada con el seguimiento de Jesús” (p.229). Tenemos que ser conscientes que necesitamos en forma recurrente morir para “nacer a una vida más plena”; estamos sujetos a una serie de “pérdidas” que son necesarias para crecer. Todo ese proceso debemos aprender a vivirlo con dignidad porque queremos dirigirnos hacia la plenitud de la vida; purificando nuestras imágenes de Dios, muriendo a nuestro egocentrismo y en una exigencia constante de conversión, de “caminar en las huellas del maestro”. Aprendiendo a caminar y crecer en el amor “aunque nos haga vulnerables” (p.234), siendo siempre críticos sobre cómo son nuestras relaciones con los demás, siguiendo a Jesús desde donde me ha tocado vivir, amando con ternura, actuando con justicia y caminando humildemente con nuestro Dios (p.235).

Todos ellos son aspectos y miradas de cómo debemos sentirnos llamados también a ser profetas en tiempos actuales, a discernir los signos de nuestro tiempo y obrar de acuerdo a ello.

Guillermo Valera M. (guillovalera@hotmail.com)

(1) Kevin Flaherty sj: “Evangelizar la afectividad“. En Aprendiendo a vivir: madurez humana y ética. CEP. Lima, 2004.

Sigue leyendo

El sentido de la vida como propósito de una institucionalidad para todos

[Visto: 2678 veces]

Leyendo el artículo de Gonzalo Gamio “Vida buena sin certezas. El sentido de la vida buena como problema ético y político”, uno puede sentirse muy identificado por los puntos que aborda. Parte de la pregunta por el sentido de la vida como “cuestión crucial” en nuestro tiempo, situándolo en vínculo a la “vida buena”, y la búsqueda de fines últimos de la vida (según Aristóteles, la felicidad sería el fin supremo). Describe la “ética” como costumbre y carácter, “hábitos cuyo ejercicio nos aproxima al bien”; morada, “el habitat propio del agente práctico, la comunidad política”.

En esa perspectiva, estaríamos llamados a la plenitud y realización humana, cada quien desde sus capacidades y marcados por la interdependencia con los demás, en la búsqueda de ser plenamente humanos. En tanto mis elecciones y acciones pueden modificar la vida de mi entorno (y más allá) y somos también seres vulnerables y frágiles ante las elecciones de los demás, requerimos formas de entendimiento común, de una ética. Ella nos remite al tema de la conducción de la vida, la propia y la de todos. Dentro de un horizonte de creencias y valoraciones que comparten también controversias y misterio.

Porque no existe un único conjunto de prácticas sociales que nos puedan brindar plenitud de vida. Hay diversos modos de concebir el sentido de la vida y debemos saberlos acoger con conciencia crítica y propósito de construcción colectiva de la vida buena. El autor recurre a la “metanoia” de Platón para recordarnos la importancia de no dejarnos arrastrar por el sentido común e invitarnos a pensar, abriéndonos a otras experiencias, como “proceso profundamente renovador del pensamiento y de la acción” (hacernos “profetas”, “ciudadanos críticos”).

Sabiéndonos situar en la diversidad que no es igual a “relativismo” (todo da igual; no se afirman valores), aunque tampoco creyendo tener todo resuelto como pensamiento que nos lleve a formas de fundamentalismo. Frente a ello se nos sitúa en una visión pluralista, postulándose como “enfoque central para la cultura moderna, y también para las políticas democráticas”. En esa lógica se nos invita a tener una práctica sana de la duda, en tanto purifica nuestro pensamiento y nos puede permitir reconocer otras posibilidades de sentido. Es clave el diálogo en todo ello, como enorme reto ético y político de “construir instituciones públicas, leyes, formas de organización y, sobretodo espacios públicos”, abiertos a éstos propósitos.

Se trata pues de una reflexión significativa, sencilla y muy útil respecto al sentido de la vida como cuestión inherente y necesaria a todo ser humano, pese a qué muchas situaciones críticas podrían llevarnos a pensar que aquellos que viven miseria y pobreza, delincuencia o marginalidad, sufrimiento y exclusión, no serían pasibles de plantearse sus propios desafíos y pensar en proyectos de vida propios y sociales y políticos. Sin embargo, una cuestión como el sentido y el proyecto de vida (individual y social) es factible en toda persona y ello da la posibilidad de que se articule en posibilidades más amplias a las que pueda haberle tocado vivir; felizmente no se requiere de conocimientos académicos o similares para desarrollar la capacidad de pensar, aunque será siempre fundamental que todos podamos acceder a niveles mayores de formación y educación para enriquecer lo que ya nos planteamos “limitadamente”.

De hecho, no es obvio lo que da (o puede dar) sentido a la vida de las personas en tiempos actuales; menos aún que ello se formule orientado hacia la “vida buena”, en una perspectiva ética de esa naturaleza. Por tanto es muy importante no caer en el relativismo de asumir las diversas posturas que se pueden dar frente a la vida como igualmente válidas; aunque tampoco será muy adecuado buscar “atrincherarnos” en alguna de ellas, en tanto sea la que más nos pueda identificar.

Creo que es muy sugerente aquello de vivir abiertos a la diversidad, con un sentido pluralista y dialogal, partiendo del hecho de que somos seres relacionales y que todos podemos establecer una jerarquía de valores entre lo nos toca vivir, aprendiendo a discernir críticamente entre lo que puede ser mejor o más válido; siendo cautos en no darlo por zanjado de antemano.

Comparto ciertamente el sentido de buscar la felicidad como camino de bien y sentido de realización compartida, en un mundo que esta marcado por el individualismo y la competitividad de “quien puede más”, marcado por las relaciones del mercado capitalista que nos ha generado una cultura del interés, muchas veces alejada de relaciones solidarias; destacando más quién tiene la capacidad de imponerse sobre el otro, más allá de si tiene o no razón verdadera, o de si se respetan o no los derechos de todos.

Rescatar el sentido que nos aporta la democracia liberal como posibilidad de convivencia y diálogo abierto es importante aunque puede ser insuficiente, no porque signifique que estamos ante un sistema cerrado sino porque se muestra todavía muy limitado para resolver problemas tan cruciales como que la gente no se muera de hambre o no tengamos posibilidad de acceder a la educación y la salud de manera universal y con calidad. De otro lado, aceptar que no podemos tener certezas absolutas, ni siquiera en torno a nuestras propias ideas o experiencias de Dios me parece clave; ojalá cuestiones como esa pudieran llevarnos a establecer posibilidades de diálogo más efectivo con quienes piensan distinto a uno y hacer posible caminos de relacionamiento y de construcción de verdades comunes, “concertadas”. Empezando por lo que se teje a nivel del gobierno de cada país, sobre leyes y políticas públicas.

Es interesante también el no quedarnos en posturas como la tolerancia que podrían significar convivencias precarias sino el ir a consideraciones mayores de “aceptación del otro” con todas las diferencias que puede suponer, incluyendo a los mismos relativistas o fundamentalistas, sin que ello signifique compartir lógicas excluyentes o ajenas a valores que ayuden a definir posibilidades de una vida buena para todos.

Saber traducir esas orientaciones en instituciones sociales y políticas (también habría que decir económicas y culturales) son caminos que hoy están en juego a todo nivel. Desde nuestros propio sentido común y lenguaje cotidiano. Asumiéndonos como personas realmente dialogales, hacedoras del bien, constructores de sentidos inclusivos.

Guillermo Valera M. (guillovalera@hotmail.com) Sigue leyendo

Psicología, espiritualidad y mis amigos

[Visto: 2622 veces]

º Éste fin de semana (1 al 3 de mayo 2009) tuve sentimientos encontrados por el matrimonio de un amigo y el deceso de otro. Éste último Jesuita, Ángel Palencia. Lo traigo a colación porque me removió muy internamente y me hacía pensar en la relación entre la psicología y la espiritualidad, poniendo en juego lo que Thomas Hart llama como dinámica interna y relacional del ser humano y la profundidad de la experiencia religiosa (El Manantial escondido: la dimensión espiritual de la terapia. Cap. 2 “Psicoterapia y espiritualidad”).

Recordando especialmente al amigo jesuita me hacía descubrir lo mucho que uno puede aprender de un asesor espiritual, junto al hecho de conocer a alguien que tiene la posibilidad de adentrarse al mundo interior de uno, donde la psicología y la espiritualidad han ido muy de la mano. Ya que aprendí mucho de su persona, del sentido de responsabilidad y libertad con el que hay que afrontar la vida, de cómo gustar de la gratuidad del “amor del Señor”, el sentido de la austeridad y la corresponsabilidad económica en todo lo que tenemos entre manos, la integración de nuestros diversos ámbitos de vida en la fe que profesamos, y así un largo conjunto de experiencias que se podría nombrar.

Pero uno descubre que todo lo anterior es un camino largo que hay que seguir y que la religión puede ser una experiencia espiritual que nos ayude también a comprender nuestra dimensión psicológica de manera sana, como podría también ser un impedimento para la salud mental. Más aún si nos hemos formado en un contexto de ciertos miedos o “sentimientos de culpa” que pueden haber condicionado ciertas neurosis desde temprana edad, por ejemplo respecto a la sexualidad.

º No ha dejado de sorprenderme la similitud etimológica de las palabras “terapia” y “salvación” en cuanto arte de sanar, curación, salud. “La salvación es en sí misma curación” (p.35). Así como el hecho de que la meta de tres de las religiones más extendidas (budismo, judaísmo y cristianismo) tengan como pauta común “la liberación del ser humano”, así como sus valores fundamentales de “honestidad, propia aceptación, amabilidad, humildad, tolerancia, esperanza, autocontrol, sencillez, compartir los bienes, ayudar al prójimo, capacidad de perdonar, serenidad, no-violencia, reflexión” (p.36). A ello precisamente también se encamina una terapia, buscando el mayor desarrollo posible de las capacidades personales y de sociabilidad. Qué importante reconocer que una buena terapia o espiritualidad (según sea el caso) tenga que ver principalmente con el “fomentar el bienestar del hombre”, ambas situándose en dimensiones de profundidad y esenciales de nuestras experiencias. Siendo que la espiritualidad esta referida a “la orientación básica de la propia vida, a la relación con los fundamentos más esenciales de la propia existencia” (p.37).

º Es interesante el desarrollo que se puede encontrar en diversos psicoterapeutas (como Carl Jung, Víctor Frankl, Abraham Maslow, Robert Kegan y Gerald May), buscando comprender los lazos entre terapia y el extenso campo de la espiritualidad. En el caso de Carl Jung, aunque nunca perteneció a una Iglesia, le interesaba profundizar en el significado del “Dios aquí, el Dios de la experiencia religiosa, el Dios de la psique”, observando que las grandes religiones en el mundo, serían “los grandes símbolos terapéuticos de la humanidad”. Él reconocía que “Dios actúa en nuestras vidas desde lo más profundo de nuestro ser” (p.39) y que debemos saber vivir en armonía con esa fuerza interior, asumiendo el entrelazamiento que existe entre lo psicológico y lo espiritual.

Víctor Frankl, centra más su Mirada en motivar la búsqueda del sentido de la vida, fundando su escuela de logoterapia. Afirma que el núcleo del ser humano es el espíritu y de que éste “busca sin cesar el sentido fundamental de la existencia”, asumiendo que la autorrealización es la meta del ser humano y que ésta siempre tiene una direccionalidad. Nos sugiere que existe un sentido religioso profundamente arraigado en el inconsciente profundo de toda persona. Por su parte, Abraham Maslow propone una esquematización de la jerarquía de las necesidades humanas, desde las necesidades fisiológicas más básicas hasta las más elevadas de la autorrealización. En ese sentido, una persona sana se distinguiría por su capacidad de “aceptarse, aceptar a los otros y aceptar su realidad” (p.42); con capacidad de gozar de las cosas más sencillas.

Sin embargo, pienso que se sesga al considerar a Dios como una energía, principio o cualidad gestáltica de la totalidad del ser y no como a una persona. R. Kegan comparte que la meta del crecimiento personal y desarrollo humano es la autonomía individual plena; en ese sentido, “una relación sana sólo puede darse entre dos individuos auténticamente independientes” (p.44). En el caso de Gerald May analiza el problema de la adicción en la sociedad actual, sea drogas, sexo, trabajo, dinero, etc. buscando sus raíces espirituales, como deseo de encontrar a Dios; se concibe ello al considerar que una adicción no es otra cosa que un hambre de Dios proyectada en el objeto equivocado (acarrea la pérdida de la voluntad). Llama a cultivar nuestra relación con Dios por medio de la oración.

º Diera la impresión que, a fin de cuentas, todo lo que tenemos entre manos, lo podríamos referir a una cuestión de humanismo. En tanto “actitud o forma de vida centrada en los intereses y valores humanos”. Por lo que toda religión podría ser también humanista, aunque entendiendo que hay humanistas creyentes como no. La clave en todo caso debiera estar en saber perseguir el bien, ya fuera individual o común, sometiéndose a una permanente crítica, diálogo y respeto por los derechos de todos. Todo lo anterior, me deja entre dos preguntas: ¿Cómo hacer para convencernos de que no necesitamos de Dios para promover el ser justos y hacer el bien (saber amar diría también la filósofa Iris Murdock)? Pero también, ¿cómo hacer para que sabiendo obrar el bien, el amor y la justicia, podamos integrarlo a una vivencia de fe religiosa, a un sentido trascendente? Preguntas que podrían empezar a responderse recogiendo esa máxima de Ignacio de Loyola “en todo amar y servir”. Cuestión que me devuelve a mis amigos del inicio, a quienes les ofrezco una vez más un fuerte abrazo.

Guillermo Valera M. (guillovalera@hotmail.com)
Sigue leyendo

Los jefes

[Visto: 1193 veces]

Aunque parezca de poca atención hay términos a los que nos acostumbramos a verbalizar y que hacen referencia a connotaciones que, de otro lado, no estaríamos muy de acuerdo en usar. Quiero referirme a una palabra tan cotidiana como la de “jefe”, la misma que según diccionario hace referencia a varios significados como “Persona que manda o dirige a otras”. “Líder o cabeza de algo”. “Tratamiento cariñoso e informal que se da a alguien”. “Categoría militar superior al grado de capitán”. “Máxima autoridad de un país” (Diccionario Enciclopédico Santillana).

En general creo que a todos nos puede gustar sentirnos “cabeza” de algo o teniendo poder sobre “algo” o alguien/es, por muy pequeño que éste sea como experiencia. Sea este deseado, adquirido o delegado, ejercemos o nos involucramos en diversas instancias que implican dicha situación. Por ejemplo, en todo tipo de organización, el que se establezcan líneas de “mando” y jerarquías; responsabilidades y niveles de responsabilidad, es algo muy normal y necesario.

Mi preocupación viene por el lado de la connotación que trae el término de jefe puesta en el sentido de mando y autoridad, sesgada muchas veces en una lógica autoritaria, antes que el sentido de servicio que debiera tener todo cargo, en escala ascendente mientras mayor es el nivel de responsabilidad. Sin embargo, suele ocurrir que jefe es la persona que está “por encima” y puede imponerse sobre una situación o sobre un conjunto de personas, más allá que tenga o no la razón, por el hecho de ser el “jefe”.

No hay un sentido de construcción de autoridad basada en la persuasión, el diálogo y la capacidad de convencimiento. Más aún, se genera autoridades que muchas veces no se construyen en forma democrática, sujeta al escrutinio y a la evaluación pública. Qué decir si hablamos de entidades privadas como puede ser una asociación un club deportivo o una empresa.

Me pregunto ¿no es mejor aludir a los términos de “director”, “responsable”, “delegado”, “servidor” u otro que comulgue mejor con una lógica menos autoritaria que el que puede deducirse de la calidad de “jefe”? Más aún, cuando el término de jefe establece sinonimia con otro término de tanta ambigüedad como es el de líder o liderazgo. Claro, líder termina involucrando sentido de competencia, de exclusión respecto a los no líderes, dibujando una aspiración de ser parte de quienes “mandan” en un grupo, organismo o entidad de la cual se trate.

En realidad, pese a que los términos no nos van a dar la solución de las cosas o de los problemas que podemos descubrir tras de ellos, creo que requerimos deconstruir muchos términos que pueden traicionar lógicas que, de otro lado, buscamos desechar, viendo las formas mejores de encaminar afirmaciones que nos sitúen más en tono de convivencia horizontal, inclusiva y de mayor equidad.

Lo anterior quiero vincularlo con los proceso de institucionalización que requerimos para construir nuestro país. Donde necesitamos autoridades competentes a todo nivel y con capacidad de hacer que las cosas funciones y, además, lo hagan bien. Necesitamos buenas autoridades que más que hacer prevalecer la dimensión de poder que les toca administrar o hacer sentir el grado de imposición al que pueden llegar, empiecen por hacer funcionar las cosas que tienen entre manos como función y hacer pedagogía de cómo se hacen las cosas para que éstas funcionen. Por ejemplo, un parlamentario, no sólo debiera promover leyes necesarias y adecuadas a la realidad que corresponde sino hacer pedagogía con la población de cómo se recoge su opinión, como se sopesa los intereses en juego, como se ayuda a los que pueden ser más perjudicados en algo, etc. Un alcalde ¿cómo toma sus decisiones de Consejo? ¿Sólo él, sólo con sus regidores, con qué mecanismos participativos?

En nada de esto queremos desmerecer el sentido de representación que puede estar en juego en cargos públicos electos, muy distintos de funciones que se contratan bajo otros medios. No obstante, ¿no debemos establecer criterios que garanticen el sentido de servicio de cada responsabilidad por encima de la capacidad de poder que pueda contener esta? Y, además, darle un sentido pedagógico y de comunicación adecuada a cada caso. Son primeras aproximaciones a un tema que hay que profundizar.

Guillermo Valera M. (guillovalera@hotmail.com)

Sigue leyendo

¿Postcristianismo?

[Visto: 2002 veces]

Leyendo el artículo de Vicente Santuc “Postcristianismo: ¿Es posible ser cristiano bajo el paradigma del pluralismo religioso?” nos parece que la pregunta que plantea es clave en tanto no sólo nos remite a cómo vivir nuestro cristianismo en tiempos actuales si no el cómo hacerlo teniendo en cuenta al otro (el de otras religiones y culturas), encaminando un diálogo interreligioso.

Pareciera que cada vez más estamos yendo a superar las lógicas excluyentes de cómo se vivieron las experiencias religiosas de toda religión en el mundo, demasiado enclaustrada y mesiánica respecto a sus propias posibilidades. Lógica a la cual debía subordinarse a todo y todas las religiones existentes.

Estamos tomando conciencia de que no es suficiente ser tolerante con las demás religiones. Es preciso que todos aceptemos a cada religión como mediación legítima de Dios en su propio contexto singular, cultural y geográfico. En ese sentido, Santuc nos invita a “salir de la religión”, reconociendo “a todo cuerpo como habitado por el Espíritu” y dedicarnos a una “tarea de humanización”, reconociendo las diferencias. Encaminados en una lógica de la hierodiversidad (diversidad religiosa), asumiendo que lo “nuclear en toda la religión es posibilitar la experiencia y apertura a lo totalmente otro”. Reconociendo que, por ejemplo, el cristianismo es una tradición religiosa entre otras.

Es por tanto clave ir a una purificación de la memoria, del lenguaje y del conocimiento teológico, superando las “verdades de la singularidad cristiana”. Al respecto, nos plantea 8 ideas en los que se han planteado desplazamientos de sentido bajo el nuevo paradigma que se vislumbra: el “reino de Dios” (donde Jesucristo ni la Iglesia Católica pueden imponerse como la única o más importante mediación de Dios); la “revelación” (entendiendo que ella acontece en todas las religiones); la “misión” (no se trata tanto de “convertir” sino de profundizar en cada religión y aprender de todas ellas); la “experiencia como espacio religioso” (redescubrir a Dios en el otro y en la experiencia espiritual de cada quien); las “religiones son fragmentos” (incitar a todos a respetar el presente y la paternidad de Dios); la “relación con la naturaleza” (recuperar nuestra humanidad primera inserta en la naturaleza); ser factor de “experiencia radical” (construir el proyecto humano por aproximaciones, antes que producir verdades o conceptos); y el sentido de “pertenencia a una religión” (ninguna puede pretender agotar el misterio del cual se ocupa).

Frente a lo anterior Santuc nos sugiere algunas pautas de vida para todo cristiano atento y dispuesto a esa lógica del pluralismo: actitud ecuménica, vivir la fragmentación con actitud positiva, respeto por la singularidad de cada experiencia religiosa y actitud humilde respecto a nuestra condición de Iglesia “salvadora”; saber dar testimonio, individual y comunitariamente, transparentando de la mejor manera la presencia de Dios en nuestras vidas; vida comunitaria como un elemento clave de nuestra experiencia religiosa, convencidos de que su “amor se cumple en nosotros cuando nos amamos los unos a los otros”.

Es interesante la discusión que se plantea respecto a la diversidad religiosa y su ubicación en el mundo post moderno que vivimos de post cristianismo (¿podríamos decir de post religión?). En realidad, estando ante un profundo cambio de paradigmas (de cambio epocal), es importante dejarnos interpelar por los nuevos tiempos que nos toca vivir. Sin detenernos demasiado en “pedir permiso” por los cuestionamientos necesarios que tenemos ya encima y que requerimos procesar.

Nunca ha sido más cierto eso de saber discernir los signos de los tiempos en los tiempos actuales; no se agotaron en Vaticano II ni ocurrirá tampoco en el diálogo interreligioso que de a pocos empieza a construirse, con signos de apertura y horizontes que es fundamental encaminar.

Sin embargo, qué difícil puede resultar renunciar a tener la verdad absoluta, más aún si la consideramos que viene de Dios y hay quienes consideran tener la potestad (autoridad) de interpretarla correctamente y establecer una normatividad alrededor de ella (catecismo, principios, etc.). Pero que elemental nos tendrá que resultar convencernos de que la verdad no es excluyente (ni puede serla), ni inmutable (salvo quizás desde determinados “esencialismos”), ni dictada, etc., etc.

Creo que si convenimos que el diálogo es factor clave para la convivencia humana, la verdad no puede menos que someterse a dicho proceso, incluida la verdad religiosa. Por más que nos parezca (y yo desde mi fe lo creo) que Cristo es el “único” hijo de Dios, a éstas alturas quizás ni él mismo lo suscribiría. Es más, tendríamos que tener la capacidad de saber aceptar la hipótesis (aunque sea sólo una hipótesis) de que sólo se tratara de un gran profeta y nada más, como dicen por ejemplo los judíos de Jesús.

Es cierto que desde nuestra fe eso podría pasar por ser un disparate, pero ya no podemos encerrarnos en nuestras propias verdades por más verdaderas que las asumamos si queremos ser, entre otras cosas, inclusivos y constructores de argumentos que nos abarquen cada vez más a todos antes que lo contrario. Lo cual no tendría por qué significar renuncia a la propia identidad pero si el esfuerzo de dejarnos abarcar desde los argumentos y la convergencia de criterios más razonables y meditados posibles.

Es más, lo principal seguro estará en cómo nos enrriquecemos unas religiones de otras profundizando y radicalizando la propia vivencia de fe y espiritualidad. Sigue leyendo