El tema de la defensa de la vida es un asunto que debiera convertirse en “no negociable” en prácticamente ningún caso, puesto que la vida humana debe estar por encima de toda otra cuestión. Tanto en el inicio de la vida que se establece en la unión del espermatozoide con el óvulo en el vientre materno (u otras formas que se empiezan a dar); siguiendo por la maternidad de los nueve meses promedio que supone el embarazo y el nacimiento; la niñez y todas las etapas de crecimiento y desarrollo que supone en una persona hacer todo un ciclo de vida hasta llegar a la vejez; la vejez misma en todas sus tonalidades, hasta llegar a la muerte que pueda corresponder.
Por principio, nadie que habite nuestro mundo debiera tener que morir por causas que no estén en manos de todos el controlar, regular, garantizar. Efectivamente, desde el primer momento en que un ser humano es engendrado. Es cierto que el valor de la vida humana se ha tendido normalmente a relativizar por distintos factores, muchas veces por cuestiones culturales, por ignorancia o el propio grado de conocimiento que se había alcanzado en su momento.
Bastaría señalar que en nuestra América, cuando fue visitada por los europeos de distinto origen, consideraban que aquel que no tuviera alma no debiera ser considerado persona; personajes como Bartolomé de las Casas abogaron por la población indígena local y lograron que entrara dentro de la categoría de personas. Aunque la población negra que se trajo del África no corrió la misma suerte y se le esclavizó y maltrató como si no fueran personas. Cuestiones culturales de entonces
Hoy en el mundo se muere de hambre mucha gente inocente y normalmente se ha tendido a justificar como “costo social” el que ello suceda, pese a que tenemos condiciones para que toda la población mundial pudiera satisfacer sus necesidades básicas de alimento y salud, además de acceder a una vivienda y educación digna. Pero la lógica del funcionamiento de la economía centrada en la riqueza de unos pocos y la distribución injusta de la riqueza existente no lo permite. Preferimos creer de que ello forma parte de una lógica natural que no se puede transgredir.
Si esas que son personas físicamente más visibles y que los medios de comunicación social nos la hacen ver en pantalla cotidianamente, no se toman muchas veces en cuenta, puede resultar para algunos sectores más difícil aceptar que seres humanos que recién inician su proceso en el útero de una madre, puede tener valor el ser consideradas como tales. Incluso no siempre, a lo largo de la historia, se tuvo claro cuándo podía determinarse que la unión sexual (y la de un espermatozoide con el óvulo respectivo) daba lugar y era considerable un ser humano; simplemente se daban las cosas y se afrontaban, con mayor o menor valor sobre esos indefensos que empezaban a crecer.
Sin embargo, cada vez se toma mayor conciencia del valor de la vida humana en todas sus etapas y va gestándose la necesidad de que las políticas públicas se ordenen alrededor de garantizar la misma en todos sus momentos y consecuencias. Una de ellas es en el tema de la concepción y los problemas sociales que puede plantearse tanto en situaciones que se pone en riesgo la vida de la madre, la malformación del futuro ser viviente, como la de situaciones traumáticas de violaciones o concepciones no deseadas.
Aunque no hay cálculos muy claros, se aproxima la existencia de más de 350 mil abortos al año en nuestro país, cuestión que es realmente indiciario de la ignorancia que reina en considerar que son vidas humanas las que se están eliminando. ¿Cómo se puede llegar a establecerse una mayor conciencia al respecto? ¿Cómo hacer para que el tema no se sitúe sólo ni principalmente en una suerte de conciencia de culpa moralista y se generen juicios de valor condenatorios a priori? ¿Cómo establecer un sentido de mayor compromiso sobre el problema y la búsqueda de soluciones que no se agotan en el corto o mediano plazo? Es compleja la situación pero tiene que vertebrarse de forma integral, respondiendo a las diversas situaciones que ella comprende y las distintas situaciones de vida en que ella se plantea.
Siendo un tema que levanta distintas sensibilidades, diera la impresión que sólo el término aborto causara una repulsión a muchos sectores y se tratara de absolutizar cualquier caso que del tema se tenga que discutir, pasando por alto sus distintas situaciones. A propósito del último debate público realizado sobre el tema, felizmente no se ha estado discutiendo en general si se está a favor o en contra del aborto. Puesto así en general, creo que nadie debiera pronunciarse a favor, salvo reducidos sectores que pueden confundir derechos propios con la trasgresión de los ajenos (y el valor que también tienen éstos, por más insignificante que sea el ser humano del cual tratemos).
Sin embargo, lo que se ha venido buscando regularizar como política pública son casos especiales, en los cuales sólo los temas de aborto quirúrgico y eugenésico debieran hoy por hoy ser contemplados y, con las mediaciones pertinentes, ser considerados. El problema es cómo somos también consecuentes como sociedad y Estado para crear condiciones de vida adecuados a todos los seres humanos que les corresponda venir al mundo, además de establecer las condiciones educativas y de salud que orienten la mejor forma de encaminar las relaciones sociales, afectivas y sexuales entre las personas de manera más adecuada y responsable.
Dicho lo anterior, no debemos perder de vista que no se resuelve de la noche a la mañana el número de abortos que se han venido dando cada año (y que segura y lamentablemente continuarán). Me pregunto, ¿es posible generar campañas que permitan tomar decisiones diferentes a las potenciales madres? Ojo que es un tema que atraviesa a todos los estratos sociales. ¿Es posible ampliar centros de atención a madres gestantes con dificultades reales para hacerse de una criatura y que puedan hacerse cargo de la misma si la madre no pudiera asumirlo?
Desde la Iglesia ¿es posible construir actitudes más integrales que permitan facilitar el uso de métodos anticonceptivos, ya que el propio uso del condón se suele poner en cuestión? ¿Qué la gente sintonice también fe y vida desde la propia dimensión sexual que le toca vivir como pareja y familia? ¿Cómo es posible ayudar de mejor manera a evitar concepciones indebidas? Creo que, más que juzgar y culpabilizar a las personas que pudieran haber caído en situaciones de aborto, se tendría que prevenir y orientar mejor para ayudar a que las condiciones de vida y educabilidad mejoren para todos con más urgencia.
Entre otras cosas, haciendo conscientes (y porque somos conscientes) de que Dios esta presente (y de manera gratuita) en todas las formas de vida en el mundo, pero de manera especial en cada persona humana. Y con ese mismo sentido de gratitud y entrega debemos aprender a vivir desde la situación concreta que nos ha tocado a cada uno, especialmente en solidaridad con el más desfavorecido y pobre. Que la defensa de la vida sea lo que ordene todo lo que pensamos y construimos en nuestro mundo para todos los seres humanos y en todas sus etapas de vida. Traducirlo en compromiso de todos los sectores sociales y en políticas públicas es parte de los desafíos.
Guillermo Valera M.
1 de noviembre 2009