Aprender a ser plurales como Iglesia

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Es significativo identificar distintas experiencias válidas de vivencia comunitaria religiosa que nos permiten ver los distintos caminos que puede haber en la búsqueda de cultivar la fe, de vivir lo trascendente y de compartir relaciones humanas profundas. Con énfasis diversos, estableciendo pautas de aproximación que nos hacen ver de cualquier manera que la fe es una experiencia que necesitamos vivirla en forma compartida y vinculada con la realidad del “otro”.

A propósito del capítulo XVII (“Otros tipos de Pluralismo Católico”) del libro de Manuel Marzal “Tierra encantada. Tratado de antropología religiosa de América Latina”, se sitúa 4 experiencias de comunidad que han marcado nuestra plural iglesia de distintos modos: Comunidades Eclesiales de Base – CEB; carismáticos; católicos seculares; y los llamados “nuevos movimientos eclesiales”.

Todos ellos se identifican como nacidos alrededor de la experiencia honda que significó para nuestra Iglesia Vaticano II, donde una característica será la manera cómo destaca el nuevo papel de los laicos en la iglesia. En especial, las conferencias del CELAM que se dieron en Latinoamérica (Medellín y Puebla), pondrán atención a una pastoral más vinculada a los pobres; inspiran y alimentan experiencias de CEBs., ayudando a dar forma a una iglesia más “pueblo de Dios”; a ser mejor factor de esperanza y compromiso diverso; articulando mejor vida religiosa con lo social. Muchos desafíos se desprenderán de ese caminar como es la inculturación, el diálogo inter religioso, el ecumenismo y el pluralismo, el sentido de lo laical, el compromiso político, entre otros.

En los carismáticos es interesante la atención puesta al tiempo de Pentecostés y la renovación que ella nos trae como gracia que podemos descubrir de manera más ordinaria y cotidiana. El poder del Espíritu Santo para sanar y manifestar su poder a través de la oración.

Los católicos seculares tienen un tinte más intelectual y algunos lo miran como el “catolicismo del futuro”, considerando que el ser humano ha llegado a su fase de “autonomía adulta”, subrayando la importancia de la decisión personal, la fidelidad a sí mismo y la necesidad de una autonomía cada vez mayor. En algunos casos también significa la pérdida de fe en la institucionalidad eclesial.

La aparición de los nuevos movimientos eclesiales es un hecho complejo, con influencias más post modernas; buscan poner mayor énfasis a una experiencia religiosa más de carácter personal; se da como un fenómeno paralelo al de nuevas iglesias, sectas y grupos de reavivamiento espiritual. Se reconoce en el movimiento Neocatecumenal un esfuerzo importante de formación religiosa, con especial atención a la resurrección de Jesús.

De acuerdo a lo anterior, vemos que algunos caminos establecen sentidos de compromisos más activos y directos sobre los problemas urgentes sobre los que nos interpela la vida y otros pueden quedarse en construcciones más místicas. Sin embargo, no deja de ser significativo y clave que exista una pauta de oración y relación con Dios Padre que ayude a anidar una conciencia y vida de fe más amplia al propio individuo que hace la experiencia. Me refiero al valor que tiene la vivencia de la fe en comunidad. En ese sentido, rescato en general todas las formas de vivencia comunitaria que significan un sentido más rico de espiritualidad a una estrictamente “individual”.

De lo presentado, en particular, me identifico más de cerca con las experiencias de las Comunidades Eclesiales de Base – CEB, por lo que han significado históricamente en varios países, en particular el Brasil. Pero también porque sé muy de cerca la riqueza que ellas pueden encerrar cuando se logran articular y mantener una continuidad de formación, acompañamiento y celebración encarnada. Me refiero con ello a la experiencia que conocí de cerca en la red de catequistas del Vicariato de Jaén, en especial lo concerniente a la Provincia de San Ignacio donde trabajé 3 años hace un tiempo atrás (1982-85) y que continúa muy activa en la actualidad. Allí pude aprender a admirar cómo una red de catequistas rurales podía mantener viva una comunidad de fe más amplia en los diversos caseríos a donde los sacerdotes llegaban 1 ó 2 veces por año. Con los catequistas se organizaba a la comunidad y no sólo con fines religiosos sino cívicos, buscando atender temas locales de desarrollo y de atención a los que eran más necesitados entre todos.

De otro lado, no deja de ser interesante la existencia de otros grupos en cuanto a posibilidad de riqueza de diálogo y de pluralismo, lo cual debiera ayudarnos a enriquecer las diversas formas de ser iglesia y de cómo construir el reinado de Dios entre nosotros y para todos (¿No nos falta ser más ecuménicos en uestra propia Iglesia Católica?). Lamentablemente las cosas no suelen procesarse de esta forma. Todo ello pueden ser tomados como desafíos interesantes para las Comunidades de Vida Cristiana – CVX y para la Mesa de Movimientos Laicales.

Guillermo Valera Moreno
24 de octubre de 2009

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