Alguna de las cosas que uno aprende trabajando con los jesuitas son algunas de sus máximas, especialmente cuando ellas nos dicen mucho del trabajo que realizan o en el cual uno está involucrado o llamado a aportar. Por cierto, ellos normalmente hará referencia a asuntos que están recogidos en los ejercicios espirituales de San Ignacio, pequeño gran aporte a la iglesia en su tiempo y muy actual en cada tiempo.
Por ejemplo, “salvar la preposición del prójimo” es un tema que podría no entenderse a primera escucha. Sin embargo hace referencia a la buena fe que debemos tener con las personas, por más desconfianza que ellas nos generen. Se podría decir, no actuar con prejuicios respecto a nadie o confiar siempre en las personas. Lo cual no significa caer en ingenuidades de ningún tipo pero sí, poner por delante a la persona, sin desmerecerla injustificadamente, menos, inmerecidamente.
En las labores que cada uno realiza se puede encontrar diversos y sucesivos motivos para desconfiar rápidamente de alguien. Hasta por la forma que habla o cómo me cae de primera impresión. Y tanto para ello como para razones más complejas (cumplimiento de tareas, procedimientos, funciones y un largo etcétera). Qué importante puede ser confiar en la buena fe de las personas e hilar intereses comunes en base a ello.
En un mundo tan individualista como el que vivimos eso puede parecer innecesario o contraproducente, al punto de pretender que mejor máxima sería “piensa mal y acertarás”. Por cierto, dependerá en qué medio nos movemos, contexto, personas, etc. Al punto que será bueno tener en cuenta un sano equilibrio entre diversos criterios. Pero donde siempre la persona sea lo principal que cuente.
A lo anterior habrá que acompañar el saber “poner los medios adecuados para conseguir el fin que se propone”. De lo contrario siempre se merodeará las buenas intenciones sin ir más allá y alcanzar las metas previstas. Por eso, hay que saber plantearse medios que nos conduzcan al fin, teniendo en cuenta, de otro lado, que “el fin no justifica los medios” pero requerimos de medios adecuados para aproximarnos a éste. En ello, cada caso tendrá que discernirse en su propósito, para establecer lo justo en su contexto. Por ejemplo, quiero saber sobre el tema de “género” pero si no indago o estudio adecuadamente al respecto, difícilmente podré enterarme del mismo y menos podré sustentar una respuesta que se me haga del tema.
“Ser prestos y diligentes en todas nuestras labores”, podría ser una máxima muy bonita para el sector público, donde las cosas tienden a hacerse normalmente burocráticas y los servicios lentos, aunque dependiendo de cada ámbito a su interior (en algunos casos se ha avanzado de manera interesante). Pero, en general, salir de nuestras perezas de todo tipo, para estar atentos a acceder lo que corresponda y proceder sin condiciones, sería algo grande. Más aún, tomando el tiempo y medios necesarios para concretarlo.
Supone actitud, supone disponibilidad, supone confianza, supone libertad… varios elementos para sentirnos que obramos lo que corresponde porque lo que yo deseo hacer corresponde con lo que aspiran quienes me rodean y tengo la felicidad de encaminarlo. Pero la realidad nunca se presenta tan así y, como en todo, supone estar atentos y ejercitarse en ello. Interviene la capacidad de pequeños concertadores que hay en cada uno sobre las diversas pequeñas decisiones que vamos tomando a cada rato en relación con quienes me rodean y, así, tantos elementos sobre los cuales vamos cultivando la manera de tomar en cuenta “al otro”, “al medio”, “al contexto”…
Algo parecido pero más profundo es la máxima de “en todo amar y servir”, lo cual no es otra cosa que reconocer que somos realmente felices cuando amamos y servimos a quienes nos rodean y, extensivamente, a todos/as quienes son como nosotros y son diferentes a nosotros; tiene que ver con lo humano y lo que es diferente a ello; con todo lo que pone en juego la creación de la que somos parte cada uno, sin lugar a dudas.
Sin embargo, nos cuesta amar y servir porque lo que nos gusta sobretodo es que nos amen y nos sirvan, sin tener que dar nada a cambio o que pueda estar en mi capacidad de compra, como cualquier bien de uso o consumo. Y la clave está casi en lo contrario, en saber amar y servir sin esperar nada a cambio. Ello a todo nivel. Nos hace mejores compañeros, nos hace mejores hermanos, nos hace mejores familias o vecinos, nos hace mejores personas.
En la vida se trata de crecer como personas, de madurar como personas y de realizarnos como personas. Lo mencionado resume algunas certidumbres en clave ignaciana. Como creyente no puedo dejar de mencionar una más, aquella de “hacer todo para mayor gloria de Dios”. No porque sea Dios “indispensable” en mi vida. Más bien, porque nada de lo mencionado tiene razón de ser sin Dios, porque es expresión de todo lo nombrado y allí cobra su cabal sentido.
Sin embargo, tampoco significa que no sea válido para los que no accedan (por el motivo que sea) a una creencia en Dios. En el fondo podría confesarles que sentirse identificados con hacer de la vida una “vida buena” y tomando los caminos que cada uno crea a conciencia para ello, nos darán una aproximación a Dios y a las personas, de la cual, más tarde que nunca, se dibujará en la conciencia de cada uno.
A la luz de ello, y seguramente otros varios criterios, cada uno sabrá descubrir lo que es importante para su vida.
Guillermo Valera Moreno
29 de enero de 2012
Querido Guillermo:
Muy buen mensaje el que nos presentas hoy. Claramente se nota que sabes "poner el amor más en obras que en palabras". Un fuerte abrazo desde Ecuador y te animo a seguir compartiendo con nosotros tus reflexiones, "un fuego que enciende otros fuegos".
Estimado Francisco, gracias por tu comentario, me alegra que pueda inspirar a otros con lo que escribo y me motiva a seguir escribiendo sobre temas diversos… un abrazo a tí y toda la CVX de Ecuador