La educación religiosa de los hijos

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Puede parecer una tarea poco abordada o cada vez menos importante el hablar de religión a los hijos/as. Sobretodo si lo vinculamos con el sentido que muchas veces tiene en los colegios de catequizar e inculcar una religión como creencia. Pero educar religiosamente a los niños no debiera significar sólo hablar de Dios o de prácticas doctrinales o de catecismo. Ante todo debiera significar el cómo ayudamos a nuestros hijos a situarse en la vida y hallar sentido a su crecimiento y desarrollo como personas.

Desde pequeños un niño o una niña tiene que aprender a descubrir y amar la vida de manera gratificante e integradora de su ser, la misma que normalmente se va a apoyar en el modelo de los padres o de quienes son las personas más cercanas al menor. De allí que el ejemplo de vida que puedan aportar éstas personas (especialmente los papás) es clave para el crecimiento y sentido de vida de ellos.

Saber distinguir entre el bien y el mal de manera sencilla; crecer en el amor; afirmarse en la orientación hacia el bien como propósito de vida; cultivar la verdad como cual luz que ilumina nuestro andar; y varios aspectos más… Todos ellos, serán mejor posibilitados si se aprenden a través de la vida de las personas más cercanas. No decimos necesariamente los padres directos, porque en nuestro mundo actual, donde se dan muchos casos de separaciones diversas o familias rotas, tenemos que contar con ese y otros aspectos no tan positivos como datos de la realidad y con los cuales tenemos que saber convivir y construir.

Es muy necesaria la comunicación en el hogar para poder entenderse y compartir con todos los integrantes de la familia. De todas las formas posibles que permita sentirse cada uno parte de los otros y del conjunto, así como que se es parte importante para los otros y se cuenta para el conjunto. Aún así, desde los contextos patriarcales y machistas de los que somos herederos, tenemos mucha dificultad para sintonizar en ambientes donde no prime expresiones autoritarias y de división del trabajo familiar con roles muy todavía marcados entre varones y mujeres.

Como fuera, nos parece necesario que en la familia no se pierda el sentido de lo que corresponde como educación religiosa de los hijos, sin pensar que ello es tarea que ya se cumple en el colegio o la parroquia local, porque ello puede ser un engaño muy grande. Más aún, cuando los cursos de religión pueden resultar repetitivos y con poca significancia para los chicos/as, si es que no resultan cursos de relleno para completar las horas de los profesores, sin darle la importancia necesaria; más aún, si no se trata de un colegio religioso. O, de otro lado, puede haber poca relación con la parroquia local o ninguna.

El tema es que, aún habiendo una buena orientación religiosa en otras instancias, los padres de familia debemos de hallarle importancia cualitativa a la educación religiosa de nuestros hijos (o de los niños en general), en cuanto creación de sentidos adecuados y debidamente fundamentados sobre la vida y lo que pueden descubrir como vocación en ella, pensando en ayudarles a ese descubrimiento y desarrollo de su propia vocación. Podemos estar más o menos preparados pero nadie se debiera exceptuar de ayudar a caminar a otro y de aprender a dirigirse hacia un norte determinado.

Guillermo Valera Moreno
17 enero 2010

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