Lo religioso como sentido permanente en nuestra experiencia

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El fenómeno religioso nos sitúa en aspectos y preguntas sobre lo que, normalmente, está más allá de la experiencia inmediata de las personas, sobre lo que ayuda a explicar el sentido de su existencia y la reflexión sobre lo que acontece a su alrededor. En nuestra evolución histórica se podría decir que hemos vivido, en general, un desplazamiento de tener como centro a lo divino para pasar a tener como centro a la persona humana

Tener como centro lo divino, tendió a situarse desde la explicación de fenómenos naturales más elementales hasta situaciones más complejas de supervivencia y su interacción con otros grupos o pueblos, lo que muchas veces se tradujo en una experiencia de Dios “tapahuecos” o buscando situar una idea de lo que podía ser lo sobrenatural y explicaciones en torno a lo que pudiera demostrar, con pruebas o argumentos lógicos diversos, la existencia de Dios. En ese sentido, la cuestión clave de Dios, fue caracterizada como lo absoluto, lo inconmensurable, lo inefable. Bien sería resumida por San Anselmo (prueba ontológica) en esa frase que aproxima a Dios como “aquello mayor que lo cual nada puede pensarse”. San Agustín hablará de pruebas existenciales y Santo Tomás de pruebas cosmológicas y teleológicas.

De todos modos, se trató de hacer de Dios un objeto de indagación que permitiera dar respuestas al origen de los pueblos y los derroteros a los que estaban llamados, muy centrados en ritos, preceptos y manera de organizarse para vivir. Dios se sitúa como un algo o alguien externo al mundo y a las personas que busca marcar una pauta o pautas de convivencia y de creencias.

La manera de interpretarse siempre estuvo sujeto a mediaciones culturales desde las cuales se procesaron dichas experiencias, donde la propia vivencia de quienes administraron los sistemas de creencias correspondientes condujo a establecer los límites de lo sagrado y de quiénes se establecían dentro de ellos y los que no. Hoy se reconoce que ello ha sido (y lo continúa siendo) factor de violencia y desmesura en la manera de abordar el factor religioso. Amenaza latente incluso de fundamentalismos que han derivado en situaciones de conflicto y guerra, para algunos planteada como confrontación entre “civilizaciones”.

La reacción a que conduce y el paso a tener como centro a la persona humana (y ya no lo “divino”) va a replantear también las imágenes de Dios preexistentes. Se irá por la ruta de averiguar por los orígenes de la religión y explicación sobre el por qué de las creencias religiosas. Por qué tendieron a constituirse en moral normativa y a castrar muchas veces la vida y la libertad del individuo; a generar una institucionalidad signada más por los dogmas y los ritos, o en entender al pie de la letra las experiencias de Dios reveladas históricamente en los llamados libros sagrados (Torah, Biblia, Corán, etc.), entre varios aspectos. Conduce a diversos replanteamientos sobre cómo debemos abordar lo religioso con un sentido integrador, desde la profundidad de la vida, asumiéndola con plenitud y dándole sentido de profundidad (p.e., Tillich) en la vida de las personas.

Es resaltable lo planteado en el siglo XIX por Feuerbach en su identificación de la conciencia (nos distingue de los animales) y la proyección que hace el hombre de Dios como figura de sí mismo (pensar la esencia humana y autoconocerse), en tanto abrirá cauces de un tratamiento de nuevas significaciones que se corresponderán también con aproximaciones que se harán desde Marx, Nietzche y Freud. Con ellos, aunque prescinden de Dios, se va a recuperar un sentido más personal de la fe (dimensión subjetiva), una lógica más relacional (de cómo ella se puede ubicar en el crecimiento de las personas y de la sociedad), cuestionando también desde la ciencia una mirada más autónoma de las posibilidades de realización de las personas.

Una importante cuestión, a mi modo de ver, será cómo retomar un sentido de lo religioso en la vida de las personas más allá de su asunción como sentido de costumbre cultural y de campo normativo en la sociedad. Para plantearse como sentido constitutivo de toda persona más allá de la religión que ésta abrace o se plantee en términos de ritos religiosos propiamente dichos. Toda persona tiene impulso a lo trascendente. Pero, más que demostrar la existencia de un Dios como válido, la cosa se plantea más en cómo se hace posible que nos realicemos todos como personas, con un sentido digno reconocido como válido para todas las personas

El sentido de Dios se propenderá a reconocer desde su propia inserción en el mundo y en la historia, en su semejanza con el ser humano, en su compromiso con el destino del propio hombre, llamado a construir una realidad de mundo habitable, con sentido de servicio entre unos y otros y con capacidad de abrirnos a la felicidad a todos los hombres.

Guillermo Valera Moreno
(Procesado para un curso en la UARM, Filosofía de la Religión, con el profesor Rafael Fernández Hart sj)

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