En la naturaleza uno se encuentra con tan diversas especies que algunas ya no llaman incluso la atención. Ver un perro o un gato es común en una ciudad. Gallinas, patos o cuyes no tanto, es más propio de una zona rural. Ver árboles o plantas diversas puede ser aplicable a lo rural y urbano si en una ciudad tenemos parques, calles o jardines que los cultivan con cierta vocación por el “verde” o porque es muy ornamental, tradicional en algunos casos. Saber el nombre de las plantas puede marcar la diferencia. Alguien de una zona rural tiene más versatilidad en ello, salvo que se trate de un jardinero o botánico.
En fin no es necesario seguir con las comparaciones. Pasa que hay un pajarillo que me resulta de lo más hermoso por diversas razones, Hablo del “petirrojo” o “cardenal”. Petirrojo porque tiene el pecho rojo, un rojo intenso que se combina con unas alas negras; más o menos como es la vestidura formal de un Cardenal, aunque en el Perú los vemos poco (es decir, a los cardenales de la Iglesia) o pueden no transmitirnos imágenes tan agradables. El hecho es que se trata de un pajarillo muy agraciado.
En la ciudad de Lima son algo comunes y se dejan de ver con cierta frecuencia, especialmente en las zonas donde hay cierta vegetación. Son de especial compañía cuando me toca tener alguna reunión en las afueras de Lima y alrededores, donde suelen ser más frecuentes y garbosos. Para mí es como encontrarme con alguien especial. Más de una vez he dicho que son como el “Espíritu Santo”, por lo imprevisibles de su presencia y forma brusca de desaparecer, al menos en apariencia, porque siempre están por ahí no más, aunque no se dejen ver.
Cuando uno descubre uno si es muy o altamente probable que lo vuelva a encontrar nuevamente en el mismo lugar o zona muy cercana (hablo de los árboles del entorno inmediato). Será porque cerca tienen su nido o “casa” y ya se hacen a un radio de acción determinado. Normalmente el m acho es el más vistoso en sus colores; la hembra suele ser más tenue en el rojo (casi como despintada). De allí que el macho tiende a lucirse y a estar en lugares muy vistosos.
Casi como si quisiera ser visto y apreciado. Cuando se percata que lo ven hasta parece que se estira un poco más, da vueltitas sobre si, se exhibe… Quien lo dijera. Le gusta ser admirado. Sin embargo, más allá de la vanidad de éste pajarillo, si la tiene, es un animalito hermoso y me llena el alma cuando lo veo y puedo apreciar por algún ratillo, normalmente no muy largo. Ellos mismos se aburren y se van brincando de árbol en árbol o en algún cordel o alambre, siempre en el lugar más visible posible.
La hermosura de éste animalillo me ha hecho caer en la cuenta de otra hermosura, de Nila, mi querida esposa. De pronto, cada vez que veo a un petirrojo, últimamente, inmediatamente me acuerdo de Nila, sobre qué estará haciendo, lo bella que ella también es como persona y lo mucho que he ido aprendiendo a quererla a lo largo de los años que llevamos juntos. Ella es fina también como un pajarillo, aunque único, sólo yo la puedo ver “volar”, yo sólo la he visto hacer sus “nidos”, para cuando tuvieron que nacer nuestros dos hijos. Tengo casi siempre el gusto de tocar su piquillo y acariciar su suave cabecita.
Creo que si tuviera alas yo habría aprendido a volar no sólo en mi imaginación; no sólo en helicóptero o avión. Ella es parte de la naturaleza que acompaña vivamente mi vida y ya me resultaría muy difícil de entender sin su presencia.
Guillermo Valera Moreno
Lima, 14 de agosto de 2016