Archivo por meses: septiembre 2014

Intentar ir “más allá”

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Puede decirse que las elecciones regionales y municipales del próximo 5 de octubre resultaron ser bastante monótonas, especialmente en Lima, donde vota alrededor de un 40% del electorado nacional. Casi resultaron como se dice “más de lo mismo”. Pasa que en Lima hemos tenido una intención de voto incólume de más del 50% por el candidato Castañeda de Solidaridad Nacional (SN), otrora parte del grupo de gestores políticos que contribuyeron a la caída del Fujimorismo y la mafia organizada para robar, traficar drogas y armas y todo lo deleznable que puede imaginarse en un grupo político venal y sátrapa.

Felizmente, buena parte de esa mafia está en la cárcel (sobre todo sus cabecillas), aunque algunos remanentes siguieron libres y operando a su gusto. Casos como el del escándalo López Meneses es sólo un caso de cómo se puede seguir haciendo uso del poder sin poseerlo directamente. ¿Qué se esconde detrás de ese caso como de otros que se han hecho públicos por acción del chuponeo telefónico? ¿Cómo se vinculan esas redes con las de asesinos a sueldo y sicariato político que matan a líderes políticos (por ahora regionales o muy locales) si obstruyen sus planes? No está muy claro aunque lo que sí es bastante evidente son los vínculos y propensión a reproducirse de esas y nuevas mafias cuando el Estado no actúa y no se cuenta con una sociedad civil o con partidos políticos que den un mayor sostén a nuestra aún débil democracia.

Si algo importante emergió como agenda en el proceso electoral en curso ha sido la preocupación en torno a la corrupción y el envilecimiento que genera en muy diversas instancias de la sociedad y el Estado. Al punto que haya una mayoría (al menos en Lima, aparentemente la población más informada y con acceso a mayores y diversos recursos culturales) donde no importa que un candidato pueda robar en su gestión si realiza algunas obras para el común, para el populacho.

Aunque más se ha identificado con ello al señor Castañeda de SN, no es por cierto el único que calza con dicho “mote” o rasgo. Por cierto, durante sus dos gestiones anteriores en el municipio limeño hizo algunas obras significativas que no se pueden diluir, tales como encaminar el Metropolitano como medio de transporte masivo más moderno; los hospitales de Solidaridad; infinidad de escaleras en zonas populares (para subir / bajar los cerros que abundan en muchas zonas y alrededores de nuestra capital). Seguramente otras más. Si tuviéramos que comparar, Susana Villarán (actual alcaldesa de Lima que va por la reelección), puede sin equivocarse afirmar que ha hecho inversiones bastante superiores al último gobierno de Castañeda.

Sin embargo, al parecer, la población se cansó de ella. El grave desgaste que supuso la campaña por la revocatoria en su contra hace año y medio no le permitió emerger con toda la fuerza que podría haber sustentado de mejor manera todos sus esfuerzos en la comuna limeña. En éste caso, con la imagen no muy común de haber hecho una gestión honesta. Hizo obras y no robó. Pero la gente no siente que haya hecho mucho. Seguramente las reformas más intrincadas de su gobierno, como fueron el cierre del mercado mayorista de la Parada y su reubicación definitiva, así como la reforma del transporte (además de varias obras de cemento en su haber), siendo necesarias y aceptadas, la fueron minando en una legitimidad que desde un inicio empezó frágil (por lo fortuito de su triunfo, al ser tachada la candidatura que tenía entonces mayor opción).

Aunque no estamos necesariamente ante un escenario de que quienes votan por Castañeda lo hacen por el “robo con obras” y quienes votan por Villarán lo hacen por la “honestidad”. El proceso electoral en curso sí nos ha devuelto cierta conciencia de los valores que están en juego en la sociedad y que cualquier cosa, propuesta o candidato tampoco da lo mismo (o no debe serlo). En algunos casos es explicable que haya quienes dicen no importarles votar por alguien que roba pero hace obras, porque son buena parte de quienes viven en el mundo de la informalidad, donde los dineros que se puedan robar del Estado “no le afectan” porque seguramente no paga mayores impuestos directos (aunque sí indirectos, porque el IGV lo pagamos todos al comprar un producto). Ello nos mueve muchas veces en la inconciencia de que no le están robando a uno mismo sino a terceros; o que uno haría algo similar si le tocara la chance de ser “autoridad”.

A éstas consideraciones se le puede añadir el sumun de un razonamiento aparentemente cínico: que la gente piensa con un sentido muy pragmático y plano. Es decir, si antes predominaba el robo sin hacer obra, algo se podría decir que se ha “avanzado” con el “roba pero hace obra”. En los dos casos se roba pero en el segundo al menos algo queda para el “pueblo”, para el “beneficio de todos”. ¿Cómo podría predominar un camino de honestidad en el sentido común de la gente, sin que se sienta que se hace algo especial al ser honesto, cuando es lo mínimo que corresponde a cualquier gestión pública deseable? Hay muchos mecanismos institucionales que tendrían que afinarse para intentar ir más allá, empezando por hacernos un poco más responsables de la realidad de nuestro país y de los más vulnerables.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 29 de septiembre de 2014

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Algo podría cambiar en nosotros

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Ocurre que al buscar hacer cosas buenas podemos derivar en considerar que somos “buenas personas” y, por tanto, “mejores” que los demás. Ya sea porque hacemos cosas loables desde nuestro sentido de compromiso, trabajo, posición de poder, manejo de oportunidades y tantas circunstancias variadas. Hay cosas que, incluso, son ejemplares y hasta se convierten en referenciales.

Qué duda cabe cuando ello lo referimos a un defensor de derechos humanos, a una madre sacrificada por el bienestar de sus hijos, a un (a) alcalde que realiza honestamente su labor sin tener que recurrir al eslogan tan popularizado (y lamentablemente aceptado) de “no importa que roba si hace obra”. Hay una variedad de ejemplos posibles.

Pero el desafío no está en hacer sólo el bien u obrar de modo justo; se trate de grandes cosas o pequeñas, todos tenemos que tener siempre la actitud de aprender del vecino, de lo que me puede aportar desde su propia sencillez o grandeza. Porque el valor de las cosas y su sentido humano no están puestos en la “grandeza” o “pequeñez” de las cosas que hacemos si no en el modo cómo crecemos con ellas y las compartimos.

Teniendo en cuenta que el contexto muchas veces nos puede condicionar para hacer algo más grande o no, para conseguir el éxito en lo que nos proponemos o para realizarnos como personas a través de las cosas que desarrollamos. Sin embargo, pese a la sociedad de consumo y de competencia en que vivimos; pese a que muchas veces se valora a las personas a partir del dinero que gana o posee. Pese a la discriminación variada que enfrentamos entre personas, ya fuera por su condición racial, religiosa, de sexo, de país de origen o de jerarquías y pobreza anacrónicas. Por el motivo que fuera, sin embargo, tenemos la posibilidad siempre abierta para hacer las cosas de otra manera.

La posibilidad de obrar de modo distinto al que nos conduce el “sentido común” de los medios de comunicación; al tipo y afán de lucro que nos imprime aquella religión de la “economía de mercado sin escrúpulos” (ni instituciones que velen por los derechos de todos). Podemos obrar de modo distinto a la educación endeble que aún predomina en nuestro medio; planteándonos qué educación queremos para nuestros hijos, la misma que podríamos (y debemos) exigir sea libre de autoritarismos, más consistente, centrada en derechos, amplitud y creativa, diversa…

De “calidad” que le dicen y es hablar de algo muy elemental todavía. Sobre esto último, ¿por qué no podemos lograr un pacto más consistente entre los diversos estratos de la sociedad, de la política y la cultura (y de la economía) para lograr establecer un sistema educativo realmente consistente para todos? Donde la prioridad no fuera el afán de hacer negocio (de lucrar) con la educación, sino el tener ciudadanos muy bien formados y con capacidades de desempeño a todo nivel, porque son ciudadanos responsables.

Partiendo por valorar lo que todos hacemos. No es lo mismo ni tienen iguales características. Pero el sentido de lo humano normalmente no crece a base de “competencias”. Se desarrolla en la medida que tomamos en cuenta al otro, a los otros, en lo que son. En la medida que crecemos como personas y no por las cosas (muchas o pocas) que hacemos (o tenemos). Parte de ello es, por ejemplo, saber perdonar o pedir perdón; ¿cuántas veces ofendemos por puro orgullo, envidias o porque nos creemos con la razón (aún “teniéndola”)? Parte de ello es hacer el bien sin esperar que nos den alguna “recompensa”; difícil, porque siempre esperamos reconocimiento, alguna forma de “pago”, prestigio, poder, un puesto, o “consideración”.

Parte de lo anterior es tener siempre una actitud de servicio hacia los demás. No sólo de ser “atentos” con los demás. De buscar facilitarnos la vida unos a otros y no complicarla más de lo debido. De poner un plus de cariño en las cosas que hacemos; sí, de cariño, afecto, sentimiento; de saber ponerse en el lugar del otro; de optar por las cosas que menos les gustan hacer al común… ¿Nos detenemos a discernir esos aspectos de la vida? Sería importante, algo podría cambiar en nosotros. Con constancia, probablemente. algo podría cambiar en la vida de los demás.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 21 de septiembre de 2014

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Asumir nuestra responsabilidad

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Más allá de las agendas previstas, la siguiente asamblea nacional CVX (a realizarse en noviembre) debiera intentar reflexionar y entroncar tres cuestiones: la misión, el sentido de lo comunitario y la colaboración. Además, por supuesto, de renovar el equipo del Consejo Ejecutivo.

Sobre la misión, hay una buena reflexión recogida en la última asamblea mundial y sus conclusiones, las mismas que debieran ser objeto de volver sobre ellas y ver en qué nos inspira y de qué modo. Lo más importante de ese tema no son las cuatro campos de misión que se logra identificar (globalización y pobreza; ecología; familia; juventud), podrían haber sido otros temas. Lo más significativo es que se ubica como “cuestión previa”, como base fundamental, el sentido de vivir toda la vida como misión, a partir de lo que es la experiencia de cada uno en su vida cotidiana, integrando fe y vida. La vida cotidiana como base de nuestra misión y desde la que se puede comprender y emprender acciones mayores en campos de misión comunes (comunitarios o no), bajo la lógica del DEAE (discernir – enviar – acompañar – evaluar), tan vigente como necesario de incorporar en nuestro quehacer comunitario.

En ese sentido, detenerse sobre la misión debiera significar principalmente el insistir en ese sentido básico pero fundamental. Pues la misión no es una actividad (ni adicional ni principal), sino es la manera de situarnos en la vida, asumiéndola toda como misión, viviendo nuestro seguimiento de Jesús y discipulado en todos los aspectos de nuestra vida, con alegría, sentido de perdón, búsqueda de la justicia, compasión, amistad, servicio, amor. Si de esa refrescante reflexión se logra arribar a un campo de misión común para nuestra comunidad nacional, en buena hora. Pero sólo uno, el que tenga que ser. Con el cual nos identifiquemos en los siguientes 3 años de modo especial y procuremos todos aportar desde el lugar donde nos encontremos. Puede ser la educación, derechos humanos o cualesquiera de los sugeridos por la asamblea mundial.

Ahora bien, la misión puede devenir en simple activismo si no va de la mano con una comprensión cabal del rol y necesidad de la comunidad como espacio de vida de nuestra fe y compromiso. Me refiero al valor que le damos a la comunidad pequeña en la cual nos corresponde participar regularmente a todo ceveco, a todo integrante de la comunidad más amplia de CVX. ¿Nos reunimos periódicamente? No por un tema de obligación o norma establecida, sería lo menos importante. Se trata del espacio desde el cual aprendemos a cultivar un sentido solidario y de servicio como nos lo reveló Jesús; un modo de cultivar nuestra fe y el sentido de su amor. Justamente para saber revisar nuestro andar cotidiano y aprender a escuchar a los otros y desde ellos lo que nos dice nuestro Padre grande.

Para saber leer los “signos de los tiempos”. Para saber situarnos en la vida de mejor manera, desde lo que nos acontece a cada uno. Para formarnos desde pequeños temas de tratamiento. Para desarrollar relaciones de amistad y cultivar nuestra propia forma de aproximarnos a Dios, compartiendo las experiencias que cada uno va haciendo. Siempre cada una de ellas será extraordinaria, si sabemos descubrir la presencia de Dios en cada uno. Y ese es todo un desafío. Como desafío lo es el aprender a vivir como Jesús en nuestra vida cotidiana, sin perfeccionismos, haciendo lo que a cada uno le pueda corresponder y bien, sobretodo buscando hacer el bien.

Es muy importante que la comunidad nos ayude a marcar la pauta de nuestra vida, nos de centralidad, teniendo como centro a Jesús en nuestras vidas. Tanto en lo personal como en lo comunitario. En cada uno de los espacios de nuestra vida.

La tercera cuestión que es clave de tomar en cuenta es lo relativo a la colaboración. Normalmente planteada como CVX – Jesuitas y es una parte. Pero la colaboración debemos aprender a plantearla de modo más amplio como Iglesia y, como Iglesia, con la misión de Dios, la misma que incluye nuestro ser ciudadanos y compromiso con el país, desde lo que cada uno hace. De todos modos, el situar la colaboración desde CVX – Jesuitas nos da un punto de partida que debemos saber trabajarlo para una sistemática labor de formación y desarrollo de comunidades de base desde los más jóvenes, especialmente desde los colegios, las escuelas. Allí tenemos un desafío pendiente, aunque algunas cosas se vienen avanzando.

Parte de lo anterior es la dimensión del acompañamiento, la misma que ya no podemos pensar en que descanse sólo en religiosos o jesuitas. La labor que nos corresponde como laicos es algo cada vez más evidente. Así lo hemos podido apreciar también desde la Mesa de Movimientos Laicales y se empieza a trabajar labores de formación en esa dirección, en la cual tenemos que también situarnos. En CVX algo avanzamos con la formación de guías y cursos de acompañamiento, pero puede ser mejor integrarlo a los esfuerzos de otros también. Ese puede ser otro desafío a tomar en cuenta.

El nuevo equipo de dirección nacional de la CVX tendrá varias tareas entre manos, las cuales estamos seguros sabrán encaminar.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 11 de septiembre de 2014

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¿Cuidamos del otro?

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Cuidar del otro puede parecer algo banal o sin importancia por lo obvio o porque no entra en el chip con el que actuamos cotidianamente. Es obvio si lo referimos a los integrantes de una familia que vive una vida regularmente unida e integrada. Especialmente los padres son los llamados a “cuidar” y velar por el crecimiento de los hijos, al menos hasta cierta edad.

Ello no quiere decir que lo mismo va a ocurrir con los hijos respecto a sus padres cuando éstos crecen y los padres se vuelven ancianos o poco aptos de valerse “por sí mismos”. Pero, lo normal en una familia es que unos velen por los otros y viceversa. Podríamos decir que el cuidado de la naturaleza empieza por el cuidado de nosotros mismos como especie; movido no sólo por un “instinto de sobrevivencia” sino por una opción libre de crecimiento y sentido humano.

En el mundo actual, muy marcado por la competencia entendida como el “todo vale”, muchas veces no hay pero que valga en “preocuparse por el otro” porque sencillamente los demás no cuentan o cuentan en tanto estén por debajo de uno y no sean obstáculo para el desarrollo o “éxito” propio. Sin embargo, también hay sentidos de competencia que empiezan a valorar el trabajo en equipo y la cooperación; eso es importante, porque toma en cuenta y reconoce que “puede haber espacio para todos” y que el florecimiento del éxito de unos y otros nos pueden enriquecer de mejor manera, aunque hasta ahí nos movamos por intereses creados (y egoístas) y no necesariamente por un sentido de solidaridad.

La sociedad actual, qué duda cabe, está atravesada por un marcado individualismo. En algunos casos necesario para marcar la autonomía necesaria en cada persona para valerse por sí sólo en la vida; para afirmar un concepto de ciudadanía acorde al ejercicio de derechos y participación en los destinos colectivos y públicos. Necesario como parte de la misma división social del trabajo dentro de un mundo capitalista como el que nos ha tocado vivir. Sin embargo, ¿ello tendría que suponer el que se diluyan todo tipo de relaciones de cooperación, de colaboración, de servicio y un largo etcétera con equivalentes?

Justamente, porque nuestra humanidad se hace y se define en la relación con las demás personas con las que nos relacionamos y necesitamos para vivir. Ello es más evidente cuando nacemos; usualmente vamos a requerir de unos buenos 5 años (al menos) de cuidados absolutos de alguien (normalmente mamá y papá) para que nos alimente, vista, oriente, nos de afecto, y otros aspectos más (por cierto hay muchos niños que carecen de ello). Pero también requerimos de los otros cuando crecemos y pasamos a una etapa más adulta. Aunque no lo parezca, requerimos cuidarnos unos de otros, ayudarnos a seguir creciendo, siempre en el sentido humano, como personas, y de saber realizarnos como personas.

En ese sentido, contar con grupos de referencia siempre será importante y significativo. Uno de ellos puede ser la experiencia de una comunidad cristiana, la misma que puede aportar mucho en ese propósito y ser muy significativo. Tanto para mantenernos constantemente alertas a las diversas expresiones de individualismo con que se tiñe nuestra vida cotidiana y no dejarnos absorber por ellas, pasando por el convencimiento que las cosas que hacemos, si las hacemos con sentido de cooperación y servicio, solidaridad y justicia, y otra serie de motivaciones “comunitarias”, nos pueden ayudar a situar en otro modo de vivir, otro estilo de vida, necesario para una mejor convivencia, en la que todos valemos por lo que somos y no sólo lo que tenemos.

Ahora bien, tan importante como lo anterior (o más), puede ser el buscar crecer en nuestra fe desde la experiencia comunitaria. Lo que llamamos aprender a vivir la “fe en comunidad”, buscando tejer de modo común sentidos de vida desde nuestra vivencia de fe y lo que ello puede posibilitar como caminos apostólicos a los que cada quien se pueda sentir llamado, tanto de modo individual como comunitario. En ésta dimensión, buscando que sea la experiencia de Jesús en nuestra vida lo que nos de centralidad a todo nuestro ser y experiencia de crecimiento y alegría.

Por tanto, una clave del crecimiento comunitario es sabernos también acompañar unos a otros; cuidar de cada integrante y su crecimiento. Aprendiendo, entre otras cosas, a discernir individual y comunitariamente. Aprendiendo a acompañar en todos los niveles que pueda corresponder. Ya sea acompañamientos individuales; acompañamientos a nivel de comunidades pequeñas (o más ampliamente en estructuras más amplias); acompañamientos de la vida espiritual en procesos de retiros o ejercicios espirituales y acciones afines.

En realidad, el acompañamiento es basto y es bueno que lo hagamos consciente porque se puede aplicar a realidades diversas, tales como la familia, el ámbito laboral y otros. Lo cual es interesante hacer de modo creativo, informado y gratuito. Se trata de hacernos responsables solidariamente de la vida de los demás.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 8 de setiembre de 2014

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¿Por quién votar en Lima?

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Quien diría que tendremos elecciones municipales y regionales con un supuesto ganador en Lima tan anticipado. Porque tener más de la mitad de la intención del voto de modo tan sostenido en el tiempo, hasta aburre. Y Castañeda Lossio, en su momento fue un gran artífice y gestor de las labores al frente del Seguro Social y del propio municipio capitalino… Pero ¿también con él jugamos a “no importa que robe (Comunicore y demás yerbas) si hace obra”?

Pero la gente quiere votar por él, a pesar que el Jurado Electoral Especial le haya dicho, aunque sea de modo circunstancial, que ya no va su candidatura por errar sistemáticamente en su hoja de vida. Quizás por algo casual pero afín también a varios políticos, quienes como Alan García no se inmutan o sonrojan que les corrijan la plana de “doctor” u origen de su formación profesional. En el fondo no es el tema del grado académico sino de fe pública y del grado de tolerancia que podemos tener frente a dichos “detalles” de la vida nostra.

¿Habrá un mejor candidato para Lima? ¿Será posible? ¿Es realmente renovación Salvador Heresi? Conocido ex alcalde de San Miguel, candidato relativamente joven, inteligente, pero ¿con proyecto de ciudad, de país? Muy poco. Volviendo a Castañeda, una de las cosas que llama la atención de su actual postulación es que, teniendo casi la opción electoral asegurada, decidió engancharse en varios distritos a candidatos con propósito de reelección consecutiva y reiterada. Sobre todo casos como el de El Agustino o San Juan de Lurigancho (SJL) que tenían serias sospechas de manejos corruptos. Al punto que el propio candidato Burgos (de SJL) ha quedado fuera de carrera por haber sido desestimada su inscripción por yerros formales en ella.

Ya solo faltaría que Castañeda aparezca vinculado a personajes del sicariato en Lima. Decimos en Lima porque en las regiones hace rato que se comprobó que su organización (Solidaridad Nacional) estuvo involucrada en la red extendida en Ancash por el ex presidente del gobierno regional (Álvarez) y algunos congresistas (lamentablemente como H. Benitez, otrora tenaz defensor de derechos humanos y casos similares). Es llamativo este asunto porque hasta el narcotráfico ha empezado a formalizarse en la política y a reclamar su espacio. No es raro si es tan grande la cantidad que se mueve de Clorhidrato de cocaína, la misma que se descubre de tiempo en tiempo por toneladas y, que se sepa, no quiebra el negocio, salvo el de los “incautos” que caen, algunos burriers y paqueteros de poca monta, para la noticia.

Así y todo, un candidato tan controvertido, convertido en centro de la expectativa. Y ya no estamos en crisis económica sostenida; todo lo contrario, venimos de alrededor de tres lustros de crecimiento sostenido en nuestra economía. ¿Por qué esa situación anómica? ¿Ese desdén por nuestro bienestar y futuro inmediato? Está visto que la honradez no es un pergamino que cuenta a la hora del voto, salvo para algunos “ilustrados”; en general, el “populorum” no suele hacerse eco de virtudes tan sublimes ¿o sí?

Si en Lima a una gran mayoría nos friega el desastre del tráfico, duro de resolverse y tema complejo porque también el parque automotor ha crecido desmesuradamente. Si hace algunos años se vendía por año unos 10 a 12 mil autos, ahora ello se hace en un mes. Cosas del crecimiento económico. El asunto es que no sólo tenemos un problema de arreglo de pistas, de obras de infraestructura mayor que interrumpe temporalmente el tránsito fluido, etc., etc. Hay más cosas, pero es importante que se haya seguido dando impulso a la reforma del transporte, como se dio vuelta de página a la Parada o se ha ido concertando diversas obras como la Costa Verde, con el afán de facilitar su mejor y más universal aprovechamiento, entre otros, por eventos como “Mistura”.

Hay muchas cosas en juego en la elección de Lima. ¿No sería cuerdo pensar en continuidades más que en retrocesos o cambios que diluyan las inversiones ya avanzadas con la actual gestión municipal? La verdad que cada vez me convenzo, incluso por sentido práctico, que Susana Villarán debiera ser reelecta. Además en homenaje de todos los aprendizajes que ha tenido que realizar en su primera gestión, lo cual sería un desperdicio que no se aprovechara de mejor manera. Más aún si, siendo todo lo honesta y tenaz que es, no nos anima a encender los sueños otra vez de una Lima diferente y posible para todos.

¿Por qué no? Votaré por Susana Villarán en Lima Metropolitana. Ya terminaré de ver lo relativo a la distrital…

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 4 de setiembre de 2014

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