Fe y caminos en comunidad

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Ser cristiano supone, entre otras cosas, intentar vivir nuestra fe (trinitaria) en comunidad, como Jesús nos enseñó a compartir la vida, desde pequeños grupos que se acogían, complementaban, buscaban lo mejor para cada uno, dejando poco tiempo para la envidia o la discordia. Todos estamos llamados a vivir nuestra fe en comunidad y a traducir relaciones comunitarias en el conjunto de ámbitos de la vida en las que nos desenvolvemos. Vivir nuestra fe en comunidad no requiere de vocación; requiere de tomar conciencia del valor de ella misma para nuestra vida y nuestro propio proceso de crecimiento.

Por cierto, nuestra fe en comunidad no es sólo para el momento de la reunión comunitaria que compartimos. En la comunidad nos apoyamos y nos damos impulso para el quehacer cotidiano de nuestra vida, intentando desde esa experiencia vivir comunitariamente en el conjunto de nuestra vida. Es decir, aprendemos a vivir en relaciones de solidaridad, porque la comunidad nos enseña que todo lo que implica al ser humano nos compete, nos involucra, nos moviliza.

De otro lado, en el espacio comunitario tenemos la oportunidad de profundizar una serie de aspectos que nos pueden ayudar a crecer. Tanto en nuestra formación, en la manera de vivir la fe, en el vínculo fe y vida que nos resulta a veces tan difícil, en la celebración, en el discernimiento, en el sentido apostólico que le damos a nuestra vida (tanto personal y comunitaria), y otros tantos aspectos de los cuales a veces no terminamos de ser conscientes.

Para lo que sí requerimos vocación es para darnos caminos más específicos y exigentes de vida comunitaria, como lo pueden ser las comunidades pequeñas que se organizan desde los movimientos laicales y de una entidad como la CVX (que es desde la cual hablo). Porque intentamos darnos ciertas regularidades de reuniones periódicas, de aprender a tomar en cuenta a los otros en mis decisiones y compartir; intentamos hacer cosas juntos (pequeñas o un poco mayores), en razón del sentido de misión que nos vamos dando (como comunidad, como Iglesia).

Por ejemplo, ser parte de una CVX significa, como en otros casos, una invitación a crecer en un estilo de vida marcado por el deseo de profundizar al menos en tres cosas: (a) Una experiencia de vida sacramental, de oración y discernimiento; (b) una experiencia de profundizar en el sentido de compromiso, especialmente con los más débiles, dando sentido de misión a la vida toda que uno lleva, integrando fe y vida y jugando el rol que como laico/a me siento llamado a realizar. (c) Una experiencia de vida comunitaria, expresada en la participación constante de sus reuniones y actividades, de la mano con quienes formo comunidad, en aras a realizar de mejor modo mi propia vocación personal.

Nuestra fe en comunidad nos abre de mejor manera al otro, a los otros. Nos hace más conscientes de los caminos que nos corresponde recorrer, en esa lógica de seguimiento alegre y gozosa de Jesucristo y de nuestro Padre grande. Desde la experiencia de las CVX, reconocemos que nos invita a diversos caminos, ya sea para el compromiso, el crecimiento, un camino apostólico o hacia un camino de alegría y gratuidad.

Brevemente podríamos decir que, el camino hacia el compromiso lo aprendemos de modo sencillo en esa metodología que se validó en América Latina llamada Ver – Juzgar – Actuar, con variantes que la han ido enriqueciendo y haciendo suya como experiencia en muchos grupos. Podemos hablar de un camino de crecimiento en CVX, cuando se señala un itinerario marcado por los procesos de formación en CVX, en éste caso comprendidos como Acogida – Fundamentación de la Vocación – Discernimiento de la Vocación – Discernimiento Apostólico. Cuatro momentos que van muy de la mano con la experiencia de los Ejercicios Espirituales Ignacianos.

Hablamos de un camino apostólico en CVX, en la medida que aprendemos comunitariamente a hacer vida la metodología del DEAE: Discernir – Enviar – Acompañar – Evaluar. Lo cual nos pone en un camino de discernimiento de la misión y en hacer vida cotidiana la misión (y hacerla crecer desde allí). Por último, en el quehacer comunitario podemos también constatar que es un camino de alegría y gratuidad, tal como nos lo recuerda el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio”; invitándonos a crecer en la aceptación de uno mismo; en la aceptación de los demás y el cuidado de la creación; y a vivir siempre agradecidos “por tanto bien recibido”.

En el fondo, todas son formas distintas y variadas de aprender a amar, como Dios sabemos que nos ama. Teniendo siempre en cuenta cosas como las que repetimos en cada Eucaristía, “Señor, no te fijes en nuestros pecados si no en la fe de tu Iglesia…”

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 17 de junio de 2014

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