Nos hemos preguntado sobre ¿qué me tocaría a mí hacer si la Iglesia (Católica) tuviera que renovarse (y reformarse) en el mundo actual? No. No lo que tendrían que hacer la jerarquía de la Iglesia (dígase obispos, sacerdotes, religiosos, etc.). Nos referimos a lo que tendríamos que hacer todos los que nos sentimos parte de la Iglesia Católica (en tanto “pueblo de Dios”), iniciada hace más de 20 siglos por el mismo Jesús de Nazareth, María su madre, sus apóstoles y seguidores de entonces…
No es gratuita la pregunta porque, para el mismo Papa Francisco, es una de las cuestiones que le preocupan sobremanera, siendo una de las ideas más persistentes que recorre la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. No podría ser de otro modo si queremos recuperar la alegría de ser cristianos y el sentido fundamental de sabernos “amar los unos a los otros” y, desde ello, saber dar “fruto en abundancia”. No de hacer muchas cosas y generar “muchos” compromisos y misiones. Específicamente de saber amar, de sabernos amados por nuestro Padre grande y reconocer en el amor que nos rebeló Jesús (nuestro hermano “mayor”), la fuente inagotable de nuestra razón de ser, misión y realización. Profundizando desde allí, sin necesariamente muchos cursos o talleres de por medio, el sentido de amarnos y la experiencia de amar entre unos y otros.
¿Puede la experiencia del amor dar centralidad a mi vida? ¿Puede esa experiencia de amor ser determinante en mi vida? ¿Puedo aprender a vivirlo como experiencia y fruto de mi relación con quienes me rodean, con los parecidos y los diferentes, con todos los seres humanos? Sabiendo que es tan fácil decirlo y afirmarlo como complejo y difícil el vivirlo. Porque nos equivocamos muchas veces a cada paso; porque somos pecadores (y no lo decimos como un “saludo a la bandera”), somos reiteradamente pecadores porque no estamos acostumbrados a vivir en un tejido de relaciones donde prime el bien de todos, muchas veces todo lo contrario. Porque las envidias, los afanes de poder, los propios intereses, nuestra insolidaridad y tantos factores que juegan en nuestra contra (y nos dejamos llevar por ello), nos devuelven a la sencillez y humildad de nuestras limitaciones; nos suelen situar y hacer conscientes de los horizontes más adecuados de nuestras posibilidades.
Volvemos al Papa Francisco. Él nos convoca a todo el pueblo de Dios, a todos los bautizados sin distinción, a jugarnos por una renovación de nuestra Iglesia. Para lo cual no se requiere de cartel ninguno, ni hace falta formarse de modo especial, todo lo contrario. Se requiere en lo fundamental de disposición, actitud, sentido de desafío, ganas de amar y darse por lo que nos enseñó Jesús a vivir y el modo de entregarse a sus hermanos y hermanas. “La nueva evangelización debe de implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. (…) Todo cristiano es misionero en la medida que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos ‘discípulos’ y ‘misioneros’, sino que somos siempre ‘discípulos misioneros’.” (EA EG N° 120)
Estamos llamados a no dejarnos atrapar en las estructuras que nos hemos dado para organizarnos y hacer las cosas, si no a dejarnos encaminar por lo más importante que es el dar testimonio individual y comunitario del modo de vivir de Jesús, del modo de amar de Jesús. Desde donde estamos, con lo que hacemos, discerniendo sobre lo que nos sentimos llamados y del modo como Jesús nos impulsa a extender esa misma fe y fuerza de su amor (“en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino” EA EG N° 127).
Francisco nos invita a todos a “ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (EA EN – N° 33). Por cierto, se refiere tanto a religiosos y laicos, a todos en la Iglesia. El desafío es para todos, porque es la misma Iglesia la que tiene que dar testimonio en el mundo, tanto desde los laicos y religiosos, hacia dentro como hacia afuera, en profundidad de oración con el Padre y en profundidad de compromiso con los más débiles.
Construyendo caminos en la diversidad, preservando siempre la unidad, como fiel reflejo de la bondad de nuestro Padre trinitario y la acción gratuita del Espíritu Santo. “Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad.” (EA EG N° 131) Esforzándonos por vivir caminos de solidaridad, vividos como algo mucho más grande que “actos esporádicos de generosidad”, porque es fundamental el crear “una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (EA EG N° 188).
¿Qué nos toca hacer a cada uno? Un ejercicio más constante de discernimiento individual y comunitario nos vendrá bien. Ante todo, por el convencimiento de que nos necesitamos unos a otros para amar y hacer el bien. Para abrirnos al reinado de Dios en todos los mundos, en nuestro propio mundo y el de todos.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 22 junio de 2014