Ser Humano: enigmas y posibilidades

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Hace poco menos de dos años, el Fondo Editorial de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y de la Pontificia Universidad Católica del Perú, publicaron el libro de Alberto Simons sj sobre “Ser Humano. Ensayo de Antropología Cristológica”, coincidiendo ambos centros académicos donde labora el amigablemente llamado Cholo. Libro que presenta un itinerario de la reflexión teológica del autor y lo que ha sido su recorrido por diversos temas que han tenido a la base la gran pregunta por la relación entre Dios y el Hombre y el Hombre y Dios, situados a partir de aproximarse a la persona de Jesús.

Es importante detenerse en libros como éste porque nos permiten hacernos preguntas fundamentales a todo ser humano y a nuestra dimensión trascendente, a nuestro sentido espiritual, más allá de las características peculiares que dicha reflexión pudiera tener según cada caso. El hecho es que como seres humanos tenemos cuestiones vitales que nos recorren y de lo cual, el libro en mención nos ayuda a establecer una serie de aproximaciones que abordamos brevemente, en especial en su primer capítulo que es un gran vértice del conjunto del libro.

El autor nos hace ver que todo ser humanos se hace a sí mismo, como género humano y como persona. Que esa es “la gran aventura de la vida”, pero nos causa inquietud. Tenemos miedo a la libertad (E. Fromm), por no asumir nuestra responsabilidad de decidir y tomar la vida en las propias manos; o nos da miedo el pensar por nosotros mismos. O no sabemos amar, no nos atrevemos a salir del propio yo (de nuestra propia limitación).

En ese sentido, se sitúa el significado de ser “humano” en “atreverse a pensar por sí mismo (inteligencia), decidirse a tomar la vida en las propias manos (libertad – voluntad), resolverse a amar (afectividad), tener que ir realizando su propia vida (temporalidad – historicidad), compartir la vida con los otros (sociabilidad), ser lo que se quiere, puede y debe ser en autenticidad y coherencia (eticidad) e ir más allá de sí mismo (trascendencia)” (p.38). Algo como lo que Pascal nos dice que el hombre desborda infinitamente al hombre.

Por eso, el ser humano, más que un tema es un problema, un ser problemático. Porque es una especie biológicamente inconcluso, incompleto. A diferencia de otras especies que nacen con un código de comportamiento genético ya determinado, los seres humanos nacemos inconclusos. Pasamos del útero materno al útero socio cultural, sin el cual no podríamos subsistir; desde éste último termina de hacerse, de realizarse, y lo hace conviviendo con los demás; pues se corrobora que el ser humano se enseña y se aprende.

Ello es una ventaja en tanto nos obliga a desarrollar nuestra inteligencia, libertad, afectividad, sociabilidad, etc., por lo cual nos hacemos personas. Por tanto, cada ser humano es un proyecto de vida, lleno de enigmas, sentidos y significaciones posibles, potencialidades diversas. Tenemos la posibilidad de elegir entre una gama de posibilidades de ‘ser’ que se nos presentan; contamos con la facultad de cambiar y sabemos que podemos ser diferentes. Podemos trazar distintas rutas.

En realidad, somos un enigma para nosotros mismos. Caminamos en tensión y riesgo, entre lo posible y lo real. En parte, ello nos ayuda e impulsa a conocernos a nosotros mismos, el medio que nos rodea y el modo de relacionarnos y de vivir. Por tanto, es importante aprender a vivir con esa dimensión de misterio, donde sólo es posible ofrecer pistas y reflexiones no definitivas.

El enigma del SH es una riqueza que nos hace crecer y salir de certezas engañosas. Hay que convivir con el enigma que somos, lo cual nos remite a lo más profundo y verdadero de nosotros mismos. Algo así como convivimos con el enigma del amor, del tiempo o de la muerte. ¿Quién puede decidir fehacientemente sobre éstas dimensiones? Por ejemplo, por qué a veces los mejores se van más rápido, como muchos sentimos la partida de Javier Diez Canseco, político y persona cabal. Cuestiones que tendrán respuestas que nunca nos dejarán del todo satisfechos.

De otro lado, Alberto Simons nos aproxima a la humanidad de Jesús, para intentar ver desde allí el sentido y dimensión más cabal del ser humano. Se nos invita a hacerlo sin prejuicios o esquemas previos, para no convertirlo en un Dios disfrazado de hombre o en un ser mitológico. Es clave imaginarnos a Jesús como un hombre cualquiera que lo fue. Con los mismos sentimientos que podemos experimentar todos. Algunas veces cansado e irritable, otras veces, tratado como un orate o agitador; expresa los conocimientos religiosos de su tiempo y de ninguna manera era un personaje ‘omnisciente’, que lo conoce todo. Igual en todo a nosotros (a todo ser humano) menos en el pecado. Asumió todo lo propio de nuestra naturaleza, incluido la ignorancia o el error.

Debemos, por tanto, salir de imágenes sesgadas de Jesús, como son (1) el verlo sólo como un ser humano y nada más; (2) verlo sólo como un ser divino, igual a Dios; o (3) verlo como a un ser mitológico, mitad hombre mitad dios. Y ninguna de ellas es lo más válido. El autor nos invita a acercarnos a Jesús tal cual es y ver qué nos descubre sobre nuestro propio ser. Por tanto, un buen modo de hacerlo (tarea nada fácil) es haciendo el camino de sus propios discípulos. Viendo a Jesús primero como un ser humano igual a uno e ir descubriendo de a pocos su riqueza, su trascendencia y todo lo que él encierra como ser humano y sentido divino.

Con Jesús nos confrontamos con alguien con quien encontrarse y descubrir un sentido a la vida. Más que un ansia de saber de él, compromete toda nuestra existencia. Por eso, nuestro sentido de búsqueda e insatisfacción en la vida muchas veces nos ubica en la periferia, en las fronteras de nuestro sistema, situándonos en querer ir más allá de nuestras propias “instalaciones”. Así como también se situó Jesús en su tiempo.

El misterio del hombre y el misterio de Jesús podrían considerarse muy cercanos y, quizás, el mismo en el fondo. Según cómo entendemos el sentido del misterio. Ya que no sería tanto lo inexplicable o lo que no podemos conocer. Más bien, se trataría de “aquella plenitud que nos desborda y no podemos abarcar, explicar o disponer, pero que al mismo tiempo nos posee y, de alguna manera, nos penetra porque constituye la verdad profunda de nosotros mismos y de nuestro mundo, y nos da sentido y significado” (p.46). Es aquello que expresa sin agotar nunca todo aquello que expresa.

Terminamos estas breves notas mencionando que tomar en serio la humanidad de Jesús es clave porque ser cristiano significa ser como él y ello no podría ser si su humanidad no fuera (o hubiera sido) como la de todos nosotros. Es más, como nos lo recuerda Karl Rahner, justamente es en la humanidad de Jesús que se revela su propia divinidad.

 

Guillermo Valera
Magdalena, 5 de mayo 2013

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