La política del reconocimiento

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Hay gestos sencillos como la de otorgar reconocimiento a personalidades por la trayectoria que han tenido en su vida y que ennoblecen no sólo a quien recibe el mismo, o a quien la otorga, sino al país que alberga dicho acontecimiento. Porque nos pone en la ruta de la historia y de resaltar ejemplos de vida que son muy importantes para las nuevas generaciones y las que se están formando.

Me refiero a la condecoración hecha con toda justicia a Luis Bedoya Reyes, líder político del Partido Popular Cristiano (PPC), con la Orden El Sol en Grado de Gran Cruz, a nombre de la nación. Tiene mérito no sólo por lo ya dicho. También porque en la política suelen haber pocos ejemplos tan limpios y consecuentes (por cierto, dentro de sus propias ideas “social cristianas”) como el de Luis Bedoya, quien a sus más de nueve décadas, sigue lúcido y atento al acontecer político.

Es aleccionador porque no se lo otorga una agrupación política en el poder afín a la suya, sino una opuesta: se podría decir, el líder del nacionalismo de izquierda en el gobierno reconoce al principal líder de la derecha peruana, cuestión que la hace más plausible porque nos encarrila en un horizonte de Estado y de buenas prácticas democráticas que conducen a su fortalecimiento y a una buena señal de cómo nos queremos “hacer” hacia delante, cómo nos queremos reconocer.

Nos ubica también frente a un presidente que emergió como un outsider hace poco más de 7 años (aunque su primera visibilidad estuvo en el levantamiento de Locumba, en Moquegua, allá por el año 2000). Todo hubiera indicado que se trataba de un personaje efímero por naturaleza, dada su condición de militar en retiro y su poca experiencia en las formas políticas a las que decidió aproximarse cuando postuló a la presidencia por primera vez el 2005.

Sin embargo, tiene mucha razón Luis Bedoya cuando su primera reacción frente a la condecoración recibida de manos del Presidente Humala fue el manifestar, con profundo agrado y sentimiento, que el Presidente es una grata caja de sorpresas. Y no sólo por el tema personal que en ese momento lo emocionaba, le embargaba y le hacía sentir un profundo agradecimiento y gracias por todo lo realizado con su vida. Más allá de sus aciertos o dificultades para lograr un éxito político cabal; más allá de la Alcaldía de Lima que en persona la pudo dirigir (y hacer obra muy significativa) hasta en dos ocasiones, allá por los años 60s. del siglo pasado; en su condición de líder histórico del PPC, organización que fundó y que, felizmente, no devino en feudo familiar.

Decíamos que estamos ante un tipo de hechos donde, sin notarlo mucho, se pone en juego la historia que necesitamos (y queremos) construir en positivo. Y ella se hace también estableciendo y marcando hitos sobre las personas y acontecimientos que uno ve como claves para un país. Más aún, sabiéndonos parte de un alicaído sistema de partidos, donde lo principal de éstos yace muy rezagado con las necesidades del sistema político que aspiramos a construir.

La condecoración a Luis Bedoya nos sitúa también en el personaje que empieza a aparecer en la figura del presidente Ollanta Humala Tasso, quien con sencillez (dígase, muy poco afán de figuración y oratoria), va marcando pautas, va estableciendo pasos en distintos ámbitos de la política que nos esta dando el aviso de un personaje muy interesante para el país en muchos aspectos.

Alguien con personalidad suficiente para exigir a las empresas mineras que acepten poner más de su parte en el pago de impuestos y compromiso con el desarrollo del país, como también para sugerir que las inversiones económicas de éstos sectores u otros tienen que facilitarse por las poblaciones que están próximas a las mismas, sin dejar de lado por ello, los temas del respecto irrestricto al medio ambiente, la conciliación de la minería con otras actividades económicas (agricultura, ganadería, etc.), así como los procesos de formalización necesaria de las actividades que se efectúan de manera más empírica y que son poco deseables por su fuerte grado de contaminación. En todo esto corresponde hilar muy fino para concordar criterios, intereses y políticas de Estado que enfaticen el bien común del modo más razonable en todos los aspectos posibles, incluidas la reinversión de las utilidades y el desarrollo local de manera muy visible.

Estamos ante un presidente que tiene como preocupación el cumplir lo ofrecido. No todo se podrá hacer con mucha celeridad, pero se tiene la voluntad política de empezar a abordar los aspectos sociales más urgentes. Y ya empiezan a darse pasos importantes, tanto en Pensión 65, Cunamás, ampliación del programa Juntos, ampliación presupuestal para la atención de la educación y la salud, entre otros.

Existen debilidades en la parte más gerencial del Estado y lo que de Reforma (del Estado) debiera también abordarse. El tema de la lucha anticorrupción se ha visto petardeada desde dentro del mismo gobierno aunque esperamos que las cosas se reviertan y se pueda ir a una franca acción en ese campo, así como en la lucha contra el narcotráfico, el contrabando y temas afines, a todo nivel. Quizás para seguir con los gestos y, aprovechando que Lourdes Flores deja la presidencia de su partido (el PPC), pudiera ser ella uno de los personajes que se impliquen en éstas responsabilidades.

A todos nos conviene que se consolide un buen gobierno del presidente Humala. Más allá de las simpatías, el tema es que necesitamos consolidarnos –así como en el manejo económico- en el manejo político del país con un claro sentido de inclusión social. Dando paso a una cultura política más consistente y fundamentada en valores como el respeto (y no el todo vale), la justicia para todos (superar la pobreza), la verdad (y no la “sacada de vuelta”), la educación y salud universal de calidad (y no sólo como posibilidad de negocio), la seguridad ciudadana y tantos otros aspectos.

Desde donde estamos cada quien tenemos la invitación a emular personajes como Luis Bedoya Reyes; a un Luis Alberto Sánchez o Víctor Raúl Haya de la Torre; a Fernando Belaúnde o Alfonso Barrantes Lingán; a Javier Pérez de Cuellar o a un Mario Vargas Llosa; y tantos “héroes” de la política anónimos … Por cierto, de modo creativo y desde las ideas que cada uno considere más justas.

Guillermo Valera Moreno
Lima, 19 de noviembre de 2011

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