Solo recuerdos…

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Miraba una y otra vez y se decía, debo dejar de mirarla, no esta bien. Se encontraba en el micro que lo llevaría hasta su trabajo. Parecía que buscaba en cada chica a alguien o algo que se le hubiera perdido. No, no estaba allí, no debía seguir mirando a la chica de polo verde con bolitas naranja. Especialmente, no debía de mirarla a los ojos como si la conociera o deseara algo de ella cuando no era así, solo el simple hecho de mirarla, observarla, al punto de ponerla nerviosa de curiosidad o espanto.

Esas bolitas color naranja le trajeron el recuerdo cuando niño, en el colegio muy niño, su madre tenía una blusa blanca con bolitas rojo y negro. Le quedaba muy bien, no sólo elegante sino que le daba una perceptible admiración sobre todas las demás mamás. Hubo una fecha en la que cierta actividad con los padres de familia, muy alegre miraba la blusa de su madre hasta que constató que era otra señora, un poco más gorda, y buscó a la suya, en uno y otro rostro, en una y otra blusa, pero ella no había ido, nunca llegó y regresó a casa muy triste. No sólo por la ausencia de su madre sino porque la blusa de su madre había estado en otra mamá que no era ella.

¿Buscaba a su madre en el bus? ¿Le apenaba el recuerdo anecdótico de su blusa? Vivía a veces obsesionado por las chicas. Fernando recordaba cierto afán conquistador que había tenido de adolescente y que solo dio para vencer una timidez que le permitiera hacer algunas buenas amistades de pareja y a sentir el amor como algo más que una atracción, sentimiento, pena, entusiasmo, impulso, masturbación, dolor y alegría. Sobretodo esta última era una expresión muy espontánea en él y le permitía tejer su personalidad junto con su sentido de aventura, riesgo e iniciativa.

Ya iba por la avenida Venezuela, llegando a Breña. El carro se detuvo y pensó. Una chica así que pueda alternar todos los gustos y sabores de uno y de ella. De pronto cayó en la cuenta que estaba siendo muy egoísta al pensar en base a su propia necesidad afectiva… se había golpeado en el codo de otra persona producto de un bache que hizo saltar a todos los pasajeros. Claro, señal de que me estaba yendo por la tangente… así que mejor me concentro en cómo termino el estudio que debo culminar sobre las asociaciones deportivas en zonas rurales. Caramba, pensar que en cada Caserío, anexo, comunidad, etc. uno puede encontrarse fácil que la cancha de fútbol es lo que ordena y organiza la pequeña urbe en muchos sitios, además de una calle larga como fila de pequeñas casas.

El deporte era un tema que le atraía desde la universidad, al punto que su padre (y después él mismo) se había hecho socio del Atlético Grau de Piura en sus buenos tiempos, aunque ahora sólo fueran recuerdos que no dejaban de asomar en cada Copa Perú para disputarse la profesional. Era curioso que siendo así no se hubiera animado a jugar mucho pese a que tenía buen olfato por el gol y pateaba como una fierita. Esos años del Grau de Piura.

Ir al Estadio en Piura, Fernando lo hacía con sus patas y a cualquier tribuna. Si daba para “occidente” a la sombra y, si no, a cualquier lado de la tribuna que pudiera permitirse y gritar y gritar con los barristas como si fuera una forma de recargar pilas para otros propósitos. “Bajan”, “bajan”, sin darse cuenta había llegado a la esquina donde bajaba para caminar 5 cuadras hasta su trabajo. Algo despeinado se encontró en la calle y una cajetilla de cigarrillos vacía en la pista le hizo recordar los buenos momentos que había vivido en la playa, esa playa Yacila tan querida por quienes sabían gozar de ella.

Para alguna gente Colán en Piura es mejor porque tiene el agua tibia y Yacila es agua fría. Pero en Colán hay rayas y eso la desmerece y limita a los bañistas, sobretodo para los que va a bañarse a la playa y no solo a respirar o ver el mar. En ambas playas los atardeceres son una cosa muy hermosa, aunque debo de reconocer que en eso Colán gana, pero en poca cosa más. Yacila de mi vida se decía Fernando y casi se agacha a recoger el paquete vacío de cigarrillos y se reprimió, siguiendo adelante, aunque ello no ocurriera con sus pensamientos que volaron rápidamente a la enorme colección de cajetillas vacías que juntaban, especialmente en los veranos, intentando matar el tiempo y hacerse de diversiones adaptadas a las circunstancias. Las apostaban jugando canicas o jugando cartas; eran objeto de intercambio por caracoles bonitos u otras especies o simplemente podían pasar por una valorización monetaria. Esos días de playa…

A una cuadra de su chamba, Fernando vio cómo un árbol de acacia, de flores rojas, se levantaba imponente con su esplendor de flores y tampoco pudo evitar de recordar que a su madre le fascinaban tanto esos árboles y sus flores y se fue pensando en qué estaría haciendo ella en su casa del norte, tan lejos de allí y en la soledad de la viudez. La llamaría esa noche al regresar a casa, sin falta. Ahora tenía que entrar a su oficina y olvidarse, al menos por unas horas, de los recuerdos que le hacían jugar tanto con su vida real e imaginación.

Gabriel
22 de enero de 2011

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