Para muchos de quienes provenimos de una experiencia de izquierdas en la política peruana, la Alianza Revolucionaria de Izquierda (ARI) en 1980 fue una frustración y la Izquierda Unida (UI) de esa década una realización inconclusa. Tantas posibilidades y esperanzas quedaron en el camino y pudieron tener una realización muy distinta y extremista si triunfaban opciones como las de Sendero Luminoso (SL) o el MRTA en la década de los noventas.
Sin embargo, la propia implosión de la izquierda legal entre 1989 y 1995 (reunida especialmente en IU) y la dispersa herencia que dejó; de otro lado, la captura en 1992 de abimael Guzmán (lider de SL); y el diluido gesto de Nestor Cerpa (MRTA) con la toma de la casa del Embajador de Japón años después. Todos esos hechos, pese a estar en genral inconexos entre si, dejaron como herencia la sensación de “tierra arrasada” o “tierra de nadie” lo que fue ese vasto campo de la izquierda que atravezó más de cuatro décadas en el país.
No hubo emercencia de nuevos líderes, aunque las nuevas o repetidas siglas pulularon entre pequeños círculos, con poco ánimo autocrítico y sin intentar dar respuestas consistentes a lo que cambió en el país, tanto con la experiencia del Velazquismo que derivó irónicamente (para buena parte de la izquierda peruana) en reconocer la democracia política, valorarla e incorporarla como parte de su discurso casi generalizado. Como también con la experiencia del Fujimorismo, cuestión que, por oposición, derivó a valorar la ética, la institucionalidad y la profundidad sociocultural del país que somos.
De hecho, la crisis de la izquierda fue parte de una crisis más amplia. Casi se perdió el sistema de partidos que predominaba en los años ochentas y se llegó a afectar hasta el sentido mismo de la política, perdiéndose en decencia, sentido de bien común y de país; llegándose a subordinarla a la propia lógica del mercado neoliberal. De allí que la recuperación de la democracia en el 2000 tuvo distintas posibilidades de personalización y terminó, sin estar libre de taras, encarnándose en el “Perú Posible” de Alejandro Toledo.
Más adelante, la fragmentación social y política volvería a traducirse en un resurgir contestarario de carácter nacionalista que Ollanta Humala pasaría a liderar confusamente, siendo éste un militar retirado con dotes más de caudillo que de estadista, aunque en la vida todo se puede aprender o desaprender.
La crisis de la izquierda en el país fue parte también de la imposición de un modelo económico neoliberal a nivel más mundial y del propio fracazo de los intentos de socialismo autoritario heredados del leninismo soviético. Ninguno de ellos calzó nunca con un sistema político democrático y, más bien, llegaron a poner en crisis el funcionamiento y viabilidad del propio sistema democrático.
Creo que ya hemos dado vueltas suficientes. Creo también que desde opciones democráticas y contestatarias progresistas debemos de forjar una nueva iniciativa política alternativa de cambio. Con las cuales hacer posible algo muy distinto a lo que tuvimos en la década de los 90s y que tenga la entereza de ir más allá de lo hecho en los dos últimos gobiernos nacionales. Porque podemos hacer algo distinto, mejor y creativo.
Guillermo Valera M.
Piura, 19 de febrero de 2010