A propósito de la lectura sobre “Diversidad religiosa y complejidad socio-política. Un estudio introductorio al campo religioso en el Perú actual” de Fernando Armas, se constata que el carácter monoreligioso que se tuvo en el país se ha quebrado, a pesar que el catolicismo sigue siendo mayoritario (88% en 1993 y 81% en 2007). El agnosticismo y ateísmo son leves (2%); los no católicos más bien habrían tendido a crecer de manera significativa, alcanzando en 1993 hasta un 10% (13% de evangélicos el 2007).
Es significativo que mientras más de 4/5 partes de la población se declara católica, sólo haya un reducido 5% de practicantes activos (al menos en Lima Metropolitana, para 1993), cuestión que pone en cuestión de qué hablamos cuando nos referimos a pertenencia a una religión o a qué vivencias podemos referirnos con religiosidad, casi equivalente a costumbre asumidas por tradición más que por convicción madura y que suponga un sentido de integración de la vida toda. No es raro por qué uno de los dramas de nuestro tiempo sea el divorcio entre fe y vida.
De cómo se llegó a éste escenario será la inquietud que el artículo de Armas busca responder, haciendo un breve recorrido histórico de nuestro país (siglo XX). El autor lo centra en 3 etapas, señalando que se inicia un punto de quiebre desde 1915 debido a que en ese año se logra una modificación de la Constitución de 1860 abriéndose el Estado a reconocer una mayor tolerancia religiosa y empezando a salirse de un Estado estrictamente confesional.
º 1915 a 1940: Se modifican algunas leyes (código penal de 1924, divorcio y matrimonio en 1930, imprenta en 1939) y se va situando un carácter más plural al Estado (1933), aunque no variará la forma regalista de relación (defensa de las regalías del Estado en las relaciones con la Iglesia). Empiezan a asentarse las iglesias evangélicas; abren colegios propios. Pero se mantiene la enseñanza del curso de religión católica y limites al ejercicio público de otras religiones. Sin embargo, el sentido plural es limitado y se dan variados signos de intolerancia y violencia.
º 1940 a 1980: Crece la organización evangélica (Conep) y se dan cambios en la enseñanza religiosa que no duran mucho; en 1945 se vuelve sobre la prohibición del ejercicio público de los cultos no católicos. No obstante, sigue la expansión de éstos. En la década de los ’60, en el plano político se logra concordar el libre ejercicio de los cultos religiosos. Influencia de Vaticano II, nuevos rostros religiosos y procesos de “peruanización” de varias iglesias evangélicas.
º 1980 a 2000: años marcados por la violencia política; presencia (o persecución) de distintas iglesias. Los no católicos se expanden un poco más aunque no se generan nuevos grupos. Crece una presencia pública mayor de estos grupos, caso de Israelitas y Evangélicos en 1990. En 1993 se cristaliza mejor la libertad religiosa.
Se trata de una aproximación interesante que pone de relieve los procesos sociales y políticos que estuvieron a la base de la expansión de movimientos de iglesias distintas a la católica. Los esfuerzos diversos que costaron el abrirse paso en medio de una idiosincrasia “católica”, muchas veces intolerante. Otras aproximaciones tendrán que llamar la atención sobre las experiencias de religiosidad popular que no se abordan, en especial las vinculadas con las culturas quechuas, aymaras, awajum, shipiba, etc.
De otro lado, cuando se señala de los vínculos de la religión a los procesos políticos no aparece lo relativo a la masonería, la cual se dice que estuvo muy ligada a varios dirigentes del Apra en los años 30 y 40, y su influjo en la política peruana. Así mismo, no deja de planteársenos preguntas como ¿qué discriminación podríamos hacer de las diversas religiones que existen hoy en el país? ¿Todas son realmente válidas o cuáles pueden merecer realmente nuestra atención y cómo manejarse con los otros casos (las llamadas sectas, como “Pare de sufrir”)?
A lo largo del siglo XX, se reconoce y se recoge que las relaciones Estado – Iglesia Católica pasan de un esquema tradicional a otro moderadamente liberal, donde los diversos signos de intolerancia se recogen ya como aislados; paulatinamente se va llegando a un sentido de libertad religiosa. Se reconoce que existe una limitada conciencia ciudadana y poca formación en ésta materia. Los debates políticos también han sido limitados, sin llegar a consensos sobre un estado laico, con igualdad de derechos y donde se de cabida a todos. Parte de ello tiene que ver con el acuerdo firmado por el Estado Peruano y el Vaticano en 1980, el cual otorga ciertas prerrogativas a la Iglesia Católica.
Esto último es un tema gravitante porque genera a la base una diferenciación de trato con las demás iglesias; tanto para temas de culto como en cuestiones que implican beneficios económicos (ingresos, exoneraciones tributarias, etc.), así como en otros aspectos (ingreso a cárceles u hospitales). Sobre ello pensamos que las cosas debieran de sincerarse para todos y eliminar todo tipo de diferencia innecesaria y postura privilegiada frente al Estado y la sociedad.
Lo anterior no significa negar o dejar de reconocer el papel jugado el catolicismo en la historia de nuestra América. Corresponde darle un justo lugar y permitirle que pueda jugar (y seguir haciéndolo) un rol de conciencia crítica y moral en la sociedad desde la solidaridad con los más débiles y necesitados. Cabe preguntarse sobre ¿cuál es el espejo ético en el cual debiéramos reflejarnos todos para establecer una condición de igualdad y mutua colaboración interreligiosa e intercultural?
Guillermo Valera Moreno
27 de septiembre de 2009