Sobre la “India” de Naipaul

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Leyendo uno de los capítulos del libro “India”, de V. S. Naipaul, abordamos una aproximación casi novelada de cómo se vive en Bombay (India) en los años ‘90s, extraída en forma especial del viaje que realiza el autor a dicho país. Siendo Naipul natural de Trinidad, establece algunos elementos de comparación con lo que observa en la India, aunque lo relevante será su propia descripción de una serie de rasgos costumbristas locales.

En particular, nos habla del rol que juegan los “pujaris”, especie de sacerdotes dentro del modo de vivir religioso hinduista. Se observa en ello una sucesión de rasgos propios a las costumbres hindúes, que aparecen como bastante rígidas. Por ejemplo, el detalle de la mujer (“hermana del señor Ghate”) que ha sido expulsada de su familia por haberse casado “por amor” con un médico ayurveda (denominación propia a quien ejerce la medicina tradicional hindú). Más en general, el hecho de que el mundo hindú esta muy marcado por una serie de tradiciones y ritos del pasado que, pese a los contrastes que se generan con el roce del mundo más “moderno” y los desapegos que se van generando en las nuevas generaciones, todavía tiene una fuerte influencia en la organización social, en la religión, en la propia manera de relacionarse entre las personas, entre otros.

Naipul nos narra el caso de un Pujari natural del sur de Maharashtra, quien decide probar “suerte” en Bombay y se instala allí para desempeñarse en dicha “profesión”. Para ello, él se ha criado en un asram, lugar de retiro o de ejercicios ascéticos para el hinduismo antiguo, situado en los bosques próximos a los pueblos. Proviene de familia de pujaris y fue iniciado en todo el aprendizaje de las pujas, los ritos y los textos correspondientes. Como se menciona, ser parte de “una familia sacerdotal significaba destacar en la comunidad, pero no significaba tener dinero”. Cuestión que en otra parte del texto se va a comparar respecto a los ingresos de su hermano y se constatará que existe una similitud bastante importante entre ellos (alrededor de 1,200 rupias al mes), lo cual le daba para vivir como alguien de clase media, en un edificio multifamiliar. Teniendo adicionalmente a su favor el contar con regalos diversos que la gente le otorgaba por la celebración de los ritos.

El pujari pasa un año en casa de una tía, lo cual le permite cierto ahorro de los gastos que demanda una ciudad como la de Bombay. Permanece allí hasta que el hijo de la tía se casa, lo cual (por la costumbre) le obliga a dejar dicho lugar. Se comenta cómo fue el inicio de su labor, de manera tímida, cobrando a la buena voluntad de sus “feligreses”. Poco a poco irá situándose en ese mundillo que le permitirá hacerse del “modus vivendis” local. De allí llegará a hacerse de su propio departamento, con una ayuda adicional de uno de sus “fieles” que le dará facilidades para la adquisición del mismo.

En el ámbito del templo al que él se dedica (denominada el Señor Vavani Shankar, deidad en la cual había sido criado), existen de 5 a 6 pujaris, dos de ellos jóvenes. Se menciona de uno denominado como el “pujari eléctrico”, debido a su labor abreviada de los ritos; por ejemplo, una boda que normalmente dura 6 horas él la celebra en poco más de la mitad del tiempo. En general hacía pujas más breves; incluso recurre al uso de grabaciones (y su venta) para ahorrar su presencia física en la realización de los ritos.

El autor hace un paralelo entre los pujari y los pandits de su tierra (Trinidad), a los cuales se les brindaba las mejores atenciones posibles cuando les tocaba realizar sus ritos. Nos cuenta que a ellos se les atendía con “las mejores mantas o sábanas para que se tendieran en ellas; se les guardaba la mejor comida, y se les servía con toda ceremonia al final”. Además, disfrutaban del privilegio de “recoger las monedas que se habían arrojado al fuego sagrado del altar ornamentado, así como las que se habían arrojado al plato de bronce con alcanfor ardiendo –emblema del fuego sagrado-“, que se hacía circular entre quienes asistían a las ceremonia religiosas (p.118).

Se nos presenta varios de los diversos ritos que puede oficiar un pujari y que son parte de la actividad en la que normalmente se involucran. Guardando la distancia con el cristianismo, se podría decir que hay una serie de ritos que vendrían a ser una especie de “sacramentos” en su vida religiosa. Algunas de ellas son:

º Rito después de 14 días de una defunción, en la cual se preparan toda clase de alimentos, los cuales pasan por el picoteo de un cuervo, simbolizando “la fusión del alma con el infinito” (p.120).
º Ceremonia de la cuna, en el cual se emplea el panchang (texto muy antiguo), empleado para hacer horóscopo y buscar nombre.
º Cuando se muda alguien a un departamento nuevo, hay que purificar y exorcizar los espíritus que lo habitan.
º Ceremonia del hilo, cuando un niño cumple 8 a 9 años.
º Ceremonia de las bodas, la misma que es cantada durante las 6 horas que dura.

Un pujari normalmente era una persona con sentido práctico; no requería de hacer mayores estudios, salvo los de aprendizaje de los ritos y algunos otros libros que publicaba el “Arya Samaj”, movimiento reformista hindú. Ello le permitía explicar mejor sus ceremonias y los versos que cantaba a los fieles. No se aprecia como necesario el hacer estudios de filosofía o teología. Hay una admiración por el saber, la sabiduría, vinculada más que al conocimiento intelectual a la espiritualidad.

Se constata dificultades en la continuidad de las costumbres y ritos ya que las generaciones más jóvenes no desearían aspirar a hacerse pujaris. Otra preocupación presente es la de volverse pobre, con el riesgo de que la gente le reste su estimación o autoridad. Incluso el mantener una familia puede ser complicado por la vida “nómade” que tienen los pujari al estar en constante movimiento para ofrecer los ritos o pujas. Después de todo es una vida consagrada de lleno a dicha labor.

No deja de ser interesante conocer, desde la vida cotidiana, la manera cómo se desenvuelve un pujari, el cual proviene de una tradición familiar y estatus. Tomemos en cuenta que tampoco cualquiera puede ser pujari. No deja de sorprender que todos los ritos que se realizan son preponderantemente en el ámbito de la familia y no existan templos muy importantes donde se congregue la gente a celebrar, como ocurre con el cristianismo y otras religiones.

Las crisis generacionales que se empieza a vivir y la dificultad de guardar las tradiciones y la “pureza” de los ritos que se ejercitan, hace notar que se trata de situaciones que podemos generalizar un poco más ampliamente a las diversas religiones. En realidad nos alude a problemas más profundos de cambio de época como el que nos encontramos actualmente y de cambio de paradigmas del conocimiento y de las formas de vivir la fe que requiere poner atención en caminos que pueden ayudar a transitar y situarse de manera más adecuada en los nuevos contextos.

Aunque resulte anecdótico, no dejó llamarme la atención las alusiones cinematográficas que se hacen y el interés por la realización de películas en lengua locales (como el márata). Parece claro el vínculo que ello tiene con el desarrollo actual que tiene la industria del cine en Bombay, la misma que parece estar a un nivel comparable con el propio Hollywood (EE.UU.).

Guillermo Valera M.
14 septiembre 2009

Nota: Sir Vidiadhar Surajprasad Naipaul, más conocido como V. S. Naipaul, es un escritor británico, de origen triniteño, galardonado con el premio Nobel de literatura en el año 2001. Su obra se caracteriza por el análisis del mundo colonial. En particular, suele aludir a la existencia alienada de quienes se ven sometidos o involucrados en un ámbito que no les es propio.

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