Reflexionando en comunidad sobre los signos de los tiempos en la realidad de nuestro país, veíamos diversos elementos que coincidentemente nos llevaron a situarnos desde el espacio global en el que vivimos. Es real, hablar de nuestro país puede tener más sentido si lo hacemos desde lo global. Hablar de los signos de los tiempos se proponía como una lectura desde la esperanza, desde un discernimiento con sentido.
Identificando que, a nivel global, nos confrontamos con un cambio de época, con interdependencias de unos y otros dentro de la llamada aldea global; donde, sin embargo, unos tienen más poder que otros y seguimos sin resolver problemas tan vitales como el hambre, teniendo la posibilidad de hacerlo. Expresado también en la caída de una serie de paradigmas e ideologías y la noción de “ideas supremas”, lo cual nos confronta en riesgos de relativismos y pragmatismos, o de fundamentalismos, ya sea religiosos, económicos o políticos. ¿Estamos en la disyuntiva de la uniformización o la pluralidad?
Situando que la tecnología nos facilita algunas cosas pero no resuelve el tema de la humanidad y su sentido de existencia. Cuestión que estamos cada uno obligados a resolver y decidir. Sin embargo, como nunca antes, tenemos posibilidad de comunicarnos e interactuar desde distintos lugares y medios. Pero no olvidemos que no todos accedemos a ello. Además, la tecnología puede terminar esclavizando nuestro actuar, o bloqueándonos.
Pese a la crisis de liderazgos en el mundo actual (y en nuestro propio país), asistimos a la presencia de un personaje como el Papa Francisco, quien está hablando al mundo, nos está hablando a las distintas y diversas personas, creo, como Jesús mismo lo haría. Llamándonos a reaccionar frente a las injusticias, el desaliento, el conformismo, la desidia, la inhumanidad de la guerra y la exclusión. Llamándonos también a que sepamos dialogar y construir juntos el mundo que no es de nadie y es de todos.
Haciendo conscientes cuestiones como el individualismo desenfrenado y la “cultura del desecho” que atraviesa de manera dramática nuestras sociedades y se constituye en traba para la solidaridad, el compromiso o la fraternidad en las relaciones. Superando la desconfianza, la volubilidad y la crisis de autoridad, poniendo especial atención en los jóvenes. Ello también nos habla de cómo logramos construir una Iglesia más inclusiva, cercana, laical y misericordiosa.
Recogiendo como aspectos más concretos el enorme significado que tiene la revaloración de la mujer, los niños, las poblaciones indígenas, la ecología y el medio ambiente, el diálogo interreligioso e intercultural, y todo lo que alrededor de ellos se abarca y se recrea. En el fondo se trata de cómo valoramos toda la creación por igual dentro de lo específico y valioso que tiene cada ser y cada cosa.
Alrededor de lo anterior, no podía faltar la pregunta: ¿A qué nos invita de modo personal y comunitario? Dicho más brevemente, nos confrontamos a revisar nuestros propios estilos de vida. Cómo estamos siendo fieles a esos signos de los tiempos y de qué manera tenemos que sintonizar y proceder a cambios en nuestros hábitos y maneras de proceder y vivir, respecto hasta como hoy lo hemos venido haciendo.
Necesitamos tomarnos más en serio el amor que nos reveló Jesús, a saber discernirlo, a buscar darnos mayor profundidad en nuestra vida. En el año de la misericordia que se ha marcado para la Iglesia Católica, es muy importante y necesario situar que es hoy un tiempo pertinente para preguntarnos cómo amamos, a qué le decimos amor y amar, cuál es la radicalidad a la que nos invita en la experiencia de cada uno.
Siento que necesitamos recrear nuestras maneras de vivir, aunque no sé muy bien qué puede significar todo ello; a qué me debiera conducir; qué temores inconscientes debo vencer y superar. Cada vez me convenzo que ello lo podremos saber juntos, responderlo juntos, aproximándonos a mejores significados y buscando caminar en dicha dirección. Un sentido de búsqueda y en diálogo, donde espacios como el comunitario pueden ser bastante sugerentes.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 21 de febrero de 2016