Después de 20 años podemos sentir que se asiste a la posibilidad de un nuevo punto de partida que pueda significar la recomposición de un espacio político que se diluyó casi en la nada, me refiero a la izquierda peruana.
Lo decimos así porque la implosión que se dió de los partidos políticos durante la década de los 90s con el Fujimorismo fue un “golpe” muy grave que afectó -más en general- a la política en su conjunto. No fueron los discursos contra la “partidocracia” lo que triunfó sino el vacío de propuestas de renovación frente a los cambios de época que nos tocó vivir en el mundo (y, por ende, en el Perú).
Además, la izquierda se tiñó de la propaganda y relación que se hizo de ella con el terrorismo (nacional e internacional); en nuestro caso, Sendero Luminoso y el MRTA fueron el factor de esa conjunción violentista que se codeaba con las románticas aspiraciones a “hacer la revolución” como un acto de magia y de fe poética, a partir de la cual se resolverían problemas fundamentales. El circuito de la Unión Soviética (pero también lo que fueron las experiencias de las fascismos y nazismos) nos hicieron dar cuenta que el binestar para todos no podía ser obra de una imposición, por más benéfica que ella fuera. Una cosa es autoridad para encamiinar propósitos loables, otra autoritarismo o totalitarismos para imponer puntos de vista.
De allí que siempre que se trata de opciones de izquierda, con mucha facilidad se le quiere asociar al terror, a la violencia, al conflicto social, al desorden… como si la derecha se olvidara que en sus canteras hay un largo rabo de paja violentista del cual debiera dar cuenta. Si no preguntemos a nuestros vecinos por Pinochet o Videla por no mencionar la misma experiencia del Fujimontesinismo o de dictaduras como la de Odría o los tiempos de Sanchez Cerro que supusieron persecución Aprista (para algunos de sus militantes muy olvidada).
Pero querer hacer de la izquierda una horda de terror para generar miedo ya no puede ser un argumento, más aún cuando es algo de lo cual hay que ser todos autocríticos en varios sentidos. Más aún, porque se tiene la posibilidad de la experiencia y la capacidad técnica de poder gobernar un municipio pero también el país en su conjunto. Más bien, la izquierda peruana viene rezagada respecto a otros países del continente, con experiencias variadas y donde campea aún lo autoritario, como es el caso evidente de Chávez en Venezuela. Sin embargo, tampoco creo que sea un elemento determinante que nos permita trazar líneas divisorias. El tema es sobre qué liderazgos construímos hacia adelante, tomando en cuenta la historia vivida (la propia y ajena). En ese sentido, Susana Villarán nos abre a una posibilidad nueva. No sólo de darle un nuevo impulso y esperanza a la izquierda en el país, sino como posibilidad de renovación y liderazgo para la política en su conjunto. Por ello y muchas cosas más, nunca estuvo tan bien puesta una chapa como la de “tía regia”, y saber que se consolidará este domingo su derrota al miedo; continuación digna del esfuerzo que hizo Alfonso Barrantes, el “tío Frejolito”, con la izquierda de los años 80s.
Con confianza y responsabilidad, tenemos mucho de que ocuparnos con el nuevo cuadro político que se configure éste domoingo 3 de octubre, irónicamente, días de la “revolución peruana” que inició Juan Velazco 32 años atrás.
Guillermo Valera M.