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Fue nuestro espiritual…

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Eran los tiempos de la Parranda Panameña, “Parece que va llover, parece que va llover, el cielo se está nublando, parece que va llover, ay mamá me estoy mojando…” Lo bailábamos en cuanta fiesta o cumpleaños celebrábamos, sin la infaltable guinda de Huaura, bebida mítica dulzona que nunca supimos cómo era que se producía por allí (en el norte chico de Lima) y no había ninguna planta de la susodicha frutita. Disque la importaban desde Chile, vaya uno a saber.

Lo cierto que esa era parte de la rutina de nuestro querido Grupo La Cabaña, allá por el año de 1975, en el cual coincidimos con un buen grupo de estudiantes de 5to de Secundaria de diversos colegios de Piura, convocados por el P. Santiago (sacerdote jesuita) y la Hna. Margarita (religiosa del colegio Nuestra Señora de Lourdes). Buenos amigos nos hicimos de Nacho, Yolo, Federico, Miguel, Elisa, Anita, Sonia, Pilar y tantas personas que pasamos por allí, en ese despertar de la fe, de la conciencia social, del deseo de ampliarse a nuevas relaciones, de crecer…

Fue una iniciativa muy significativa y que nos marcó mucho. Motivando en nosotros el deseo de reflexionar con personas distintas a nuestro entorno acostumbrado. El buscar convivir más allá de las normales rivalidades que solían haber entre colegios, ya fuera por el deporte (basket y futbol sobre todo), las diferencias de “nombre”, estatus u otras necedades que nos suelen influenciar. Llegamos a confluir experiencias de colegios como el San Ignacio, Lourdes, Fátima, Santa María, Don Bosco e incluso del San Miguel en algún caso.

Era curioso y no dejaba de llamarme la atención que siendo el P. Santiago García de la Rasilla SJ (conocido por algunos como el “oso”), una persona relativamente seria (o muy seria en el colegio diría yo), podía tener el propósito y monitorear un grupo de jóvenes que más bien solíamos ser bastante bullicioso, inquieto y con las hormonas algo alborotadas. Quizás ayudó, para los que estudiamos en el Colegio San Ignacio, el hecho que Santiago fuera espiritual de varios de nosotros y nos daba una serie de orientaciones significativas. Por ejemplo, lo relativo a la dimensión vocacional.

Recuerdo aquella vez que nos aplicó un test vocacional y a mí me salió que tenía opción para un abanico de carreras profesionales. Por los puntajes que había obtenido podía estudiar desde carreras de ingeniería, pasando por economía, letras y hasta medicina. Recuerdo que le pregunté a Santiago qué me sugería y viendo las tendencias de mi puntaje me dijo que por mi interés por los temas de la sociedad y de las personas, quizá podía estudiar psicología o Sociología. Entonces me dije, estudiaré ambas carreras.

Otro gran detalle en nuestra formación con Santiago fue que lo tuvimos como profesor de filosofía en 4to de secundaria. El libro de cajón, de cabecera y de todo fue siempre “El criterio”, de Balmes. Creo que allí aprendí y empezé a entender lo que después conocería como el discernimiento ignaciano, especialmente en los Ejercicios Espirituales. Recuerdo que sus clases eran muy interesantes pero no dejaban de parecernos densas y, en algunos casos algo aburridas. La filosofía era algo dura de procesar. Sin embargo, en mí dejó ese interés por pensar, por aprender a pensar y saber hacerlo por mí mismo. A saber también pensar con sentido crítico y estar abiertos a la pluralidad y diversidad.

Puedo decir que Santiago fue una persona muy significativa en mi proceso de formación de mis últimos años de secundaria y con quien pudimos establecer una cercanía y amistad, la misma que se interrumpió muchos años porque, después, se fue a un año “sabático” y fue cambiado al otro lado de la frontera, a Tacna. Lo volvería a ver en Lima y, posteriormente, en el Vicariato de Jaén. Un gran abrazo a la distancia querido Santiago.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 14 de agosto de 2018

Le llamaban Charly

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Cierto día, llegamos al Colegio Valentín Salegui y nos recibió entre otros un sonriente Carlos Ridavets SJ, Charles para algunos que lo tuteaban como Charly también. Era el año de 1982. Siempre agradable y bastante discreto, lo conocí desde Piura, donde terminé mis estudios escolares en el colegio San Ignacio (1975), lugar en el que empezé a conocer las misiones del Vicariato de Jaén o San Francisco Javier del Marañón, lugar donde ya estaban los Jesuitas desde los años 40s.

Más pacífico no podía ser Charly, al menos es la imagen que recogí de él. Buscando trabajar en lo suyo, la educación con muchachos donde le tocara estar. Él hayó su vocación en ese internado, en ese trabajo pedagógico con los muchachos awajun y wampis que cursaban sus estudios escolares y a los cuales había que entender a partir de su propia cultura e idioma, cuestión que se complicaba más por la ausencia de escritura en éstas culturas.

Años atrás, una de las anécdotas que le escuché mencionar fue aquella de que en los recreos los alumnos salían muchas veces a cazar pajaritos y allí mismo se los comían, denotando esa relación tan grande de la población local con la naturaleza, la misma que se bebe y se respira desde que se nace. Entre otras cosas, para divertirse y alimentarse, desarrollar sus habilidades de cacería, crecer en el propósito de dominio de la naturaleza, hacerse del medio. Todo ello se vinculaba también al marcado espíritu guerrero que mantienen las poblaciones locales.

Charly se embebió y fue haciendo “escuela” con todas las promociones que pasaron desde la mayor parte del recorrido de los 50 años del Colegio Valentín Salegui, lugar en el que compartió varias de esas décadas, una parte del lapso incluso como director, cuando el colegio era ya parte de la red de Fe y Alegría (Colegio Fe y Alegría 55). Ese fue su testimonio. Compartir su presencia, sus conocimientos, sus experiencias y sus deseos profundos de aprender del medio local, hacerse parte del mismo.

Aunque suene medio poético decir que a Charly le tocó morir como mártir, lo es menos constatar que apareciera maniatado y con algunos signos de violencia. Después de un largo caminaren la zona del Chiriaco, camino que podría haber seguido recorriendo 2 ó 3 lustros más, uno encuentra muy inexplicable su situación. Quizás sea una manera de comunicarnos y recordarnos lo necesaria que es para todos una cultura de paz a todo nivel. Ciertamente una paz basada en la justicia y en la verdad. Puede ser una manera de darle algún sentido positivo a situaciones plagadas de sinrazón.

Muchas veces amar de modo incondicional, aunque parezca contradictorio, nos expone de modos velados o abiertos al mal de nuestro mundo. Al mal, la maldad, el odio y tantos adjetivos que podríamos mencionar. Amar, obrar el bien, abogar por la verdad…, especialmente por los más indefensos, débiles y pobres, nos expone. Hay veces que también el bien de las personas se impone sin sacrificar su vida. En otros casos se suceden situaciones lamentables. Como la misma que le toco vivir a nuestro querido Jesús hace 20 siglos atrás. Y se muere para seguir viviendo. Charly ha empezado una nueva vida.

Guillermo Valera M.
Magdalena del Mar, 13 de agosto de 2018